27 de enero de 2011

A VER SI ME ACLARO UN POCO

Foto: Marijo Grass



UNA CITA DE REGALO


El próximo finde cumplo 16 años. AL me ha despertado esta mañana con uno de sus gruñidos habituales, preguntándome si quería dar un paseo por la playa y después ir al centro a buscar mi regalo. AL es mi bisabuelo; ya sé que suena un poco raro, pero más raro suena llamarle bisabuelo; a lo mejor acortándolo: “¡Eh, bisa…!”. ¿Lo veis? No funciona. Parece que esté dando un toque a un colega, metido a camello de barrio, o algo así. El tema es que bi-sa-bue-lo resulta demasiado largo, y a su hijo ya lo llamo abuelo; es lo que hay.


En realidad se llama Alfredo, igual que yo. Hace mucho que decidimos repartirnos el nombre: él sería AL y yo Fredo, aunque mis amigos me llaman Fredi, que suena mejor que Frodo, que era como les molaba, y así me ahorro las bromas en el instituto con el hobbit de Tolkien. No es que tenga muchos amigos; bueno, tengo a Chewbacca, el que me quería llamar Frodo, que es tan alto y peludo como el wookiee copiloto del Halcón Milenario, además de muy básico y leal; nuestra relación se parece bastante a la de Chewie y Han Solo. Yo le digo que lo quiero, cada vez que hacemos algo juntos y no la cagamos; no sea que me pase como a Han Solo y, dentro de unos años, él salve a mis hijos de algún desastre medioambiental, y muera por ellos, y yo no tenga tiempo de agradecérselo. En fin, Chewie se llama Carlos, pero me mola más Chewbacca. Es muy aventurero y le gusta construir aparatos raros con piezas que encuentra tiradas en la calle. Yo soy más de libro y mando a distancia.



Foto: Marijo Grass


AL es tan raro como el tío Bilbo, el de Frodo; no sé si os habéis dado cuenta que he vuelto al Señor de los Anillos, aparcando la Guerra de las Galaxias; me viene mejor para intentar explicaros mi situación familiar; y si no sabéis de lo que estoy hablando es porque no tenéis ni pajotera idea del Señor de los Anillos ni de la Guerra de las Galaxias; y eso es una putada, para vosotros, no para mí, que lo he leído todo y he visto las películas. Y ahora, seguro que estáis pensando que soy un puto freak y salís cagando leches de mi página. Bueno, me da igual. El caso es que AL, o sea, mi bisabuelo, por si habéis perdido el hilo los que seguís aquí, parece que me adoptó de pequeño, aunque no sea mi tío y mis padres no se parezcan en nada a Drogo Bolsón y Prímula Brandigamo, y tampoco hayan muerto en extrañas circunstancias pero, para el caso, es lo mismo. Y en la cadena de sucesión, después de los padres están los abuelos; y si no están disponibles, supongo que te dan en adopción, pero en mi caso AL estaba disponible y me quedé con él.





Foto: Marijo Grass


No sé si provengo de una familia disfuncional o poco funcional; ese es un tema que me taladra la cabeza cuando doy paseos con AL y se queda en silencio contemplando los aparejos de pesca abandonados en el puerto. No mira el mar ni disfruta del paisaje; está siempre en la inopia observando cuerdas raídas o cadenas oxidadas. Todo bastante asqueroso y maloliente. Qué, ¿por qué lo hace? Ni idea. Tendréis que preguntarle a él.




Foto: Marijo Grass


Lo cierto es que no conozco a nadie que haya sido criado por su bisabuelo, que su tatarabuela esté dando guerra con 97 tacos y se meta con su aspecto tres veces al día; o que confundan a su madre con su hermana y estén suspirando por tirársela, porque tiene buenas tetas; o peor todavía: que cuando viene de visita, te coja de la cintura por la calle, y la gente piense que es una de esas maduritas devoradoras de adolescentes; bueno, no sé si es madurita porque la mayor parte del tiempo que pasamos juntos, que no es mucho, ella parece la adolescente. ¡A lo mejor se quedó atrapada en esa época gracias al accidente! No es que tuviera un accidente ni nada pero, así es como habla AL del tema, cuando consigo sacarle alguna información sobre el asunto de mi nacimiento, y de por qué fui pasando de manos en la cadena de sucesión y me quedé a vivir con él. Y ahora voy a cumplir la misma edad que tenía su nieta cuando me parió; supongo que por eso viene todo este caos a mi cabeza y he decidido escribirlo a ver si me aclaro un poco.




Foto: Marijo Grass



No creáis que soy un tarado, hijo de madre adolescente, y no me doy cuenta ni sé lo que estáis pensando todos ahora mismo: ¡Desembucha, joder! ¡Cuéntanos la historia de tu madre! Porque a la gente solo le interesa el morbo y las desgracias ajenas; y con eso no quiero decir que fuera una desgracia que mi madre me tuviera a los 16 años; si lo pensara sería gilipollas, porque si mi madre no me hubiera tenido a esa edad y se hubiera desecho de mí en una clínica, antes de que asomara la pata, yo no estaría aquí aburriendo a todos lo que habéis decidido seguir leyendo mis neuras porque, sencillamente, ¡NO EXISTIRÍA!




Foto: Marijo Grass


Tampoco es que sea una gran historia, ni que hayan violaciones o asuntos turbios y sórdidos de por medio. Mi madre se enamoró de un gilipollas con el que estuvo saliendo de los 13 a los 15, hasta un día que llegó al Instituto y lo encontró follándose a otra en los lavabos de tías. Ni siquiera se molestó en cortar con ella primero, así que imagino que fue un aquí te pillo aquí te mato y a partir de ahora eres mía; me refiero a la otra, no a mi madre. El caso es que ella se cogió un berrinche de la ostia y, ese mismo día, al salir de clase, apareció su consolador: un tío de los mayores del Insti, que le robaba la furgoneta a su viejo, aunque no tenía carnet de conducir, y se ofreció para llevarla a casa. Imagino que el consolador —o el accidente, como lo llama AL —, hizo bien su trabajo porque se la acabó tirando en la furgoneta; mi madre perdió la virginidad y se quedó preñada en la misma jugada, de un pavo que conocía de vista y que ni siquiera le gustaba; lo que me hace pensar que soy el resultado de un berrinche o de algún tipo de venganza y, eso suena muy de cómic y todavía no tengo claro si me gusta o es una putada.





Foto: Marijo Grass



AL dice que, cuando nací, empezaron a salir juntos, mi madre y el de la furgoneta, a ver si funcionaba la cosa pero, supongo que era más difícil que, dentro de unos años, yo me convierta en el sucesor del tío que inventó Facebook y me haga millonario antes de los 24. Vamos, que estaba cantado, aunque todavía no se hubiera inventado Facebook y no existiera la posibilidad de que alguien hiciera una comparación similar. De todas formas, he de decir que tampoco creo que fuera un cabrón cabrón al cuadrado; me refiero a Arturo, el de la furgoneta, o sea, mi padre; por lo menos lo intentó y, cada año, por Navidad, me envía una postal; y ya tengo 15 postales; eso me hace deducir que es un tipo raro, o chapado a la antigua, como dice AL, porque es muy raro que un tío de su edad envíe postales. ¿Quién cojones envía postales hoy en día? ¿Acaso no tiene correo electrónico o un móvil para llamarme? A lo mejor es porque tiene nombre de Rey, y los reyes no envían correos, porque lo de la realeza es algo como antiguo, digo yo; y seguro que de eso se ocupan sus ayudantes. Aún así, conservo todas sus postales. Al fin y al cabo, es todo lo que tengo de él, y le guste o no, sea una accidente o un consolador, es mi padre.




