4 de febrero de 2010

CITAS HORRIBLES III. Segunda parte


Foto: Marijo Grass


Durante el trayecto los cielos desplegaron una paleta cromática en rojos devolviendo los paisajes de TURNER a mi cabeza, al tiempo que la temperatura que desprendían nuestros cuerpos, en el interior del vehículo, aumentaba unos cuantos grados.


Nuestro destino era un lugar llamado Broc, a tan solo 5 kilómetros de Gruyères, donde se encuentra la fábrica Cailler-Nestlé; un paraíso tan deseable como para un niño entrar en el Toys R us de Times Square.


La fábrica Cailler es la más antigua de Suiza; responsable de la invención del chocolate con leche gracias a las vacas de su vecino Gruyères. Está situada en el centro del pueblo y su dulce fragancia invade todos los rincones. Puedes recorrerla en un tour de 45 minutos que comienza con la exhibición de un documental sobre los descubridores aztecas, que lo convirtieron en bebida, pasando por los conquistadores españoles para llegar a Italia y, finalmente, a la consagración del producto a cargo de los suizos, que le añadieron, además de leche, especias o frutos secos.





Archivo Cailler-Nestlé


Yo disponía de guía propio, ansioso por llegar lo antes posible al final del recorrido: la sala de degustación. Y aquí es donde el apuesto Heinz desplegó toda su artillería de caza mayor.


Después de seleccionar un arsenal de tabletas y bombones, con nombres tan sugerentes como: Fèmina, Ambassador o Sublim, me pidió que tomara asiento y, templando la voz para alcanzar un timbre grave y cautivador, empezó con el ritual:


Para degustar el chocolate debes utilizar los CINCO SENTIDOS.


Fascinada por su poder de seducción inspiré profundamente ofreciéndole mi expresión de alumna aplicada.


En primer lugar observa su aspecto brillante y esta magnífica tonalidad marrón oscuro— susurró, poniendo frente a mí una tableta de Noir Extrême.

¡Me encanta este color! La gama de ocres conecta con mi lado terrenal— añadí a su discurso, al tiempo que me avergonzaba de mi fallida intervención y decidía no abrir más la boca excepto para sonreír como el gato de Cheshire.

Ahora debes acariciar el chocolate para sentir su finura— prosiguió, poniendo énfasis al verbo “acariciar”.


Heinz y el aroma del chocolate empezaban a tener efectos irrefrenables sobre mi imaginación, mostrándome una imagen en la que aparecía sumergida en una bañera de bombón líquido retozando con él.




Foto: Marijo Grass

Acércate— susurró de nuevo, atrayéndome suavemente por la espalda hasta quedar a pocos centímetros el uno del otro. Y, a continuación, partió una onza cerca de mi oído—. Debes escuchar un ruido seco y corto, como un ¡CLACK! Y los bordes deben quedar lisos.


Agarró mi dedo índice, como si de un delicado cristal de Murano se tratase, y empezó a deslizarlo adelante y atrás una y mil veces sobre la onza sin dejar de mirarme a los ojos. Continuó el ritual aproximándola a mi nariz. En ese instante experimenté un cosquilleo en el estómago produciéndome algo parecido al vértigo. Menos mal que había aire acondicionado en esa estancia o me hubiera empezado a derretir más rápido que el chocolate.


Por último lo introdujo en mi boca, muy despacio, después de presionar los labios con suavidad de un lado a otro como si me estuviera aplicando el brillo de Max Factory que llevaba en el bolso.


Deja que se deshaga en el paladar y así podrás apreciar los diferentes sabores: un arbusto de lavanda, una salsa de arándanos…


Me sentía al borde del delirio, sofocada hasta los dedos de los pies, aturdida por la cantidad de sensaciones que envolvían todo mi cuerpo, con la mente paralizada y el deseo repiqueteando en mi cerebro; imaginando cómo olería su cuerpo desnudo y la premura que tenía por verlo, dejando que la fantasía lo convirtiera en un MUÑECOLATE tremendo; con tableta incorporada, ¡por supuesto!





