21 de enero de 2011

UNA NAVIDAD ENTRE FANTASMAS. Segunda Parte


Foto: Marijo Grass



Al salir al exterior, observo, entre el follaje de los árboles, una luna llena de aspecto inquietante, como una bola de fuego a punto de derramar sobre la atmósfera algún tipo de revelación divina. Creo que es el decorado perfecto para el ritual vampiro de mi sobrina y sus amigos. Me parece ver a un tipo caminando unos metros delante de mí, casi al final de la calle, iluminada por dos grandes farolas que tiñen de rojo los muros de las casas colindantes; pero solo escucho mis pasos, rompiendo el silencio al aplastar pequeñas ramas secas que crujen bajo la suela de mis zapatos. Su figura se pierde entre las sombras cuando llega a lo más alto. Debemos ser los únicos que deambulamos por el pueblo mientras todo el mundo celebra la Nochebuena, aunque para algunos, como Malena, la noche no sea tan buena. Me pregunto por qué me habrá llamado, y qué pretendía su madre dejándome un mensaje antes de irse al otro barrio.




Foto: Marijo Grass



Tengo la sensación de estar escuchando mi nombre y el sonido atropellado de unos pasos acelerados. No soy una persona miedosa, no temo a la oscuridad, no creo en los espíritus en tránsito y trabajo en una serie maquillando zombies falsos pero, en este momento, supongo que por el cansancio y lo insólito de la situación, el ambiente me trae mal fario. Entonces, siento algo que golpea mi espalda produciéndome un escalofrío; me giro de repente y encuentro a Selva a mi lado.

—Joderr, nena. ¡Estás helada! ¿Qué haces aquí?
—Tía, lo siento, ¡pensaba que llevabas los auriculares puestos! Ha vuelto a llamar la Mala. Dice que cojas el maletín. Pensaba traerlo, pero lo has dejado abierto y no quería tocar tus cosas por si estropeaba algo. La abuela me ha dicho que saliera a buscarte…
—Uff, la próxima vez pegas un berrido o me llamas al móvil —respondo molesta; no porque me haya asustado, sino por tener que regresar a por la maldita maleta. ¿Acaso querrá Malena que mejore su aspecto, cuando se presente medio pueblo a ofrecer su condolencia? En fin, supongo que no es momento para contradecir sus deseos.

Al entrar en casa de nuevo, mi sobrina regresa al comedor y yo subo a la buhardilla a recoger mis trastos. Todavía tengo tiempo de pillar al vuelo la conversación que entretiene a mi familia; parece que la cosa va de epitafios.

—A ver, os lo voy a poner fácil —escucho a Noemí, con un tono bastante achispado —. Su melena marcó tendencia. Fue la más bella cornuda de América. Sus “friends” la hicieron rica y famosa y con su personaje forjó su leyenda, ja,ja,ja. ¿De quién se trata? —pregunta, riendo como una cacatúa.
—¡Alguna petarda de la tele! —exclama Archi.
—La de Brad Pitt; la Jolie no, la otra; la de antes —afirma Francisca, la hermana soltera de mi abuela, que devora las revistas de cotilleo desde hace más de seis décadas. Es capaz de recordar todas las bodas reales del Hola, los vaivenes de la saga Ambiciones en Lecturas, o los ARGG de Cuore; como el modelazo de carne de Lady Gaga; algo que, a ella, le pareció una auténtica cochinada.




Foto: Marijo Grass



Antes de salir me acerco a la mesa, cojo una servilleta y me sirvo unos makis de atún para entretener el apetito. Sin decir una palabra me dirijo a la puerta de entrada. Esta vez nadie presta atención excepto mi madre, que deposita en mi mano una botella de cava y confirma que mañana se acercará al tanatorio a despedirse de Guadalupe. Yo asiento de forma mecánica y me largo.




Foto: Marijo Grass



Durante todo el trayecto, regresan a mi memoria retazos de anécdotas junto a mi amiga de la infancia; entre otras cosas, cómo dejó de ser Malena y se convirtió en “La Mala”.

