2 de julio de 2009

PERDER EL TIEMPO

Foto: Marijo Grass


Acabo de leer en Google News un titular que me ha llenado de optimismo, y por qué no admitirlo, de un cierto regocijo, aunque sea para darle la réplica a mi madre con más de tres décadas de retraso:

“ A diferencia de la opinión generalizada (eso coloca a mi madre en una tesitura muy poco original), soñar despierto NO es perder el tiempo”.

¡Pues claro que NO! Llevo reivindicando esa máxima toda mi vida, y ahora resulta que una neurocientífica de la Universidad de Canadá se despacha con los medios como si hubiera descubierto el Santo Grial.

“ La gente asume que cuando la mente vaga simplemente se apaga. Pero vemos lo contrario, que cuando vaga, se enciende”

Por fin he encontrado respaldo a mi idiosincrasia. Tantos años de incomprensión soportando estoicamente los mandamientos de mi progenitora:

— Nena, deja de contemplar las musarañas y empieza a arrimar el codo, que tienes que hacer algo de provecho o, de mayor, te arrepentirás…

Y ahora, de mayor, ni me arrepiento ni consigo convencerla con mi argumentación.

— Pero mamá, si contemplar las musarañas (o, lo que es lo mismo, dedicar gran parte de mi jornada a soñar despierta), me ha evitado hacer terapia media vida…y, además, mis mejores ideas se han cocinado en mis momentos musaraña…



Foto: Marijo Grass

La musaraña es el lugar donde se ha instalado un enano que habita en mi cerebro y me hace dictados. Yo soy su escribiente, pero además doy la cara y me llevo las medallas, por eso continúo soñando que el día en que mi dentadura descanse en un vaso con una pastilla efervescente habré escrito más novelas que Corín Tellado. Ya sé que es un listón demasiado alto pero ponerse objetivos inalcanzables le añade la dosis de misterio, aventura y diversión que necesito para contentar a mi enano y esperar su jubilación, cuando pueda incorporar un puerto USB a mi cabeza y la evolución tecnológica lo envíe a la cola del paro.

Bueno, pues la tal Kalina Christoff: la neurocirujana canadiense que se ha ganado el mérito con una investigación que confirma lo que yo he defendido hace una eternidad, dice que quizás ahora las personas cambien su actitud hacia los soñadores. Tampoco hay que pasarse, que yo he puesto ese título como ideología política en mi perfil de Facebook y no he visto cambiar de actitud a ninguno de mis amigos; seguramente porque todos pertenecemos a la misma congregación; porque soñar, además de la risa y un buen polvo, es el mejor antídoto contra: la depresión, la escasez de hombres disponibles, la falta de trabajo y, si me apuras, hasta la dieta de la alcachofa; pero ni por esas he logrado convencer a mi madre. Y eso que ella se pasaba la vida canturreando el hit eurovisivo de Salomé, con aquella melodía que memorizó media España mientras yo jugaba a los trenes, con un puñado de pinzas de la ropa, y me iniciaba en la contemplación de la musaraña al tiempo que ella se desgañitaba con la plancha…

“ Desde que llegaste ya no vivo llorando, HEY, vivo cantando, HEY, vivo soñandooooo. Sólo quiero que me digas qué está pasandoo, que estoy temblando de estar junto a tíiiiiiiii, HEY, HEY” .


Recuerda que en esos tiempos el Festival era un acontecimiento nacional; no como ahora, que sólo el frikismo y la polémica consiguen la audiencia deseada, porque desde que existen los vuelos
low cost todo el mundo entiende lo de “ruayominí tú points”; y además tenemos a Uribarri, que es una especie de Rappel de la canción, capaz de predecir los resultados antes de que hayan actuado los participantes.


Insiste que en sus tiempos era mejor, especialmente los modelitos. Y ahora que he visto el mono de flecos— como el de la gallina Caponata—, que lucía Salomé, no me explico cómo no lo han resucitado como un
must de temporada y sólo han puesto flecos a los bolsos de marca.


Google Images

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O el concepto de “aulladoras”, bautizado por mi padre, a quien le fascinaba el trío acompañante en segundo término cuya función consistía en corear: “ Auu auu auuu o La La Laaa ”

En el caso de Salomé eran tíos y sólo entonaban el “HEY”.

Lo más notable de aquella edición fue el cartelismo a cargo de Dalí; semejante pedigrí en el asunto publicitario no se ha vuelto a ver hasta la fecha. Las malas lenguas apuntan que el jurado hizo tongo con la votación, porque así se producía empate con cuatro países y no estábamos obligados a organizar de nuevo el evento, ¡que nos había salido muy caro!

¡PERO, QUÉ ROÑAS!, y luego la fama se la cuelgan a los catalanes, que son lo más de lo más organizando pollos. Supongo que fue la minuta de Dalí lo que disparó el presupuesto, aunque de eso no tengo información. Tendría que preguntárselo a Uribarri, o a los que han sacado los cadáveres del armario para argumentar que, con Massiel, también hubo tongo.

“Vete tú a saber…” corrobora mi madre.



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Y yo me quedo observando el cartel y decido que la errata del texto y los negritos aulladores de Dalí, que encabeza y limita el cuadro original respectivamente, son un must de diseño gráfico y me recuerdan a la hucha del Domund que presidía el armario de mi clase, en la época en que me doctoré, perdiendo el tiempo, en la contemplación de musarañas.


Foto: Marijo Grass