27 de agosto de 2009

¡¡¡Y YO con estos PELOS!!!

Foto: Marijo Grass

ALBITA
es una joven fisioterapeuta, gran profesional y romántica hasta la médula.
Está cursando un Master para ampliar su formación, además de hacer horas extras en una clínica de rehabilitación que la ayudan a financiar sus estudios y ampliar su corta experiencia.

Con 22 recién cumplidos se lamenta de haber tenido solo un novio: el del instituto; que la dejó por otra chica de su clase, rubia platino de adopción y más dispuesta que ella, cuando era adolescente, a practicar sexo sin amor.

Albita tiene debilidad por los chicos malos. Está convencida que su bondad y nobleza los conducirá por el buen camino. Aunque fracase una y otra vez en el intento no pierde la esperanza de enamorar al príncipe de sus sueños: un joven Indiana Jones, bello y aventurero.


Foto: Marijo Grass

Lleva todo el curso intentando que alguno repare en sus virtudes pero, hasta ahora, su dedicación solo le ha reportado alguna mirada furtiva de deseo, y una invitación por parte de un compañero del Master a que le envíe los apuntes antes de los exámenes; que ha contestado, presa de la emoción, interpretándolo como una cita más que como asunto de colegueo.


Después de transcribir sus anotaciones, añadiendo ejemplos mejores que los de sus maestros— para contentar al nuevo Indiana que ya aparece en sus sueños—, no ha recibido ni un mail de agradecimiento, dejándola desolada y sin ganas de acudir a la fiesta de clausura del curso veraniego.

— Pero, ¿por qué no te pones esa minifalda divina y, después del examen, te desmelenas un poco?— pregunta Marieta, su compañera de piso y mejor confidente desde que eran pequeñas.
— Después de las prácticas del otro día me da no se qué…— responde Albita, al tiempo que trata de enfundarse unos tejanos viejos— ¿Y si me encuentro con ÉL?— continúa, revolviendo con nerviosismo el cajón en el que guarda su ropa interior.
— Pero, ¡si debes ir a la fiesta por esoooo! Es la ocasión perfecta para conocerlo.
— Me parece que ha quedado con unos amigos para hacer rafting mañana.
— Bueno, podría cambiar de opinión…Y habrán otros tíos disponibles, ¡digo yo!
— No creo; además, me corto. ¿Qué voy a decirle? En las prácticas, haciendo tracciones, creí que le sudaban las manos porque se había puesto nervioso al toquetear mi cuello. Le escribí un mensaje diciendo lo bien que me había sentado su masaje y…, todavía espero una respuesta...
— A lo mejor es tímido y con unas copas lo supera en un momento...
— No sé, supongo que después de currarme los apuntes sin recibir un simple “gracias” es mejor que me olvide… Ahora no estoy de humor para fiestas, y menos con este aspecto.
— Te equivocas; una copa y un poco de baile te sentarían de lujo pero, si prefieres deprimirte en el sofá y quedarte hecha un muermo... Además, aquí no conocerás a nadie, excepto los “piezas” que tiene mi novio como amigos y esos no te los recomiendo.
— Tengo que depilarme y solo me quedan limpias las bragas de la regla. ¡Mira el grano que me está saliendo en la barbilla! Esto no lo disimula ni tu fabuloso corrector de ojeras.
— Hay cuchillas nuevas en el baño y, puedes coger un tanga de mi colección; pero no me rayes con el Indi si no pones algo de tu parte…
— No te preocupes. Por cierto, no he ido al súper; con tanto examen…
Don´t worry. He encargado a Santi los ingredientes. Voy a preparar unos makis. Tenemos pendiente la quinta temporada de Perdidos.


Foto: Marijo Grass

—Pues, que lo disfrutéis. A lo mejor me voy al cine con Yolanda…
—Por si cambias de opinión, te dejaré la ropa en el baño.
—Gracias, guapa, no creo que sea necesario.


Pero los planes de Albita para esa noche se alteraron de golpe porque sus compañeras de clase la arrastraron al evento; como le obsesionaba su aspecto decidió entrar en Mango— que anunciaba segundas rebajas—, a comprarse algo nuevo.



