8 de abril de 2011

NECESITO QUE ME QUIERAN

Foto: Marijo Grass


Pero, ¿qué haces aquí? ¿No habías quedado con el borde de tu novio?

—Aurora, no seas desagradable. Debe estar a punto de llegar…

—Son las cuatro y media. En este país se come tarde pero, esto es un plantón de primera. Me has obligado a cancelar mi clase de yoga para que me ocupe de mamá; y tú, mientras tanto, esperando a ese imbécil. Pasa de él YA; y ve a celebrarlo con tus amigas.

—Seguro que se ha retrasado por algo, tiene el teléfono en el vestuario y…

—Y te ha dejado más colgada que un chorizo el día de tu cumpleaños; después de levantarte a las 6 a entrenar a sus clientes, para que él pudiera descansar; y ni siquiera se molesta en enviar un mensaje.

—¿Qué tiene de malo echar una mano?

—Nena, ese tío es un capullo integral; y tú empiezas a parecer su Geisha, o su madre, que es mucho más grave.


Foto: Marijo Grass


Un móvil nos interrumpe. Mi hermana se aleja unos metros a atender su llamada. Sus palabras me dejan un sabor amargo. Desde que se ha independizado me atormenta casi a diario. La verdad es que llevo dos horas esperando pero…, yo quiero a Pablo. Él no es así; lo que pasa es que tiene mucho trabajo, por eso no ha podido llamar. Ella no piensa lo mismo. Dice que voy a acabar sola y deprimida como nuestra madre.




Foto: Marijo Grass


De repente me acuerdo de mi cuarto cumpleaños, cuando mi tío Paco, tras soplar las velas de la tarta, me preguntó:

—Laura, bonita, ¿tú qué quieres ser de mayor?

A esa edad no tienes muy claro el significado de esos puzzles con dibujos que representan oficios clásicos como vendedora, enfermera o maestra, pero yo respondí sin más dilación:

¡Quiero ser mamá!




Foto: Marijo Grass


Aprendí a caminar a los once meses, arrastrando un cochecito de juguete con un bebé que llevaba un body igual que el mío. La llegada de mi hermana, después de que mi padre se fuera de casa, tras mi quinto aniversario, me proporcionó un training completo como cuidadora de bebés. Resultaba más divertido porque la muñeca lloraba, comía y hacía caca de verdad, con olor y todo.




Foto: Marijo Grass


Pero no resultó fácil, especialmente para mamá, que se puso de parto a los ocho meses, en el cine de mi barrio, durante la proyección de La bella durmiente; justo en el momento en que Maléfica, convertida en dragón, pretende evitar que Felipe, que se ha escapado con la ayuda de las tres hadas buenas, llegue al castillo a despertar a su amada. En ese momento los niños gritamos asustados, al contemplar las llamaradas asesinas acompañadas de los acordes terroríficos de Tchaikovsky. La cuestión es que mi madre rompió aguas y también empezó a gritar. Yo me quedé sin ver el beso, el famoso vals y lo de “…comieron perdices”, y mi hermana cargó con el nombre de Aurora hasta el día de hoy.




Foto: Marijo Grass


Y digo “cargó” porque, a pesar de que parece un calco de esa princesa, siempre se ha avergonzado del personaje que inspiró su bautismo; le parecía una mema, sin personalidad ni aspiraciones en la vida que no fueran adorar a un maromo tan insulso como ella. En eso no coincidimos porque yo sueño con un príncipe que me quiera toda la vida, y ella se aburre de sus conquistas en menos tiempo del que tarda en hacerse una depilación. No sé si es cosa de la edad, o si yo nunca he tenido “esa edad”: la que dispara las hormonas y te obliga a cambiar de novio para evitar una indigestión.




Foto: Marijo Grass


Crecer con una madre afligida por el abandono, fomentó mi rol de cuidadora oficial. En aquél momento pensé que mi lugar en el mundo estaba donde pudieran necesitarme; por eso decidí estudiar Fisioterapia, luego Osteopatía, y desde hace un año soy instructora de Pilates. Ahora trabajo en un gimnasio, en el que tengo una colección de clientes que me permiten pagar mis gastos. Yo los quiero como si fueran de mi familia; ayudar a sanar su vida me satisface. La mayoría me cuenta sus problemas mientras les machaco a hacer abdominales, o les enseño ejercicios de reeducación postural; y ellos agradecen que les escuche. Unos meses más tarde también agradecen que les haya machacado a hacer abdominales porque la ropa les sienta mejor y eso les sube la autoestima; entonces siento que la gente me quiere y me sube la autoestima también, aunque lo que me gusta de verdad es trabajar con los bebés.