Foto: Marijo Grass



— He pensado que podría regalarte una cita por tu cumpleaños —me suelta AL, cuando nos sentamos en un banco, porque tiene una pata averiada y necesita descansar a cada rato.
— ¿Una cita? ¿De qué hablas? —respondo perplejo.
— Pues sí, una cita, porque está claro que no estás por la labor y ya tienes pelos por todas partes; y apestas. Necesitas empezar a conocer mujeres. Ya tienes edad.
— Pero, AL, ¿se te ha ido la pinza?
— ¿Acaso eres marica? ¡No te habrás liado con ese energúmeno peludo que tienes por amigo!
— ¡Joder, estás flipando!
— ¿Lo eres o no? ¿Te va la carne o el pescado?
— ¿Tengo que elegir el menú? Me gustan las tías, AL.
— Bueno, entonces necesitas una cita. No te he visto salir con una chica desde que te conozco. Y te conozco de toda la vida.
— Joderr, ¡te pasas un huevo!
— No seas malhablado. Eso déjalo para las películas.
— Pero, ¿no te parece un poco raro que me hagas de Celestino?
— A lo mejor necesitas un empujoncito. No te estoy diciendo que cometas el mismo error que tu padre pero, deberías salir con chicas de vez en cuando. Lo de hacer el cafre con tu amigo y encerrarte en tu habitación a leer o ver videos no me parece sano. ¡Ni siquiera juegas al fútbol!
— ¿Quieres que juegue al fútbol?
— No, si no te gusta. Ya tenemos bastante con tu abuelo pero, creo que deberías hacer amistades, relacionarte más; y conocer mujeres, bueno, chicas de tu edad; y salir con ellas, al cine, o a bailar.
— Y, ¿se puede saber de dónde vas a sacar una cita para regalármela? Como si fuera tan fácil como ir a la Fnac y comprarla. Yo preferiría un IPhone. ¿Por qué no me compras un IPhone? Me harías muy feliz. De las chicas ya me encargo yo.
— Pues, ¡espabila! ¿Seguro que no eres marica?


¡Hay que joderse! Ya os había dicho que tenía una familia disfuncional porque, a ver, ¿quién de vosotros tiene un bisabuelo que le consiga citas con mujeres? La verdad, me parece mucho más fácil lo del Iphone, aunque lo pague a plazos. Y NO, no soy gay, si es lo que estáis pensando en este momento, porque tengo un bisabuelo más freak que yo y AL os parece tope guay, y yo un megacapullo que no es capaz de reconocer mi suerte, por tener un bisabuelo que se preocupa por mi vida social; pero para hacer vida social ya está el Tuenti, o el Facebook ,o el Messenger , o lo que te salga de las pelotas pero, las tías me las busco yo.





Foto: Marijo Grass


Bueno, ese es otro problema. No quería hablar de eso hoy. Solo quería inaugurar esta página para celebrar mi cumpleaños y poner un poco de orden en mi cabeza, aunque mi cumpleaños es el próximo finde pero, vendrá mi madre, me llevará a cenar por ahí, y no tendré tiempo para escribir nada; por eso he decidido adelantarme y hablar de mi cumpleaños hoy. Así que, al carajo; hablaré de las tías porque si hay alguna leyéndome seguro que le interesa. A las tías siempre les interesa saber qué pensamos de ellas, porque eso les da para horas y horas de conversación con sus amigas.




Foto: Marijo Grass


Pues, eso; me gustan las tías, pero no tengo ni idea de cómo abordarlas; además, en cuanto salga con una y quiera repetir, seguro que empieza a preguntar cosas de mi vida o de mi familia y, en cuanto sepa algo de lo que os acabo de contar, pensará inmediatamente que no soy un buen plan, y que no puede salir nada bueno de nuestra relación, a menos que tenga complejo de Wendy, y le de pena o algo, y quiera consolarme; creo que ya ha quedado claro que no quiero que me consuelen y acabar como… Da igual. De todas formas, las tías van a saco. No es como en la época de mi madre, que era al revés. Ahora las que se tiran todo lo que se les cruza por delante, con cuerpo de futbolista y corte de pelo trasquilado, son ellas; se lanzan como aves de rapiña y practican lo de aquí te pillo y aquí te mato.




Foto: Marijo Grass


Es como si el mundo se hubiera dado la vuelta y Australia hubiera pasado del culo a la cabeza del globo terráqueo; insisto, las que ligan son ellas. Bueno, mi abuela dice que siempre han sido ellas, pero en sus tiempos lo hacían de manera que parecía lo contrario. Además, no tengo cuerpo de futbolista, y mi pelo…mejor no hablar de mi pelo, así que no me planteo tener una relación con una tía. Si pudiera tener una relación me gustaría que fuera con Noe: Noelia Bermúdez; la conozco desde que íbamos a sexto y siempre ha sido amable conmigo. Me gusta desde que nos quedamos encerrados en la biblioteca, el año pasado, y nos pasamos la tarde hablando de pelis y libros. Fue ella la que me habló del mundo de los blogs, porque su hermana tiene uno; creo que ella no, y espero que no se entere jamás que he abierto el mío. Me pegaría un tiro si supiera que puede leer estas líneas, así que esto es como un secreto de estado. Solo lo sabe Chewbacca, y es un tío muy legal y no se lo va a contar a nadie. Además, soy su único amigo así que, ¿a quién se lo podría contar?

"Chewi, si estás leyendo esto estás avisado: te corto las pelotas como le pases el link de esta página a algún subnormal del instituto".




Foto: Marijo Grass


Y ahora resulta que AL, o sea mi bisabuelo, por si lo habíais olvidado, quiere presentarme a alguien para que tenga una cita. Esto es tan absurdo como una película de Jack Black, aunque a Chewie y a mí nos encanta esa en la que se queda magnetizado y borra las cintas de un videoclub, y después, él y su colega se dedican a hacer remakes casposos de grandes éxitos, como Cazafantasmas o King Kong; y acaba siendo un exitazo. Chewbacca está arreglando una especie de cámara, que era de VHS y nos encontramos en un contenedor, para que podamos hacer algo parecido. Dice que el VHS mola que te cagas. En fin, él es el técnico. Yo solo debo preocuparme por los guiones.