Foto: Marijo Grass

Al final añadió unos tejanos blancos antes de pasar por caja y se soltó su melena rizada para ocultar el grano puñetero.



El local estaba situado frente a la playa, aunque la decoración interior tenía un aspecto un tanto siniestro; más parecido al bar que hay frente al Museo de cera, en el que los clientes se transforman en muñecos; como Las Lagartas de la clase de Albita, que parecen empuñar un fusil para disparar a todos los tíos buenos; babeando frente a sus presas mientras deciden a quien atacan primero, porque el final de los exámenes anuncia la era de la locura y el desenfreno.




Foto: Marijo Grass

Ella intenta pasar desapercibida, aunque nadie lo diría por el top que se ha puesto, descubriendo su espalda divina por si aparece el joven Indiana y se le ocurre repetir la práctica del masaje terapéutico.


Y como su hada madrina es un amor y siempre está preocupada por sus anhelos le concede su deseo; pero ella sufrirá de nuevo un “quiero y no puedo”:

—Quiero que me haga caso, pero si lo hace me muero, porque a pesar del apaño del top, no voy depilada y no puedo— se lamenta Albita al observar la sonrisa embaucadora con la que aparece el Indiana Jones de sus sueños.

Aunque no tenga intención de retozar con el maromo en esa cita, sentir piernas e ingles luciendo como un osezno le produce tal inseguridad que se pone a temblar como una niña asustada en mitad del bailoteo, cuando los brazos del Indiana la atraen hacia su cuerpo.

Podría hacer una lista infinita con las amigas que me han relatado este suceso: el que te deja a dos velas y te estropea un planazo por culpa de los pelos. Supongo que es algo cultural y que no todo el mundo se identifica con ello.

Foto: Marijo Grass


Esta misma tarde, después de que Albita me relatara el suceso, he estado contemplando algunas bellezas nórdicas en la playa luciendo axilas leñosas y un buen entrecejo. El asunto es que te sientas bella y segura, y decidas tus locuras sin que nada ni nadie te presione por ello.

20 de agosto de 2009

Destino, casualidad o coincidencia...

Foto: Marijo Grass

Pasar las vacaciones en el lugar donde crecí, aprendí a nadar o montar en bicicleta, me permite disfrutar de la familia; habitualmente nos separan un puñado de kilómetros que me impiden regresar con frecuencia.

Aquí es fácil coincidir con los que compartí de niña baños y excursiones sobre dos ruedas pero, cruzarme con ELLA otra vez, a 600 km, en menos de dos meses, me ha dejado perpleja y, como estaba haciendo de cicerone con mi novio, enseñándole estas playas tan bellas— que hasta le he hecho subir como una cabra hasta la cima del Peñón de Ifach ¡con chanclas!—, he acabado disparando la primera foto como paparazzi de mi vida, y así puedo dar la razón a mi madre con sus frases lapidarias: “ Nena, no digas nunca de esta agua no beberé”.

— Es una señal— dice mi novio, añadiendo un par de hielos a su café del tiempo.
— ¿Una señal? ¿De qué? — interrogo pensativa al tiempo que doy pequeños sorbos a mi limón granizado.
— Pues, no sé. Una señal de algo. Tú tienes un largo historial en el mundo de la cultura. Te podría dar un premio—. Esto es un buen novio apoyando mi causa.
— Un poco arriesgado aventurar su futuro tal y como está el asunto de las redes y todo eso. Además, ¿qué Ministro, antes de jurar el cargo, ha tenido una legión de detractores invitándole a pirarse?

Lo curioso de las coincidencias es cuando se producen por generación espontánea. La primera vez que la encontré, en un lugar tan poco previsible para una Ministra, pensé lo mismo: ¿donde habrá aparcado su escolta? Porque, hoy en día, cualquier concejal de serie B la lleva, y yo los imagino como en las películas: en plan segurata con pedigrí, pinganillo incorporado, traje oscuro de corte moderno y expresión arrogante; y, por supuesto: nada de jugar al hombre invisible, que han visto demasiadas series de televisión americanas y tienen que lucirse.


