24 de septiembre de 2009

"LAS CHICAS BUENAS VAN AL CIELO, LAS MALAS A TODAS PARTES"

Foto: Marijo Grass


MAE WEST tenía razón. La reina de la comedia inteligente en los años 30 nos legó la cosecha de frases que mejor ha resistido la etiqueta de crianza, reserva y gran reserva hasta el día de hoy; aunque Ute Ehrhardt convirtió su frase lapidaria en título y se hizo con un best seller tan exitoso que tuvo que escribir la continuación:

“La chicas buenas van al cielo, las malas a todas partes. Y son cada vez peores”.

En esta, la autora, entre otros panegíricos, te propone un par de test para averiguar si has desarrollado con éxito el proceso de hacerte mala: cuánto placer te produce y dónde se encuentran tus dudas.
Ante semejante dosis de ingenio me pregunto:

¿por qué he pasado tanto tiempo creyendo que iría al cielo cuando empezara a criar malvas y tuviera una colección de gusanos, como amigos, en el Facebook ?

¡Qué manera de limitar la diversión! Si lo de ir a todas partes es mucho más apasionante y, desde que he decidido “hacerme fan” vivo en “el sitio de mi recreo”, como cantaba Antonio Vega en ese pedazo de canción. Estoy segura que mi desacierto, durante tantos años, se lo debo a la educación oscurantista que recibí en el colegio de monjas donde cursé la primaria.

Yo— ¡Madre!—. No es que fuera mi madre; es que a las monjas las llamábamos así—, ¿Qué es el infierno?
Madre— Un estado de sufrimiento, y el lugar donde padecen terribles tormentos los que se rebelan contra el orden; y que vas a visitar, en menos que canta un gallo, como sigas dibujando caricaturas en clase de matemáticas…


Google Image


Recuerdo con auténtico terror sus amenazas, y la confirmación de que ese lugar tan siniestro podía encontrarse a la vuelta de la esquina…

A los seis años Rosita Roig me arrebató el papel protagonista en la función anual del colegio porque una tormenta inesperada me provocó una afección de garganta y perdí la voz. Yo heredé su rol de árbol al fondo del decorado y ella se puso el vestido de princesa y le dio un beso a Carlitos delante de toda la asociación de padres. Ya sé que debería echar la culpa al servicio meteorológico pero es que, LA LAGARTA, sabía que a mí me gustaba Carlitos— como al resto de la clase—, por eso me regaló esa mirada de regocijo por la que casi provoco un incendio con el disgusto y quemo la moqueta del teatro. Al terminar la función, Carlitos me vino a buscar al vestuario y, en menos de 10 segundos, me dejó al borde del infarto:

— ¿Verdad que no te importa hacerme los deberes otra vez? Es que me voy a la fiesta de Rosita y ¡no me va a dar tiempo!

Este es el primer contacto directo con el infierno que sacude mi memoria, además de ir al colegio los sábados a hacer problemas de matemáticas como castigo a mi devoción por las artes plásticas.


Foto: Marijo Grass


A los 16 empecé a salir con el chico más guapo, divertido y embaucador de mi pandilla, hasta que me abandonó por Genoveva Polifibra: la reina del ladrillo; que era más gorda, más fea y su talento se limitaba a ir de compras con la visa oro de su padre: propietario del mayor imperio de materiales para la construcción de la zona.


Me costó seis meses— y una nueva afonía provocada por el enojo—, darle la razón a mi mamá sobre la suerte que había tenido librándome de semejante zángano. Y a día de hoy, todavía le guardo rencor y devuelvo a Geno la mirada de regocijo al leer con frecuencia en la prensa que la crisis inmobiliaria le ha dado carpetazo al negocio del ladrillo. ¿No es fantástico? La imagino envejecida, con una colección de cuernos más grande que la historia de Jerry Hall y comprando un Top horrendo a las gitanas del mercadillo de Campoamor; nada que ver con mi cazadora tejana con bordados de 5 euros que ha sido confundida con un auténtico Versace por la mayor parte de mis amigas.



Foto: Marijo Grass


Desde entonces mi vida ha cambiado notablemente y, ahora, puedo responder a la pregunta que hace Ute Ehrhardt a sus lectoras en el prólogo del libro:

“ ¿Es ya lo suficientemente mala?” E incluso completar el test, en el que, tras el recuento de letras marcadas, me aseguran:

“ No deja que nadie le quite el jamón de su bocadillo pero, sin embargo, a veces, con demasiada frecuencia, no coloca demasiado en alto su capacidad de planificación. Usted se reserva la entrada en escena llamativa para los enfrentamientos verdaderamente importantes.”

Esta mujer va muy bien encaminada en sus pronósticos porque el bocadillo me lo como yo, especialmente si es de jamón. En cuanto a la falta de planificación, reconozco que soy más de improvisar. Y lo de reservarme la entrada triunfal como una celebrity me lo estoy currando desde que he descubierto mi nueva diversión: la venganza del escribiente; donde pongo de vuelta y media a Lagartonas y Peter Panes de cualquier condición, y así me luzco con una represalia creativa, a pesar de haber olvidado a MAE WEST en mi novela.

Y ahora que la recuerdo, la admiro tanto que me voy a regalar otra de sus frases sin parangón:

“ Cuando soy buena, soy buena. Cuando soy mala, soy mucho mejor”.



Google Image