22 de julio de 2010

CLAVADO EN UN BAR


Foto: Marijo Grass


Aquí estoy: ahogado, que en su jerga significa borracho; haciendo los honores a Maná: una banda de rock mexicana que nos acompaña como fondo sonoro con uno de sus mayores éxitos: “Clavado en un bar”.


Empiezo a ver la decoración colorista que me rodea girando como un tiovivo alrededor de mi cabeza. Menos mal que se les ha ocurrido servir algunos antojitos, porque la relación entre ingesta de alcohol y viandas está muy descompensada. Gaby parece ser de las que se alimentan del aire, pero tiene un aguante con el tequila que ya quisieran muchos de mis amigos. Yo, en cambio, necesito comer algo consistente o puedo perder el sentido y no recordar lo sucedido 24 horas más tarde. Mido casi 1´90 de estatura pero soy de constitución delgada. Ella me llama “acartonado”; en mitad de la borrachera no me suena nada bien pero, una vez más, se encarga de traducirlo como skinny man, o sea flaco; nada que ver con el rapero británico, aunque no parece estar de acuerdo comigo; y yo continúo sin saber si eso es bueno o malo; sobre todo si pienso en sus colegas, tipo armario, del Centro de Buceo.









Ahora parece que la fiesta se desplaza a otro lugar. Al salir a la calle, nos sorprende un chaparrón de órdago, pero Gaby decide continuar caminando. Supongo que, después de haber vivido el peor huracán de la historia, cuando era una niña, esta lluvia le resulta insignificante.





Foto: Marijo Grass


Me lleva a la zona en la que se encuentra la Columbia University, en el norte de Manhattan; muy cerca de la Escuela de Arte donde imparto un par de clases a la semana, gracias a un colega de Mauro que dirige el departamento de Diseño Gráfico. Uno de sus mejores amigos reside en el barrio, y quiere que la acompañe porque había quedado, antes de que yo apareciera por sorpresa, para entregarle algo.


Esta parte de Harlem tiene un encanto especial, con sus grandes avenidas que llevan nombres de líderes negros, como Martin Luther King o Malcolm X. Aquí hay iglesias por todas partes, a las que acuden los turistas en manada, los domingos por la mañana, para escuchar una misa gospel, y acto seguido degustar un brunch en Sylvia´s; canchas de baloncesto, poco tráfico, venta ambulante en carritos, y algunos viejos en sillas desportilladas contemplando pasar la vida a la puerta de su casa. A mí me encanta; entre otras cosas porque encuentras gente de cualquier rincón del mundo y todos son muy amables.





Foto: Marijo Grass


El apartamento de Gustavo parece un almacén de atrezzo viejo y destartalado; un esqueleto rockero te da la bienvenida en lo que debió ser la antigua ubicación del portero. Gaby dice que lo hizo su amigo para un espectáculo sobre las fiestas de los muertos y, al final, se lo quedó de recuerdo. Le cuento que, en Valencia, indultan un “ninot” en las Fallas y lo conservan en un Museo.




Ilustración: Marijo Grass


Accedemos en un montacargas desvencijado que hace un ruido ensordecedor, como si no hubieran engrasado el mecanismo en los últimos 50 años; lo que acrecienta mi dolor de cabeza incipiente producido por los efectos del alcohol.


Nos recibe un tipo no muy alto, de complexión fuerte, con un porro de marihuana en la mano, que me brinda con simpatía, nada más entrar, y rechazo al instante, porque estoy convencido que me fulminaría antes de dar una sola calada. Además, hace años que no fumo, ni siquiera cigarrillos.

Gaby lo saluda afectuosa, le da un pen drive que guardaba en su bolso y, a continuación, me presenta como un famoso dibujante de cómics español que ha venido a la Gran Manzana a trabajar para Marvel. No estoy muy seguro por qué lo hace pero yo, ni confirmo ni desmiento un carajo, porque me da una pereza tremenda dar explicaciones en mi estado.


A continuación, Gustavo nos ofrece una cerveza, y esta vez no puedo negarme porque ella se apresura a aceptarla por mí. Mientras saca las bebidas de un frigorífico de la era cuaternaria me explica que México es el mercado más importante de Marvel, y que tiene presencia desde hace 70 años, con editoriales como Novedades, Novaro o el Grupo Vid; que es el segundo país donde se lee más “El hombre araña”, y que él es un fan de “SANTO: el enmascarado de plata”; según dice, el primer personaje fantástico de la literatura popular mexicana; el que sentó las bases para el desarrollo del género de luchadores en el cine de su país, cuyos protagonistas defendían las causas justas como los clásicos superhéroes norteamericanos.





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Entonces empieza a buscar, entre una pila de DVD s, unas películas, al tiempo que relata la historia de este personaje. Dice que un tal José Guadalupe Cruz fue el que lo convirtió en cómic, y que sus primeros films se rodaron en Cuba: “Santo contra el cerebro del mal” y “Santo contra hombres infernales”. Por lo visto el rodaje de esta última finalizó el día antes que Castro entrara en La Habana y proclamara el triunfo de la Revolución.



Ediciones José G. Cruz


Me da la sensación de que se siente influyente descubriéndome algo tan notable, y supongo que mi expresión de palurdo ayuda lo suyo. De repente, lanza una exclamación de júbilo porque ha encontrado lo que buscaba, y nos ofrece una sesión continua de lo que él considera las cintas más delirantes en las que interviene este luchador enmascarado: “Santo contra los zombies” y “Santo vs. Las mujeres vampiro”, que la sitúa en la mejor tradición del cine gótico.










Unos minutos de proyección más tarde me disculpo y anuncio mi retirada porque estoy seguro que, si me acomodo en el sofá, me quedaré frito en un abrir y cerrar de ojos, pero le propongo que me preste el DVD y quedemos otro día para hablar con más tiempo y unas cervezas por delante.