Rebobine, por favor. Michel Gondry. New Line Cinema 2008


— Bueno, ahí está —suelta AL señalando a una chica, de unos 17 y con cara de pan de molde, que se dirige hacia nosotros al llegar a una plaza del Casco Antiguo, donde se encuentra uno de los quioscos-librería que me gustan. En este momento, solo pienso en largarme y entrar allí a esconderme entre las revistas.
— ¡Hola, Señor Alfredo! Mi tía dice que en el sobre están todas las recetas; que tiene apuntado detrás cuándo se tiene que tomar cada cosa — exclama risueña poniendo su jeta de pan de molde en primer plano, delante de mis narices.
— Muchas gracias, guapa. Dile que me pasaré por la consulta en dos semanas. ¿Te apetece tomar una Coca Cola con nosotros? Me sabe mal que hayas tenido que venir hasta aquí para hacerme un favor.
— No se preocupe, que los sábados trabajo en ese quiosco —señalando MI quiosco —. ¿No se lo dijo mi tía? —. A joderse otra vez. Ahora no podré venir a mi quiosco favorito ningún sábado porque tendré que saludarla y comprar algo, en vez de quedarme una hora leyendo gratis y después salir como si nada, ni siquiera chorizar un cómic.
— Mira, este es mi biznieto. Se llama Alfredo, como yo —. Y la tipa se queda mirándome, me regala una sonrisa forzada y yo me encojo de hombros sin poder articular palabra, sintiendo como sube la temperatura de mis orejas y adquiero el aspecto de un Gremlin.
— No, gracias. Tengo que irme. Se lo agradezco pero, pásate cuando quieras por el quiosco si quieres y charlamos un rato —dirigiéndose a mí de nuevo.
Se da la vuelta y se va, moviendo un culo espectacular.
— Bueno, ¿Qué? ¿Qué te parece? —pregunta AL, tope contento.
— ¿Qué me parece? ¡Que te has pasado tres pueblos! ¿Nos vamos a la Fnac a por mi regalo?


¿No creéis que es una cabronada? En fin, después me ha regalado un vale de la Fnac para que me compre lo que quiera y, para compensarme, me ha invitado a comer en el Pizza Hut. También se ha disculpado, diciendo que tengo razón; que ya soy mayorcito para buscarme un ligue yo solo.


Bueno, no quiero seguir dando la brasa. Si has llegado hasta aquí y quieres dejar un comentario, no te cortes: rajar es muy sano.




Foto: Marijo Grass



PUBLICADO por EFE. 18:35 (6) comentarios:

ETIQUETAS: Neuras. Familia. Tías. VHS

AQUÍ RAJARON:

Chewbacca: Fredi, tío, ha quedado guay el blog pero, ¿no te ha dicho cómo se llama? ¡Podríamos ir el sábado que viene a pillar el último número de Los 4 Fantásticos al quiosco! Creo que se han pulido a la Antorcha Humana. Si no te mola me la presentas, que sabes que a mí si me gustan los culos y esta tía debe ser de mi tamaño. Podríamos preguntarle si quiere salir en nuestra película.

Anónimo: XD

Anónimo: ¡Capullo! ¿A quién crees que interesa tu mierda?

V de Vanessa: Yo soy hija de madre soltera y te entiendo perfectamente. Bienvenido a los Blogs. Te sigo:)

SúperPam: molan tus historias, pero te doy un consejo: no te enrolles tanto y ve al grano. La gente no tiene TANTO tiempo!!!

EFE: Chewie, tío, no me dejes esos comentarios aquí; utiliza el puto móvil.

21 de enero de 2011

UNA NAVIDAD ENTRE FANTASMAS. Segunda Parte


Foto: Marijo Grass



Al salir al exterior, observo, entre el follaje de los árboles, una luna llena de aspecto inquietante, como una bola de fuego a punto de derramar sobre la atmósfera algún tipo de revelación divina. Creo que es el decorado perfecto para el ritual vampiro de mi sobrina y sus amigos. Me parece ver a un tipo caminando unos metros delante de mí, casi al final de la calle, iluminada por dos grandes farolas que tiñen de rojo los muros de las casas colindantes; pero solo escucho mis pasos, rompiendo el silencio al aplastar pequeñas ramas secas que crujen bajo la suela de mis zapatos. Su figura se pierde entre las sombras cuando llega a lo más alto. Debemos ser los únicos que deambulamos por el pueblo mientras todo el mundo celebra la Nochebuena, aunque para algunos, como Malena, la noche no sea tan buena. Me pregunto por qué me habrá llamado, y qué pretendía su madre dejándome un mensaje antes de irse al otro barrio.




Foto: Marijo Grass



Tengo la sensación de estar escuchando mi nombre y el sonido atropellado de unos pasos acelerados. No soy una persona miedosa, no temo a la oscuridad, no creo en los espíritus en tránsito y trabajo en una serie maquillando zombies falsos pero, en este momento, supongo que por el cansancio y lo insólito de la situación, el ambiente me trae mal fario. Entonces, siento algo que golpea mi espalda produciéndome un escalofrío; me giro de repente y encuentro a Selva a mi lado.

—Joderr, nena. ¡Estás helada! ¿Qué haces aquí?
—Tía, lo siento, ¡pensaba que llevabas los auriculares puestos! Ha vuelto a llamar la Mala. Dice que cojas el maletín. Pensaba traerlo, pero lo has dejado abierto y no quería tocar tus cosas por si estropeaba algo. La abuela me ha dicho que saliera a buscarte…
—Uff, la próxima vez pegas un berrido o me llamas al móvil —respondo molesta; no porque me haya asustado, sino por tener que regresar a por la maldita maleta. ¿Acaso querrá Malena que mejore su aspecto, cuando se presente medio pueblo a ofrecer su condolencia? En fin, supongo que no es momento para contradecir sus deseos.

Al entrar en casa de nuevo, mi sobrina regresa al comedor y yo subo a la buhardilla a recoger mis trastos. Todavía tengo tiempo de pillar al vuelo la conversación que entretiene a mi familia; parece que la cosa va de epitafios.

—A ver, os lo voy a poner fácil —escucho a Noemí, con un tono bastante achispado —. Su melena marcó tendencia. Fue la más bella cornuda de América. Sus “friends” la hicieron rica y famosa y con su personaje forjó su leyenda, ja,ja,ja. ¿De quién se trata? —pregunta, riendo como una cacatúa.
—¡Alguna petarda de la tele! —exclama Archi.
—La de Brad Pitt; la Jolie no, la otra; la de antes —afirma Francisca, la hermana soltera de mi abuela, que devora las revistas de cotilleo desde hace más de seis décadas. Es capaz de recordar todas las bodas reales del Hola, los vaivenes de la saga Ambiciones en Lecturas, o los ARGG de Cuore; como el modelazo de carne de Lady Gaga; algo que, a ella, le pareció una auténtica cochinada.




Foto: Marijo Grass



Antes de salir me acerco a la mesa, cojo una servilleta y me sirvo unos makis de atún para entretener el apetito. Sin decir una palabra me dirijo a la puerta de entrada. Esta vez nadie presta atención excepto mi madre, que deposita en mi mano una botella de cava y confirma que mañana se acercará al tanatorio a despedirse de Guadalupe. Yo asiento de forma mecánica y me largo.




Foto: Marijo Grass



Durante todo el trayecto, regresan a mi memoria retazos de anécdotas junto a mi amiga de la infancia; entre otras cosas, cómo dejó de ser Malena y se convirtió en “La Mala”.

Nos conocimos en el colegio cursando la primaria. Sintonizamos enseguida; supongo que porque compartíamos el mismo karma: nuestras madres trabajaban en el centro; la suya en el equipo de limpieza y la mía como profe de matemáticas. A ella le disgustaba encontrarla, al finalizar la jornada, entrando en el aula cargada de escobas y trapos, dispuesta a recoger los papeles que dejábamos tirados; no sin antes echarnos la bronca por nuestro desorden, la cantidad de tinta que cubría los pupitres, o los chicles que encontraba pegados bajo las sillas. Yo pensaba que mi caso era peor: los profesores de matemáticas son demasiado duros, rara vez merecen la etiqueta de “guays”; y tener a mamá riñéndome en clase por equivocarme en las divisiones, delante de todos, contaba con un plus añadido: me sentía humillada; sumida, como de costumbre, en una constante contradicción; necesitaba sumarme a las quejas de la mayoría sobre la abominable profe, en los corrillos de patio que se formaban en el recreo, pero al mismo tiempo me fastidiaba que se metieran con mi madre. Así es como lo veía entonces.