Nos conocimos en el colegio cursando la primaria. Sintonizamos enseguida; supongo que porque compartíamos el mismo karma: nuestras madres trabajaban en el centro; la suya en el equipo de limpieza y la mía como profe de matemáticas. A ella le disgustaba encontrarla, al finalizar la jornada, entrando en el aula cargada de escobas y trapos, dispuesta a recoger los papeles que dejábamos tirados; no sin antes echarnos la bronca por nuestro desorden, la cantidad de tinta que cubría los pupitres, o los chicles que encontraba pegados bajo las sillas. Yo pensaba que mi caso era peor: los profesores de matemáticas son demasiado duros, rara vez merecen la etiqueta de “guays”; y tener a mamá riñéndome en clase por equivocarme en las divisiones, delante de todos, contaba con un plus añadido: me sentía humillada; sumida, como de costumbre, en una constante contradicción; necesitaba sumarme a las quejas de la mayoría sobre la abominable profe, en los corrillos de patio que se formaban en el recreo, pero al mismo tiempo me fastidiaba que se metieran con mi madre. Así es como lo veía entonces.





Foto: Marijo Grass



Malena y yo nos hicimos populares por nuestro boicot permanente al sistema educativo y sus normas; con una salvedad: se me daban bien los Idiomas y era la mejor en Dibujo; ella, en cambio, tenía madera de líder, a pesar de que lo suspendía todo, menos Música y Gimnasia; solo brillaba en su rol de capitana del equipo de vóley o haciendo gamberradas, como tirar una bomba fétida en clase de Ciencias Naturales, antes de empezar un examen; poner insectos de gran tamaño en la ventana, para asustar a la pánfila que le había quitado un pupitre con vistas al patio, o pegar la rana muerta de un experimento bajo el borrador de la pizarra.





Foto: Marijo Grass



Era frecuente que acabáramos castigadas al finalizar el horario escolar con tarea extra. A veces nos pillaban por culpa de su risa escandalosa, que se desataba al robarme el cuaderno en mitad de una clase, cuando descubría mis caricaturas de los profesores, entre las que se encontraba la de mi madre. La cuestión es que nuestra relación se fue fortaleciendo y llegó un momento en que nos hicimos inseparables.




Foto: Marijo Grass




A nuestro tándem se sumaron las hermanas Montesinos: Marisa y Juliana. La primera repetidora: la mayor del grupo y la menos aventurera, pero con un carácter que, a veces, acojonaba. Siempre nos defendía y nos quitaba de en medio a las niñas pesadas; una especie de guardaespaldas. Juliana, en cambio, amaba los libros y pronto se ganó la fama de “chica rara”. En clase se pasaba la mayor parte del tiempo contemplando las musarañas, como si nada le interesara, pero después era capaz de permanecer dos horas leyendo en la biblioteca. Era muy buena consiguiendo información, como la fórmula casera de la bomba fétida, así que se convirtió en el cerebro en la sombra de todas nuestras gamberradas.

Solíamos quedar en casa de Malena a hacer los deberes, porque su madre también limpiaba la Caja de Ahorros y nos dejaba al cuidado de su hermana pequeña. Tenía otra de quince, Mireia, que trabajaba al salir del Instituto despachando en una carnicería. A Marisa, Malena y a mí nos encantaba pintarnos como puertas, cuando nos dejaban solas haciendo de canguro de Eva. Nos reíamos mucho bailando y cantando como si fuéramos estrellas del espectáculo. Juliana disfrutaba haciendo de público y criticando la función, mientras sostenía en brazos a la pequeña Eva.

Cuando llegaba el buen tiempo y se alargaba el día, nos íbamos a las pinadas en bicicleta. A veces quedábamos con algunos chicos, pero Juliana siempre se peleaba con ellos; decía que eran idiotas o aburridos y se marchaba la primera.





Foto: Marijo Grass



A los trece años, Guadalupe empezó a ocuparse de una anciana por las noches; Malena aprovechaba su ausencia para escaparse a la Discoteca en la que trabajaba su prima, encargada del guardarropa. Allí conoció a un tipo veinticinco años mayor que ella, que empezó a rondarla a menudo al salir de la escuela. Su madre puso el grito en el cielo al enterarse de la relación, pero el hombre empezó a ganársela poco a poco, apareciendo con grandes bolsas de comida o regalos, cada vez que la recogía para llevarla de paseo en su Ferrari.
La situación en la que se encontraba esta mujer, sola, a cargo de tres chicas y sin ayuda, le impidió rechazar a un pederasta en potencia, que hacía méritos para comprar a su hija pero, en aquellos tiempos, no se hablaba de esas cosas.





