16 de diciembre de 2010

LA SARTÉN POR EL MANGO


Foto: Marijo Grass


En Nueva York, la Navidad empieza, tras el Día de Acción de Gracias, con la famosa Shopping Week. Todo el extrarradio se desplaza a Manhattan a fundirse la tarjeta de crédito comprando regalos, contagiados por el virus del consumo que propaga el incesante bombardeo publicitario; aunque el acontecimiento oficial es el encendido del árbol en el Rockefeller Plaza, que congrega más de 200.000 personas y se retransmite por televisión; incluye las actuaciones de un buen número de artistas y, asistir al evento, se considera una tradición. La ciudad se viste brillante con luces de colores, se multiplica el número de turistas y los residentes se muestran alegres y de mejor humor.





Foto: Marijo Grass



El caos circulatorio del centro, sumado a las bajas temperaturas, me ha obligado estos días a aparcar la bici hasta el próximo año. Estoy sufriendo las aglomeraciones que se producen en el metro y no estoy acostumbrado. He avanzado bastante con el retrato de la abuela de Carol. Al final estoy pintando con acrílico, seca más rápido; así lo podré llevar al hotel antes de que se marche a Rapid City. Mauro ha pedido la furgoneta a Julio César para transportar el lienzo hasta el St. Regis; espero que el mayordomo que la atiende se ocupe del embalaje. Nuestro vecino cubano, que es actor— aunque hace tiempo que no consigue un papel que le permita aparcar su trabajo de camarero en un bar latino—, se ha apuntado a ver a Miss Dunn en Le Scandal el próximo sábado, para cobrarse el favor por prestarme la furgoneta y, si se tercia, añadir una nueva conquista a su colección de amantes.


Ahora mismo, mientras intento reproducir las joyas de mi modelo, lo tengo instalado en casa con Mauro, tomando una cerveza al tiempo que investigan en la red sobre Bonnie Dunn y su espectáculo.


— ¡Ño! ¡Esta jeva está de pinga, Marquito!— exclama Julio César girando el portátil para enseñarme una foto de Bonnie Dunn, luciendo sus encantos entre dos enormes abanicos de plumas.





Foto: Marijo Grass



— Ya puedes echarle los galgos y no chupar más de la cuenta. ¿Alguien más se apunta a la joda?— se burla Mauro, al observar mi expresión de garrulo, impresionado por una fiera con plumas y borlas en los pezones.

— ¡Estáis flipando! ¿Cómo se os ocurre?— exclamo, cogiendo de nuevo los pinceles y afinando la sonrisa de mi modelo como si fuera la Gioconda.

— A nosotros no, compadre. ¡Lo escribió bien clarito en la tarjetica!— apunta Julio César con sorna, recostándose en la silla y sosteniendo la tarjeta de Miss Dunn, que había dejado sobre el teclado.

— Reconozco que se conserva muy bien; y tiene su morbo…— continúo, con la mirada clavada sobre el cuadro, decidiendo si he conseguido un parecido razonable con mi clienta.

— Tu estado de single te da derecho a joda con amigos, relaciones esporádicas …— afirma Mauro—. O como dicen ellas, a convertirte en amigovio, que no te rompe las pelotas, jajaja.

— Una jeva, con esa mecánica, puede que sí— se descojona también el cubano.

— Me parece que habéis bebido más de la cuenta. ¡Joder, son las tres de la madrugada!





Foto: Marijo Grass



Mis colegas se levantan con parsimonia; entienden que estoy cansado y quiero cerrar la barraca. Julio César le da un último trago a su cerveza y se despide con una fuerte palmada en mi espalda. Mauro recoge las botellas vacías y las coloca en la repisa de la cocina. A continuación se queda observando el cuadro, aunque me da la sensación de que no enfoca demasiado.


— Tío, ¿estás bien? — pregunto, situándome frente a él, después de recoger los pinceles para lavarlos.

— Umm, no es de mala onda pero.... estoy enquilombado y…

— ¿Y?

— ¡Me salió para el culo!

— ¿Cómo?

— Esta tarde me crucé en la Quinta con una mina, con la que estuve viviendo hace mucho tiempo como pelotudo enamorado, y lo hice mal. Bueno, en realidad no lo hice!

— No jodas. ¿Qué es lo que no hiciste?

— Nada. No hice nada. La vi pasar como un fantasma. Llevaba una niña de la mano idéntica.

— ¡Vaya! ¡Qué casualidad! ¿Nos tomamos la última birra?

— ¡Dale!





