3 de junio de 2010

LOVE ME

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Foto: Marijo Grass



En Nueva York todo parece demasiado lejos o demasiado cerca, según se mire a pie de calle o desde lo alto de un edificio. No existen las medias tintas. Tengo la sensación de estar en medio de un puzzle, con una sola oportunidad para encajar correctamente cada una de sus piezas. Hasta el momento no me ha ido mal, si exceptuamos mi vergonzosa huida de la fiesta el otro día. Resulta extraordinario porque continúo pensando que en España no me hubiera sucedido nada parecido. Recuerdo las palabras de Moebius, en el Salón del Cómic, afirmando que ser artista es difícil porque la caída siempre está a tu lado. Decía que le gustaba sentirse en peligro, que eso era vivir como un superhéroe, que no es más que una metáfora del deseo de ser mejor.





Marvel Cómics. Stan Lee & Moebius


“ En Europa seguimos lo que se hace en EEUU, pero ellos sólo se interesan por nosotros si vas allí y te conviertes en americano” ( Jean Giraud- Moebius)


No tengo intención de convertirme en americano, no me va el fast food, soy más de tapas, pero es cierto que aquí te aceptan enseguida por lo que sabes hacer. Tampoco creo que escuchar las palabras de un maestro al que admiro influyera para instalarme, de la noche a la mañana, en esta ciudad, pero me gustan los retos, en el trabajo; con las mujeres reconozco que no doy pie con bola: si me sorprenden se transforman en musa y el que acaba en el abismo soy yo.


Ayer recibí un mensaje de Flash, con una foto del dibujo de Gaby que dejé en una pared de la casa de Kidd. Preguntaba si era mío. Alguien le ha propuesto que seleccione un dibujante para hacer unos diseños. Se trata de decorar las prótesis de veteranos de guerra o gente joven que ha perdido una pierna, como si llevaran un tatuaje. Flash dice que mi estilo es lo más parecido a lo que buscan y me ha recomendado. He preparado unos bocetos siguiendo sus indicaciones y los he dejado en una agencia de publicidad que hay en el Flatiron Building: uno de los edificios más característicos del paisaje urbano en Manhattan, de forma triangular y con la base en forma de plancha. H.G. Wells lo definió como la proa de un barco del nuevo siglo surcando las aguas de la 5ª y Broadway. ¡JODER!, aquí están las oficinas de The Daily Bugle: ¡el diario en el que trabaja Peter Parker, de fotógrafo, en todas las pelis de Spiderman! Debe ser una señal. Marga interpretaba la casualidad o la coincidencia como señales con un futuro prometedor, y yo me reía siempre de sus ocurrencias. Por una vez voy a creer que a esta gente le gustará mi trabajo. A lo mejor me salen más encargos como ilustrador. Al fin y al cabo, es lo que sé hacer.





Foto: Marijo Grass


Al salir me detengo unos instantes delante del viejo reloj que hay frente al 280 de la avenida, al lado de la parada de metro de la 23, en esa intersección conocida como The Ladies´ Mile. Creo que todavía estoy a tiempo de pasarme por Bergdorf Goodman. Me gustaría darle una sorpresa a Gaby, y todo apunta a que trabaja allí. A lo mejor no recuerda mi nombre, pero si no provoco un encuentro me quedaré con un dibujo de tiza, que si no le llega a hacer una foto este pavo casi no recordaría. Al fin y al cabo, he conseguido el curro gracias a ella, bueno, al dibujo que hice de ella: una excusa perfecta para invitarla a un café. Ninguna chica despreciaría quedar inmortalizada en una pierna ortopédica, aunque, a lo mejor le parece siniestro, o demasiado friki pero, en ese caso, seguro que tampoco le intereso yo.


Atravieso el Midtown por la avenida hasta llegar a la entrada sur de Central Park, donde se encuentran estos almacenes de lujo. Un segurata, con pinta de mayordomo, me abre la puerta con guantes. Le pregunto por el encargado o relaciones públicas del establecimiento. Me dirige a una mujer de unos cincuenta y tantos, muy elegante e inexpresiva; supongo que por exceso de tratamientos faciales.


