25 de junio de 2009

Sin TETAS no hay PARAÍSO, ni TRABAJO MALO que te pague el alquiler.

Foto: Marijo Grass



Estoy desolada. He perdido un trabajo por unas tetas. Y eso que había eliminado de mi currículum todo aquello que me hiciera parecer una intelectual, siguiendo los consejos de una ex ejecutiva, muy curtida en las tendencias del mercado laboral, a quien conocí en la cola del INEM hace un par de semanas. Según su pronóstico debemos adelgazar los méritos, porque ahora están en alza inexperiencia y juventud, que son sinónimo de RI (remuneración insignificante) y EH (esclavitud horaria); ni siquiera mi abuela, que siempre demostró una gran sabiduría, conseguía proporcionarme la orientación adecuada.


— Cariño, no olvides destacar tu participación en conferencias y festivales por el mundo. Tú sabes mucho y hablas muy bien; encandilas a la gente en un minuto, así que no le temas a la entrevista personal, que eso es tu fuerte.
— No sé, abuela. Estoy cambiando de vida y me apetece hacer otras cosas, como escribir, por ejemplo.
— Nena, tú sabes que yo soy la primera en reconocer tus habilidades. Lo de escribir está bien como hobby o para desahogarse pero…¡NO te va a pagar el alquiler!

Por un instante me recuerda una conversación idéntica con mi madre, unos años atrás, cuando anuncié que sacrificaba un “futuro incierto” en la música— nada que ver con el grupo punk peruano que arrasó en los noventa—, para disfrutar de mi afición a la pintura en la Facultad de Bellas Artes.

— ¿Estás segura? ¡ESO…tampoco te va a dar de comer!— exclamaba con una mezcla de censura y preocupación en su rostro.

Lo cierto es que siempre conseguí cobijo y manutención para sobrevivir con cierta holgura, pero las cosas han cambiado mucho desde entonces; las necesidades básicas del individuo se han convertido en lujo asiático, y los pobres mortales— sin hogar familiar al que retornar con el rabo entre las piernas además de tres o cuatro décadas de historia a sus espaldas—, lo tienen crudo.

Como suelo ignorar lo que disparan los medios, alimentando la desesperación popular con mensajes catastrofistas del tipo:
“ You´re a loser”, me dispongo a buscar las lentejas aplicando mis conocimientos en otra ocupación menos afectada por la crisis y, a ser posible, que no me consuma las neuronas y mantenga la mente despejada para dedicar las noches a mi nuevo divertimento: despotricar.Y eso me lleva al asunto de las tetas y el Photoshop chino, que me han convertido en una loser a pesar de los buenos augurios de mi abuela.

La oferta apareció en mi bandeja de entrada tal día como hoy hace una semana. El texto apuntaba algo parecido a:

“ Se busca retocador digital para empresa de producción y distribución audiovisual. Excelente dominio del Photoshop. Buscamos una persona adulta, creativa y sin prejuicios. Jornada flexible. Remuneración a convenir. Incorporación inmediata”


Siempre he padecido una tendencia incontenible a creer que las casualidades son señales que no deben pasar desapercibidas, por eso considero al instante que ése correo es “personal”. Alguien me lo ha enviado a mí. El resto de parados suscritos a Infojobs en las mismas categorías profesionales no pueden acceder a la información. Mi otra abuela, que en paz descanse, se ha convertido en hacker desde el más allá y vela por mi futuro bienestar en el más acá, o sea en el infierno terrenal, así que no tengo la menor duda de que el puesto es mío. Además, a pesar de que no he estudiado medicina, puedo adjudicarme el título de “cirujana plástica digital”.

¡La de lifting que he practicado a las actrices que han confiado en los poderes embellecedores de mi cámara para renovar su book profesional! Todas me adoran, y están convencidas que mi ojo clínico es capaz de plasmar su desbordante personalidad y no está programado para captar muecas, ni otros gestos que puedan afear el don que la madre naturaleza les ha otorgado. Es obvio que todo se reduce a una postproducción comedida con Photoshop, pero sin llegar al extremo de la Preysler, que parece la hija de sus hijas en el anuncio de Age Vitality de L´Oreal.

La cuestión es que se vean estupendas sin que se note el apaño; como si hubieran cambiado de peinado o de marca de pintalabios; porque en este país no se estila propagar a los cuatro vientos si te has puesto tetas o una sobredosis de botox.