Foto: Marijo Grass



Mauro me cuenta que conoció a Joana hace 15 años en Buenos Aires. Lo suyo fue un auténtico flechazo. Se cruzaron en la calle y, después de caminar unos pasos, cada uno por su lado, sintieron la necesidad de girarse para contemplar al otro y… allí se encontraron sus miradas. Ella se acercó y le preguntó si tenía algo que hacer. Él canceló otra cita y se fueron a tomar mate el resto de la tarde. Dos días después quedaron para cenar y se enrollaron. Al cabo de una semana, gracias a una foto antigua que encontró en su apartamento, se dieron cuenta que se conocían antes. Parece que, años atrás, compartieron el subte a diario, de Palermo a Callao, aunque ella se bajaba en Tribunales. La historia duró poco más de un año. Rompió Joana, cuya familia vivía en Montevideo; alegando que quería viajar y ver mundo una temporada. Mauro estaba acabando su doctorado y no quería abandonarlo después de tanto esfuerzo, así que su relación se disolvió de forma amistosa y ella desapareció para siempre.

Cinco años más tarde, mi amigo perdió a su hermano pequeño en un accidente de automóvil. Su mundo se derrumbó y, a pesar de su condición de psicoanalista, quedó bastante tocado. Emprendió un viaje a Europa, dispuesto a olvidar el mal trago tomándose un trimestre sabático. La última etapa de su periplo, al otro lado del charco, acabó en Estambul: la única ciudad entre dos continentes, situada entre el Cuerno de Oro y el Mar de Mármara. Un lugar de una belleza extraordinaria en el que presente y pasado se funden a vista de águila.





Foto: Marijo Grass


Mauro aceptó la invitación de una amiga, que le ofreció cobijo en una vieja casa de madera, a orillas del Bósforo, en la que instalarse unas semanas, con la intención de distraer su duelo y decidir el rumbo que quería dar a su vida. Todos los días emprendía grandes paseos y contemplaba el crepúsculo desde el Puente de Galata. A continuación se perdía por las calles de Sultanhmed: la ciudad antigua; allí vio de nuevo a Joana, tomando té a la puerta de un bar mientras jugaba a las cartas con un tipo, bajo la atenta mirada de la dueña del bazar contiguo.





Foto: Marijo Grass



Se quedó paralizado unos minutos observándola, pero ella no levantó la mirada. Mauro continuó su paseo, un poco alterado por los recuerdos de amor loco que compartió con Joana. Después de deambular un rato decidió regresar a saludarla, pero ya no estaba. El resto de la noche estuvo lamentando no haberle dicho nada. Intentó convencerse que había tomado la mejor decisión pero, en el fondo, nunca lo tuvo claro. Siguió con su vida y, un tiempo después, se instaló en Nueva York. Hoy, 5 años más tarde, se ha vuelto a cruzar con ella; tampoco ha sido capaz de reaccionar a lo que interpreta como una señal del destino; y ahora se muestra arrepentido.


— No sé, tío. No soy la persona más adecuada para dar consejos sobre mujeres. Dejarse llevar por el instinto es lo único que nos queda; y si no le has dicho nada será porque no era el momento ni el lugar.


Ya sé que estoy farfullando gilipolleces. Me jode no poder ayudarlo como hace él conmigo. Mauro me sonríe, hace un gesto con la mano, como echando hacia atrás el mal rollo, y se va a dormir a su apartamento, dispuesto a sepultar a su antiguo amor en lo más profundo de sus recuerdos.





Foto: Marijo Grass



Su historia me ha quitado el sueño, así que me conecto para revisar mi correo y, después de confirmar a mi madre que regresaré a casa por Navidad, decido curiosear un poco en la página de Le Scandal.


Le Scandal Cabaret está en la calle 42 con la Novena Avenida, debajo del West Bank Café, en el Teatro Laurie Beechman. El West es un lugar clásico y confortable, decorado con sillas de madera y manteles de lino, en el que sirven comidas antes del espectáculo. Por lo visto, aquí trabajó de camarero Bruce Willis cuando intentaba abrirse camino en la escena y, entre los habituales que lo frecuentaban en otra época, había dramaturgos de la talla de Tennessee Williams o Arthur Miller. Ahora se deja ver a menudo Sean Penn, según publican ellos.

Bonnie Dunn produce el espectáculo de Burlesque desde hace 2 décadas. Todos los sábados programan dos actuaciones. También hay circo, magos, contorsionistas, trapecistas y acróbatas, lanzadores de cuchillos o malabares de fuego.




