10 de septiembre de 2009

UN PEINADO DE ESTRELLA

Foto: Marijo Grass


Mañana me caso
. Ya sé que he escogido el peor momento porque hace seis meses que Robert se quedó sin trabajo; ¡y eso que era el mejor agente de la compañía! Pero las cosas están como están, y mi abuela siempre decía: “A mal tiempo buena cara”, y ella era una mujer muy sabia y, además, fue la única de mi familia que apoyó mi relación:

—Nena, es un hombre fuerte y trabajador. Y está por ti, que es lo que importa. Si lo quieres, adelante. Es tu vida y no tienes que dar explicaciones a nadie; son otros tiempos… No como antes, que tenías que cargar con uno porque el matrimonio no era asunto de amor sino de interés y tradición…Y eran ellos que te escogían en las fiestas del pueblo; Y tú aceptabas resignada, porque el que te gustaba se había liado con otra para contentar a su familia. Lo de contentar a la familia, qué quieres que te diga… Eso es una, ¿cómo dice tu prima?, ¡una gilipollez!
—¡Abuelaaaa!
—Y una pérdida de tiempo. Cada cual que haga de su capa un sayo.

Nada que ver con la opinión de mi madre:

—¿Cómo se te ocurre liarte con ese energúmeno? Cuado pasen los años y no le funcione ESO le saldrá el animal; y te va a costar Dios y ayudas domarlo; por no hablar del disgusto que le estás dando a tu padre, que ya tiene bastantes problemas con la finca para que venga su única hija a quitarle la ilusión de casarla con un hombre de provecho.

Si hay una expresión que me ha sacado de quicio toda mi vida es esa: un hombre de provecho; a esos les sale el animal, como al protagonista de la última novela de Marian Keyes: This Charming Man. ¡Menudo elemento!

Pero mi Robert es un amor. Mira que con su aspecto engaña porque es grande y fuerte, pero con traje parece un ejecutivo de altos vuelos. A mí me da igual porque yo estoy enamorada como el primer día, y de eso hace ya una eternidad…

Nos conocimos en un concierto de Madonna, el del Drowned World Tour que la trajo a Barcelona. Como pasó lo que pasó no he olvidado la fecha: 9 de junio de 2001; desde entonces lo celebro como si fuera el día de mi boda, que en realidad va a ser mañana, pero eso ahora no importa, porque yo seguiré celebrando el 9 de junio, llueva o truene, porque me gusta.

Quedé con mis amigas de la facultad para ir al concierto. La idea fue de Sofía, que siempre estaba dispuesta a tomarse un respiro entre tanto examen y nos convenció para que fuéramos en grupo. La verdad es que aluciné con el espectáculo: rollo lucha samurai, con Madonna de morena volando como en Matrix mientras cantaba Sky fits heaven. Durante esa canción me fijé en él. Bueno, mis amigas lo hicieron primero, porque estaba con un grupo de tíos que parecían armarios; no es que fueran muy altos (bueno, él sí que es enorme), pero se les veía tan fuertes y tan machos que nos partíamos al ver cómo cantaban y bailaban. Acabamos compartiendo cervezas con ataques de risa floja hasta la madrugada. Pensé que no lo volvería a ver pero al día siguiente tenía un mensaje en el móvil invitándome a salir y me pareció increíble. Unos meses después me confesó haber perseguido a Sofi aquella noche hasta conseguirlo.

La cuestión es que llevamos ocho años juntos y tenemos un hijo. Y ahora me caso porque él está un poco depre por lo del trabajo; mi padre ha conseguido superarlo gracias al nieto que le hemos dado ofreciéndose a pagar la boda; y yo, que pasaba de firmar papeles, voy a sellar nuestro compromiso en una ermita, como gesto de amor hacia Robert, para que sienta que mi apoyo es total, y de paso mi padre nos dejará en paz. Espero devolverle la ilusión por sus hobbies; ¡incluso ha dejado de jugar al rugby con sus amigotes!

Yo no entendía nada de rugby hasta que me convertí en su novia y me invitó a ver un partido. No era más que una liga entre amigos pero me fascinó que se lo tomaran tan en serio, ¡y emularan a los equipos famosos!, que tenían unas costumbres rarísimas, pero a mí me encantaba verlos.

De Robert decían que era un clon de un tal Sebastien Chabal: un famoso jugador francés, conocido como Atila— entre otros apodos ilustres— y, desde mi punto de vista, igualito que Sandokan. Era el único que plantaba cara de verdad a los ALL BLACKS, que es el equipo de la selección nacional de Nueva Zelanda, famosa porque antes de empezar un partido bailan un HAKA: una danza maorí que ejecutan en el campo para intimidar a sus rivales, y que mi Robert y sus amigos han imitado siempre; y a mí me gustaba más ese numerito que verlos jugar dándose ostiones todo el tiempo, que el rugby me parece muy violento, pero eso no se lo he dicho todavía.






Y ahora resulta que me caso con Bob: Mister increíble. El superhéroe que me ha dado un vástago igualito que él. Y yo los quiero tanto que me voy a vestir de blanco, con todo el tralalá que conlleva el bodorrio, y solo pienso en que mañana me convertiré oficialmente en Elastigirl, o eso es lo que desea mi hijo, que me hace llegar a los sitios dando saltos y lleva tres días con el disfraz de Dash: el niño de la película; y no hay manera que se pruebe la ropa que le ha comprado mi madre para la ceremonia.