La gente justifica su renovada apariencia declarando: “ Es que ahora me machaco a hacer yoga y pilates cinco horas a la semana y me sienta de fábula”. Todo, excepto confesar que han hecho una visita a Corporación Dermoestética o alimentan las estadísticas que sitúan a España en el primer puesto del ranking europeo en intervenciones de cirugía plástica y reparadora. A las americanas, en cambio, les da igual; tanto si se trata de un divorcio o de una liposucción organizan una fiesta para celebrarlo y exhibirse ante sus amigos.


En fin, que toda esta disertación viene a cuento del anuncio de empleo donde requerían un candidato adulto, creativo y sin prejuicios; pues a eso es a lo que me refería con la actitud de las yankees; que no tienen prejuicios, ni les importa que la gente se entere que NO todo lo que reluce es natural, aunque lo parezca.

Y yo, tampoco, aunque no me haya puesto tetas nuevas que lucir ante mis amigos; de manera que concierto una entrevista y me dispongo a hacer un lifting a mi currículum para adaptarlo a mi próxima experiencia laboral; pero antes decido averiguar algo más sobre la empresa que propone la oferta para asegurar el tiro; no sea que mi abuela: la hacker que habita en mi corazón y más allá de las estrellas, no haya aprobado el curso de informática celestial y fracase derivando el mensaje dirigido a posibles competidores a la bandeja de spam.

Mis conocimientos de investigadora privada, fruto de lecturas como Chandler o Hammett, me han proporcionado el nombre real del negocio:
Dark Dreams.

Lo primero que pensé es que tenía que ver con pelis románticas de vampiros— que ahora triunfan entre el público adolescente—, pero la entrada más notable que mostraba San Google, —además de otros asuntos relacionados con el sexo explícito—, correspondía a la página personal de Darío Argento: un director de cine italiano en el que se han inspirado muchos jóvenes realizadores de películas de terror o videoclips
freackys que popularizó un género llamado Giallo: el que adaptaba novelas de suspense, con tapas amarillas, donde aparecían tías buenas perseguidas por psicópatas enmascarados que sufrían algún trauma infantil; y donde el aspecto visual era mucho más interesante que el argumento. Reconozco que si no hubiera tenido una colección de alumnos superfans jamás hubiera disfrutado tanto del intenso colorido de estos films.

El asunto es que empecé a imaginar en qué tipo de retoques debía especializarme y decidí preparar un
book con unas fotos que le hice a un peluquero de mi barrio— a cambio de un tinte y planchado japonés—, en las que aparece en pelotas, montado sobre plataformas de veinte centímetros, con unas alas inmensas de color magenta fosforescente.

Me pidió una ampliación a tamaño natural serigrafiada en una cortina de baño, en la que se apreciaba el abuso de la herramienta “licuar” (con la que engordas y adelgazas según demanda); pero a su novio le gustó tanto que me contrató para una sesión similar, aunque a él le iba más el personaje de policía con esposas y tanga de leopardo y, a ser posible, con luz natural.

Como el día que quedamos lucía gris con nubes que amenazaban tormenta, pensé que la terraza comunitaria y desportillada de mi edificio era una buena localización; hasta que mi vecina del ático —que tiene una ventana con cristal de espejo en la cocina—, nos descubrió mientras fregaba los platos y, horrorizada ante la visión de quien suponía un degenerado exhibicionista—aunque se tratara de mi cliente imitando a Nadal antes de dar el primer raquetazo—, alertó a la Guardia Urbana fastidiando nuestra sesión.


A pesar de todo, conseguí unas instantáneas fabulosas con: poli verdadero de uniforme, poli falso con gorra, esposas colgando de un tanga de leopardo y botas de cuero en el mismo encuadre, junto a una señora histérica con delantal y zapatillas de andar por casa lanzando improperios frente a un enjambre de antenas de televisión, recortadas sobre un pedazo de
skyline del gayxample barcelonés.

Estas imágenes las incorporé a mi colección particular con etiqueta de documento social. Me recordaban el trabajo de un fotógrafo americano llamado Arthur Fellig — conocido como Weegee—, que convirtió en arte el fotoperiodismo amarillo. Howard Franklin rodó una película titulada
El ojo público en la que Joe Pesci recreaba su vida, y yo le hice un homenaje gracias a mi vecina.

Eso es todo lo que pude encontrar en mi archivo que pudiera servirme como tarjeta de presentación, tras “licuar” cuatro tallas en sus bajos y unos kilitos de masa muscular; pero ni mi habilidad demostrable con el
Photoshop ni la falta de prejuicios fueron suficientes para conseguir el trabajo.