Foto: Marijo Grass



Encuentro la entrevista de la que habló Carol en el Vogue, que aparece bajo el título de “The Godmother of Burlesque”. En ella habla de su trayectoria y también aclara las diferencias con el vodevile, que define como un espectáculo familiar; puede incluir actores, cantantes, bailarinas, magos…Y el burlesque, además, sketch de comedia y strippers. ¡Vamos, una revista para adultos! Me pregunto si el número que supuestamente ensayaba conmigo en el St. Regis formará parte de la diversión, a cargo de alguna Madame entrada en carnes, que son las que siempre les toca interpretar la parte más cómica e interactuar con el público.

Al cabo de un rato me empieza a fallar la vista y me siento cansado. Apago el portátil y me voy a la cama pensando en el rato de diversión que nos espera el sábado.





Foto: Marijo Grass



Estoy eufórico. Esta mañana hemos llevado el retrato a la abuela de Carol y le ha encantado. Incluso me ha invitado a que la visite en su rancho de Rapid City. Me ha pedido el número de cuenta e inmediatamente ha ingresado la pasta; pero mi contentura no solo se debe a mi economía saneada; también he recibido un mensaje de Gaby; bueno, varios. ¿Por qué a algunas mujeres les encanta mantener una conversación por sms? ¿No resultaría más cómodo llamar y liquidar el asunto? Ellas dicen que eso lo hacemos nosotros para evitar compromisos pero no estoy de acuerdo; son ellas que tiran del hilo para manejarnos a su antojo. En fin, le he seguido el juego y me he enterado que lleva unas semanas en la ciudad, desde que regresó de México, sin parar de trabajar. Me ha propuesto quedar mañana para patinar; hoy tenía planes con una amiga. Lo que me ha sorprendido es la forma de expresarse en los mensajes, como si no hubiéramos dejado de vernos y ella hubiera contestado mis llamadas; y yo, creyendo como un capullo que, después de aquella noche en la que desperté en su cama con una resaca espectacular, había decidido no repetir la experiencia, ni siquiera como amigos; en aquél momento pensé que habíamos conectado. ¡Vete a saber! Las mujeres siempre tienen la sartén por el mango.





Foto: Marijo Grass



Al llegar a la entrada del West Bank Café nos hemos encontrado con un grupo de gente en la puerta, haciendo cola y fumando. Un tipo nos ha preguntado por la reserva y yo le he mostrado la famosa tarjeta que me dio Miss Dunn, como si fuera un salvoconducto. ¡Y lo era! Enseguida nos ha guiado hasta una especie de reservado en el que están cenando algunos de los artistas pero, de momento, sin rastro de la diva. El ambiente me recuerda al Rick´s Café de Casablanca; incluso hay un negro al fondo tocando el piano que se parece a Sam. Puede que el tipo que nos atiende se convierta en el George Clooney de la próxima década.


En la mesa contigua, la bella Ekaterina, que hace su número en el trapecio, remueve su ensalada con el tenedor como si buscara tesoros escondidos bajo la rúcula, mientras escucha una historieta que le cuenta Eric el Mago, sin demasiado interés. Un grupo de músicos está bebiendo Bourbon a tutiplén; sus platos continúan rebosantes de comida. Una tal Natasha, que traga sables, aparece a medio pintar y se sienta a comer un sándwich. Nosotros empezamos a degustar unos platillos que nos han recomendado, al tiempo que brindamos con un Cabernet Sauvignon de Napa Valley, obsequio de la casa.


Con el estómago lleno y un poco entonados, bajamos a la sala en la que se ofrece el espectáculo. El tipo que nos ha hecho de anfitrión hasta el momento, aparece de nuevo para conducirnos a una mesa reservada, próxima al escenario, en la que un camarero está depositando una cubitera que contiene una botella de champagne. Estoy flipando con la atención desmesurada; sobre todo porque hemos venido sin avisar y parece que nuestro salvoconducto nos etiqueta como special guest de la jefa Dunn.





Foto: Marijo Grass



— ¡Asere, esto está buenísimo!— exclama Julio César, igual de fascinado con la atención exquisita, levantando la botella de champagne para comprobar la etiqueta.

— ¡Nada que ver con tu chispetrén!— le contesto entre risas.

— ¡Qué clase de comepinga tu eres!— replica, defendiendo la calidad del brebaje casero con el que nos suele obsequiar en su casa.