Foto: Marijo Grass


Salimos de aquél lugar y nos dirigimos hacia el coche, después de pasar a la toilette para refrescarnos un poco, a pesar de que en aquél lugar y a finales de julio la temperatura descendía varios grados al caer la noche.


Abrió el maletero para coger unos discos que amenizaran nuestro regreso y observando el interior exclamó:


—Vaya, los quesos se han quedado con nosotros. ¿Te apetece que vayamos a mi casa a comer una fondue?


Pues, ¡claro que me apetecía!, o es que había imaginado que después de semejante calentón me iba a devolver con el resto del grupo tan ricamente y sin que pasara NADA DE NADA, a excepción de un nuevo atracón de queso.


Haciendo gala de sus ademanes caballerescos me llevó hasta la puerta del copiloto y allí mismo me agarró con fuerza acercando su cara a la mía hasta perder el foco. En el instante en que nuestros labios empezaron a rozarse, en la antesala de un beso de película, con un torbellino de sensaciones invadiendo cada centímetro de mi anatomía, preparándome cual guerrera para librar una batalla cuerpo a cuerpo, en ese preciso instante, bajando la vista por lo que yo creía su mirada aturdida por idéntico deseo, me premió con el desconcierto.

Separándose de mí con rudeza y señalando su automóvil vociferó:


MERDE!, PUTAIN!, NIQUE TA MÈRE!


Durante unos minutos, que me parecieron eternos, continuó soltando la colección de insultos en francés más apabullante que yo hubiera escuchado jamás, al tiempo que propinaba patadas al coche. Parece que alguien le había abollado la chapa. La verdad es que la parte delantera a la altura de la rueda estaba hundida por completo, incluso impedía abrir la puerta pero, me pareció excesiva su reacción, sobre todo en aquél momento. Los tíos pensaréis que estaba en su derecho y que hubierais reaccionado igual pero, YO NO.


Ambos subimos por el lado del conductor y nos pusimos en marcha; mientras tanto él continuaba murmurando improperios. Durante el trayecto no abrimos la boca ninguno de los dos. Tampoco era posible porque sonaban los BEASTIE BOYS a un volumen capaz de rompernos los tímpanos y, en “Sabotage”, ya se encargan ellos de pegar los berridos.







Para matar el tiempo y olvidar el despropósito me dediqué a curiosear entre su discos buscando algún álbum de mi interés que pudiera devolvernos el ambiente festivo. Pensé que Wild Planet y el tema “Private Idaho” de B-52´S podría servir. Recordé una fiesta legendaria en la facultad en la que nos disfrazamos con pelucones como los que lucían Cindy Wilson y Kate Pierson y no dejamos de bailar sus canciones hasta el amanecer, pero mi proyecto de cita ignoró mi petición e incluso mi presencia durante todo el camino. He de apuntar que en 2007 tuve que cubrir su concierto en el Festival de Benicasim y me decepcionó que hubieran abandonado la imagen estrafalaria de aquella época. A pesar de todo hice las fotos que me pedían y me dediqué a dar botes enloquecida durante el resto del concierto.







Llegamos a nuestro destino con GUNS´N ROSES y su “Sweet child of mine” de fondo, lo que me hizo pensar que la cita todavía tenía arreglo.








La casa no parecía diferente a las más grandes de su entorno pero, tras atravesar el umbral nos encontramos frente a una puerta que recordaba a una cámara acorazada, como en las pelis que salen búnkers y presagian alguna barbaridad. La cantidad de cerrojos y alarmas no auguraba nada bueno pero, en aquella época tampoco nos bombardeaba la prensa con tanto psicópata suelto así que, le seguí con lentitud, vigilante, por si tenía que salir por patas o ponerme a gritar pidiendo socorro pero, una vez en el interior, el ambiente que se respiraba no solo me dejó anonadada sino que me devolvió la curiosidad por seguir conociéndolo.