Gaby reacciona rápido y se despide de su amigo para retirarse conmigo, lo que me espabila y me hace pensar que quizás la noche no ha terminado, y todavía podemos aprovechar la euforia para pegarnos un revolcón durante un rato.


De nuevo, en la calle, la lluvia empieza a apretar convirtiéndose en aguacero. En el momento en que ya no nos queda seco un centímetro de nuestros cuerpos, y sin un taxi a la vista que nos brinde auxilio— algo poco probable teniendo en cuenta que los taxis no vienen a Harlem—, unas voces potentes y melódicas nos llevan hasta la puerta entornada de un garaje. Decidimos entrar por curiosidad, y para resguardarnos del agua hasta que amaine.


Una mujer nos da la bienvenida y nos invita a acceder al fondo del local, en el que se ha congregado un grupo que mueve sus brazos al son de una música Soul, que pincha un tipo en compañía de una niña que tiene sus mismos rasgos.





Foto: Marijo Grass


Una señora, de unos 50 años, entona unos cánticos que mezclan euforia y melancolía a partes iguales. Gaby se suma inmediatamente a los coros y empieza a imitar los bailes. Minutos más tarde, la que parece jefa del clan retoma el discurso, y es entonces cuando me percato que asistimos a una misa de difuntos. Con la poca cordura que me queda, y un cierto malestar a causa de la ropa mojada, empiezo a observar el lugar y a todo el grupo de mujeres que nos rodean. La que nos invitó a pasar nos alcanza una Biblia señalando unos párrafos que leen por turnos. Sólo hay tres hombres en la sala, incluido yo. El tercero sujeta a una mujer corpulenta que parece a punto de sufrir un colapso nervioso. No ha hecho más que acudir esa idea a mi cabeza cuando se desploma y cae al suelo con estruendo. El joven que la acompaña se arrodilla a su lado, pero son dos señoras que la atienden mientras el resto empieza a cantar de nuevo. La predicadora solapa su voz a los cánticos pidiendo a Dios por el chico que ha muerto.




Foto: Marijo Grass


Un rato más tarde empiezo a darme cuenta de qué va todo esto. Por lo visto, a esta mujer, que han conseguido levantar y sentar de nuevo, le han matado a su hijo de 17 años en un tiroteo; y al marido le ocurrió lo mismo, también de forma accidental, cuando tenía a los niños pequeños. El que se sienta a su lado es el mayor pero, o es un poco retrasado o puede que sufra un shock que le impide proporcionar a su madre un poco de consuelo.


Salgo un momento al exterior para comprobar que continúa lloviendo a cántaros. Creo que observar este drama está mermando la melopea. Al regresar al interior encuentro a la predicadora en pleno discurso religioso hablando del coraje de las madres, de la renuncia que hacen a tantas cosas para cuidar, educar y alimentar a sus familias; de la necesidad de que los hombres las respeten y se respeten entre ellos; de que acaben de una vez por todas con la violencia y el maltrato, porque esto sólo conduce a la tragedia, los hace infelices e impide que se esfuercen por encontrar una motivación en sus vidas; para disfrutarlas, no para acabar muertos antes de que Dios lo decida.




Foto: Marijo Grass



Tras el sermón todas ellas intervienen aportando algo nuevo, y entonan oraciones con la música que incorpora el Dj sentado en un extremo. La verdad es que esta especie de exorcismo colectivo les está sirviendo de terapia, porque todas han cambiado su estado anímico desde que llegamos.

Acto seguido, la predicadora se dirige hacia nosotros como un matrimonio recién llegado al barrio y nos pide que nos presentemos a la comunidad. Gaby inventa una historia romántica y me libera del compromiso.


Al salir de allí, se despiden unos de otros y se regalan caricias con notable afecto. Para mi sorpresa, la mujer corpulenta, que ha perdido a su hijo, se me acerca y me da el abrazo más auténtico que he recibido en mi vida; al tiempo que agradece que la hayamos acompañado en su dolor durante la misa.

Me quedo aturdido y no se me ocurre nada que pueda compensar su muestra de cariño, así que la miro a los ojos con ternura, y le devuelvo el abrazo con la misma intensidad que lo he recibido.





Foto: Marijo Grass



Otra vez en la calle y sin aguacero, caminamos un par de manzanas en silencio. Gaby propone recuperar el ambiente festivo y me invita a la última copa del día. Entramos en un bar Indio que encontramos abierto. Creo que la bebida me sienta fatal porque ya no veo a las bailarinas que tengo delante; giran y se mueven como el tiovivo del restaurante mexicano en el que empezó la noche de enredos y tequilas. Clavado en un bar, ahogado. Me siento, definitivamente, KO.





Foto: Marijo Grass


Me despierto desnudo, en una cama extraña; con la voz de skinnyman, que llega del piso contiguo, taladrándome el cerebro. Intuyo que estoy en su casa pero soy incapaz de recordar nada excepto la cara de aquella mujer enorme que me abrazaba, los deliciosos labios de Gaby, y ríos de alcohol surcando el interior de mi cerebro.

Descubro mi ropa secándose sobre un radiador encendido. Al salir de la habitación escucho ruido de cacharros y platos, además de percibir un delicioso aroma a café recién hecho; pero a quien encuentro ordenando sartenes es a su colega buceador, que se pasea medio desnudo por la cocina. Me recibe con un gesto, tan poco amigable, que me dan ganas de salir corriendo; antes, regreso a la habitación de Gaby, y le estampo un dibujo y mi teléfono, en un espejo de pared que tiene presidiendo el cuarto.




Foto: Marijo Grass


CONTINUARÁ