Foto: Marijo Grass



Malena no era buena estudiante, le gustaba divertirse y este señor la colmaba de caprichos. Él era dueño de un bingo y varios bares de copas en la playa. Cuando cumplió 14 años le regaló una pulsera de esmeraldas, que ella entregó a su madre para saldar sus deudas. Un año más tarde se casaron y a los 16 ya estaba embarazada. Lo primero que hizo fue prohibir el contacto con sus amigas; tanto ella como nosotras, quedamos desoladas. La tenía en su torre de marfil, educándola a su medida y, a pesar de tener dos criadas, la convirtió en su esclava, matando su adolescencia de golpe y obligándola a convertirse en esposa y madre abnegada. Mientras tanto, él viajaba y se divertía con su colección de amantes. Solía traerle algún regalo, aunque a veces llevaba grabado el nombre de otra. El día que comprendió dónde se había metido ya tenía dos hijos; decidió que era demasiado tarde para volver atrás; se sentía responsable de la calidad de vida que disfrutaban entonces su madre y sus hermanas; y eso no podía cambiar.




Foto: Marijo Grass




Ya he cruzado el cementerio y estoy atravesando la pinada. El tanatorio está al otro lado. Ha dicho que debo entrar por la puerta trasera. ¿Estará el cabrón de su marido con ella? Lo dudo. Imagino que veré a sus hermanas. ¿Y si no la reconozco? Lo peor de reencontrar amigos, después de tanto tiempo, es que los sientas como extraños, y compruebes cómo te ha tratado la vida echándoles un vistazo pero, yo me veo estupenda, todavía me queda un montón de años para divertirme y seguir dando guerra.

¡Vaya! Estoy escuchando voces. A lo mejor están llegando los colegas de Selva para iniciar los preparativos de su fiesta.


—¡Eh! ¡Oye! ¡Perdona! ¿Sabes por dónde se entra al tanatorio? —pregunta una chica, envuelta en un grueso abrigo de pelo, acercándose entre los pinos, seguida de otra más alta que carga una caja con botellas.
—Pero…tía, ¡qué fuerte! ¿No sabes quien soy? —acercándome a ellas eufórica, tras reconocer su voz, como si hubieran salido de mis recuerdos en ese preciso momento.
—¡¡¡ELISAAA!!!— . Juliana se abalanza sobre mi abrazándome con fuerza. Su hermana, que camina tras ella, deposita las botellas en el suelo y se une a nosotras gritando emocionada.
—¡Madre mía, qué pasada…! ¡Es alucinante que nos tengamos que encontrar aquí; en Nochebuenaaa! —vocea Marisa, que parece haber perdido 20 años en los últimos segundos y no para de dar saltos de alegría como una niña.
—¡Supongo que os ha llamado la Mala! —exclamo.
—Pues sí, pero ya nos habíamos enterado —continúa Marisa —. Mi marido trabaja en una ambulancia y ha tenido que venir a por Eva, la pequeña, que le ha dado un bajón de azúcar con todo el mal rollo y la han llevado a Urgencias. La acompañaba Mireia, así que Malena está sola arreglando a su madre.
—Estábamos empezando a cenar y… —empieza Juliana.





Foto: Marijo Grass




—¡Menuda putada para Malena! —exclamo.
—Ella lo sabía, aunque para esto nunca se está preparada. Hace seis meses le diagnosticaron un cáncer terminal a Guadalupe, y la mujer no ha querido quimioterapia ni nada. Total, solo conseguiría alargarlo tres meses, y encima pasándolo fatal. Así que se ha dedicado a viajar y disfrutar lo que le quedaba. Lo sé porque me la suelo encontrar en el mercado. Bueno, ya no. Gracias a ella he tenido noticias de Malena en los últimos años —explica Marisa.
—Y, ¿cómo está? —pregunto.
—Ni idea. Sus hijos mayores y ella jodida en su casa de lujo viendo pasar la vida.
—¡Qué pena! Y vosotras ¿qué tal?
—Yo trabajo en una biblioteca pública de Madrid y…¡ voy a publicar mi primera novela! —exclama Juliana eufórica.
—¡Qué guay! ¡Cuánto me alegro! —respondo alborozada —. ¿Y tú? —dirigiéndome a Marisa.
—Tengo un pequeño negocio de mensajería, una niña de 5 años, más fashion victim que la de Katie Holmes, y un marido técnico sanitario que no aterriza mucho por casa. ¿Quieres ver a mi nena? —enseñándome una foto en el móvil.





Foto: Marijo Grass




—¡Qué mona! ¡Se te parece un montón!
—Oye, y ¿qué tal tus cuadros? ¿Te has convertido en una pintora famosa? —interrumpe Juliana.
—¡Qué va! ¡Maquillo zombis, tía! Bueno, trabajo en películas, bastante malas; pero, ¡lo paso bien! —respondo, sin querer extenderme demasiado.
—Creo que deberíamos entrar. La Mala nos espera impaciente —concluye Marisa.
—¿Sabéis de qué va el asunto de la nota? — pregunto a ambas.
—Parece que su madre ha dejado una carta y quería que la leyera delante de nosotras —me informa Marisa.
—¡Ah!
—¡Venga, vamos! —exclama Juliana.





