11 de noviembre de 2010

A VOLAR


Foto: Marijo Grass


El mundo continúa girando sin descanso, y más en un lugar en el que todo sucede tan rápido. Me siento ligero; empezando un capítulo nuevo; listo para disfrutar de la aventura inagotable que me brinda la ciudad.

Hace dos semanas que regresaron a España. Marga me ha enviado un sms afirmando que le hubiera gustado quedarse un par de días para divertirnos en la Gran Manzana. ¡UFF! Seguro que Mauro exclamaría: ¡Atorranta!
De Pati he recibido un correo muy cariñoso. Dice que estuvo con mi madre antes de viajar a Londres; que la invitó a comer sus famosas lentejas, pero eso ya lo sabía. Esa misma noche me llamó para ponerme al corriente.


— Hoy ha venido a casa Amelia con Pati. ¡Está guapísima! Me ha contado que os visteis en Nueva York…— explica, con ese tono suyo de estar pidiendo a gritos que incluya los detalles.

— Pues, sí, mamá. Está muy guapa… Lo pasamos muy bien— respondo, zanjando el asunto.

— Patricia vale mucho. No sé qué se le ha perdido en África, con tantos bichos…y el calor infernal. ¡Vamos! Que es muy solidaria y todo eso pero, creo que una chica tan lista podría hacer películas más entretenidas…

— ¿Te ha enseñado el documental?— pregunto, creyendo que el tema se desvía en otra dirección.

— Hijo, he llorado como una magdalena, porque esas mujeres sufren muchísimo y no tienen nada de nada. Yo no puedo ver esas cosas, siempre me deprimo; después tu padre se enfada porque no me apetece jugar al póker, ni acompañarlo a la huerta a ayudar a tu abuelo a recoger las verduras…


Foto: Marijo Grass


— ¿Desde cuándo juegas al póker?

— Cosas de papá. Lo leyó en un libro de autoayuda; dice que tenemos que compartir aficiones, por eso me ha enseñado a jugar al póker; pero le gané la primera vez y ahora me da la tabarra con la revancha. Yo prefiero la brisca, y jugar con mis amigas, que tu padre se pone muy pesado cuando pierde. Pero, bueno, lo que pasa es que el video de Patricia me ha dado una congoja…

— Mamá, es un trabajo de denuncia social; y tú eres de lágrima fácil: siempre lloras con el anuncio de la lotería de Navidad.

— Cariño, yo solo quiero saber si os habéis reconciliado. Ella estaría mejor contigo, trabajando en Nueva York. ¡Con la de películas que se hacen en Nueva York! No creo que le faltara trabajo— exclama, con ganas de retomar el asunto de su interés.

— ¡No estábamos peleados!— afirmo fastidiado, porque no me gusta hablar con mi madre de mujeres.

— Ay, hijo; mira que, cuando quieres, no hay manera que sueltes prenda. Me refiero a si la cosa pinta bien; si crees que podrías ennoviarte otra vez con ella. Tú sabes que la quiero como a una hija y, ¡tengo ganas de tener nietos!

— Joder, mamá, ¡estás flipando!— exclamo, empezando a cabrearme sin poder evitarlo.

— Bueno, no te enfades, mi amor. Yo solo deseo que seas feliz y te hagas famoso con los dibujos; y me lleves a Hollywood cuando te hagan la película.


¡Arggg! Tengo que colgar el teléfono. Menos mal que ha llamado Flash y me he librado del discurso de alcahueta sin que se enoje.



Mi agente dice que todavía no tiene noticias de Marvel, pero me ha conseguido un trabajo de ilustrador. He estado haciendo unos carteles para promocionar una competición de cheerleaders que se celebra en la ciudad. Hoy he visitado un centro de entrenamiento para tomar apuntes. Me alucinan estas chicas elásticas haciendo pirámides y acrobacias. La verdad es que lo he pasado fenomenal; todas estaban buenísimas y eran muy simpáticas, sobre todo Carol, que hace de voladora y me ha servido de modelo. Me ha pedido que le regalara los bocetos a lápiz a cambio de una cena; y he aceptado, por supuesto.

