11 de marzo de 2010

Citas horribles IV. DESCUBRIENDO A PRÍAPO. Tercera Parte.

Segunda Parte AQUÍ


Foto: Marijo Grass


Sin saber muy bien cómo enfocar la situación con Peter, decidí acompañarlo y seguir averiguando más cosas sobre él. En mi cabeza todavía resonaba la duda con cierta insistencia: ¿Cliente o amigo? ¿Cliente o amigo? No me parecía apropiado soltar la artillería a bocajarro y preguntarle:


—Y, ¿qué tal? ¿Vienes mucho por aquí? O, ¿Tienes descuento en el servicio completo?


A lo mejor el Ayuntamiento daba subvenciones a los residentes para disfrutar del putiferio local y tener a sus ciudadanos más satisfechos.


En aquél momento decidí guardar los interrogantes en el bolsillo y le seguí calle arriba, como una corderita, esperando que fuera él quien reiniciara la conversación. Y lo hizo.


¿Te gustan las flores?— preguntó de repente.

¡Me encantan! — respondí en una décima de segundo, aliviada porque rompiera el hielo.


Pero, acto seguido, enmudeció de nuevo. Me agarró del brazo con delicadeza e intentó guiarme entre los grupos de transeúntes que abarrotaban la calle, sorteando con agilidad los obstáculos y dándome a entender que adonde fuera que nos dirigiéramos, llegábamos tarde.


Como si estuviera participando en una maratón, aterrizamos en Bloemenmarkt: el Mercado de las flores, ubicado sobre plataformas flotantes en el canal Singel, entre Muntplein y Koningsplein.





Foto: Marijo Grass


Una de las cosas que me habían fascinado desde mi llegada era lo mucho que cuidaban los holandeses la decoración de sus casas y, sobre todo, la abundancia de FLORES. La mitad de lo que se cultiva y comercializa a nivel internacional procede de este país. Tener flores frescas en casa es tan habitual como salir a tapear en España o comer una baguette recién horneada en Francia.


Consciente del sofoco que me azotaba después de la carrera, y observando divertido cómo improvisaba un abanico con mi sombrero, exclamó:


Lo siento, es que están a punto de cerrar y quería enseñártelo. Es uno de mis lugares favoritos de la ciudad.


Yo sólo atiné a responder asintiendo mientras resoplaba pero, el fresco aroma que se respiraba en aquél lugar me recompuso al instante.





Foto: Marijo Grass


— Es fantástico. ¡Me encanta!— respondí, recuperando el aliento con rapidez.


Estuvimos deambulando un rato entre todo tipo de plantas, flores e infinidad de tulipanes, y él aprovechó para comprar unas semillas. Yo observaba todos sus movimientos con placer. Me gustaba su naturalidad y, por supuesto, el conocimiento horticultor que parecía tener.


¿Te importa si pasamos un momento por mi casa?— preguntó, una vez habíamos recorrido todas las gabarras.

¡Qué va!— le dije de inmediato, aunque a los tres segundos pensé si mi respuesta había sido afortunada pero, si quería interpretar a Miss Marple, debía continuar la investigación hasta el final.




Foto: Marijo Grass


Regresamos por el mismo camino hasta llegar muy cerca de nuestro punto de encuentro en el Distrito Rojo. Entramos en un inmueble muy antiguo, cruzándonos con un par de vecinos a los que saludó cordialmente en mitad de una escalera que se desmoronaba a nuestro paso. En el último piso, Peter abrió la puerta y me invitó a entrar con aires galantes.


Me sentí cómoda desde el primer momento. El apartamento no parecía muy grande. Tenía un distribuidor central que daba a un amplio salón presidido por un gran sofá de cuero marrón muy gastado; montones de libros, discos y fotos, dispuestos en grandes estanterías, reducían el espacio.

Me llamó la atención el precioso arreglo floral que presidía la mesa del comedor. Se supone que estaba en una casa habitada por dos hombres jóvenes. No esperaba encontrar un detalle tan “femenino” pero, lo mejor me aguardaba tras la puerta de su dormitorio.


Haciéndome un gesto para que lo siguiera me descubrió un paraíso impresionante, al que se accedía por un amplio ventanal situado detrás su cama.


¡Qué terraza tan bonita!— exclamé maravillada—. ¿Lo has hecho tú?





