28 de octubre de 2010

JAQUE MATE


Foto: Marijo Grass


Por la mañana, de regreso a Brooklyn, me he detenido como otras veces a contemplar el Hudson; necesitaba ordenar en mi cabeza los últimos acontecimientos; esta vez sin los efectos secundarios del alcohol, que a menudo se encargan de embarullar la verdadera naturaleza de mis deseos; como este cielo enrojecido que amenaza tormenta, pero yo espero que pronostique una tregua.

¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué me siento tan bien y tan mal al mismo tiempo? ¿Se trata de una argucia femenina minuciosamente premeditada?

He pasado una noche estupenda, como hacía tiempo no recordaba; pero no esperaba un desenlace tan ambiguo. Debería quedarme con el placer, el cariño y la risa que han caracterizado la improvisada cita nocturna pero, no sé por qué me invade un absurdo desasosiego.

En el ajedrez, la posición de jaque mate significa que el rey está atrapado; no tiene escapatoria. En los mates comunes con damas, alfiles o torres, el rey no muere, sólo queda inhabilitado. Me pregunto si era esa la intención, suponiendo que fuera el rey: dejarme inhabilitado para enamorarme otra vez. Yo nunca he sido bueno en el juego, pero Patricia y Marga sí, y ahora se me ocurre pensar en esto.

Me he despedido de ambas sin averiguarlo; sin saber si cerraba los capítulos que han protagonizado las mujeres más importantes de mi vida, o dejaba una puerta abierta para que el futuro se encargue de ponerlas a las dos en el lugar que merecen.




Foto: Marijo Grass



Al salir del metro en el Midtown y cruzar Park Avenue hasta llegar al Waldorf, he empezado a sentirme como un personaje engullido por una ilustración de la ciudad, recordando el story board de mi vida con Pati; sintiéndome ligero y mucho más joven, como si estuviera a punto de recuperar algo valioso; como un niño a punto de abrir el cofre del tesoro, perdido durante años en el desván.







Atravesar el lobby del Waldorf Astoria es como entrar en el decorado de una vieja screw ball comedy: aquellas películas de trasfondo social muy crítico con las clases adineradas, protagonizadas por personajes excéntricos y caracterizadas por diálogos hilarantes en una frecuente batalla de sexos; dirigidas por Billy Wilder, Frank Capra, George Cukor, Howard Hawks o Mitchell Leisen, entre otros. Esa clase de cine escapista de los años 30 y 40, con decorados Art Deco, perfecto para épocas de crisis por su alta dosis de optimismo y romance, que tuve el placer de descubrir, gracias a Pati, en nuestra época universitaria.






El Waldorf Astoria, situado en el 301 de Park Avenue con la 49, es una joya del Art Deco. El edificio ocupa una manzana entera y ha tenido ocasión de alojar a todos los reyes, mandatarios y celebridades del planeta, además de servir de decorado a innumerables films desde principios del siglo pasado hasta nuestros días. El acceso desde Park Avenue conduce a la Cocktail terrace, en la que puedes tomar una copa en un ambiente distinguido con acompañamiento musical, gracias al viejo piano de cola de Cole Porter, que lo tocaba a menudo mientras residió en el Waldorf Astoria Towers hace una eternidad. El lobby es inmenso, con un reloj en el centro que se alza como una torre vigilante coronada por una mini estatua de la Libertad dorada, en cuya base se han tallado los bustos de algunos presidentes norteamericanos ilustres. La entrada por Lexington es la más rápida para acceder a los restaurantes del hotel, como el archifamoso Oscar´s.

Creo que voy a subir directamente a la habitación de Pati.




Foto: Marijo Grass



—¡Hi, my SuperMaaarc!— exclama como recibimiento. Así me llamaba, bajo la ventana de mi casa, cuando venía a buscarme de incógnito en nuestra época adolescente. La verdad es que podía dirigirse a la puerta y pulsar el timbre, como todas las personas en su sano juicio, pero ella prefería tirar piedras a mi ventana y gritar como Katherine Hepburn buscando en plena noche a Mister Peabody acompañada de Gary Grant. Creo que cuando recuperamos nuestra relación en la Universidad y se convirtió en la esbelta Wonder Woman, en realidad quería parecerse a la Hepburn interpretando a Miss Susan Vance.