Aquél día, me calcé unos taconazos de
Pura López y una casaca estampada de Custo BCN sobre un escotado jersey blanco, y me dirigí con una seguridad de mujer creativa y exitosa a mi entrevista de trabajo. Las oficinas, situadas en los bajos de una nave industrial del extrarradio, estaban decoradas con carteles cinematográficos de títulos lascivos y fotografías bastante vulgares de gente retozando.

La recepción, iluminada con fluorescentes, la presidía una secretaria con exceso de máscara de pestañas y un par de butacas de cine tapizadas en terciopelo rojo; una de ellas, ocupada por una mujer exuberante con pechos XXL y melena rubia platino recogida en una cola de caballo, que hojeaba una revista de cotilleo china mientras
chupaba un caramelo con el estilo de los carteles que nos rodeaban.

Al principio me pareció una actriz que esperaba su turno para un casting pero, pronto averigüé que era una vil y pechugona competidora.

—¿Vienes por lo del trabajo?— me pregunta nada más sentarme en la butaca contigua.
—¿Qué trabajo?— respondo, pensando que no se trata de la misma solicitud.
—El de retoque— me sonríe, enseñándome su caramelo, que por el color sólo puede ser de menta o de manzana.


Estoy tan convencida que no formamos parte del mismo proceso de selección que le contesto sin pensarlo siquiera.

— Ahhh, no.— imaginando sus manos coronadas por uñas de porcelana en plena actividad masajeadora, sin parar de “re-tocar”.
— Estupendo, con un poco de suerte no llega nadie más y puedo entrar ya— declara, rebuscando en el bolso un espejito de mano, tras devolver el caramelo chupado a su envoltorio original.
— Seguro que te va muy bien; me encanta la decoración de tus uñas. ¿La has hecho tú sola?— pregunto con fingido interés.
— Pues sí, he pasado tantas horas de mi vida esperando en habitaciones de hotel que al final me aburría y me hacía las uñas. Además, a la mayoría de mis clientes les encanta.
— Ahh, ¡qué bien! Son divinas— le replico complaciente.
— Pues a ver si a este tío le gustan y no le importa que me instale el
Photoshop en chino. Es que estoy más acostumbrada.
— ¡El Photoshop!— exclamo, con la misma expresión que la otra noche, cuando encontré unos tallarines enmohecidos en una caja de cartón pringosa al fondo de la nevera.
— Uy, perdona, ¡el programa!, es que sólo lo he usado en China y me manejo mejor.
— ¿En China?— balbuceo noqueada.
— ¡Pues sí! Me llevó un cliente que era arquitecto y tenía un estudio de publicidad en Shangai y, al final, me quedé como masajista de la empresa. Aprendí mirando a los diseñadores… Me lo explicaban en chino mientras esperaba su hora de relax. Pero a mí lo que me interesa es actuar; y pienso que con este trabajo conseguiré otras cosas… o podré visitar un rodaje…¡A lo mejor le gusto al productor!...
— Seguro— afirmo convencida.
— Yo admiro a Traci Lords— continúa imparable—, porque después de hacer soñar a tantos hombres, antes de los dieciocho, consiguió hacer películas de verdad hasta con Johnny Deep. Si ella puede ¿por qué yo no?


Exactamente con diez minutos de retraso confirmo que la rubia
Supervixens con la que mantengo esta ridícula conversación es mi rival, y acto seguido mis predicciones desaparecen con la misma rapidez con la que dejo de sentirme adulta, creativa y sin prejuicios.

A continuación, la recepcionista la invita a pasar al despacho y, un cuarto de hora más tarde, aparece con un
kleenex en la mano, el escote dos botones más abajo y una sonrisa de anuncio de dentífrico; e inmediatamente me confiesa:

—Creo que he conseguido el trabajo. Y al tipo no le importa la versión del programa que utilice, hasta me va a comprar un teclado chino… ¿Has hecho tu prueba? Si quieres te invito a merendar; parece que me has dado suerte.

Recuperando mi porte de mujer adulta, creativa y sin prejuicios, agarro mi bolso y le respondo:

— ¿Por qué no?

Mientras salimos del recinto se me ocurre preguntar:

—Oye, ¿Y qué tal la experiencia de vivir en China y todo eso?

Con una gran risotada y ajustándose el sujetador me contesta:

—¡Con mis tetas…un paraíso!




Foto: Marijo Grass