Foto: Marijo Grass


Me encontraba frente a una obra de arte: frágil, efímera, desafiando el tiempo. Gerberas, azucenas, rosas, crisantemos y tulipanes se distribuían sobre jardineras de madera creando un recorrido, la mitad bajo techo y la otra a cielo abierto. No sé por qué recordé en aquél momento a escritoras como: Edith Wharton— Premio Pulitzer en 1921 por “La edad de la inocencia” y afamada paisajista—, quien proponía el jardín como refugio y templo de la armonía; y a Virginia Woolf, que también diseñó el de su casa de Sussex, y lo utilizó con frecuencia en sus novelas como escenario para la pasión y el desenfreno.




Foto: Marijo Grass


En mitad de mis elucubraciones, embriagada por deliciosos aromas y el fascinante colorido de sus flores, Peter me devolvió a la realidad llamando mi atención sobre unas rosas.


Estoy probando el cultivo ecológico, para que sean comestibles. ¿Te gustaría probarlas?— preguntó, como si me pidiera permiso para hacer de cobaya en su experimento.

Of course!— respondí con verdadero entusiasmo.





Foto: Marijo Grass


Le seguí hasta la cocina, después de cortar con sumo cuidado un par de ellas, donde empezó a preparar en un cazo un poco de chocolate instantáneo. Mientras, me dediqué a observar, a través de la ventana, el pequeño patio trasero del edificio de enfrente, en el que descubrí a la puertorriqueña tendiendo su colección de tangas y, no pude evitar que una sonrisa complaciente se dibujara en mi rostro incrementando mi bienestar. ¡No era cliente, eran vecinos! Eso podía justificar la amistad, supuse encantada mientras Peter continuaba calentando el chocolate.


A continuación, dispuso las dos rosas con sumo cuidado en un recipiente de loza blanca, y el chocolate en un pequeño cuenco de la misma vajilla. Regresamos a la terraza donde me hizo tomar asiento en un cenador, enmarcado por plantas trepadoras, ante una pared en la que había un pequeño mural con una pintura clásica.





PRÍAPO: Google Images


Y, ¿Esto?— pregunté, señalando el mural al tiempo que él bañaba las flores en el chocolate convirtiéndolas en manjar.

Es PRÍAPO: el Dios de la fecundidad y la jardinería. Algunos dicen que es hijo de Baco y Venus, aunque existen infinidad de teorías sobre su origen. Ésta es una reproducción del fresco original que hay en la Casa de los Vetti, en Pompeya. Se considera uno de los Dioses más eróticos de la mitología clásica.

¿En serio?— interrumpí fascinada y dispuesta a olvidar lo mucho que me aburría la mitología clásica cuando me tocó estudiarla en el instituto un puñado de años atrás.

Lo último que he leído es que su madre fue Afrodita, pero se la adjudican desde Dionisio hasta Zeus, Hermés o Adonis como supuesto padre.


Menos mal que tampoco me hicieron una foto en aquél momento, saboreando una rosa bañada en chocolate mientras observaba a un Dios pesando su verga de tamaño descomunal. Presentía el rubor haciendo estragos en mi rostro y la mandíbula desencajada por la impresión. Peter quitaba unos hierbajos de una jardinera al tiempo que me daba clase de historia antigua y no registró mi reacción, lo cual me tranquilizó lo suficiente para continuar haciendo de alumna aplicada. Lo que él no sabía es lo mucho que me excitaba la coyuntura.


La versión más extendida es que Afrodita se lió con Zeus cuando Dionisio se fue de expedición a la India. Hera se pudo celosa y le echó un mal de ojo tocándole el vientre cuando estaba embarazada. El niño salió deforme y, temiendo las burlas de los demás Dioses, decidió abandonarlo en el bosque pero, unos pastores lo recogieron, lo cuidaron y acabaron venerándolo, por eso se convirtió en el protector de huertos y jardines, portador de buena suerte y encargado de ahuyentar todo lo que perjudique la cosecha.

¡Qué fuerte!— exclamé maravillada.

Aquí aparece con el peso de su pene, que es el poder fecundador. Y la cesta de frutas, que simboliza la protección para el agricultor.


En aquél momento el teléfono interrumpió nuestra clase evitando que me lanzara como una tigresa sobre él. La afrodisíaca rosa chocolateada, la imagen de semejante “miembro” y su discurso sagaz, habían conseguido revolucionar mis endorfinas.


Peter se disculpó entrando a atender la llamada y yo le seguí al interior, dispuesta a encerrarme en el baño a retocarme la contentura con la polvera de Max Factor que llevaba en el bolso.