— ¡Guauuu! Vaya lujo— exclamo al observar la habitación, al tiempo que ella me arrastra agarrándome por el borde de la chaqueta mientras se desplaza dando saltitos hacia el interior.
— Tiene su punto, o más bien un montón de historia…— replica, mientras descorre unas pesadas cortinas que descubren la fabulosa vista del edificio Chrysler—. ¡Tachannn!
— Demasiado suntuosa para mi gusto— respondo curioseando en el baño, después de contemplar el paisaje urbano nocturno.
— Bueno, reservar en este hotel ha sido un capricho de Marga. A los músicos les parecía provocador alojarse en un sitio que exige etiqueta, con las pintas de freaks que llevan. Ya sabes, les encanta llamar la atención, aunque eso aquí es bastante difícil, jajaja.
— ¿Por qué no has ido a Cielo?
— ¡Uff! Estaba harta de aguantar los egos de todos, incluido el equipo. Trabajar con artistas que han colocado algún hit fuera de España y se creen estrellas es insoportable. Y los realizadores de videoclips que vienen a rodar a Nueva York igual. Además, conozco bien la ciudad; estaba cansada para irme de juerga o hacer vida social. ¿Qué tal el ambiente?
— ¡Joder! Ya sabes que no me van esos sitios. No me he quedado ni 5 minutos.
— Y… ¿Tu mexicana? — pregunta al tiempo que frunce el entrecejo como un dibujo animado.
— Se la ha tragado la tierra— respondo compungido, haciendo el mismo teatro que ella.
— Pues, ¡yo la he visto cenando en Nobu!— exclama, alzando un vaso del Starbucks que descansa sobre una cómoda, como para apuntarse un tanto.
— Supongo que no le has hablado de mí— continúo con la comedia, gesticulando con los brazos.
— Siempre digo la verdad, incluso cuando miento—. Ahora la pillo porque reconozco la frase; es de Scarface, y se la devuelvo.
— ¿Quién eres?— la interrogo, emulando a Batman como hacía de niño.





Foto: Marijo Grass



— ¡Tu peor pesadilla!— responde, ampliando su sonrisa con las manos.


En ese momento nos hemos puesto a reír a carcajadas hasta caer tumbados en la cama. Y, por primera vez en las últimas semanas, me he sentido como en casa. Esa es una de las cosas que siempre eché de menos cuando Pati desapareció de mi vida: me daba seguridad. Estando con ella, aunque fuera compartiendo un destartalado apartamento de 30 metros cuadrados, me sentía cómodo, en casa; algo que nunca conseguí con Marga, que me fascinó nada más verla porque me inspiró un personaje, la convertí en musa y me obsesioné con dibujar todos esos álbumes; pero siempre fui una especie de invitado especial en su vida: alguien que está de paso.

Por un instante me he quedado ensimismado con mis recuerdos; afortunadamente Patricia me ha sacado de ellos.


— ¿Te apetece que bajemos a tomar una copa?
— Creo que no. El alcohol me sienta fatal desde hace un tiempo. No quiero quedarme grogui al tercer trago. Prefiero disfrutar de tu compañía— respondo, al tiempo que me incorporo hasta quedarme sentado para admirar su anatomía, enfundada en un conjunto de algodón blanco muy confortable, que le sienta de maravilla.
— ¿Qué tal si pedimos que nos suban un Té y unos muffins de chocolate, regados con más chocolate, y un bol de fruta fresca?— propone, sentándose en el borde de la cama y cogiendo el teléfono que hay sobre la mesilla. Creo que la he fulminado con la mirada porque observo una pizca de nerviosismo en la forma en que recoloca su camiseta de tirantes.
— Me parece mejor opción— afirmo animado. Y empiezo a notar una cierta tirantez en mis pantalones y un agradable cosquilleo en el cuello.





Foto: Marijo Grass



Después de regalarnos un auténtico festín de chocolate, degustando el picnic sobre la cama, nuestra euforia ha aumentado considerablemente. Me ha estado enseñando algunos fragmentos de su trabajo en Mozambique, y más tarde nos ha dado por curiosear el catálogo de películas disponibles por cable, entre las que se encontraban algunas que se han rodado aquí, como: “Ricas y Famosas”, una de Wayne Wang con Jennifer López haciendo de criada, o ”Week-end at the Waldorf”, dirigida por Robert Z. Leonard, que es un remake de “Gran Hotel”, bastante más cómica que la original, y que hemos decidido ver; esta vez más cómodos y con nuestras piernas entrelazadas, como hacíamos siempre.







Durante la proyección no hemos dejado de reírnos y gastar bromas; poniéndonos de pie para bailar cada vez que aparecía Xavier Cugat y su orquesta, haciendo como si tocáramos las congas, para dejarnos caer sobre el colchón de golpe, igual que si saltáramos sobre una cama elástica .