Al salir del gimnasio hemos ido al famoso Stage Deli, en el 834 de la Séptima, al lado de Broadway; un lugar con 70 años de historia donde se pueden degustar auténticas delicatessen americanas, y en el que es fácil cruzarse con alguna celebridad, además de la gente que trabaja en los espectáculos. Tienen una carta de sándwiches especiales con los ingredientes preferidos de sus famosos clientes, como Clint Eastwood, Mel Brooks o Tim Robbins.
Carol ha pedido una hamburguesa gigante y un batido energético; yo, un corned beef on rye, que es carne de vaca curada y cortada a láminas, que se sirve en pan de centeno acompañada de mostaza y pepinillos. En algunos Delis, menos sofisticados, le han puesto el nombre de Obama a este sándwich porque, cuando estuvo en Jerry´s Famous Deli de Miami,
afirmó que era su favorito.

Por suerte, hemos conseguido un rincón agradable al lado de la ventana. Una vez acomodados en la mesa, ha empezado a hablar de su vida.

Carol tiene cinco hermanos y es la única hija de una acaudalada familia de Rapid City que se dedica a la cría de caballos. Son propietarios de una hípica en la que ofrecen paseos a los turistas y también forman parte de la organización de un famoso Rodeo profesional: el Black Hills Shock Show Rodeo, que se celebra desde hace más de tres décadas.



Foto: Marijo Grass


Rapid City es una ciudad relativamente grande de South Dakota, conocida como “Star of the West”; un lugar de peregrinación obligado para los Yankees porque en sus alrededores se encuentra el famoso Monte Rushmore: esa montaña esculpida con bustos de los presidentes: Washington, Jefferson, Roosevelt y Lincoln, que aparece en Mars Attacks cuando los marcianos de Tim Burton esculpen su cara y se los cepillan desde un ovni; también me suena de Superman II, y de una película de Hitchcock con Cary Grant y Eva Marie Saint.

Parece que Carol no compartía la pasión ecuestre de su familia y decidió largarse al terminar la High School. Gracias al dinero que le dio su abuela, logró venir a Nueva York en busca de formación en una academia profesional. Su sueño es convertirse en bailarina y aquí se encuentran las mejores compañías del mundo. Me cuenta que Paula Abdul empezó como cheerleader en las “Lakers Girls” de los Ángeles; tres meses más tarde ya era coreógrafa, y poco después abandonaba la Universidad para lanzar su carrera musical. Ahora sigue en el candelero porque es jurado del famoso concurso American Idol y protagonista de algunos escándalos que hacen las delicias de la prensa sensacionalista; también continúa bailando y sacando discos. Creo que, de mayor, quiere ser como ella.




Foto: Marijo Grass


Carol formaba parte del equipo de cheerleaders de su instituto en Rapid City, así que no le costó nada superar el casting para las “Knicks City Dancers”, porque es buena voladora, tiene un cuerpazo increíble y una cara de ángel muy expresiva.
Me explica un montón de curiosidades sobre su tierra y yo la escucho con interés; dice que los Montes Negros, donde se encuentra el Rushmore, pertenecieron a las tribus Sioux, pero en 1874 se encontró oro en la zona y los echaron de allí. Un siglo más tarde, la Corte Suprema decidió indemnizar a los indígenas con una cifra millonaria, pero lo que ellos querían era recuperar las tierras robadas a sus antepasados.

Mientras relata su historia, observo cómo da pequeños sorbos a su batido y mira la hamburguesa de reojo pero sin tocarla, como si fuera su guardiana y debiera mantener un aspecto inmaculado. La interrumpo para preguntar si no le gusta y quiere que le pida otra cosa, incluso le ofrezco mi corned beef; ella se ríe y afirma que le encanta, pero no se puede permitir semejante cantidad de calorías; con mirar su hamburguesa tiene suficiente para superar la nostalgia que le provoca estar lejos de casa y controlar su estricta dieta de bailarina y voladora en el equipo de cheerleaders. Enseguida cambia de tema preguntando por qué no juego a básquet, mientras se ahueca el pelo con evidente coquetería.