Aquello no era una casa cualquiera; por todos los rincones habían objetos y cuadros de valor incalculable, como si hubiera entrado en el refugio de montaña del barón Thyssen y Tita Cervera.



Foto: Marijo Grass


No pude evitar que saliera de mi boca y, en español, la frase que cualquiera, cercano al mundo del arte, hubiera voceado a los cuatro vientos:


¡¡¡¡JODERRRRR, tienes un Museo en casa!!!!


Él no pareció inmutarse y se dirigió a la cocina a dejar la bolsa de los quesos pero, antes le pregunté si podía utilizar el lavabo y, mi asombro fue aumentando por momentos: ¡tenía un Matisse en el baño!, sí, ¡en el baño! Y pintura flamenca en el pasillo, y un aparador clásico— que no pude identificar porque no había estudiado historia del mobiliario todavía—, que contenía una vajilla china de la dinastía MING; y Bacon, pero no el que te comes con los espaguetis carbonara: ¡cuadros de Francis Bacon!, un Chagall y hasta un Litchestein: “ Mujer en el baño”— que no estaba en el baño sino en una pared presidida por una pecera gigante donde tenía a NEMO y todo—, y que hoy en día puedes contemplar en el Museo Thyssen de Madrid.


No me pude resistir, tenía que interrogarlo; preguntarle a qué fucking trabajo se dedicaba su padre y si era verdad que aquello era auténtico, o se trataba de imitaciones como los bolsos de marca que venden en Macy´s o Chinatow en Nueva York.





Foto: Marijo Grass


Supongo que, de no haber sido una apasionada estudiante de Bellas Artes todo aquello no hubiera llamado tan poderosamente mi atención pero, la casualidad o el destino hizo que yo acabara en aquella casa alucinando como si me hubiera fumado la plantación de marihuana que tenían mis vecinos en Valencia.


Al regresar a la cocina lo encontré descorchando una botella de Chateau Margaux, un viñedo de la región de Burdeos, en el Médoc, elaborado con un 75% de cabernet sauvignon, 20% merlot, 3% petit verdot y 2% cabernet franc. Esa fue la explicación que me regaló Heinz entonces; me sonó a exquisito e inasequible pero, no podía imaginar lo que descubrí años después: la botella cuesta alrededor de 1500 €, cuando todavía está en barrica. Supongo que no encontró nada más “sencillo” en su bodega. Si llego a tener esa información la medalla de lunático se la habría puesto antes del desastre que estaba a punto de acontecer.


En el sofisticado equipo de música que presidía un rincón, a mitad de camino entre la cocina y el comedor, estaba sonando Wicked Game de Chris Isaak, que yo recordaba de la banda sonora de Corazón salvaje: la película de David Lynch, y de un videoclip bastante tórrido que había filmado Herb Ritts con el propio Isaak y Helena Christensen como protagonistas. En aquél momento pensé que estaba preparando el escenario para una noche inolvidable y decidí continuar el juego.


Depositando la botella sobre la mesa se acercó con una sonrisa, me dio un beso en la frente mientras me sujetaba el rostro con ambas manos y, a continuación, sin mediar palabra, se dispuso a alimentar a los peces.




Foto: Marijo Grass


Oye, ¡me encanta esta vajilla! — exclamé, señalando la porcelana china del s.XIV y mostrando mi torpeza para reiniciar la conversación.

Si quieres podemos utilizar el Pote.

¿El pote?

¡Para poner el vino! La vajilla china se compone de muchos elementos. Este es el Pote para el vino— precisó, extrayendo del aparador la valiosa pieza.

Lleva cuidado que si rompemos algo tu padre nos corta la cabeza como mínimo. Por cierto, ¿a qué se dedica?— pregunté de manera sutil y perspicaz, propiciando el ansiado interrogatorio.

Es marchante de arte y coleccionista— respondió, dirigiéndose de nuevo a la cocina con la intención de preparar la fondue.

Y, además de las “cositas” que tiene por aquí, ¿cual es su especialidad?