Foto: Marijo Grass

Esta mañana hemos organizado una sesión de manicura con las niñas, que se disfrazaban para una improvisada función de teatro. Minutos más tarde encuentro, entre los libros que me quedan en la maleta, un artículo publicado por Salvador Llopart en La Vanguardia del 28 de junio pasado con motivo de la celebración de :“La fiesta de verano del cine catalán”, organizada por su recién creada Academia, a cargo de Joel Joan; ilustrada con una foto en la que este último aparece sonriente en compañía del Presidente Montilla y nuestra Ministra de Cultura: anterior Presidenta de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas.


Aunque suene a excentricidad o al cotilla que todos llevamos dentro, recuerdo haber separado ese artículo para disfrutar del éxito, por su ópera prima, de una antigua alumna de la escuela de cine; además de comprobar si las uñas de la Sra. González Sinde habían conseguido un apaño para esa noche en que las cámaras se encargarían de inmortalizar el detalle sin ningún tipo de miramiento pero, ¡¡¡AJÁ!!!, la foto que ilustra el artículo muestra un encuadre en un plano ¾ en el caso de Joel Joan, que es muy alto; plano medio largo para la Ministra, que no es tan alta como Joel Joan; y plano medio para el Presidente Montilla, que al lado de los otros dos parece Sarkozy cuando no tiene escalón al que subirse en una foto oficial. Los tres con esa sonrisa, tipo rombo, de las que sostienen el rostro cansino para que la tromba de flashes inmortalicen el momento con el mismo encuadre.



Foto: Academia del Cine Catalán

La cuestión es que la imagen recorta las manos de la Sra. Sinde— que mantiene pegadas a sus caderas—, y me impide comprobar el asunto de su manicura.

Como mi curiosidad no ha sido satisfecha, releo el artículo donde LLopart describe lo siguiente: “…La cita es el viernes en los jardines del hotel Miramar, a esa hora en que la luz del día empieza a dejar paso a una matizada oscuridad…”

El tono poético con el que describe el crítico cinematográfico el ambiente de la fiesta me hace pensar que nadie va a notar lo de sus uñas.

A estas alturas os estaréis preguntando qué interés tiene un tema tan insustancial como este y a mí qué carajo me importa, entre otras lindezas acusatorias sobre mi curiosidad supina.

Resulta que esa misma tarde— la de la fiesta en cuestión—, me encontraba en un negocio céntrico dedicado a estos menesteres, donde no hay que pedir cita previa pero sí esperar el turno para que te atiendan. En el instante en el que un chico habilidoso me quitaba las cutículas ( sí, he dicho chico), apareció por la puerta la Señora González Sinde con un casual look muy sencillo y sin maquillaje— como es habitual en ella—, portando una novela bajo el brazo y un bolso de estilo étnico.



Foto: Alezandra González

La encargada de la sala la interroga, desde su mesa, sin dejar de limar a otra clienta:

—¿Qué se va a hacer?
—Manos y pies, si es posible. ¿Tengo mucho rato de espera?— pregunta la Ministra.

La encargada echa un vistazo a su alrededor: la sala está llena. Todos los currantes ocupados y cinco señoras más esperan.

—Pues, por lo menos una hora y media…

La Ministra se queda pensativa unos segundos; supongo que para calcular el tiempo del que dispone, y dado el evento que la espera un par de horas más tarde, opta por salir un tanto contrariada exclamando:

—Bueno, muchas gracias. Me lo pienso…

Está claro que debe solucionar el asunto sin más demora; quizás en su hotel hay una esteticista de guardia o, en el peor de los casos: se compra un brillito y una lima y se arregla ella misma.

A mí me ha fascinado su bolso; y su voz— familiar por los últimos discursos en los Premios GOYA—, consigue que repare en su persona. La identifico de inmediato, aunque estrene corte de pelo con flequillo incorporado. Coincidimos una vez en el Festival de San Sebastián cuando se dedicaba a escribir guiones y los cargos públicos no formaban parte de su vida; pero cuando desaparece del garito me doy cuenta que nadie más la ha reconocido, a pesar de la cantidad de gente que la observaba mientras intentaba conseguir su turno en la lista de espera.

—Pues, si se lo piensa mucho, ¡le van a pasar delante media docena!— exclama la encargada en voz alta en cuanto la Ministra sale por la puerta.