Week-end at the Waldorf (Original Trailer)


En el momento en que han empezado a salir los títulos de crédito, hemos girado las cabezas al unísono y nuestros labios se han encontrado por accidente; han saltado chispas de alto voltaje al recibir el equivalente a una fuerte descarga eléctrica en una noche de tormenta, trasformándonos en animales de la selva en celo, que sucumben al apareamiento atraídos por el olor que desprenden nuestros cuerpos excitados. Entonces ya no estábamos en el Waldorf, sino en aquél minúsculo apartamento de "El Cabañal", a escasos metros del Mar Mediterráneo. Pati acababa de llegar portando consigo el exceso de humedad característico del invierno valenciano, y yo saltaba de mi mesa de dibujo al verla, para meterme con ella bajo el edredón y aumentar su temperatura corporal unos cuantos grados. Ella se introducía entre mis brazos como un fruto perfectamente encajado en su cáscara, y, cuando entraba en calor, se volteaba, lentamente, hasta enfrentar nuestros ojos; entonces yo empezaba a explorar el mapa de su cuerpo como un experto guía de rutas exóticas para amantes de la aventura, hasta descubrir el tesoro en tierra mojada, convirtiendo en una isla nuestros reinos jadeantes hasta altas horas de la madrugada.


Nos hemos quedado dormidos cuando el día empezaba a asomar por la ventana. El teléfono nos ha despertado pero Pati ha ignorado su sonido hasta la tercera llamada. A pesar de no haber descansado me he levantado con las pilas cargadas; con la sensación de haber recuperado mis superpoderes para seguir luchando por mis sueños en la Gran Manzana.

Antes de salir de la habitación me ha regalado un último abrazo de gorila, acompañado de un beso muy cálido, al tiempo que susurraba en mi oido:


— Continúas igual de alto…— y yo la he abrazado más fuerte.
— Tú más intrépida— contesto, apartando el pelo de su cara.
— Ahora Wonder Woman debe volar a otras latitudes, a enseñar al mundo la verdad sobre lo que padecen las mujeres en África— continúa, recuperando el tono de pantomima que tanto nos divierte.
¡Un gran poder conlleva una gran responsabilidad!— exclamo, y nos hemos empezado a descojonar de nuevo con la frase lapidaria de Spiderman.





Foto: Marijo Grass



Cuando hemos entrado en uno de los fabulosos comedores donde sirven el buffet del desayuno, tras hacer acopio de frutas, cereales y exquisiteces varias, nos hemos acomodado en una mesa para disfrutar del festín. Minutos más tarde ha entrado Marga con un café en la mano. No parecía sorprendida al verme allí con Pati. Se ha limitado a soltar un escueto “Buenos Días”, con una extraña sonrisa en la boca, y se ha dejado caer como un saco en la silla que había a mi lado. De repente, me he sentido culpable, acorralado, porque yo era el único que intentaba ocultar cierta incomodidad, sentado entre las dos mujeres que han marcado mi pasado. Patricia se ha puesto su máscara de productora eficiente respondiendo a las urgencias del trabajo, a la vez que mordisqueaba un trozo de mango. Al momento han aparecido los músicos, haciendo gala de una buena resaca y bebiendo un extraño brebaje. Yo no dejaba de observar simultáneamente a Marga y Pati; sólo he obtenido de la primera una frase.


— ¡Deberías haberte quedado en la fiesta!— exclama, esbozando una amplia sonrisa que delata un rostro cansado.


Entonces he vuelto a la realidad decidiendo que era el momento de decir adiós y marcharme. Los músicos empezaban a hacer comentarios jocosos sobre su aventura nocturna y Patricia parecía estar absorta en sus llamadas. Aún así, he notado que tiraba de mi chaqueta al levantarme, como si quisiera recordarme que no debía olvidarla. He sentido las miradas de ambas, clavadas en mi espalda, al abandonar la estancia.


Una vez en la calle, he empezado a sufrir una paranoia, pensando si toda esta aventura era consecuencia de una sutil batalla de gatas.




Foto: Marijo Grass



Al llegar a Brooklyn, he encontrado a Mauro leyendo el periódico en una terraza que hay al lado de casa. Después de relatarle mi odisea nocturna y la extraña desazón con la que he compartido el camino de regreso, afirma:


— Divertirse está bárbaro, y si es con una mina linda que te conoce bien, compañera de cursado en la Facultad, todavía más. No sé por qué tenés esa cara de boludo. ¿De qué te quejás? La amistad es así, gira alrededor del bienestar. Tomate tu tiempo para digerirlo; esa mina te quiere, y eso no va a cambiar. A la otra desubicada no le daría más bola.


Unas horas más tarde, al llegar a la Escuela de Arte de Harlem, en la que imparto unas clases de dibujo, he estado observando en la calle cómo se relacionaba un grupo de niñas con sus compañeros de juego. Me he sorprendido esbozando una enorme sonrisa al recordar a Pati y a mí cuando éramos pequeños. En ese momento he comprendido las palabras de Mauro sobre el bienestar que proporciona la verdadera amistad. Entonces, he sacado el móvil del bolsillo, les he hecho una foto, y la he enviado a mi querida Wonder Woman, vaticinando un enorme éxito en su próxima aventura africana.




Foto: Marijo Grass


CONTINUARÁ