Cautivada por su expresivo discurso, me sentía poderosamente atraída por él, así que, al descubrir una libreta manuscrita sobre un cesto de ropa— teniendo en cuenta que mi conocimiento del holandés se reducía a una docena de palabras—, se me ocurrió copiar en mi agenda un par de párrafos al azar. ¡Lástima que no tuviera un IPhone!; entonces no existían cámaras digitales ni teléfono móvil: un atraso tecnológico que, una detective aficionada como yo, debía remediar a la vieja usanza.


Al regresar al salón, Peter me comunicó que tenía a Katy al teléfono. Reconozco que la noticia me fastidió.


— Pero, ¿qué haces tú ahí?— preguntó mi amiga con cierto enfado.

Me he encontrado a Peter por la calle. Estábamos haciendo tiempo para ir al bar donde habíamos quedado— respondí, como una adolescente justificando ante su madre sus acciones.

Pues ya estoy aquí…y, ¡¡necesito emborracharme para olvidarlo todo!!— profirió, empezando a llorar.

¿Te ha vuelto a jorobar el idiota ese? Bueno, tranquila, vamos a rescatarte ahora mismo.





Foto: Marijo Grass


Hay veces que las amigas te chafan el plan y ésta era una de esas veces pero, como nos había pillado en los preliminares del arrebato amoroso, o eso pensaba yo, no tenía más remedio que acudir en su auxilio, aunque fuera por solidaridad femenina.


Terminé la velada arrastrando a Katy al tren con un coma etílico monumental, y quedando de nuevo con Peter al día siguiente para acompañarlo a localizar exteriores.


Por la mañana, después de preparar un café bien cargado a mi amiga y escuchar su descalabro amoroso con atención, recordé lo que había anotado en mi agenda y le exigí la traducción.


Sus notas estaban fechadas un par de meses antes y Katy me leyó algo parecido a esto:


“ No soporto la soledad. Me angustia la idea del fracaso. Siempre pensé que era feliz a mi lado. ¿Cómo pude estar tan ciego? Me resisto a pasarme el día en el gimnasio. ¿Por qué desean un canalla en sus vidas que las seduzca para después abandonarlas a su suerte o hacer de ellas su secretaria?”


A continuación me dijo que no entendía la letra, ¡ARGGG!, ¡Me sentí una chapuza de detective! Después seguía:


“Eso de que el hombre es fuerte y la mujer paciente me la trae floja, aunque yo nunca la tengo floja, quiero decir que me parece una soberana estupidez”.


Añadía el título de una película de Fassbinder, de 1974, titulada: “La angustia corroe el alma”, y debajo anotaba: “Cuando la soledad no se elige ni se inventa”


Bueno, Miss Marple, ¿te sirve de algo?— interrogó mi amiga con tono jocoso—. Me voy a vestir. Tengo que coger el tren de las 11:00. Deberías arreglarte. Peter debe estar al caer.


Me quedé pensando un rato, tratando de encontrar sentido a mi nueva pista, hasta que escuché el timbre y desaparecí escaleras arriba, dejando que mi amiga abriera la puerta mientras yo me acicalaba a toda prisa.

Un rato más tarde encontré a Peter tomando café en el porche.


GOEDEMORGEN!, disculpa el retraso, me he entretenido un poco pero ya estoy lista. ¿Nos vamos?


Se levantó con tranquilidad, me dio un par de besos sujetándome el rostro con ambas manos, se dirigió a la puerta y exclamó:

Let´s go!


Estos impulsos me desconcertaban, y me ponían a tono de buena mañana. Se suponía que a unos 5 kilómetros de allí podíamos encontrar lo que andaba buscando. De camino al garaje, donde alquilaban bicicletas, se detuvo frente a una casa que parecía la de Norman Bates en Psicosis.





Foto: Marijo Grass


Vaya, ¡es perfecta! A Nil le va a encantar — exclamó entusiasmado; y yo supuse que, el tal Nil, era el director de la cinta. Hizo un par de fotos y después recogimos las bicis y emprendimos la marcha.


Le seguí de cerca durante todo el camino. ÉL se giraba de vez en cuando para comprobar que no me quedaba rezagada.


Llegamos a un claro del bosque al borde de un amplio canal, donde descubrimos unas casetas de madera con sus barcas al borde del agua, bastante apartadas del núcleo vecinal más próximo: el escenario perfecto para una novela negra como “La dama del lago”, de Raymond Chandler.