Lo único que se me ocurre en ese momento es: ¿dónde ha aparcado su escolta? ¿Estarán leyendo el HOLA en la recepción disimulando su condición de hombres de negro? Porque supongo que los ministros llevan escolta y todo eso, aunque la Sinde es muy llana y, a lo mejor, les ha dado la tarde libre para que se vayan a tomar unas cañas.

—Es que la gente es la ostia— continúa la encargada—, se pueden quedar como momias mientras deciden si hacen la cola o se van…

Como la chica no cesa de hacer comentarios jocosos, se me ocurre preguntar al joven que me aplica con esmero una rayita blanca para mi manicura francesa:

—Pero, ¿tú sabes quién era esta señora?

Con cara de extrañeza menea la cabeza señalando un NO por respuesta.

La Ministra de Cultura.
—¡Ahh!, ¿siii?— me responde perplejo.
—Oye, reina— dirigiéndose a su compañera— ¿Sabes que esa señora era una Ministra?— El chaval parece referirse a un extraterrestre o a una comida exótica que no ha probado en su vida.
—¿Ministra?— entona la encargada como si le hablaran en zulú—. Yo, de política, sólo conozco a Rajoy y Zapatero— se despacha la chica sentando cátedra, regresando a la conversación que mantiene con su clienta sobre la depilación eléctrica.



Foto: Marijo Grass

En el salón reina una absoluta displicencia. La gente observa a las demás clientas o lee revistas del Cuore y el asunto se diluye con total indiferencia. Pero yo sigo preocupada por la Ministra deseando que encuentre una solución para aparecer en público estupenda, y que ninguna arpía se dedique a comentar su manicura como tantas veces ha ocurrido con las celebridades, sean locales o extranjeras.


Esperando encontrar a mi talentosa ex alumna desbordando felicidad, como señala LLopart en el artículo “…Las excelentes críticas recibidas por Tres dies amb la familia iluminan la cara…” , busco en la red los videos de esa noche en los que, además de ver a Mar Coll bellísima y tan humilde y serena como es ella— disfrutando de un merecido éxito por su película estupenda—, me encuentro a la Ministra en su intervención— donde observo aliviada sus manos con esmalte porcelana—, y pienso que las redactoras del Cuore o el In Touch no se van a cebar con ella. De momento ya tiene bastante con el clamor de los internautas, con los que inauguró su mandato y que, espero, respete con buen criterio y resuelva.



Foto: Marijo Grass

Mes y medio más tarde y a 600 kilómetros me vuelvo a cruzar con ella, disfrutando de un paseo estival, enfundada en un vestidito lencero y un bolso de estilo étnico del mismo tipo que lució en el centro de estética. Lo primero que he pensado es si, en vacaciones, llevan la escolta a cuestas. Supongo que también se pasean cerca, con un casual look que no desentone con el que luce ella.

Reconozco que el azar me ha obligado a hacer de paparazzi, con el parabién de mi novio, que cree en las señales del destino y se ha quedado tan perplejo como yo después de tanta coincidencia, casualidad o lo que sea.



Foto: Marijo Grass

De regreso a casa y con la anécdota a nuestras espaldas, los niños nos dan la bienvenida tirando unos petardos. Mi madre, que pasa la mitad del tiempo en la cocina, pela pimientos y berenjenas asadas para preparar una escalibada. Los mayores están jugando a la petanca. Observo a mi hermana, en su yogui moment, haciendo saludos al sol al borde del agua. Algunos leen, otros descansan en una hamaca, o disfrutan de la tertulia bajo los pinos porque, como dice Manolo: “Agosto, fríe el rostro”.

Pasar las vacaciones en el campo me proporciona una conexión permanente con la naturaleza: el sonido, los aromas, los colores y el contacto directo con la tierra.
También el placer de compartir con la familia, que habitualmente no tengo cerca, convirtiendo cada momento en una fiesta.



Foto: Marijo Grass

13 de agosto de 2009

RegresAR al hogAR familiAR

Foto: Marijo Grass

Con tanto recorte presupuestario, algunos regresamos al hogar familiar en verano, esperando que las cosas cambien en breve y podamos hacer el viaje deseado por fin de año.