Foto: Marijo Grass


Dos tardes a la semana presto mis servicios, de forma altruista, en un centro de recuperación funcional que depende de los Servicios Sociales. Mi madre dice que así no llegaré muy lejos, porque rechacé trabajar en una clínica privada, con un sueldo decente y vestuario de marca, donde traen a los niños las canguros; y a las canguros solo les interesa que termine la sesión para devolver los bebés y largarse corriendo a pasear con su novio.




Foto: Marijo Grass


Aurora regresa a mi lado y empieza a importunarme otra vez. Seguro que tiene la regla y está descargando su malestar conmigo.


—¿Se puede saber qué has visto en ese tío? Es egoísta y aburrido. Estoy convencida que ni siquiera tiene buen polvo.

—Supongo que podría ser mejor, pero es culpa mía. No tengo TANTA experiencia como tú…

—Laura, te pasas la vida agradando a los demás. ¿Qué pasa contigo, con TU FELICIDAD?

—Él me necesita…

—¿Es lo que quieres: un tipo que solo se acuerda de ti cuando te necesita?

—¿Por qué tienes que agobiarme el día que cumplo 25 años?

—Alguien debe decirte las cosas como son. Hoy se ha presentado la oportunidad. Venga, vamos, te invito a tomar algo.

—Está bien pero, pago yo.

—¡Mucho mejor!




Foto: Marijo Grass


Recibí la noticia a media noche; primero dijo que lo sentía; después que quería ser libre y acabar nuestra relación. Ni siquiera le monté un numerito por dejarme plantada. Al principio me quedé como aletargada, contemplando el vacío hasta bien entrada la madrugada; mordisqueando galletas de chocolate encima de la cama. Una semana más tarde, vapuleada también por mis amigas, empecé a pensar que mi hermana tenía razón y necesitaba hacer algún cambio en mi vida. Entonces se me ocurrió visitar a un especialista en terapia regenerativa.

Yo solo quería que me hiciera un estudio para averiguar una dieta adecuada; encontrar el origen de mis problemas gastrointestinales, pero él me soltó una horrible colección de preguntas sobre mi madre: si tuvo un embarazo confortable o estaba estresada, si me dio teta o biberón, y cosas así.




Foto: Marijo Grass


Desde pequeña recuerdo a mamá sufriendo algún tipo de depresión, que yo apodé melancolía, haciendo gala de mi temprana personalidad COCOCO, es decir: conciliadora, comprensiva y complaciente. Siempre pensé que tenía que ver con la influencia de una serie que veía en su infancia. Se titulaba La casa de la pradera: un culebrón lacrimógeno y bastante cursi— según la definición de mi hermana—, en el que una niña, llamada Laura Ingalls, relataba los sinsabores de su familia desde que se instalan en algún lugar recóndito de Minesota, en busca de prosperidad. Mi nombre se lo debo a esa niña, y supongo que por eso he desarrollado una personalidad COCOCO.




Little House on the prairie. NBC.1973-83


En mi primera visita al especialista en PNI, me abrumaba explicarle detalles íntimos de mi vida familiar, pero cuando empezó a hacer preguntas sobre mis relaciones sexuales, tuve que inventar una excusa ridícula para salir huyendo de su consulta como una exhalación. ¿Cómo iba a confesar a un extraño que no he tenido un buen orgasmo en mi vida? Que no he podido disfrutar como debería porque con frecuencia pierdo la concentración, pensando si estaré a la altura, o imaginando que las chicas que me han antecedido son más guapas, tienen menos celulitis o saben hacer una felación mejor que yo.

Aquello me dejó noqueada, confusa, con un ataque de ansiedad que me obligó a solicitar un par de días de baja laboral. Mi energía habitual se evaporó; me sentí perdida, como si hubiera empezado a envejecer de repente. Por fortuna, Aurora acudió a mi llamada de auxilio, como el príncipe Felipe intentando liberar a su amada; según ella, solo debía aprender a decir NO.




Foto: Marijo Grass


Lo primero fue largarme de casa, y acabar con el chantaje emocional que durante tantos años me había regalado nuestra madre. Creo que también fue bueno para ella, porque la obligó a utilizar su tiempo de ocio con actividades más placenteras. No estaba enferma, todavía era joven y podía salir adelante sin mi presencia. Empecé a quedar con más gente. Para entonces ya tenía claro que Pablo no era mi alma gemela.




Foto: Marijo Grass


Poco después llegó la primavera; mi balcón se llenó de flores y mi vida empezó a parecer nueva. Decidí preparar una cena deliciosa para agradecer a mi hermana su apoyo incondicional y el haberme librado de los influjos de Maléfica. Se presentó con una tarta de NO cumpleaños y un regalo, envuelto en un precioso papel brillante y atado con un lazo. Mi sorpresa fue encontrar en el interior de la caja un vibrador de color rosa que parecía una chuche gigante. Al principio consiguió ruborizarme, después empezamos a reír y le prometí que lo disfrutaría sintiéndome como una princesa.





Dedicado a Miri; y a todas las mujeres que padecen el Síndrome de Wendy