Disculpe, no sé si me puede ayudar. Estoy buscando a una chica mexicana que trabaja aquí. Su nombre es Gaby: Gabriela.


Me mira como si fuera un Alien que se ha colado en su salón y frunce el ceño de inmediato.


Lo siento, somos una gran empresa y no nos está permitido facilitar datos de nuestros empleados— responde, sin mover un ápice el rostro.


Por un instante se me ocurre asegurar que Gaby es mi hermana; que se trata de un problema familiar grave pero, ni siquiera sé su apellido. Recuerdo las artimañas de Marga haciendo de productora para conseguir cosas y apelo al factor sentimental. A ella siempre le funcionaba.


¿Usted conoce esa película de Gary Grant en la que tiene una cita con la mujer de su vida en el Empire State y ella no se presenta porque sufre un accidente? Pues, ¡el que no ha llegado soy yo!— le suelto suplicante, con expresión de enamorado.

¿En qué departamento trabaja esa Gabriela?





Foto: Marijo Grass


Ahora me toca fruncir el ceño. No sé por qué tenía la esperanza de que sería más fácil, ¡vamos!, entrar y encontrármela de frente atendiendo a alguien o recibiendo órdenes de su jefa chicana. Después de curiosear un rato por todo el edificio, y preguntar hasta al personal de limpieza sin éxito, salgo de allí intentando recordar los detalles de nuestra conversación, a ver si hay algo en lo que no reparé en su momento pero, el único nombre que ha grabado mi cerebro es el de estos almacenes. Antes de largarme decido entrar en el local de la misma firma que hay enfrente, dedicado a la moda masculina, pero recibo la misma respuesta, y eso que esta vez me esfuerzo un poco más; incluso le hago un dibujito al encargado, que me confunde con un poli investigando el paradero de una sospechosa.


Una vez en la calle me quedo ensimismado contemplando los escaparates. Ni siquiera me había fijado y, los de esta casa son espectaculares. Cada cambio de temporada hay mogollón de gente paseando por la 5ª avenida sólo para verlos; son una auténtica obra de arte: sofisticados, teatrales y muy barrocos.





Foto: Marijo Grass


La verdad es que la escena que tengo delante me suena mucho. ¡Claro!, de la película Fantastic Mr. Fox, de Wes Anderson. ¡Qué guapo! Los de la tienda de chicas estaban inspirados en Alicia en el país de las maravillas.



Foto: Marijo Grass

¡Ya está! Joderrr. Ahora sé de qué me suenan estos animales: se parecen a los cadáveres que llevaba Gaby en la furgoneta el día que me chafó la bici en la calle 14. Vuelvo a entrar en la tienda y esta vez le digo al encargado que la chica que busco forma parte del equipo que ha montado los escaparates. El tipo me informa que son obra del director artístico de la casa: un tal David Hoey. Con él trabaja un ejército de diseñadores, interioristas y artistas de diferentes disciplinas, subcontratados para la ocasión, y no es posible facilitar datos del personal.




Fotos: Marijo Grass

Me voy cargando la decepción en la parrilla trasera de mi bicicleta. Cuando llego a casa me encuentro a Mauro haciendo fotos en la azotea. Al relatarle lo sucedido me sugiere que quizás el amigo de Chip Kidd es el tal Hoey, y Gaby la asistente de su ayudante, o algo así. No tardo ni 3 minutos en buscar imágenes del tipo en Google para confirmar que Mauro tiene mejores dotes de investigador que yo.





Foto: Marijo Grass


Al día siguiente me llaman los de la agencia para decirme que les han gustado mis bocetos, y me encargan el Arte Final de su selección. Me paso el resto de la semana bastante ocupado, pero el viernes empiezo a necesitar un poco de vida social y se me ocurre llamar a Lynn. Me responde con la misma espontaneidad que en nuestro primer encuentro y, antes de que yo diga nada, me propone que vaya a comer al restaurante, y que no me olvide de llevar mis pinceles, que ella me alimenta, y yo, a cambio, le doy una clase de dibujo.


Me gusta la manera en la que fluyen las cosas con esta chica. Mauro dice que aquí la gente necesita tener claro si se trata o no de una cita. Pues, no tengo ni idea pero hemos quedado mañana en Chinatow, para charlar un rato mientras ella hace sus compras.