Foto: Marijo Grass



Malena y yo nos hicimos populares por nuestro boicot permanente al sistema educativo y sus normas; con una salvedad: se me daban bien los Idiomas y era la mejor en Dibujo; ella, en cambio, tenía madera de líder, a pesar de que lo suspendía todo, menos Música y Gimnasia; solo brillaba en su rol de capitana del equipo de vóley o haciendo gamberradas, como tirar una bomba fétida en clase de Ciencias Naturales, antes de empezar un examen; poner insectos de gran tamaño en la ventana, para asustar a la pánfila que le había quitado un pupitre con vistas al patio, o pegar la rana muerta de un experimento bajo el borrador de la pizarra.





Foto: Marijo Grass



Era frecuente que acabáramos castigadas al finalizar el horario escolar con tarea extra. A veces nos pillaban por culpa de su risa escandalosa, que se desataba al robarme el cuaderno en mitad de una clase, cuando descubría mis caricaturas de los profesores, entre las que se encontraba la de mi madre. La cuestión es que nuestra relación se fue fortaleciendo y llegó un momento en que nos hicimos inseparables.




Foto: Marijo Grass




A nuestro tándem se sumaron las hermanas Montesinos: Marisa y Juliana. La primera repetidora: la mayor del grupo y la menos aventurera, pero con un carácter que, a veces, acojonaba. Siempre nos defendía y nos quitaba de en medio a las niñas pesadas; una especie de guardaespaldas. Juliana, en cambio, amaba los libros y pronto se ganó la fama de “chica rara”. En clase se pasaba la mayor parte del tiempo contemplando las musarañas, como si nada le interesara, pero después era capaz de permanecer dos horas leyendo en la biblioteca. Era muy buena consiguiendo información, como la fórmula casera de la bomba fétida, así que se convirtió en el cerebro en la sombra de todas nuestras gamberradas.

Solíamos quedar en casa de Malena a hacer los deberes, porque su madre también limpiaba la Caja de Ahorros y nos dejaba al cuidado de su hermana pequeña. Tenía otra de quince, Mireia, que trabajaba al salir del Instituto despachando en una carnicería. A Marisa, Malena y a mí nos encantaba pintarnos como puertas, cuando nos dejaban solas haciendo de canguro de Eva. Nos reíamos mucho bailando y cantando como si fuéramos estrellas del espectáculo. Juliana disfrutaba haciendo de público y criticando la función, mientras sostenía en brazos a la pequeña Eva.

Cuando llegaba el buen tiempo y se alargaba el día, nos íbamos a las pinadas en bicicleta. A veces quedábamos con algunos chicos, pero Juliana siempre se peleaba con ellos; decía que eran idiotas o aburridos y se marchaba la primera.





Foto: Marijo Grass



A los trece años, Guadalupe empezó a ocuparse de una anciana por las noches; Malena aprovechaba su ausencia para escaparse a la Discoteca en la que trabajaba su prima, encargada del guardarropa. Allí conoció a un tipo veinticinco años mayor que ella, que empezó a rondarla a menudo al salir de la escuela. Su madre puso el grito en el cielo al enterarse de la relación, pero el hombre empezó a ganársela poco a poco, apareciendo con grandes bolsas de comida o regalos, cada vez que la recogía para llevarla de paseo en su Ferrari.
La situación en la que se encontraba esta mujer, sola, a cargo de tres chicas y sin ayuda, le impidió rechazar a un pederasta en potencia, que hacía méritos para comprar a su hija pero, en aquellos tiempos, no se hablaba de esas cosas.





Foto: Marijo Grass



Malena no era buena estudiante, le gustaba divertirse y este señor la colmaba de caprichos. Él era dueño de un bingo y varios bares de copas en la playa. Cuando cumplió 14 años le regaló una pulsera de esmeraldas, que ella entregó a su madre para saldar sus deudas. Un año más tarde se casaron y a los 16 ya estaba embarazada. Lo primero que hizo fue prohibir el contacto con sus amigas; tanto ella como nosotras, quedamos desoladas. La tenía en su torre de marfil, educándola a su medida y, a pesar de tener dos criadas, la convirtió en su esclava, matando su adolescencia de golpe y obligándola a convertirse en esposa y madre abnegada. Mientras tanto, él viajaba y se divertía con su colección de amantes. Solía traerle algún regalo, aunque a veces llevaba grabado el nombre de otra. El día que comprendió dónde se había metido ya tenía dos hijos; decidió que era demasiado tarde para volver atrás; se sentía responsable de la calidad de vida que disfrutaban entonces su madre y sus hermanas; y eso no podía cambiar.




Foto: Marijo Grass




Ya he cruzado el cementerio y estoy atravesando la pinada. El tanatorio está al otro lado. Ha dicho que debo entrar por la puerta trasera. ¿Estará el cabrón de su marido con ella? Lo dudo. Imagino que veré a sus hermanas. ¿Y si no la reconozco? Lo peor de reencontrar amigos, después de tanto tiempo, es que los sientas como extraños, y compruebes cómo te ha tratado la vida echándoles un vistazo pero, yo me veo estupenda, todavía me queda un montón de años para divertirme y seguir dando guerra.

¡Vaya! Estoy escuchando voces. A lo mejor están llegando los colegas de Selva para iniciar los preparativos de su fiesta.


—¡Eh! ¡Oye! ¡Perdona! ¿Sabes por dónde se entra al tanatorio? —pregunta una chica, envuelta en un grueso abrigo de pelo, acercándose entre los pinos, seguida de otra más alta que carga una caja con botellas.
—Pero…tía, ¡qué fuerte! ¿No sabes quien soy? —acercándome a ellas eufórica, tras reconocer su voz, como si hubieran salido de mis recuerdos en ese preciso momento.
—¡¡¡ELISAAA!!!— . Juliana se abalanza sobre mi abrazándome con fuerza. Su hermana, que camina tras ella, deposita las botellas en el suelo y se une a nosotras gritando emocionada.
—¡Madre mía, qué pasada…! ¡Es alucinante que nos tengamos que encontrar aquí; en Nochebuenaaa! —vocea Marisa, que parece haber perdido 20 años en los últimos segundos y no para de dar saltos de alegría como una niña.
—¡Supongo que os ha llamado la Mala! —exclamo.
—Pues sí, pero ya nos habíamos enterado —continúa Marisa —. Mi marido trabaja en una ambulancia y ha tenido que venir a por Eva, la pequeña, que le ha dado un bajón de azúcar con todo el mal rollo y la han llevado a Urgencias. La acompañaba Mireia, así que Malena está sola arreglando a su madre.
—Estábamos empezando a cenar y… —empieza Juliana.





