13 de enero de 2011

UNA NAVIDAD ENTRE FANTASMAS. Primera Parte

Foto: Marijo Grass


24 de diciembre. 5:30 AM


Mi móvil está sonando.

— ¿Bajas?
— ¡Un segundo!
— Estoy en la esquina.
— OK.


Menos mal que puedo confiar en él. Si no me hubiera despertado hace 25 minutos, seguro que no llegaba a tiempo.


— ¡Buenos días, guapa!
— ¡Hola, Raúl!
— ¿Adónde vamos, Eli?
— A la T1.
— ¿Familia o trabajo?
— ¿Tú que crees?
— ¡Que necesitas unos días de descanso!
— Regreso el domingo. ¿Podrás recogerme?
— ¿A qué hora?
— A las 4…¡De la tarde!
— Tengo el turno de noche, pero por ti puedo hacer un excepción.
— ¡Gracias! ¡Eres un sol!


Me abrocho el cinturón y me acomodo en el asiento trasero, dispuesta a aprovechar el trayecto para dar una cabezadita. Estoy agotada; maquillar zombis durante 3 meses, 16 horas al día, en un plató sin calefacción, me ha dejado con su mismo aspecto. Ya sé que no debería quejarme porque tengo trabajo; y eso, hoy en día, es como un lujo asiático. Además, he aprendido mucho de la gente que se ocupa de los efectos especiales pero, hace siglos que no echo un polvo en condiciones y, pasar tanto tiempo en un decorado, rodeada de muertos vivientes, aunque sean falsos, no me pone mucho.


Foto: Marijo Grass



Adoro a mi familia, pero daría lo que fuera por descansar en mi fin de semana libre. Ya lo sé: es Nochebuena; no puedo faltar a la cita o le daré un gran disgusto a mis padres. Lo que más me apetece es dormir todo el día y, a continuación, llamar a alguno de mis amigos con derecho a roce, y sin prótesis ensagrentadas cubriendo el rostro, para que me regale un buen masaje o un rato de diversión.




Foto: Marijo Grass



Raúl es especialista; nos conocimos en una serie de polis hace un par de años; es capaz de dar tres vueltas de campana a un coche y salir ileso. Cuando no tiene trabajo conduce un taxi. Una vez intentó ligar conmigo pero no hubo química; solo le interesan los vehículos, jugar a la Play y el fútbol; yo prefiero hablar de cine o de música con los tíos que meto en mi cama después de un largo día de rodaje.


— ¡¡¡OSTIAAA!!! ¿¿¿QUÉ COJO…???
— ¡¡¡RAÚUULL!!!


¡Madre mía! ¡Estamos en la cuneta en sentido contrario! Me parece que hemos chocado porque estoy babeando sobre un airbag.


— ¡Raúl! ¡Raúul!
— Tranquila, estoy bien. ¿Y tú?
— Bueno… Más o menos… ¿Qué ha pasado?
— ¿De verdad estás bien?—. Raúl me quita el airbag de encima y me regala una caricia un poco brusca apartando el pelo de mi cara—. Espera un momento…—. Sale del coche y se adelanta unos metros. Yo lo imito para comprobar si responden mis piernas; me quedo junto al taxi observando el desaguisado.


¿Cómo se puede producir un accidente múltiple, antes de las 6 de la madrugada, camino del aeropuerto? Menos mal que iba con un conductor experto. ¡Uff! ¡Qué mal rollo!

Al cabo de 10 minutos regresa mi colega. Hay un montón de gente cabreada, 4 coches con la carrocería aplastada y, por fortuna, ningún muerto, pero sí algunos heridos. Parece que haya regresado al rodaje. Tengo la sensación de estar rodeada de figurantes, aunque, la verdad, no los veo por ninguna parte.


— He llamado a Emergencias. Me parece que un par de tíos se han roto algo. Puede que alguien más se haya hecho daño. ¡Joder, la gente es la ostia! Se quedan pasmados mirando pero no se les ocurre sacar el puto móvil para pedir ayuda.
— Pues, entonces, vámonos. Si pierdo el avión no llegaré a casa a tiempo.
— ¡Como quieras! Rellenaré el papeleo a la vuelta.


Nos ponemos en marcha; me empiezo a sentir fatal, y no porque me haya hecho daño, ni por el susto o la conmoción. De repente me siento culpable por haberme quedado como los figurantes, contemplando el suceso sin hacer nada. Hace unos meses, una productora para la que estaba trabajando, nos regaló a unos cuantos un curso de primeros auxilios; yo preferí meterme en un cine de barrio a ver una reposición de Nothing Hill. Ahora me arrepiento; seguro que hubiera resultado más útil que contemplar por enésima vez al guaperas de Hugh Grant; sobre todo porque esa peli la programan en la tele tantas veces como la otra de la Roberts, haciendo de cenicienta y rescatada por el príncipe que interpreta Richard Gere. ¡Argg! ¿Por qué recuerdo estas gilipolleces? Hace un momento podía haber vivido mi último aliento aplastada entre hierros. Tendría que haber visto mi propia película a cámara rápida, y después quedarme vagando por la carretera como un espíritu en tránsito, hasta que llegara Jennifer Love Hevitt y me enseñara a encontrar “la luz”, o lo que sea.