Foto: Marijo Grass

Chinatown es el distrito más caótico y colorista de Manhattan. Parece un gran bazar atiborrado de mercados, restaurantes, joyerías, fábricas textiles y un próspero negocio en la venta de bolsos, relojes y carteras de marcas de lujo falsas. La mayor parte de sus habitantes no habla ni palote de inglés. Todo está rotulado en chino. Aquí no hay rascacielos sino casas de 4 plantas con escaleras de incendios en el exterior. El bullicio, los puestos de verduras extrañas, las plantas medicinales y todo lo demás, lo convierten en un lugar atractivo para callejear. Siempre me cruzo con rostros interesantes que acaban en mi libreta de personajes.





Foto: Marijo Grass


Me siento como Peter Parker con Mary Jane paseando por estas calles. Lynn se ha puesto un kimono rojo, como el que luce Kirsten Dunst en la película, y está muy guapa. Me siento cómodo y ella se mueve aquí como pez en el agua. Lynn nació en Yokohama, que es la segunda ciudad más importante de Japón y la que posee un puerto más grande. Dice que allí vivía en el barrio chino, igualmente plagado de tiendas, restaurantes y mercados pero, en Nueva York todo le resulta más excitante. Parece que estuvo un par de años en Tailandia, de ahí su familiaridad con lo más característico de su gastronomía. El restaurante donde trabaja es de una tía suya pero, en realidad, ella es una artesana, además de una experta en origami.


La cocina Thai se fundamenta en 4 sabores básicos: dulce, amargo, salado y picante. Y, como en toda Asia, el ingrediente principal es el arroz— me explica, mientras compramos cangrejo y un extraño pescado.





Foto: Marijo Grass

A mí me parece muy aromática, pero siempre hay un sabor que prevalece por encima de los demás.

¿Te refieres al cilantro? Aquí se usa todo: las raíces, el tallo, las hojas y las semillas.

No, es otra cosa, un sabor más parecido a la soya.

Ahh!, debe ser el “nam pla”, el jugo que se obtiene de la fermentación del pescado con sal. Se utiliza mucho: es la base del caldo para sopas y curry. ¿Te gusta el picante?

Me encanta.

Bueno, creo que lo tenemos todo. A ver: guindilla, jengibre y el coco.

¿Qué vamos a comer?

Una sopa Thai de crustáceos. Espero que te guste.


Estoy a punto de responder que la que me gusta es ella. Me encanta que me trate como un viejo amigo. Me resulta reconfortante y, además, está estupenda con ese kimono, y no parece neurótica ni estresada.





Foto: Marijo Grass

Una vez en el restaurante, empieza a preparar una ensalada que parece un centro de mesa. Es alucinante la habilidad que tiene para cortar la verdura. Con rábanos, zanahorias, cebolletas y un poco de apio ha hecho una especie de flores espectaculares, talladas a toda velocidad con una navajita. ¡Si me va a dar pena comerlo y todo! Le he pedido que me enseñe a hacer la sopa. No es que yo sea un gran cocinero pero me mola cómo me explica las cosas y quiero aprender a preparar algo exótico, así que voy a apuntar los ingredientes para que no se me olvide:


½ litro de leche. 2 vasos de crema de leche. 200 gramos de pulpa de coco rallada. 1 cebolla y 1 escalonia picada. 500 gr de carne de cangrejo. ½ cucharadita de azúcar. La corteza rallada de medio limón. Media cucharada de semillas de cilantro. Pimienta blanca, sal y salsa de soja al gusto.


Bueno, lo tengo. ¿Cómo empezamos?— pregunto con tono de alumno aventajado. Y ella se pone manos a la obra mientras se mueve de un lado a otro de la cocina con la misma agilidad con la que corta o pliega cosas.

Primero debes mezclar la leche con la crema, añadir el coco y una pizca de sal, y lo llevas a ebullición. Luego debe reposar 20 minutos. Después hay que colar y exprimir la pulpa de coco y volver a calentar la crema unos 5 minutos más con la pimienta y el azúcar. Entonces agregamos la cebolla, la escalonia…

Mi madre llama a la escalonia cebolla macho— interrumpo, mientras ella lo pica todo.