Pero lo de volver al nido— o al pueblo del que eres oriunda, aunque hace siglos que te has convertido en foránea a pesar de que tu familia lleva viviendo allí una eternidad—, trae consigo otra clase de reencuentros: unas veces entrañables, otras divertidos y algunos tan dramáticos y/o anecdóticos que es preferible ignorar lo sucedido…


Foto: Marijo Grass

El primer punto de conexión con el lugar viene de la mano de mi madre, que me hace un resumen completo de lo que ha acontecido desde mi última aparición, aunque la mitad de las veces suene ajeno o no interese nada porque me queda demasiado lejos.



— Pues fíjate, el pobre; no se podía morir en otro momento. Atragantarse con su pastel de cumpleaños y quedarse tieso delante de toda la familia no es un buen final para nadie, y menos para un chico que tenía media vida por delante…
— Mamá, no sé de quién me estás hablando…
— Claro que sí, cariño. ¡De Juanito!
— ¿Juanito?
— Sí , mujer. El primo de Estela…
— Mnn…
— Esteela, la mujer del ahijado del marido de Mari Carmen, la que iba contigo al colegio. Bueno, a lo mejor era con tu hermana, no sé. El asunto es que el pobre chico cumplía cuarenta y cinco y había venido toda su familia a celebrarlo; y va y se atraganta y le da un infarto; y encima pensaron que se había quedado grogui porque estaba borracho. ¡Qué pena! Y ¡qué vergüenza! , morirse así, de golpe, tan joven…
— Pues sí, ¡qué pena!— respondo, imitando su tono compungido sin tener la más remota idea de quién era Juanito, y Estela, y la tal Mari Carmen, porque en mi clase habían tres y en la de mi hermana unas cuantas más; pero ella sigue con su obligación de reciclarme en la actualidad local; como si fuera imprescindible para seguir las tertulias de terraza sin que se aprecie que no vivo aquí desde hace una eternidad.



Foto: Marijo Grass

— Y Maria Luisa ha tenido otra niña. A este paso acabará montando una guardería porque ¡¡ ya tiene cuatro!!
— Pero, ¿no me dijiste en Navidad que se había separado de nuevo?
— Pues claro, esta es de otro, que también se ha ido, pero ya se ha encargado ella de sacarle una pensión como Dios manda, que su madre la educó como lo hizo, y ella sabe mucho de dinero; por algo la han hecho directora de una sucursal de la caja de ahorros.
— ¡No fastidies!— exclamo jocosa, recordando a la tal Maria Luisa cuando teníamos siete u ocho años.
— Si fastidiar no creo que fastidie más que a los maridos que le duran lo que tarda en que la dejen preñada y sacarles los cuartos. Esta sí que sabe. Tendrías que ver el chalet que se ha hecho en Santa Pola, a dos pasos de la playa. ¡Y los cochazos!, que yo la veo llegar cada día con uno diferente. Y a su madre le regala unos viajes que pa qué te voy a contar, con hoteles de esos Resort de lujo que tienen Spa y te dejan más contenta que unas pascuas; porque allí no tienes que preparar comidas ni limpiar, sólo tumbarte a la bartola a que te mimen un poco, para regresar a casa con diez años menos.

Estoy pensando seriamente en ahorrar para llevar a mi madre a un Spa de luxe lo antes posible. Sé que no es un reproche, ni me pediría jamás nada semejante pero lo de pasar unos días sin tener la más mínima ocupación doméstica sería más eficaz que todos los regalos del mundo que pudiera hacerle por Navidad, dado que ella siempre esgrimió aquello de: “ Las vacaciones, si no estás en un hotel, ni son vacaciones ni nada”.



Foto: Marijo Grass

Y yo empiezo a pensar si, después de todo, la educación que dio a Maria Luisa su madre, ha hecho que su vida, repleta de lujo material, le parezca mejor opción que la que ensayó la mía, apostando por la formación y el trabajo; defendiendo el amor puro y libre de cualquier dependencia material.

La mamá de Maria Luisa lo tuvo siempre claro. Ella provenía de una humilde familia con una madre costurera y un padre que hacía las temporadas de la fruta, incluida la vendimia. El resto del año holgazaneaba por los bares mientras su mujer se quedaba cegata de coser más de doce horas al día.