Foto: Marijo Grass


Él no dejaba de tomar fotos y anotar cosas en una libreta que contenía listados de equipos de iluminación en los márgenes: lo único que logré entender echando un vistazo por encima de su hombro.


Continuamos la ruta deteniéndonos de vez en cuando. Parecía bastante concentrado. Yo me limité a disfrutar del paseo y los hermosos paisajes que atravesábamos: de los bosques a grandes prados, habitados por vacas que parecían formar parte de un decorado de ficción.





Foto: Marijo Grass


Por fin llegamos al final de nuestro recorrido: una pequeña playa con un chiringuito a orillas del lago Gooimeer. Peter tenía que hacer fotos a otra casa cercana y decidimos quedarnos allí un rato a tomar algo. Aquello estaba desierto, si exceptuamos un par de madres charlando mientras observaban corretear a sus hijos pequeños. Además, tenían cerveza y, con el sofoco que llevábamos, el sol de mediodía pegando fuerte y el trabajo casi terminado, decidimos celebrarlo.


A ambos nos llamó la atención un caballito de hierro, de los que existían en los carruseles antiguos, tirado en la arena junto a unos columpios.


Me parece que Sophia estaba buscando algo así— afirmó Peter mientras daba pequeños sorbos a su cerveza.

¿Cómo?— respondí perpleja, deseando que ampliara la información.

Un caballito como ese, ¡para la película! Sophia se ocupa de los decorados y el atrezzo.

¡Ahhh!

¡Podríamos cogerlo prestado!

¿Estás pensando en robarlo?

Bueno, quizás en utilizarlo un par de días. Espérame aquí, voy a hacer un par de llamadas.


Y desapareció en el interior del chiringuito en busca de un teléfono. Deduje que Peter era bastante intrépido, y la película en la que estaba trabajando de bajo presupuesto. ¡Sólo me faltaba verme involucrada en el robo del mobiliario urbano! En fin, esto empezaba a tener su gracia y a sorprenderme cada vez más. Intuía que la diversión estaba asegurada, y no me equivoqué demasiado en mis razonamientos.


Regresó diciendo que alguien de producción venía enseguida con una furgoneta, así que lo del robo iba en serio. Continuamos la tertulia mientras él me daba más detalles sobre el film hasta que, una hora más tarde, apareció su colega dispuesto a llevarse el caballo pero, en aquél momento, los niños se habían apoderado de él, y no parecían dispuestos a dejarlo.





Foto: Marijo Grass


Mientras esperábamos el momento idóneo para efectuar el hurto nos tomamos unas cuantas cervezas así que, cuando las madres obligaron a sus pimpollos a largarse de allí, nosotros estábamos cocidos por el sol y la bebida. Nos costó horrores la: “Operación caballito” pero, ¡lo conseguimos! El tipo de la furgoneta se marchó haciendo eses y nosotros iniciamos el camino de vuelta intentando mantener el equilibrio sobre las bicicletas.


El regreso resultó muy placentero. A esas alturas de la excursión— no sé si a causa de la borrachera—, estaba claro que Peter flirteaba conmigo, incluso llegó a besuquearme en un par de ocasiones mientras recogíamos moras y otros frutos silvestres. La escena se tornaba de lo más romántica. Estuvimos haciendo fotos junto a unos caballos que encontramos a nuestro paso. Me sentía como si formara parte de un cuadro impresionista y la atracción por mi compañero de ruta se incrementaba anticipando un final de viaje apoteósico. Entendí que Peter disfrutaba muchísimo del juego de la seducción y los preliminares amorosos, así que decidí dejar en sus manos las riendas del asunto.





Foto: Marijo Grass


Cuando llegamos a casa de Katy me propuse demostrar mis dotes culinarias preparando un pastel con las moras y arándanos que habíamos recogido por el camino. Sabía que mi amiga no llegaría hasta bien entrada la noche; eso me daba unas horas para concluir la jornada con un desenlace de novela romántica.

En ese momento ya estaba claro por parte de ambos lo que iba a suceder tras comer el pastel porque, mientras me dedicaba a buscar los ingredientes para la masa en la cocina, Peter no se despegó de mí, ni dejó de abrazarme y besarme rodeándome con sus brazos por la espalda pero, al mismo tiempo parecía no tener prisa por consumar el romance; como si quisiera vivir la experiencia a cámara lenta sin perderse ningún detalle. Me gustó su ritmo. Todavía me sentía un poco mareada por las cervezas y, no me apetecía enrollarme con él estando medio borracha, por eso la idea del pastel fue recibida con sumo placer para recuperar la energía.