Mientras Julio César y yo nos puteamos con chistes malos, Mauro no pierde el tiempo y se dedica a abrir la botella y servirla. En ese momento se apagan las luces y un cañón ilumina el escenario dando inicio al espectáculo. El primer número corre a cargo de los músicos. A continuación, entra en escena CatNorma, con modelito de cuero, orejas de gato y cola; nos deleita con un baile picante que nos mantiene embobados por un buen rato.





Foto: Marijo Grass



— ¡Qué rica está la jeva esa!— exclama de nuevo Julio César, con los ojos fuera de las órbitas y con síntomas de estar un poco entonado—. Y dicen que en Cuba no hay carne. ¡Lo que no hay es lata pa envasarla!

— ¡Che, Julio! Solo pensás en levantarte minas— afirma Mauro socarrón, al tiempo que hace una seña al camarero para pedir otra botella.


El número siguiente corre a cargo de la increíble Marsha: la reina del hulahop, que termina en ropa interior haciendo girar sobre su abdomen media docena de aros. Me empiezo a marear y no creo que sea por el alcohol, o sí. A partir de ahora vigilaré mi copa. No quiero caerme redondo cuando aparezca Miss Dunn.

En cuanto la traigo a mi cabeza hace su entrada triunfal en el escenario, envuelta en plumas como un pavo real; parece una auténtica diva del cine clásico. Ella es el plato fuerte y la productora del espectáculo, así que su público entregado se deshace inmediatamente en efusivos aplausos.





Foto: Marijo Grass



La representación ha terminado. Una buena parte del público empieza a desalojar la sala. Otros permanecen sentados bebiendo como cosacos. Nosotros, entre risas y comentarios jocosos a cargo de Julio César, decidimos quedarnos. Al cabo de un rato, aparecen algunos de los artistas a saludar a sus conocidos, incluida la Sra. Dunn, que se acerca a nuestra mesa con evidente coquetería.


— Buenas noches, caballeros. ¡Espero que hayan disfrutado del espectáculo!— exclama, con voz turbadora y, a continuación, se presenta ella misma a mis colegas; requiere los servicios del camarero con la mirada y un gesto imperceptible, y este regresa al momento portando una botella de Veuve Clicquot.

— Este champagne es pura elegancia, audacia y pasión…— afirma, mientras el tipo llena nuestras copas. Aunque parece que está definiendo el champagne, me temo que lo que pretende es presentar sus credenciales. Esta mujer me pone nervioso; empiezo a sentirme igual de confundido que el otro día en el King Cole Bar.


En este momento, Julio Cesar intenta convencer a la increíble Marsha, la del hulahop, para mover la cintura con él bailando salsa cuando termine de trabajar. Mauro pretende que Eric el Mago le explique uno de sus trucos, y Bonnie Dunn atiende a una asistente por un asunto de vestuario, sentada de costado y acariciándome el pelo como si fuera su mascota o un muñeco de trapo.

Parece que el problema de vestuario no se resuelve; Miss Dunn pide a su asistente que vaya a buscar al backstage a la chica que confecciona las prendas del espectáculo. Bonnie se acerca todavía más y empieza a susurrarme de nuevo, pero esta vez incluye un intencionado roce de su lengua en mi lóbulo izquierdo.


— ¡Oh, Marco! Eres un chico TAN apetecible y enigmático…


Entonces aparece la modista acompañada de uno de los técnicos. Mientras resuelven sus asuntos empiezo a observar los grupos de gente que continúan aposentados en sus mesas bebiendo, hasta detenerme en una muy ruidosa en la que distingo voces en español. Uno de los hombres que la ocupa se levanta, y tras él aparece una chica, con un tío musculoso rodeando su espalda, que sonríe y me clava la mirada, dejándome al instante como una estatua.


Nueva York goza de una fascinante comunidad multiétnica de más de 10 millones de habitantes, casi 200 lenguas en uso y más de un 35% de residentes nacidos fuera de los EEUU. Si llamas al Ayuntamiento te pueden atender en 170 idiomas diferentes. De entre esos 10 millones, dos personas, con un hipotético interés amoroso, han coincidido en el mismo lugar, un día antes de su cita; y ninguno de los dos está solo.

Gaby, sin moverse del asiento y conteniendo la risa, empieza a saludarme con la mano como si fuera uno de esos gatos chinos de la suerte.





Foto: Marijo Grass



Creo que me voy a tomar otra copa. Me sirvo, brindo con ella a distancia respondiendo a su saludo, y me la bebo de un trago.


CONTINUARÁ


Os dejo con el auténtico Scandal! Enjoy the show!