Foto: Marijo Grass

Supongo que fue la que empezó a sembrar en su cabeza la idea de que un buen partido era mucho mejor que un enamorado por el que perder los cuatro puntos cardinales si no tenía oficio ni beneficio. Ella lo entendió a la perfección y se buscó un hombre de negocios a quien ofrecer su virtud a la segunda cita; y como eran otros tiempos y la familia no estaba dispuesta a aguantar habladurías, el tipo se casó con ella; y ella se ganó el estatus social que quería a cambio de aguantar a un hombre que nunca la amó pero le proporcionó una vida cómoda y placentera. Así que la madre de Maria Luisa creció con la idea de repetir la jugada y conseguir un galán rico y creso para su benjamina a costa de lo que fuera; y su fusil apuntó desde el principio a un niño de nuestra clase, heredero de una de las fortunas más cotizadas del pueblo.

— Antoñito, guapo, ¿has visto a Maria Luisa? Hazme el favor de ir a buscarla que tengo aquí su merienda y otra para ti, si quieres—. Esta es la madre de Maria Luisa incordiando en el parque a nuestro compañero de primaria para que empiece a grabar el nombre de su hija en el cerebro.
— Antoñito, ricura, ¿ tú podrías acompañar a la fuente a Maria Luisa? Es que no quiero que se pierda y la pobre no va a ir sola—. Continúa el ataque otro día de parque.
— Oye, Antoñito, ¿ puedes venir a ayudar a Maria Luisa con los deberes? Es que ha estado enferma y no entiende bien las matemáticas. Dile a tu mamá que no se preocupe que yo te llevo a casa cenado y todo—. Y el niño, educado en una férrea disciplina ( como corresponde a un heredero), que predica no llevar la contraria a los mayores, se va con Maria Luisa dejando el partido de fútbol con los otros niños para mejor ocasión.


Foto: Marijo Grass

Y tanto fue el taladro mental que sufrió ese niño, que acabó casado con Maria Luisa nada más cumplir los 18. Solo que a él la que le gustaba era Eugenia, que vivía en el pueblo de al lado y su madre era panadera. Con ella tuvo un hijo ilegítimo casi simultáneamente al que le hizo a Maria Luisa; y , a esta, siempre le gustó el macarra local, doce años mayor que ella, que tenía una Harley y se la tiraba bajo los arbustos en algún lugar de la periferia. Supongo que el no estar de moda las pruebas de ADN impidió que la primogénita de Maria Luisa conociera a su verdadero padre, aunque estas cosas son vox populi, excepto para los interesados. Ahora la niña es adolescente y se ha liado, precisamente, con el hijo de su supuesto padre, provocando amagos de infarto a la abuela porque a su madre, que colecciona hijos y tarjetas de crédito, le importa su primogénita tanto como las amantes de su primer marido: el Antoñito de marras, quien ha dilapidado la fortuna familiar en Ibiza y por eso se deshizo Maria Luisa de él a tiempo, de fijar una pensión para vivir como una reina aunque no sea como en los cuentos.

En fin, que lo mas probable es que me encuentre a Maria Luisa comprando en el mercado y pueda observar su colección de joyas mientras se queda el mejor pescado; antes o después alguien me pegará una sonora palmada en la espalda, acompañada de algún bufido de júbilo, por haberme reconocido de inmediato, aunque hayan pasado por lo menos quince años.

— Joderrr, tía, qué fuerte. ¡Estás igual!—. Y aparece un tipo que te trata como un amigo del alma y que tú escudriñas a la velocidad del rayo, a ver si descubres una pista que te recuerde su identidad. Pero nada, por mucho que intentas refrescar la memoria no consigues siquiera ubicarlo en el contexto adecuado. A ver: no iba a mi clase, no lo conozco del parque, no estudiamos juntos en el conservatorio, no fue un ligue adolescente, ¡piiiiiip!, socorro,
¿acaso fue un ligue adolescente? Su voz te resulta lejanamente familiar, pero eso es todo.

El tipo empieza a esbozar una mueca de asombro o desagrado, no sé bien cómo encajarlo, hasta que Maria Luisa termina su compra y su saludo me ilumina el cerebro de golpe y porrazo.