Foto: Marijo Grass




—¡Menuda putada para Malena! —exclamo.
—Ella lo sabía, aunque para esto nunca se está preparada. Hace seis meses le diagnosticaron un cáncer terminal a Guadalupe, y la mujer no ha querido quimioterapia ni nada. Total, solo conseguiría alargarlo tres meses, y encima pasándolo fatal. Así que se ha dedicado a viajar y disfrutar lo que le quedaba. Lo sé porque me la suelo encontrar en el mercado. Bueno, ya no. Gracias a ella he tenido noticias de Malena en los últimos años —explica Marisa.
—Y, ¿cómo está? —pregunto.
—Ni idea. Sus hijos mayores y ella jodida en su casa de lujo viendo pasar la vida.
—¡Qué pena! Y vosotras ¿qué tal?
—Yo trabajo en una biblioteca pública de Madrid y…¡ voy a publicar mi primera novela! —exclama Juliana eufórica.
—¡Qué guay! ¡Cuánto me alegro! —respondo alborozada —. ¿Y tú? —dirigiéndome a Marisa.
—Tengo un pequeño negocio de mensajería, una niña de 5 años, más fashion victim que la de Katie Holmes, y un marido técnico sanitario que no aterriza mucho por casa. ¿Quieres ver a mi nena? —enseñándome una foto en el móvil.





Foto: Marijo Grass




—¡Qué mona! ¡Se te parece un montón!
—Oye, y ¿qué tal tus cuadros? ¿Te has convertido en una pintora famosa? —interrumpe Juliana.
—¡Qué va! ¡Maquillo zombis, tía! Bueno, trabajo en películas, bastante malas; pero, ¡lo paso bien! —respondo, sin querer extenderme demasiado.
—Creo que deberíamos entrar. La Mala nos espera impaciente —concluye Marisa.
—¿Sabéis de qué va el asunto de la nota? — pregunto a ambas.
—Parece que su madre ha dejado una carta y quería que la leyera delante de nosotras —me informa Marisa.
—¡Ah!
—¡Venga, vamos! —exclama Juliana.





Foto: Marijo Grass




Accedemos al interior del tanatorio, iluminado con luces fluorescentes, donde reina un silencio sepulcral. La paredes están forradas de mármol blanco, lo que le confiere un aspecto frío y nada acogedor, con la excepción de unos sillones tapizados en piel marrón que, a pesar de estar muy viejos, parecen cómodos. A ambos lados de un gran pasillo central se ubican las estancias que albergan los muertos, con su capilla individual y una salita para familiares y amigos. Me temo que esta noche no tienen mucha compañía.

Empezamos a investigar el paradero de nuestra amiga curioseando por las salas. De repente, se abre una puerta al fondo y aparece ella, con un precioso y discreto traje de color berenjena y unos tacones negros de aguja. La veo muy guapa, pero demasiado… mayor; parece una gran señora, no sé. ¡Joder, solo tenemos 35 años! ¿Qué fue de aquella niña díscola, ingeniosa y divertida? Al observarla, mientras se acerca a nosotras, se me encoje el corazón y me invade una profunda ternura. Me echo en sus brazos y no puedo evitar que broten lágrimas de mis ojos; por Malena, por nuestra infancia feliz y por su adolescencia perdida. Marisa y Juliana se suman al abrazo y, por un instante, siento que todas recordamos la profunda conexión que tuvimos de pequeñas.




Foto: Marijo Grass




—Bueno, ¡ya estamos todas! —exclama Malena, limpiando sus lágrimas con un pañuelo que lleva en la mano.
—Cariño, ¡siento mucho lo de tu mamá! — exclama Marisa ofreciéndole una caricia. Juliana y yo asentimos con la cabeza.
—¡Yo siento estropearos la cena de Nochebuena! Ella estaba esperando este momento. Ayer se compró un vestido nuevo y… —. Intenta contener las lágrimas pero está claro que necesita soltarlo todo —. Y lencería fina, joder, para que se la pusiera cuando llegara su hora —. Se queda pensativa con los ojos mirando al infinito; nosotras guardamos silencio para recoger su pena —. Quería que la vieran como una dama, sin la ropa de trabajo que ha llevado toda su vida. Incluso, encargó en la bodega un montón de botellas de vino y cava, para que ofreciéramos copas en su velatorio.
—¡Tu madre es… era la ostia! —exclama Marisa, pero se calla enseguida avergonzada por sus palabras.
—Hace días que había empeorado y sentía que se apagaba, pero no estaba triste —continua Malena como si no hubiera escuchado nada —. Ha dejado todos sus asuntos en orden; le ha regalado su ropa buena a las amigas y, esta tarde nos ha reunido a las tres hijas para despedirse. Después ha querido que estuviéramos ella y yo solas; me ha dado una carta, y me ha pedido que os llamara y que la leyera delante de vosotras. Luego se ha quedado dormida pero, unos minutos más tarde me he dado cuenta que estaba fría.
—¡Qué fuerte! —exclamo.
—¡Qué grande, Guadalupe! —añade Juliana.
—Bueno chicas, ¡al lío! —se recupera Malena con un gran suspiro —. Vamos a verla y a abrir una botella en su honor. ¡Es lo que ella quería! — exclama, con una voz a mitad de camino entre la risa y el llanto.
—Yo también he traído refuerzos —apunta Marisa, señalando su caja de bebidas —. Me lo pidió tu madre hace una semana.


La seguimos en silencio hasta la capilla. Allí está postrada en su ataúd Guadalupe: la Lupe, como la llamaban sus amigas. Lleva un vestido precioso, con un chal de seda sobre los hombros, sujeto con un broche de oro en forma de libélula; y zapatos de tacón. Parece que esté dando una cabezadita antes de ir al teatro, o algo así.

Malena descorcha una botella de cava, y el tapón sale disparado estrellándose contra la imagen de un santo, que preside un altar detrás de su madre, al que deja tuerto del impacto. Ninguna de las cuatro podemos contener la risa. El incidente nos relaja y permite que, a pesar de la situación rocambolesca, recuperemos el ánimo. La botella nos dura cinco minutos. Juliana enciende una chimenea que hay frente a los sillones. Por fortuna, el último que la utilizó no consumió toda la leña. Nosotras continuamos bebiendo. Finalmente, Malena, bastante más entonada, saca de su bolso la famosa carta:





Foto: Marijo Grass




“Hija mía, si estás leyendo esto, es porque ya estoy más tiesa que un repollo. Sabes que no se me da bien escribir, que ya me hubiera gustado tener estudios, así que no te voy a soltar ningún sermón y voy a ir al grano. Espero que hayas podido encontrar a tus amigas, y que estéis bebiendo ese cava tan rico que os he comprado. Quiero que ellas sean testigos de mis palabras, para que te animen a dar el paso. A vosotras: Eli, Juliana y Marisa, os vi crecer, y os quise como si fuerais mis hijas. Ahora me gustaría que ayudarais a Malena a cambiar su vida.





Foto: Marijo Grass



Cariño, no sabes cuanto siento lo que te hice. Nunca debí dejar que te llevara ese hombre, que perdieras tu juventud por mi egoísmo. Ya sé que es el padre de tus hijos pero, nunca has sido feliz a su lado; me parece que va siendo hora que le des la patada en el culo y empieces de nuevo. Todavía eres joven, y muy guapa. Estoy segura de que podrás encontrar a alguien que te haga reír con ganas; algún chico de quien te enamores y te corresponda; y si no encuentras ninguno siempre será mejor estar sola, sin aguantar a ese viejo que te ha amargado la vida, y que dentro de cuatro días lo que necesitará es una enfermera que lo cuide. Tú ya has cumplido; tus hijos son mayores, así que hazme el favor de divorciarte y emplear tu tiempo en algo que te guste.