La escalonia es un vegetal originario de Asia Central. El sabor es más fuerte que la cebolla. Es perfecta para salsas. También se llama chalota o echalotte.

A mí me sabe a algo, no sé, entre el puerro y el ajo— añado, al tiempo que cojo un trocito de su tabla y me lo como.

Bueno, añadimos la ralladura de limón y las semillas de cilantro. Pasamos la mezcla por un tamiz y la ponemos en la sopera. Ahora sólo falta añadir la carne de cangrejo desmigada, y si quieres, unos trocitos de pan tostado con mantequilla para adornar.

Ummm, ¡esto huele de maravilla!


Lo he pasado muy bien. La sopa estaba de fábula, y el pastel de coco al vapor con almíbar de jengibre, que nos ha ofrecido su tía, alucinante. Y no he tenido que currarme la clase de dibujo. Es la ostia de habilidosa: en un momento le ha cogido el pulso al pincel. Nos hemos despedido con un abrazo un poco torpe a la puerta del restaurante, bajo la atenta mirada de una vendedora de frutas. Se supone que esto no era una cita, pero a mí esta chica me resulta adorable y quiero verla otra vez. Le he dicho que pasaré a ver su clase de origami por el Museo de Historia Natural, si ella viene un día a Harlem a hacer animalitos con mis alumnos de la Escuela de Arte.





Foto: Marijo Grass


Al regresar a casa, cruzando el puente de Brooklyn, he recibido otra llamada de Flash. Dice que Chip Kidd quiere ver mi trabajo y presentarme a alguien de Marvel. ¡Qué flipadaaaaa! Tengo que sentarme en un banco para digerir la noticia. La cita con Kidd trae a Gaby de nuevo a mi memoria. Se me ocurre mirar el dibujo que le hice abriendo el mensaje de Flash otra vez y , al ampliarlo, reparo en un texto que no había visto. ¡Alguien escribió algo alrededor de mi dibujo! A ver:


Martes, 18:30, piscina, St. Barth, Gaby.


¡OSTIAAA! ¡Esto es un mensaje en clave? ¿Lo escribiría ella esa noche? Joderrr, ya ha pasado el martes. ¿Estará allí todos los martes? Supongo que se refiere a St. Bartholomew´s, en la y Park Avenue. Pero, ¡eso es una iglesia! ¿Qué cojones pasa con la piscina? Ahora me invade el nerviosismo, no sé si por la cita con Kidd o por la posibilidad de que ella dejara en la pared un mensaje para mí.


Llamo a Mauro inmediatamente para averiguar si existe una piscina cerca de St. Bart´s . Me confirma que hay un restaurante cojonudo en la terraza y que sí, que también hay una piscina en el sótano. ¡Qué fuerte! Una piscina bajo una iglesia en medio de Manhattan. Al colgar me doy cuenta que tengo una llamada perdida y un mensaje.


“ Hola guapo, ¿Qué tal todo por la Big City? Espero que lo estés pasando bien. Tengo que ir a Nueva York a rodar unos planos para un videoclip y me gustaría verte. Te echo de menos, darling. Te llamo luego a ver si te encuentro y hablamos.”


¡¡¡ARGGGGGG, socorro, es Marga!!! No quiero verlaaaa, pero me doy cuenta que se dispara mi ansiedad.


Me quedo un rato mirando el Hudson desde el puente, con deseos de lanzar el móvil a ver si se ahoga con ella, como insistía Vicente, y entonces me llama la atención un pequeño graffiti que hay pegado en una farola, en el que se puede leer: LOVE ME.


¡Paso de las putas señales! Esto es demasiado. Me voy a dibujar, o a emborracharme, o lo que sea.





Foto: Marijo Grass


CONTINUARÁ


Querida ciberfamilia, esta historia me sigue pidiendo más, pero NO os quiero aburrir, y esto empieza a parecer una novela por entregas, como los cómic coleccionables, jajaja. Queda en vuestras manos sugerir cosas y que continúe, o seguiré escribiendo al margen del blog y puede que haga un libro con ella, proponiendo aquí otras cosas. Mil gracias por implicaros tanto.