— Hernán, ¡qué sorpresa! Me dijo tu mujer que os habíais separado. Bueno, tu ex mujer!—. La lagarta de Maria Luisa ha conseguido que mi expresión se parezca a un dibujo animado: Hernán, joderrr, si que ha cambiado. Era guapísimo, atlético y seductor. Me enamoré de él a los trece años pero nunca me hizo caso, excepto para pedirme que hiciera de intermediaria para recuperar la relación con alguna amiga mía a la que había decepcionado, largándose con otra en mitad de su fiesta de cumpleaños.
— Oye, estás estupenda —. Dirigiéndose a mí e ignorando la presencia de nuestra amiga común—¿Te gustaría venir conmigo a la verbena? Es que hay que ir con pareja y si me acompañas voy a triunfar entre los colegas apareciendo del brazo de una tía tan buena.

Han tenido que pasar 20 años para dejar de ser invisible y convertirme frente a sus ojos en una tía buena…Lo malo es que a él le ha ocurrido lo contrario: luce un barrigón cervecero que parece embarazado; su lacia melena principesca, de la que alardeaba en su más tierna infancia, ha dejado paso a una calvicie de monje benedictino con greñas que pretenden ocultar el occipital. Su rostro parece encogido y ni siquiera la expresión embaucadora de sus años mozos hace acto de presencia ni por un instante. Sólo me faltaba esa clase de invitación para saldar un desengaño adolescente y borrar su recuerdo de mi vida para siempre.

Por supuesto no debo dejarme algún que otro momento de diversión, compartiendo un aperitivo con dos buenas colegas que también parecen mejoradas con sus vidas a cuestas pero dispuestas a no perderse nada. Es el momento perfecto para observar lo que mata la falta de expectativas y la vida sedentaria.

Mis queridas amigas : aquellas de las que fui inseparable cual fieles mosqueteras, compañeras de aventuras y multitud de confidencias, me enseñan una foto de nuestra clase de octavo de EGB la pasada primavera, realizada con motivo de una comida organizada por el colegio que celebraba un aniversario cualquiera.
Me quedo estupefacta al contemplar a la mayoría de ellas: se parecen más a sus madres y es obvio que el tiempo ha dejado su huella. Muchas llevan vidas placenteras, pero su rostro no muestra felicidad alguna aunque se encuentren en una fiesta.

Podría continuar recreando un montón de curiosidades sin descanso porque, regresar al hogar familiar en pleno verano se convierte en un sugerente mosaico de emociones y me regala un completo anecdotario.



Foto: Marijo Grass

6 de agosto de 2009

PREMIO RAREZAS

Foto: Marijo Grass


PREMIO RAREZAS

¿Qué haces?

Escribo algunas de mis rarezas

¿Rarezas? Sería más rápido si empezaras por la normalidad.

¿A qué te refieres exactamente?

Ay, cari, pues a todo en general; a la comida por ejemplo. A ti te gusta hacer cosas raras en la cocina, pero bueno, tú sabes que yo tengo buen saque… Es que le metes especias y haces mezclas con el sabor y los colores, y lo adornas como si fuera una fiesta…no sé: rarito, cari; pero no te preocupes que está bueno.

Pues si está bueno voy a seguir con ello, porque gracias a las rarezas culinarias me han dado un premio.

¡No fastidies!

Como lo oyes…

¿En serio?

Pues sí, se lo han dado a mi cocina literaria.



Foto: Marijo Grass

¿Quieres decir que vas a codearte en los saraos con el Ferrán Adriá y la Ruscalleda?

Me temo que no, aunque arroces se me ocurren unos cuantos…

Chica, eso es porque vienes del reino de la paella.

Pues el premio es un GIRASOL, con carita y todo; y gorra de marinero o algo así.

Qué monada y, ¿qué vas a hacer con él?

¿Con quién?

Con el girasol, ¡con quién va a ser!

Pues no sé, bautizarlo. No me gustan las mascotas sin nombre.

Pero, ¡¡¡si es un GIRASOL!!!

Pero tiene carita, así que necesita un nombre.

No me extraña que te hayan dado ese premio.