Entre Fantasmas. Creada por John Gray. ABC/CBS


Al cabo de unos minutos nos cruzamos con la Guardia Urbana; también escuchamos el sonido de una ambulancia. Respiro profundamente y me acomodo de nuevo un poco más tranquila. El incidente me deja pensando en la fragilidad de la vida; gracias a Raúl parece que hoy no era mi día; y los figurantes, que no he visto, se quedan sin trabajo.




Foto: Marijo Grass



Regresar a casa por Navidad me produce una cierta contradicción. Soy la tercera de 5 hermanos y siempre me he sentido entre dos bandos: ni pequeña ni mayor; a pesar de haber cumplido los 35 y ser la única que no tiene pareja ni descendencia, algo que unos reprueban y otros envidian, según el momento que atraviesen con sus respectivas familias. Cuando llegan estas fechas siempre me cambia el humor; puedo levantarme eufórica y acabar el día deprimida, y viceversa.

Me gusta compartir las fiestas con mi bulliciosa tribu, pero al mismo tiempo deseo que termine todo y largarme corriendo a continuar con mi vida.

Mientras espero a que anuncien la inminente salida de mi vuelo, me quedo unos instantes contemplando la salida del sol, que irrumpe con violencia inundando de rojos el horizonte, después de una horrible semana de lluvias que han traído de cabeza a nuestro director de fotografía.




Foto: Marijo Grass



Me pregunto cómo estará Raúl y la gente que he dejado abandonada en la autopista. Supongo que el accidente les ha estropeado las vacaciones. Espero que se recuperen pronto y den gracias a su hada madrina. Éste podría haber sido nuestro último día.




24 de Diciembre. 9:30 AM. 800 Km. al sur del Mediterráneo.


Archi, mi hermano mayor, me recoge en el aeropuerto. Le pregunto por Nora y los niños; su respuesta es resoplar todo el tiempo, como buen adicto al trabajo que se agobia cuando las obligaciones familiares lo mantienen alejado de la empresa y sus hijos lo dejan sin aliento. Media hora más tarde llegamos al pueblo; hace rato que la conversación con mi hermano ha llegado a un punto muerto.





Foto: Marijo Grass



Al entrar en casa, mi padre me recibe con un café en la mano y su tradicional abrazo de oso. Mi madre, en cambio, me ofrece unas tostadas con aceite de oliva y me pregunta si ya tengo novio. Sin esperar respuesta alguna solicita mi ayuda para preparar el evento. Mi hermano pequeño llegará justo para cenar y las chicas han salido con los niños a dar un gran paseo.




Foto: Marijo Grass



Me entretengo un par de horas en el mercado contestando la felicitación navideña de gente que no recuerdo; observando la cantidad de paradas que lucen un cartel de traspaso o el cierre de negocios por jubilación, o porque sus dueños se han ido al otro barrio. Me da la sensación de que mi pueblo agoniza y ha dejado de hacer honor a su nombre: El paraíso; y no solo por la crisis. El ambiente que respiro me resulta caduco, envejecido y austero. Cuando era pequeña la gente vivía del turismo, por su proximidad al mar, un famoso balneario que hoy se cae a pedazos por falta de mantenimiento, y los sanadores bosques de pinos. Ahora, los mayores van desapareciendo y la mayor parte de los jóvenes se ha ido. Decido comprar frutas y verduras frescas para hacer una ensalada y un pavo para la cena, además de un montón de gambas, chipirones y cangrejos. Tienen una pinta estupenda; seguro que están para chuparse los dedos.




Foto: Marijo Grass



Al terminar de comer, antes de que mamá me reclame en la cocina para rellenar el pavo, decido subir a mi habitación para echarme en la cama un rato, pero mis planes se vienen abajo al cruzarme con una de mis sobrinas en la escalera.


— Eh, Elisa, ejem, tía ¿has traído tus pinturas?— pregunta Selva, que tiene 14 años y hace honor a su nombre porque, según mi hermana Sofía, desde que va al Instituto no deja de meterse en líos y entrar en su habitación es como atravesar el Amazonas. La verdad, no sé de qué se queja; ella le puso ese nombre porque se quedó preñada del canalla de su clase que tenía por novio, en el viaje que hizo a Perú al terminar la carrera. El tipo salió pitando de su vida al enterarse; se largó a Suecia con la excusa de que había conseguido un curro maravilloso pero, lo que deseaba era eludir su responsabilidad e instalarse en un país en el que abundan las rubias con buenas tetas.