¡Perdóname, mi amor! Y, por favor, dile a tus hermanas que no lloren, que yo estaba harta de mis dolores, que lo he pasado bien y que ahora estoy tranquila. Lo único que me fastidia es no poder tomar con vosotras una copita de cava.



Elisa, mi niña artista, no tengas miedo a enamorarte; a aceptar el compromiso de una relación. Ya sé que a ti te gusta andar de flor en flor. Siempre te has sentido un bicho raro; pensabas que tu madre era muy dura y no te hacía mucho caso. Eso no es verdad. Tu familia te quiere muchísimo. No escondas tu ternura ni tu arte, que tú vales mucho. Y ahora, si no te importa, ¿me podrías arreglar como una estrella de cine? No quiero que me vea la gente con esta cara de muerta; estoy segura que no me favorece mucho.



Juliana, espero que triunfes con tus novelas; te lo mereces, cariño; siempre has sido muy lista. Y no te preocupes que todo el mundo sabe que eres bollera. Que no te de apuro traer a tu novia al pueblo, que hoy en día es ridículo que te angustien esas cosas. Tu madre tiene ganas de conocerla, así que a ver si le das ese gusto.



Marisa, no seas tan dura con tu marido. Ese hombre te quiere con locura y a la niña también; trabaja mucho, y el pobre chico no pasa con vosotras el tiempo que le gustaría. No pienses que se va al bar con los amigotes cuando termina su jornada en la ambulancia. Es un hombre bueno, y eso es muy difícil de encontrar. Muéstrale lo mucho que lo quieres y no seas tan celosa; él necesita que se lo recuerdes.



Ahora, queridas mías, a emborracharse a mi salud, y yo, a descansar en paz”.




Foto: Marijo Grass



Nos hemos quedado en estado de shock . Malena y Juliana parecen estatuas. Marisa se levanta y rellena las copas. Yo voy a buscar mi maleta para maquillar un cadáver. Justo al revés que en mi último trabajo. Una hora más tarde, después de contarnos mil historias, borrachas como cubas, decidimos salir a tomar el aire. En el exterior encontramos la fiesta de mi sobrina y sus amigas vampiras, que han llenado de velas la pinada y se han colocado alrededor de un círculo de luz. Están guapísimas con sus trajes de gala y sus capas, luciendo sus marcas de iniciadas. Selva está en el centro, como una diosa, invocando los 4 elementos: tierra, agua, aire y fuego. Un poco más lejos, entre las sombras de los pinos, observo un montón de figurantes. Estoy segura que, los que van a pernoctar en el tanatorio esta noche, están encantados con el espectáculo. Al fin y al cabo, es Nochebuena; ellos también merecen celebrarlo.




Foto: Marijo Grass



Sus colegas se acercan al círculo y lanzan al espacio unos globos, que contienen los deseos de sus espíritus humanos en proceso de transformación, para concluir el ritual de las Hermanas Oscuras. Nosotras nos fundimos en un fuerte abrazo y, a continuación, brindamos una vez más por Guadalupe, por el reencuentro, por enterrar los fantasmas y superar todos y cada uno de nuestros miedos.





Foto: Marijo Grass

13 de enero de 2011

UNA NAVIDAD ENTRE FANTASMAS. Primera Parte

Foto: Marijo Grass


24 de diciembre. 5:30 AM


Mi móvil está sonando.

— ¿Bajas?
— ¡Un segundo!
— Estoy en la esquina.
— OK.


Menos mal que puedo confiar en él. Si no me hubiera despertado hace 25 minutos, seguro que no llegaba a tiempo.


— ¡Buenos días, guapa!
— ¡Hola, Raúl!
— ¿Adónde vamos, Eli?
— A la T1.
— ¿Familia o trabajo?
— ¿Tú que crees?
— ¡Que necesitas unos días de descanso!
— Regreso el domingo. ¿Podrás recogerme?
— ¿A qué hora?
— A las 4…¡De la tarde!
— Tengo el turno de noche, pero por ti puedo hacer un excepción.
— ¡Gracias! ¡Eres un sol!


Me abrocho el cinturón y me acomodo en el asiento trasero, dispuesta a aprovechar el trayecto para dar una cabezadita. Estoy agotada; maquillar zombis durante 3 meses, 16 horas al día, en un plató sin calefacción, me ha dejado con su mismo aspecto. Ya sé que no debería quejarme porque tengo trabajo; y eso, hoy en día, es como un lujo asiático. Además, he aprendido mucho de la gente que se ocupa de los efectos especiales pero, hace siglos que no echo un polvo en condiciones y, pasar tanto tiempo en un decorado, rodeada de muertos vivientes, aunque sean falsos, no me pone mucho.


Foto: Marijo Grass



Adoro a mi familia, pero daría lo que fuera por descansar en mi fin de semana libre. Ya lo sé: es Nochebuena; no puedo faltar a la cita o le daré un gran disgusto a mis padres. Lo que más me apetece es dormir todo el día y, a continuación, llamar a alguno de mis amigos con derecho a roce, y sin prótesis ensagrentadas cubriendo el rostro, para que me regale un buen masaje o un rato de diversión.




Foto: Marijo Grass



Raúl es especialista; nos conocimos en una serie de polis hace un par de años; es capaz de dar tres vueltas de campana a un coche y salir ileso. Cuando no tiene trabajo conduce un taxi. Una vez intentó ligar conmigo pero no hubo química; solo le interesan los vehículos, jugar a la Play y el fútbol; yo prefiero hablar de cine o de música con los tíos que meto en mi cama después de un largo día de rodaje.


— ¡¡¡OSTIAAA!!! ¿¿¿QUÉ COJO…???
— ¡¡¡RAÚUULL!!!


¡Madre mía! ¡Estamos en la cuneta en sentido contrario! Me parece que hemos chocado porque estoy babeando sobre un airbag.


— ¡Raúl! ¡Raúul!
— Tranquila, estoy bien. ¿Y tú?
— Bueno… Más o menos… ¿Qué ha pasado?
— ¿De verdad estás bien?—. Raúl me quita el airbag de encima y me regala una caricia un poco brusca apartando el pelo de mi cara—. Espera un momento…—. Sale del coche y se adelanta unos metros. Yo lo imito para comprobar si responden mis piernas; me quedo junto al taxi observando el desaguisado.


¿Cómo se puede producir un accidente múltiple, antes de las 6 de la madrugada, camino del aeropuerto? Menos mal que iba con un conductor experto. ¡Uff! ¡Qué mal rollo!

Al cabo de 10 minutos regresa mi colega. Hay un montón de gente cabreada, 4 coches con la carrocería aplastada y, por fortuna, ningún muerto, pero sí algunos heridos. Parece que haya regresado al rodaje. Tengo la sensación de estar rodeada de figurantes, aunque, la verdad, no los veo por ninguna parte.


— He llamado a Emergencias. Me parece que un par de tíos se han roto algo. Puede que alguien más se haya hecho daño. ¡Joder, la gente es la ostia! Se quedan pasmados mirando pero no se les ocurre sacar el puto móvil para pedir ayuda.
— Pues, entonces, vámonos. Si pierdo el avión no llegaré a casa a tiempo.
— ¡Como quieras! Rellenaré el papeleo a la vuelta.