Encendí el horno y dispuse los ingredientes sobre la encimera de la cocina: 500 gramos de harina, 60 de azúcar en polvo, 250 ml de leche, 2 yemas, 90 gramos de mantequilla, una pizca de sal y los frutos del bosque pero, ¡me faltaba algo!: la levadura; necesitaba 40 gramos de levadura y no la encontraba por ninguna parte.


Recordé que la vecina de la casa contigua había sido muy amable regalándonos galletas caseras y, se me ocurrió acercarme un momento a ver si me proporcionaba la levadura para que subiera la masa.


Peter se había instalado en el salón y estaba ojeando una revista. Me acerqué a él con toda la coquetería de la que fui capaz y le dí un largo y apasionado beso, antes de salir en busca de la vecina.


Minutos más tarde, cuando me disponía a entrar en el porche, me encontré de bruces con toda la familia de Katy, regresando dos días antes de lo previsto de su crucero por el Nilo.


Aquello era insoportable— exclamó la abuela, agitando un chal que llevaba en la mano—. Nos estaban comiendo los mosquitos, y el mareo no nos dejaba disfrutar en el barco.


La madre se acercó a darme un cariñoso abrazo, al tiempo que su marido sacaba las maletas del coche y dos niños de corta edad se atizaban el uno al otro.


Volví a pensar en la severa conmoción que expresaba mi rostro— en el caso de que me dispararan una foto—, porque mi cita se acababa de estropear de nuevo pero, todavía no había acontecido lo peor.


Al atravesar el umbral, con toda la comitiva, encontramos a Peter como su madre lo trajo al mundo, esperando impaciente mi vuelta y preparado para no demorar más nuestro revolcón. La abuela, con los ojos fuera de las órbitas, extasiada ante la imagen que tenía delante, exclamó a voz de grito:


¡¡¡Tenemos a PRÍAPO en el salón!!!


¿Os acordáis de aquella delirante comedia inglesa titulada “Un pez llamado Wanda”? Esa escena en la que John Cleese espera tirarse a Jamie Lee Curtis en un apartamento prestado y se prepara para un polvo loco bailando desnudo, cuando lo sorprende la familia al completo, propietaria de la casa. Pues, eso fue exactamente lo que pasó, incluido el gag en el que Peter, emulando a Cleese, no se le ocurrió más que coger una foto de la abuela, que tenía a mano, para tapar su miembro. ¡Qué digo miembro! ¡¡¡Aquello era una VERGA DESCOMUNAL!!!


Peter resultó ser la encarnación del Dios de la abundancia, y la famosa frase de Marilyn Monroe afirmando que el sexo formaba parte de la naturaleza y ella se llevaba de maravilla con la naturaleza— que suscribía totalmente—, se quedó en una proeza, tras aquél episodio de vergüenza pública, que yo NO iba a gozar.





"A fish called Wanda". Charles Crichton. 1988. Google Images


Cuando regresó mi amiga esa noche, al enterarse de lo ocurrido, le dio un ataque de risa floja que le duró una semana, a pesar del disgusto de su familia. Peter se incorporó al rodaje al día siguiente y sólo pude intercambiar con él unas frases por teléfono. Al final de mi aventura detectivesca por tierras holandesas, mi clase de mitología clásica se clausuró sin que pudiera hacer las prácticas.





Representación clásica de PRÍAPO. Google Images


Este relato está dedicado a la exitosa escritora romántica AMBER LAKE, que ha tenido la amabilidad de otorgarme un premio.







Le paso el testigo a algunos de los comensales de esta cocina, que habéis tenido la paciencia y curiosidad suficientes para leer este relato durante tres semanas y no he tenido la oportunidad de compartir ninguno todavía, y que queráis confesar siete secretos, sin compromiso. Of course!


DANI, LOLA MARINÉ, ACOOLGIRL, MANUELA, FLOR, EL ARTE DE SENTIR, SR. NOCIVO


Como escribí algo similar para el Premio Rarezas, os remito al link AQUÍ.


Mil gracias a todos por haberme dedicado TANTO TIEMPO. Prometo algo más breve para la próxima semana.