Foto: Marijo Grass




Accedemos al interior del tanatorio, iluminado con luces fluorescentes, donde reina un silencio sepulcral. La paredes están forradas de mármol blanco, lo que le confiere un aspecto frío y nada acogedor, con la excepción de unos sillones tapizados en piel marrón que, a pesar de estar muy viejos, parecen cómodos. A ambos lados de un gran pasillo central se ubican las estancias que albergan los muertos, con su capilla individual y una salita para familiares y amigos. Me temo que esta noche no tienen mucha compañía.

Empezamos a investigar el paradero de nuestra amiga curioseando por las salas. De repente, se abre una puerta al fondo y aparece ella, con un precioso y discreto traje de color berenjena y unos tacones negros de aguja. La veo muy guapa, pero demasiado… mayor; parece una gran señora, no sé. ¡Joder, solo tenemos 35 años! ¿Qué fue de aquella niña díscola, ingeniosa y divertida? Al observarla, mientras se acerca a nosotras, se me encoje el corazón y me invade una profunda ternura. Me echo en sus brazos y no puedo evitar que broten lágrimas de mis ojos; por Malena, por nuestra infancia feliz y por su adolescencia perdida. Marisa y Juliana se suman al abrazo y, por un instante, siento que todas recordamos la profunda conexión que tuvimos de pequeñas.




Foto: Marijo Grass




—Bueno, ¡ya estamos todas! —exclama Malena, limpiando sus lágrimas con un pañuelo que lleva en la mano.
—Cariño, ¡siento mucho lo de tu mamá! — exclama Marisa ofreciéndole una caricia. Juliana y yo asentimos con la cabeza.
—¡Yo siento estropearos la cena de Nochebuena! Ella estaba esperando este momento. Ayer se compró un vestido nuevo y… —. Intenta contener las lágrimas pero está claro que necesita soltarlo todo —. Y lencería fina, joder, para que se la pusiera cuando llegara su hora —. Se queda pensativa con los ojos mirando al infinito; nosotras guardamos silencio para recoger su pena —. Quería que la vieran como una dama, sin la ropa de trabajo que ha llevado toda su vida. Incluso, encargó en la bodega un montón de botellas de vino y cava, para que ofreciéramos copas en su velatorio.
—¡Tu madre es… era la ostia! —exclama Marisa, pero se calla enseguida avergonzada por sus palabras.
—Hace días que había empeorado y sentía que se apagaba, pero no estaba triste —continua Malena como si no hubiera escuchado nada —. Ha dejado todos sus asuntos en orden; le ha regalado su ropa buena a las amigas y, esta tarde nos ha reunido a las tres hijas para despedirse. Después ha querido que estuviéramos ella y yo solas; me ha dado una carta, y me ha pedido que os llamara y que la leyera delante de vosotras. Luego se ha quedado dormida pero, unos minutos más tarde me he dado cuenta que estaba fría.
—¡Qué fuerte! —exclamo.
—¡Qué grande, Guadalupe! —añade Juliana.
—Bueno chicas, ¡al lío! —se recupera Malena con un gran suspiro —. Vamos a verla y a abrir una botella en su honor. ¡Es lo que ella quería! — exclama, con una voz a mitad de camino entre la risa y el llanto.
—Yo también he traído refuerzos —apunta Marisa, señalando su caja de bebidas —. Me lo pidió tu madre hace una semana.


La seguimos en silencio hasta la capilla. Allí está postrada en su ataúd Guadalupe: la Lupe, como la llamaban sus amigas. Lleva un vestido precioso, con un chal de seda sobre los hombros, sujeto con un broche de oro en forma de libélula; y zapatos de tacón. Parece que esté dando una cabezadita antes de ir al teatro, o algo así.

Malena descorcha una botella de cava, y el tapón sale disparado estrellándose contra la imagen de un santo, que preside un altar detrás de su madre, al que deja tuerto del impacto. Ninguna de las cuatro podemos contener la risa. El incidente nos relaja y permite que, a pesar de la situación rocambolesca, recuperemos el ánimo. La botella nos dura cinco minutos. Juliana enciende una chimenea que hay frente a los sillones. Por fortuna, el último que la utilizó no consumió toda la leña. Nosotras continuamos bebiendo. Finalmente, Malena, bastante más entonada, saca de su bolso la famosa carta:





Foto: Marijo Grass




“Hija mía, si estás leyendo esto, es porque ya estoy más tiesa que un repollo. Sabes que no se me da bien escribir, que ya me hubiera gustado tener estudios, así que no te voy a soltar ningún sermón y voy a ir al grano. Espero que hayas podido encontrar a tus amigas, y que estéis bebiendo ese cava tan rico que os he comprado. Quiero que ellas sean testigos de mis palabras, para que te animen a dar el paso. A vosotras: Eli, Juliana y Marisa, os vi crecer, y os quise como si fuerais mis hijas. Ahora me gustaría que ayudarais a Malena a cambiar su vida.