Nos ponemos en marcha; me empiezo a sentir fatal, y no porque me haya hecho daño, ni por el susto o la conmoción. De repente me siento culpable por haberme quedado como los figurantes, contemplando el suceso sin hacer nada. Hace unos meses, una productora para la que estaba trabajando, nos regaló a unos cuantos un curso de primeros auxilios; yo preferí meterme en un cine de barrio a ver una reposición de Nothing Hill. Ahora me arrepiento; seguro que hubiera resultado más útil que contemplar por enésima vez al guaperas de Hugh Grant; sobre todo porque esa peli la programan en la tele tantas veces como la otra de la Roberts, haciendo de cenicienta y rescatada por el príncipe que interpreta Richard Gere. ¡Argg! ¿Por qué recuerdo estas gilipolleces? Hace un momento podía haber vivido mi último aliento aplastada entre hierros. Tendría que haber visto mi propia película a cámara rápida, y después quedarme vagando por la carretera como un espíritu en tránsito, hasta que llegara Jennifer Love Hevitt y me enseñara a encontrar “la luz”, o lo que sea.





Entre Fantasmas. Creada por John Gray. ABC/CBS


Al cabo de unos minutos nos cruzamos con la Guardia Urbana; también escuchamos el sonido de una ambulancia. Respiro profundamente y me acomodo de nuevo un poco más tranquila. El incidente me deja pensando en la fragilidad de la vida; gracias a Raúl parece que hoy no era mi día; y los figurantes, que no he visto, se quedan sin trabajo.




Foto: Marijo Grass



Regresar a casa por Navidad me produce una cierta contradicción. Soy la tercera de 5 hermanos y siempre me he sentido entre dos bandos: ni pequeña ni mayor; a pesar de haber cumplido los 35 y ser la única que no tiene pareja ni descendencia, algo que unos reprueban y otros envidian, según el momento que atraviesen con sus respectivas familias. Cuando llegan estas fechas siempre me cambia el humor; puedo levantarme eufórica y acabar el día deprimida, y viceversa.

Me gusta compartir las fiestas con mi bulliciosa tribu, pero al mismo tiempo deseo que termine todo y largarme corriendo a continuar con mi vida.

Mientras espero a que anuncien la inminente salida de mi vuelo, me quedo unos instantes contemplando la salida del sol, que irrumpe con violencia inundando de rojos el horizonte, después de una horrible semana de lluvias que han traído de cabeza a nuestro director de fotografía.




Foto: Marijo Grass



Me pregunto cómo estará Raúl y la gente que he dejado abandonada en la autopista. Supongo que el accidente les ha estropeado las vacaciones. Espero que se recuperen pronto y den gracias a su hada madrina. Éste podría haber sido nuestro último día.




24 de Diciembre. 9:30 AM. 800 Km. al sur del Mediterráneo.


Archi, mi hermano mayor, me recoge en el aeropuerto. Le pregunto por Nora y los niños; su respuesta es resoplar todo el tiempo, como buen adicto al trabajo que se agobia cuando las obligaciones familiares lo mantienen alejado de la empresa y sus hijos lo dejan sin aliento. Media hora más tarde llegamos al pueblo; hace rato que la conversación con mi hermano ha llegado a un punto muerto.





Foto: Marijo Grass



Al entrar en casa, mi padre me recibe con un café en la mano y su tradicional abrazo de oso. Mi madre, en cambio, me ofrece unas tostadas con aceite de oliva y me pregunta si ya tengo novio. Sin esperar respuesta alguna solicita mi ayuda para preparar el evento. Mi hermano pequeño llegará justo para cenar y las chicas han salido con los niños a dar un gran paseo.




Foto: Marijo Grass



Me entretengo un par de horas en el mercado contestando la felicitación navideña de gente que no recuerdo; observando la cantidad de paradas que lucen un cartel de traspaso o el cierre de negocios por jubilación, o porque sus dueños se han ido al otro barrio. Me da la sensación de que mi pueblo agoniza y ha dejado de hacer honor a su nombre: El paraíso; y no solo por la crisis. El ambiente que respiro me resulta caduco, envejecido y austero. Cuando era pequeña la gente vivía del turismo, por su proximidad al mar, un famoso balneario que hoy se cae a pedazos por falta de mantenimiento, y los sanadores bosques de pinos. Ahora, los mayores van desapareciendo y la mayor parte de los jóvenes se ha ido. Decido comprar frutas y verduras frescas para hacer una ensalada y un pavo para la cena, además de un montón de gambas, chipirones y cangrejos. Tienen una pinta estupenda; seguro que están para chuparse los dedos.




Foto: Marijo Grass



Al terminar de comer, antes de que mamá me reclame en la cocina para rellenar el pavo, decido subir a mi habitación para echarme en la cama un rato, pero mis planes se vienen abajo al cruzarme con una de mis sobrinas en la escalera.


— Eh, Elisa, ejem, tía ¿has traído tus pinturas?— pregunta Selva, que tiene 14 años y hace honor a su nombre porque, según mi hermana Sofía, desde que va al Instituto no deja de meterse en líos y entrar en su habitación es como atravesar el Amazonas. La verdad, no sé de qué se queja; ella le puso ese nombre porque se quedó preñada del canalla de su clase que tenía por novio, en el viaje que hizo a Perú al terminar la carrera. El tipo salió pitando de su vida al enterarse; se largó a Suecia con la excusa de que había conseguido un curro maravilloso pero, lo que deseaba era eludir su responsabilidad e instalarse en un país en el que abundan las rubias con buenas tetas.

— Sabes que siempre viajo con mi maleta. ¿Por qué lo dices? ¿Quieres que te maquille como una princesa para la cena?— propongo a mi sobrina, intentando anticipar sus deseos.
— Bueno, en realidad… Me gustaría tener el aspecto de mi nueva identidad. Ahora soy una vampira— responde, como si se tratara del club de fans de un ídolo adolescente.
— ¿Vampira? ¡Ah!— exclamo, asintiendo con la cabeza, igual que si hubiera obtenido un mérito escolar.
— De momento, solo una iniciada.
— Entonces, ¿estás muerta?— pregunto, midiendo mis palabras para no ofenderla ni parecer demasiado carca.
— Los vampiros no están muertos, solo han cambiado.
— ¿De verdad?
— Espero que no hables del asunto por ahí. Ya sabes que en el pueblo la gente se pone a rajar y te señalan con el dedo, aunque mi madre lo sabe. Me pilló chupando la sangre de Marisa cuando se pegó una ostia con la bici. También hemos creado nuestra propia Casa de la Noche
— ¡Ah!— exclamo otra vez, sin tener ni remota idea de lo que me habla. Ella se percata y me pone al día.
— Empecé en esto después de leer a Stephanie Meyer y entender algunas cosas que estaban pasando en mi vida, y no sabía por qué. Después, con Morganville, lo vi claro. Ahora, en la Casa de la Noche he descubierto el camino; estoy dispuesta a convertirme en la líder de las Hermanas Oscuras. A las 12, cuando mamá se vaya con los abuelos a la Misa de Gallo, hemos quedado con los chicos en la pinada que hay detrás del cementerio, para hacer el Ritual de la Luna Llena. Vamos a celebrar el Consejo de las Hijas Oscuras y…¡necesito tener las marcas de una iniciada!
— ¡Vaya! Eso suena muy… ¡importante!
— El otro día fuimos a ver a Toni, el de la tienda de tatuajes que hay detrás de la discoteca pero, como conoce a mi madre, es más, creo que se la ha tirado alguna vez, dijo que necesitábamos su autorización y, claro, mamá se puso como una fiera. Más tarde, la abuela la calmó y nos prometió que tú podías hacerlo igual de chulo con maquillaje, y quedaría guay en el ritual; por lo menos hasta que me salgan las marcas de verdad, y eso lleva su tiempo. ¿Me ayudarás? ¡Porfi, porfiii!