Foto: Marijo Grass



La verdad es que se me hace raro estar en la cama con Robert la noche antes de nuestra boda. Hemos pegado un polvazo para ahuyentar el mal fario que otorgan al sexo las que se han casado. Estoy observando mi vestido colgando de la puerta y, hasta de ese misterio hemos pasado. ¡Si vivimos juntos hace un siglo!, ¡qué más da si él ya lo ha visto! De todas formas le he pedido que se vaya temprano con su familia y se lleve al niño, para que mi madre, que sí es supersticiosa, no me dé la tabarra con ese lío.

He quedado también con Marta, que es peluquera y buena amiga de la infancia. Tiene su negocio en Reus, pero mañana no abre porque me ha prometido peinarme como a Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes: con ese moño divino y una diadema, con forma de corazón, forrada de cristales Swarovsky, que es su regalo.

— Pero, ¿todavía estás así?, sin maquillar ni peinar, tomando un café como si fuera un sábado cualquiera. ¿Estás bien, hija? Y…¿dónde está Marta?
— No sé, mamá. No te pongas nerviosa. ¿Quieres una tila? Marta ha pinchado en la carretera y está esperando que llegue alguien de su seguro de asistencia.
— Pues, ¡mira qué bien! No se le ha ocurrido pinchar una rueda más que el día de tu boda. A Martita ¡¡siempre le pasan esas cosas!!
— Mami, no te estreses. Tómate algo y empezamos nosotras con el maquillaje.
— ¡Ay, señor! ¡Si ya sabía yo que tenía que contratar una profesional!
— Mamá, Marta es mi amiga y es una gran peluquera.
— Pues ahí la tienes, tirada en la carretera a 100 kilómetros de aquí.

Menos mal que soy yo la que se casa, porque si fuera ella me largo por la ventana. Pero el tiempo apremia y Marta no aparece. Mi madre está al borde del infarto lamentando una y otra vez no haberse encargado ella; así tendría un equipo de profesionales disfrazándome de estrella. Menos mal que me llama mi prometido, que intuye el grado de histeria de su suegra y me echa un capote.

— Cariño, da igual. Tú eres bella te pongas lo que te pongas, pero si no salís volando tendremos problemas con el cura y la comida. Te quiero, mi heroína, nos vemos enseguida.




Foto: Marijo Grass



Reconozco que me hacía ilusión llevar ese moño tan bonito y sentirme reina por un día, con corona y todo; pero después de hablar con Robert me da lo mismo. Ese hombre sabe siempre lo que necesito, y yo no me voy a molestar por una cosa tan trivial como un peinado de estrella.

— Pero, es tu boda. ¿Cómo te vas a casar sin peinar?— insiste mi madre, mientras respiro profundamente para no soltar una animalada.
— Mamá, ¿por qué no me haces una cola?
— ¿Cómo vas a llevar una cola vestida de novia?, ¿dónde se ha visto eso?
— Mami, me da lo mismo si soy la primera en llevar una cola el día de su boda. Me encantaría sentir el cepillo deslizarse por la melena; igual que hacías cuando era pequeña. Por favor, mami, dame ese gusto, que yo a ti , ya te he hecho abuela.

Mi madre rompe a llorar a moco tendido, estropeando su maquillaje de fiesta. Me siento en la terraza y empieza a desenredarme canturreando la misma canción que entonaba mi abuela.

Un poco más calmadas y con 30 minutos de retraso llegamos a la ermita. Marta está de camino, consternada después de arreglar el pinchazo; se siente culpable y cree que me ha hecho una faena. Le digo que me ha peinado mi madre y que no se apure, que estoy feliz y me veo estupenda.

Nada más llegar al recinto me recibe mi hijo, vestido de Dash, el niño de Los increíbles, que no ha consentido quitarse el disfraz ni con las amenazas de mi suegra.



Foto: Marijo Grass



— Vamos mami, ¡salta!, ¡por aquí! Yo te enseño el camino…




Foto: Marijo Grass


Y así aparezco en mi boda, saltando un seto para hacer feliz a mi hijo, que se cree un superhéroe en misión especial, porque todo el mundo está diferente: como si tramaran algo y, además, ha descubierto unos malhechores que están cocinando en el jardín de atrás, y tienen ollas que echan humo y él va a descubrir dónde preparan la pócima para secuestrar a su papá, que hoy también se ha vestido un poco raro, para disimular.



Foto: Marijo Grass


Mi padre se ha emocionado. Supongo que al hacerte mayor te ablandas un poco y, hasta le ha hecho gracia ver a mi hijo vestido de Dash.

Todo el mundo disfruta de un catering estupendo. Robert está guapísimo, y yo creo que me voy a desmayar. Nuestros amigos han hecho una colecta y nos regalan un viaje al Caribe. Esto si que es una sorpresa, porque no estaba previsto en el pack.
Hasta me han colocado al niño, que ha dicho que acepta quedarse con los abuelos con la condición de seguir llevando el disfraz.

Mi madre comenta que algunas arpías criticaban mi peinado; estoy segura que eran “sus amigas”, porque las mías me han felicitado por crear tendencia y, a veces, hasta una emergencia como esta, si la digieres con humor y tu hombre te mira con deseo, no te importa el peinado, ni el traje, ni las supersticiones de mal agüero.

Y nosotros nos vamos al Caribe, a pasear como tortolitos nuestro viejo amor que ahora parece nuevo; aunque hemos dicho al niño que se trata de una misión secreta y él debe quedarse a investigar lo de la pócima, no sea que nuestros enemigos pretendan envenenar el pastel que ha quedado para merendar mañana después de la boda.



Foto: Marijo Grass