— Sabes que siempre viajo con mi maleta. ¿Por qué lo dices? ¿Quieres que te maquille como una princesa para la cena?— propongo a mi sobrina, intentando anticipar sus deseos.
— Bueno, en realidad… Me gustaría tener el aspecto de mi nueva identidad. Ahora soy una vampira— responde, como si se tratara del club de fans de un ídolo adolescente.
— ¿Vampira? ¡Ah!— exclamo, asintiendo con la cabeza, igual que si hubiera obtenido un mérito escolar.
— De momento, solo una iniciada.
— Entonces, ¿estás muerta?— pregunto, midiendo mis palabras para no ofenderla ni parecer demasiado carca.
— Los vampiros no están muertos, solo han cambiado.
— ¿De verdad?
— Espero que no hables del asunto por ahí. Ya sabes que en el pueblo la gente se pone a rajar y te señalan con el dedo, aunque mi madre lo sabe. Me pilló chupando la sangre de Marisa cuando se pegó una ostia con la bici. También hemos creado nuestra propia Casa de la Noche
— ¡Ah!— exclamo otra vez, sin tener ni remota idea de lo que me habla. Ella se percata y me pone al día.
— Empecé en esto después de leer a Stephanie Meyer y entender algunas cosas que estaban pasando en mi vida, y no sabía por qué. Después, con Morganville, lo vi claro. Ahora, en la Casa de la Noche he descubierto el camino; estoy dispuesta a convertirme en la líder de las Hermanas Oscuras. A las 12, cuando mamá se vaya con los abuelos a la Misa de Gallo, hemos quedado con los chicos en la pinada que hay detrás del cementerio, para hacer el Ritual de la Luna Llena. Vamos a celebrar el Consejo de las Hijas Oscuras y…¡necesito tener las marcas de una iniciada!
— ¡Vaya! Eso suena muy… ¡importante!
— El otro día fuimos a ver a Toni, el de la tienda de tatuajes que hay detrás de la discoteca pero, como conoce a mi madre, es más, creo que se la ha tirado alguna vez, dijo que necesitábamos su autorización y, claro, mamá se puso como una fiera. Más tarde, la abuela la calmó y nos prometió que tú podías hacerlo igual de chulo con maquillaje, y quedaría guay en el ritual; por lo menos hasta que me salgan las marcas de verdad, y eso lleva su tiempo. ¿Me ayudarás? ¡Porfi, porfiii!




Foto: Marijo Grass



Al cabo de diez minutos aparecen los amigos de Selva trayendo sus diseños. ¿Quién me mandará viajar siempre con mi maletín de trabajo a cuestas?
Me quedo mirando a las chicas y sus amigos con cierto recelo pero, los veo tan excitados que decido divertirme un rato como si fuera uno de ellos.




Foto: Marijo Grass



24 de diciembre. 9:00 PM. Buhardilla de la casa familiar.


Estoy terminando el último de los tatuajes falsos cuando unas voces nos llaman desde el piso de abajo, sonando por encima de un horrible disco de villancicos. La mesa está lista para 23 comensales. Como cada año, mi padre ha cambiado la distribución de los muebles montando un tablero gigante para la ocasión. La mayoría sostiene una copa y está empezando a tomar el aperitivo. La abuela ocupa su sitio preferente; se ha apropiado de una botella de Ribeiro y unos chipirones recién hechos para ella sola. Dice que la obliga su religión, por si al final resulta que está celebrando su última cena. Esta semana ha asistido a tres misas de difuntos por tres vecinos del barrio, y si le llega su hora prefiere que sea con la barriga llena. Sus hermanas se persignan al escucharla y la imitan, sirviéndose una ingente cantidad de gambas.




Foto: Marijo Grass



Adrián, mi hermano pequeño, que trabaja en Urgencias como internista y, por primera vez en años, no va a currar en un día complicado por los excesos que comete la gente, propone un juego para animar la tertulia. A él le fascinan ese tipo de programas en los que especulan sobre enigmas universales, misterios sin resolver o fenómenos paranormales. Quiere que aportemos alguna curiosidad sobre el número 23.