Foto: Marijo Grass



Al cabo de diez minutos aparecen los amigos de Selva trayendo sus diseños. ¿Quién me mandará viajar siempre con mi maletín de trabajo a cuestas?
Me quedo mirando a las chicas y sus amigos con cierto recelo pero, los veo tan excitados que decido divertirme un rato como si fuera uno de ellos.




Foto: Marijo Grass



24 de diciembre. 9:00 PM. Buhardilla de la casa familiar.


Estoy terminando el último de los tatuajes falsos cuando unas voces nos llaman desde el piso de abajo, sonando por encima de un horrible disco de villancicos. La mesa está lista para 23 comensales. Como cada año, mi padre ha cambiado la distribución de los muebles montando un tablero gigante para la ocasión. La mayoría sostiene una copa y está empezando a tomar el aperitivo. La abuela ocupa su sitio preferente; se ha apropiado de una botella de Ribeiro y unos chipirones recién hechos para ella sola. Dice que la obliga su religión, por si al final resulta que está celebrando su última cena. Esta semana ha asistido a tres misas de difuntos por tres vecinos del barrio, y si le llega su hora prefiere que sea con la barriga llena. Sus hermanas se persignan al escucharla y la imitan, sirviéndose una ingente cantidad de gambas.




Foto: Marijo Grass



Adrián, mi hermano pequeño, que trabaja en Urgencias como internista y, por primera vez en años, no va a currar en un día complicado por los excesos que comete la gente, propone un juego para animar la tertulia. A él le fascinan ese tipo de programas en los que especulan sobre enigmas universales, misterios sin resolver o fenómenos paranormales. Quiere que aportemos alguna curiosidad sobre el número 23.


— ¿Por qué el 23?— pregunto.
— Es un número que quita el sueño a mucha gente en el mundo entero— responde.
— ¡Qué chorrada!— exclama Sofía, con su frustración habitual.
— Si sumas los dígitos de la fecha en que ha sucedido cualquier desastre de dimensión planetaria, te sale el 23— replica mi hermano pequeño.
— ¡No fastidies! Es solo un número— apunta Marcela.
— Pero un jodido número, que puede joder a la humanidad entera— continúa mi hermano.
— ¡Vale ya! Vas a asustar a los niños— interviene mi cuñada Noemí.
— ¿Habéis visto la peli del 23?— apunta Archi, que acaba de entrar con una botella de vino en cada mano.
— ¿Qué peli?— pregunto yo interesada.
— Una de Jim Carrey, de un tipo que se obsesiona con una novela titulada “El número 23” , se queda pillado en esa paranoia y le pasa de todo— explica.
— Un rollo pretencioso, en plan satánico, para tíos que se comen la olla porque su polla no tiene el tamaño adecuado— suelta la gruñona de Sofía.
— ¡En mi casa no se dicen tacos!— exclama mi abuela, que parecía ajena al discurso y casi se atraganta con un chipirón.
— No son tacos, abuela, solo ha dicho ¡polla!— interviene Archi, con su tono socarrón característico de hermano mayor.
— ¡Mola mazo esa peli!— apunta Selva eufórica, apartando el pelo de su cara para lucir sus marcas de iniciada.
— ¿Cuándo has visto ese bodrio?— pregunta su madre.




El número 23. Joel Sumacher. New Line Cinema . 2007



Mi papá, que lleva un rato entrando y saliendo de la estancia, se detiene sin soltar los cangrejos y afirma:


— Tenemos 23 discos en la columna vertebral— intentando que los comentarios idiotas sobre una mala película no acaben sublevando a la familia en nuestra reunión anual.
— A Julio César lo asesinaron con 23 puñaladas— aporta Sofía, que le gustan las novelas históricas, un poco más relajada. Creo que la afición a la lectura es lo único que ha heredado Selva de ella.
— En una habitación con 23 personas, existe un porcentaje mayor al 50% de que dos personas compartan el mismo día de nacimiento— asegura mi madre, haciendo su entrada triunfal con el pavo, ofreciéndome un gran cuchillo y una especie de tridente para que le haga los honores.
— ¡Anda ya!— exclamo yo, empuñando mis nuevas armas.
— Berta y Celia nacieron el mismo día— nos recuerda Noemí, alzando su copa de vino, como si brindara por haber cumplido con su deber maternal.
— ¡Joder, pues claro, son gemelas!— . Y las niñas, que escuchan su nombre, se reúnen con más niños acampados bajo la mesa, creyendo que las han pillado in fraganti sirviéndose otro vaso de Coca Cola; que les encanta pero la tienen prohibida porque les produce descomposición.
— Y, ¿qué porcentaje hay para que compartan el día de su muerte? — pregunta mi sobrina, la vampira.


En el momento en que me empiezo a pelear con el pavo y los adultos han tomado asiento, suena el teléfono y todo el mundo se queda callado.


— ¿Quién es el gilipollas que interrumpe la cena de Nochebuena?— suelta Archi.
— Anda, nena, coge el teléfono, no sea que pase algo y no nos enteremos— indica mi madre a una de mis sobrinas pequeñas.
— ¡A ver si nos hemos quedado sin jardinero! Ayer no vino a trabajar porque tenía ciática— suelta mi abuela.
— ¡Es para ti!— exclama la niña, ofreciéndome el aparato.


Le traspaso el cuchillo a mi madre y salgo fuera extrañada. ¿Quién puede tener este número si hace siglos que no vivo aquí?


— ¿Sí? ¿Hola?
— ¿Eli? Eli, soy la Mala…Malena Delgado—. Me quedo congelada unos instantes y, ante su insistencia, reacciono.
— ¡¡Ma, Malena!!— exclamo sorprendida y tartamudeando al reconocer su voz—. Ho, Hola. ¡Cuánto tiempo! ¡Estaba empezando a trinchar el pavo!
— Elisa, siento llamarte ahora… Después de tantos años… Mi madre ha fallecido esta noche. Necesito que vengas.
— ¿Ahora? Iba a… ¿Dónde? Mmn, siento lo de tu mamá…
— Por favor, tienes que venir, ¡ahora!— exclama sollozando—. Es su última voluntad. También te ha dejado una nota.
— ¿Cómo? ¿A mí? Bu, bueno… ¿Adónde quieres que vaya?
— Al tanatorio. Puedes entrar por la puerta trasera del cementerio, al otro lado de la pinada— me explica un poco más calmada.
— Está bien. Voy para allá.


Regreso al comedor y anuncio:


— Se ha muerto Guadalupe. La Mala me espera. Tengo que irme.

Recojo mi abrigo y, ante la mirada estupefacta de toda mi familia, abandono la casa.





Foto: Marijo Grass


CONTINUARÁ