Foto: Marijo Grass



Cariño, no sabes cuanto siento lo que te hice. Nunca debí dejar que te llevara ese hombre, que perdieras tu juventud por mi egoísmo. Ya sé que es el padre de tus hijos pero, nunca has sido feliz a su lado; me parece que va siendo hora que le des la patada en el culo y empieces de nuevo. Todavía eres joven, y muy guapa. Estoy segura de que podrás encontrar a alguien que te haga reír con ganas; algún chico de quien te enamores y te corresponda; y si no encuentras ninguno siempre será mejor estar sola, sin aguantar a ese viejo que te ha amargado la vida, y que dentro de cuatro días lo que necesitará es una enfermera que lo cuide. Tú ya has cumplido; tus hijos son mayores, así que hazme el favor de divorciarte y emplear tu tiempo en algo que te guste.


¡Perdóname, mi amor! Y, por favor, dile a tus hermanas que no lloren, que yo estaba harta de mis dolores, que lo he pasado bien y que ahora estoy tranquila. Lo único que me fastidia es no poder tomar con vosotras una copita de cava.



Elisa, mi niña artista, no tengas miedo a enamorarte; a aceptar el compromiso de una relación. Ya sé que a ti te gusta andar de flor en flor. Siempre te has sentido un bicho raro; pensabas que tu madre era muy dura y no te hacía mucho caso. Eso no es verdad. Tu familia te quiere muchísimo. No escondas tu ternura ni tu arte, que tú vales mucho. Y ahora, si no te importa, ¿me podrías arreglar como una estrella de cine? No quiero que me vea la gente con esta cara de muerta; estoy segura que no me favorece mucho.



Juliana, espero que triunfes con tus novelas; te lo mereces, cariño; siempre has sido muy lista. Y no te preocupes que todo el mundo sabe que eres bollera. Que no te de apuro traer a tu novia al pueblo, que hoy en día es ridículo que te angustien esas cosas. Tu madre tiene ganas de conocerla, así que a ver si le das ese gusto.



Marisa, no seas tan dura con tu marido. Ese hombre te quiere con locura y a la niña también; trabaja mucho, y el pobre chico no pasa con vosotras el tiempo que le gustaría. No pienses que se va al bar con los amigotes cuando termina su jornada en la ambulancia. Es un hombre bueno, y eso es muy difícil de encontrar. Muéstrale lo mucho que lo quieres y no seas tan celosa; él necesita que se lo recuerdes.



Ahora, queridas mías, a emborracharse a mi salud, y yo, a descansar en paz”.




Foto: Marijo Grass



Nos hemos quedado en estado de shock . Malena y Juliana parecen estatuas. Marisa se levanta y rellena las copas. Yo voy a buscar mi maleta para maquillar un cadáver. Justo al revés que en mi último trabajo. Una hora más tarde, después de contarnos mil historias, borrachas como cubas, decidimos salir a tomar el aire. En el exterior encontramos la fiesta de mi sobrina y sus amigas vampiras, que han llenado de velas la pinada y se han colocado alrededor de un círculo de luz. Están guapísimas con sus trajes de gala y sus capas, luciendo sus marcas de iniciadas. Selva está en el centro, como una diosa, invocando los 4 elementos: tierra, agua, aire y fuego. Un poco más lejos, entre las sombras de los pinos, observo un montón de figurantes. Estoy segura que, los que van a pernoctar en el tanatorio esta noche, están encantados con el espectáculo. Al fin y al cabo, es Nochebuena; ellos también merecen celebrarlo.




Foto: Marijo Grass



Sus colegas se acercan al círculo y lanzan al espacio unos globos, que contienen los deseos de sus espíritus humanos en proceso de transformación, para concluir el ritual de las Hermanas Oscuras. Nosotras nos fundimos en un fuerte abrazo y, a continuación, brindamos una vez más por Guadalupe, por el reencuentro, por enterrar los fantasmas y superar todos y cada uno de nuestros miedos.





Foto: Marijo Grass