— ¿Por qué el 23?— pregunto.
— Es un número que quita el sueño a mucha gente en el mundo entero— responde.
— ¡Qué chorrada!— exclama Sofía, con su frustración habitual.
— Si sumas los dígitos de la fecha en que ha sucedido cualquier desastre de dimensión planetaria, te sale el 23— replica mi hermano pequeño.
— ¡No fastidies! Es solo un número— apunta Marcela.
— Pero un jodido número, que puede joder a la humanidad entera— continúa mi hermano.
— ¡Vale ya! Vas a asustar a los niños— interviene mi cuñada Noemí.
— ¿Habéis visto la peli del 23?— apunta Archi, que acaba de entrar con una botella de vino en cada mano.
— ¿Qué peli?— pregunto yo interesada.
— Una de Jim Carrey, de un tipo que se obsesiona con una novela titulada “El número 23” , se queda pillado en esa paranoia y le pasa de todo— explica.
— Un rollo pretencioso, en plan satánico, para tíos que se comen la olla porque su polla no tiene el tamaño adecuado— suelta la gruñona de Sofía.
— ¡En mi casa no se dicen tacos!— exclama mi abuela, que parecía ajena al discurso y casi se atraganta con un chipirón.
— No son tacos, abuela, solo ha dicho ¡polla!— interviene Archi, con su tono socarrón característico de hermano mayor.
— ¡Mola mazo esa peli!— apunta Selva eufórica, apartando el pelo de su cara para lucir sus marcas de iniciada.
— ¿Cuándo has visto ese bodrio?— pregunta su madre.




El número 23. Joel Sumacher. New Line Cinema . 2007



Mi papá, que lleva un rato entrando y saliendo de la estancia, se detiene sin soltar los cangrejos y afirma:


— Tenemos 23 discos en la columna vertebral— intentando que los comentarios idiotas sobre una mala película no acaben sublevando a la familia en nuestra reunión anual.
— A Julio César lo asesinaron con 23 puñaladas— aporta Sofía, que le gustan las novelas históricas, un poco más relajada. Creo que la afición a la lectura es lo único que ha heredado Selva de ella.
— En una habitación con 23 personas, existe un porcentaje mayor al 50% de que dos personas compartan el mismo día de nacimiento— asegura mi madre, haciendo su entrada triunfal con el pavo, ofreciéndome un gran cuchillo y una especie de tridente para que le haga los honores.
— ¡Anda ya!— exclamo yo, empuñando mis nuevas armas.
— Berta y Celia nacieron el mismo día— nos recuerda Noemí, alzando su copa de vino, como si brindara por haber cumplido con su deber maternal.
— ¡Joder, pues claro, son gemelas!— . Y las niñas, que escuchan su nombre, se reúnen con más niños acampados bajo la mesa, creyendo que las han pillado in fraganti sirviéndose otro vaso de Coca Cola; que les encanta pero la tienen prohibida porque les produce descomposición.
— Y, ¿qué porcentaje hay para que compartan el día de su muerte? — pregunta mi sobrina, la vampira.


En el momento en que me empiezo a pelear con el pavo y los adultos han tomado asiento, suena el teléfono y todo el mundo se queda callado.


— ¿Quién es el gilipollas que interrumpe la cena de Nochebuena?— suelta Archi.
— Anda, nena, coge el teléfono, no sea que pase algo y no nos enteremos— indica mi madre a una de mis sobrinas pequeñas.
— ¡A ver si nos hemos quedado sin jardinero! Ayer no vino a trabajar porque tenía ciática— suelta mi abuela.
— ¡Es para ti!— exclama la niña, ofreciéndome el aparato.


Le traspaso el cuchillo a mi madre y salgo fuera extrañada. ¿Quién puede tener este número si hace siglos que no vivo aquí?


— ¿Sí? ¿Hola?
— ¿Eli? Eli, soy la Mala…Malena Delgado—. Me quedo congelada unos instantes y, ante su insistencia, reacciono.
— ¡¡Ma, Malena!!— exclamo sorprendida y tartamudeando al reconocer su voz—. Ho, Hola. ¡Cuánto tiempo! ¡Estaba empezando a trinchar el pavo!
— Elisa, siento llamarte ahora… Después de tantos años… Mi madre ha fallecido esta noche. Necesito que vengas.
— ¿Ahora? Iba a… ¿Dónde? Mmn, siento lo de tu mamá…
— Por favor, tienes que venir, ¡ahora!— exclama sollozando—. Es su última voluntad. También te ha dejado una nota.
— ¿Cómo? ¿A mí? Bu, bueno… ¿Adónde quieres que vaya?
— Al tanatorio. Puedes entrar por la puerta trasera del cementerio, al otro lado de la pinada— me explica un poco más calmada.
— Está bien. Voy para allá.


Regreso al comedor y anuncio:


— Se ha muerto Guadalupe. La Mala me espera. Tengo que irme.

Recojo mi abrigo y, ante la mirada estupefacta de toda mi familia, abandono la casa.





Foto: Marijo Grass


CONTINUARÁ