¿Y eso?

¿ A quién se le ocurre bautizar a un girasol con gorra?

A mí. Yo lo bautizo todo.

¿Ves como eres rarita?

Por eso LEYRE me ha dado un premio en su blog.

¿Qué blog?

El de Leyre: “Las pequeñas cosas cambian el mundo”.

Debe ser rarita también.

Me recuerda a mí cuando tenía su edad.

¿Te das cuenta?

¿De qué?

Dios los cría y ellos se juntan.

¿Quién?

Las raritas como vosotras.

Puede ser…




Foto: Marijo Grass

Pues, ala, no te cortes y continúa con lo tuyo.

Tengo que escribir siete cosas…

¿Qué cosas?

Siete rarezas mías.

Como, ¿ hacer el pino después de pasar una jornada maratoniana en el plató?

Eso es para que me baje la sangre a la cabeza.

¿Poner limón a la sopa de fideos?

Una costumbre de mi tierra.

¿Tener regalos escondidos en casa por si se presenta una ocasión inesperada y especial?

Nunca sabes cuando vendrá el ratoncito Pérez

¿Llevar en el bolso una linterna?

Me la regaló un director de fotografía y la uso para trabajar.

Me refiero a la que llevas junto al lápiz de labios.

A lo mejor estoy en el campo y necesito leer un capítulo de la novela que llevo en el bolso, y no hay luz y, además: he leído con una linterna bajo la sábana desde que era una niña, después de que mi madre, agotada, exclamara: “ A dormir”. Y yo no podía dormir sin saber qué pasaba con las mellizas O´Sullivan de Enid Blyton o el club del pino solitario de Malcom Saville.

No sé cómo puedes leer con una linterna…

Pues tiene su MAGIA…También me sirve para anotar las cosas que se me ocurren en una libreta.

¿Qué tipo de libreta?

Las que utilizo para escribir. Me gustan las de MUJi, que son blancas y tienen una fundita transparente en la tapa donde guardo recortes de prensa curiosos que me inspiran una historia.

Y, ¿No te sirven las de cuadritos de toda la vida?

No, me gustan blancas, bueno, en realidad son de color hueso; los dibujos quedan mejor; y escribir con rotuladores de punta fina de color lila o aguamarina. Me encanta el olor de la tinta, sobre todo el de los libros nuevos…

Si tú, de rarezas, tienes a capazos, y en el repaso que hemos hecho ya puedes contar más de siete.




Foto: Marijo Grass

1- Si entro en la cocina y no invento algo, reviento.

2- Me encanta bautizarlo todo, no solo las mascotas.

3- Hacer el pino al final de una jornada de pie me devuelve las ideas a la cabeza.

4- Me gusta poner limón a la sopa. En su defecto puedo utilizar soja.

5- Tener regalos o sorpresas escondidas me permiten improvisar un NO cumpleaños, como en la casa del sombrerero loco de Lewis Carroll.

6- Siempre me han fascinado las linternas; ralentizan el descubrimiento de las cosas y eso les concede una dosis extra de emoción.

7- Las libretas que funcionan como un lienzo en miniatura me permiten abocetar la fantasía, y el aroma de la tinta me invita a leer y escribir historias que me entretienen la vida.



Foto: Marijo Grass

Bueno, ahora sólo me queda pasar el testigo a siete blogs:


Noemí. Boquitas pintadas. http://boquitaspintadasnp.blogspot.com

Juan. La sala de cine. http://lasaladecine.blogspot.com

Simone. Ni Prada ni Manhattan. http://nipradanimanhattan.blogspot.com

El blog de Lady Marian. http://blogdeladymarian.blogspot.com

El blog de Welzen. http://welzen.wordpress.com

Ipod girl. As I Am. http://ipodgirl.wordpress.com

El espacio de Claire. http://elespaciodeclaire.blogspot.com





Foto: Marijo Grass

¡Ala!, aquí os dejo girasoles para todo el mundo. Ya podéis recopilar vuestras propias rarezas, que después de nombrar siete no he hecho más que empezar.

Mil gracias a Leirehttp://leyreworld.blogspot.com por el premio, y a todos los comensales de esta cocina por alimentar el fuego de la imaginación.