Muchos creen que un tío con mi altura no se puede dedicar a otra cosa. Cuando revelo que soy dibujante de cómics me colocan la etiqueta de freak o me miran con lástima, incredulidad, incluso con desprecio; como si fuera poseedor de algo valioso y lo estuviera desperdiciando; en mi caso, perdiendo el tiempo con los tebeos. Las chicas como Carol quieren que les haga un retrato. Le respondo que, a pesar de la insistencia de mis profesores, nunca pasó por mi cabeza dedicarme al deporte profesional.




Foto: Marijo Grass


Ha resultado una cena curiosa y simpática, aderezada con anécdotas de la América profunda; muy diferente a la experiencia en la Gran Manzana. Al despedirnos, me besa por sorpresa y me regala entradas para un partido de los Knicks, en el que podré ver el número completo con todas las chicas. Creía que la americanas eran menos lanzadas con todo ese asunto de las citas; parece que haya que cumplir una especie de reglamento cada vez que sales con alguien, pero debe ser que Carol viene del campo, no se rige por las convenciones de las neoyorkinas; ha crecido en las tierras robadas a los indígenas y algo salvaje le ha quedado. En fin, a nadie le amarga un dulce.


Le he sugerido a Mauro que me acompañe y ha accedido encantado. Dice que asistir a un encuentro de la NBA, en el Madison Square Garden, es imprescindible. En la cancha juegan los Knicks, las Liberty o los Rangers. También se puede ver boxeo y grandes eventos.




Foto: Marijo Grass


Esta es la cuarta ubicación del Madison Square Garden, en el cruce entre la 33 y la Séptima Avenida. Las dos primeras estaban en Madison Square, de ahí el nombre. Lo curioso es que la segunda tenía una torre a semejanza de la Giralda de Sevilla, pero la demolieron en 1925; solo quedan algunas imágenes conservadas en La Sociedad Histórica de Nueva York.






Creía que las cheerleaders eran el plato fuerte de la animación pero aquí TODO es espectáculo: desde niños prodigio que asaltan la pista en un tiempo muerto, con sus magníficas voces, bailando hip hop o tocando un instrumento, a la pequeña cantera del equipo exhibiendo su destreza con el balón. En las gradas aplauden los seguidores de los knicks, además de los centenares de turistas que incluyen esta cita en su agenda, igual que hacen con la estatua de la Libertad o el Empire State.





Foto: Marijo Grass


Al público le encanta aparecer en las pantallas electrónicas, declarando su amor, felicitando un cumpleaños o celebrando la visita de un grupo escolar.




Foto: Marijo Grass


Ha ganado el equipo local, lo que ha desatado la euforia colectiva. Las cheerleaders estaban cojonudas; nosotros hemos cumplido con el ritual de litrona y sobredosis de colesterol, gracias al tamaño descomunal de la cerveza y los perritos calientes. Al finalizar el partido, hemos ido con Carol y algunas chicas a un bar cercano. El cabrón de Mauro no ha perdido el tiempo porque lo he visto intercambiando números de teléfono. Si fuera Vicente habría desaparecido con alguna esa misma noche.





Foto: Marijo Grass


Por la mañana intento localizar a Gaby, pero su móvil continúa apagado o fuera de cobertura. Un rato más tarde, al revisar el correo, me entero por Patricia que se fue a México al finalizar el rodaje, pero ignora el motivo y el tiempo que va a permanecer allí, así que le dejo un nuevo mensaje, con la esperanza de que llame a su regreso y podamos vernos. Me incomoda no tener clara esta historia. Es como si estuviéramos jugando al despiste; por mucho que intento recordar lo veo todo turbio y me jode. Confieso a Pati mi desazón respondiendo su mail. Ella es más sutil que mi madre para sacarme esa clase de información y me vendría bien su punto de vista. “ Nada mejor que ignorar a un tío para sacar su instinto de cazador”, me contesta al instante. “¿Quieres decir que lo hace a propósito?”, pregunto. “Si le gustas aparecerá en tu vida de nuevo”, se despide, añadiendo un par de corazones y cerrando el chat.

Todavía dando vueltas al asunto, mientras doy grandes sorbos a un café extra largo que he comprado en la calle, me asomo a la ventana y observo un avión que vuela muy bajo. Por un instante imagino que Gaby regresa en él y me llama un par de horas más tarde. Necesito hablar con ella para averiguar si todavía podemos ser amigos, o lo que sea.





Foto: Marijo Grass


CONTINUARÁ