Francis Bacon. Su colección es la mayor de Europa, pero puede que la pierda. Ahora mismo está en la cárcel por su supuesta implicación en un asunto de blanqueo de dinero.

¡¡NO JODAS!!— exclamé de nuevo en Español—. ¿De verdad?


Este tío me sorprendía a cada minuto. ¿Cómo podía contar a una extraña, con la que pretendía pegar un polvo, semejante truculencia familiar? Yo no daba crédito. Empecé a pensar que todo aquello era producto de su fantasía y que quizás los pijos suizos utilizaban ese tipo de argumentos para parecer interesantes.



Foto: Marijo Grass


Suspiré profundamente y empecé a curiosear observando las fotos que tenía en la repisa de una alacena mientras él se afanaba en laminar el queso. Me ofreció una copa del exquisito caldo francés y brindamos esbozando una sonrisa y recuperando la mirada libidinosa que habíamos perdido un par de horas antes.


Me llamó la atención una imagen de una playa paradisíaca en la que destacaban dos chicos jugando a palas en primer término y, al fondo, una señora ataviada con un sari hindú de color magenta a punto de entrar en una villa: de esas que aparecen con sus dueños ricachones posando para un reportaje de PARIS MATCH o el HOLA.


¡Qué lugar tan increíble! ¿Quiénes son?— pregunté haciendo gala de una total indiscreción.

Mi madre y mi hermano jugando conmigo, hace unos cuantos años; es nuestra casa de la playa en Viti Levu.

¿Viti Levu?

Es la gran Fiji. La mayor de las islas— respondió, al tiempo que se situaba tras de mí y empezaba a besarme el cuello.

¡¡¡Aaahhh!!! — acerté a exclamar impresionada por completo e intentando recuperar el tono amatorio una vez más.


Sin dejar de besarme de forma atropellada y salvaje me cogió en volandas depositándome sobre el office, que estaba repleto de trozos de queso desenvueltos, cortezas de pan y la marmita de cerámica refractaria para la fondue. Se abalanzó sobre mí como si sufriera un ataque de celo, pero la invasión duró poco si exceptuamos el repaso que le dio a mis pechos.


Todo resultaba insólito en él, tanto que, por un instante llegué a pensar que quería envolverme en queso caliente para disfrutar de un banquete como en la película del cocinero de Peter Greenaway, repleta de canibalismo y de un fuerte humor negro.

Una vez más se apartó de mí y acentuando su mirada de lascivo impenitente exclamó:


¡Vamos a comer!


Si lo hubiera dicho en Español habría interpretado que se refería a nosotros, no al queso pero, entendí que pasábamos a la etapa siguiente; aún no había llegado el momento de clímax en este perturbador encuentro.



Foto: Marijo Grass


Entonces cogió la marmita, que empezaba a levantar burbujas, por el mango, con tan mala pata que resbaló derramándose sobre sus dedos. El alarido que salió de su boca debió llegar hasta el infierno. Sin haberlo previsto y en pleno mes de julio acabé contemplando el espectáculo del “MARMITAZO” en vivo y en directo.


A continuación se desató su furia y empezó a romper toda la vajilla que encontró a mano contra el suelo, incluido el pote de porcelana china de la dinastía MING con el Chateau Margaux de 1.500 euros en su interior, que acabó formando una pasta mezclada con los trozos de porcelana y el queso.


Aquí se acabó el devaneo suizo porque, después de pasar dos horas en un centro de urgencias alpino soportando su gimoteo, me despedí a lo Groucho Marx con aquella frase memorable:


He pasado una noche estupenda, pero no ha sido esta”.


Y, a continuación, desaparecí en busca de mi amiga para regresar a nuestro mundo de gente corriente, con la firme promesa de romper la olla de chocolate que nos había regalado Madeleine cuanto antes, y recuperar el sabor de la aventura como Thelma & Louis al volante de su precioso descapotable.


A raíz de aquél desencuentro la fantasía del MUÑECOLATE, con banda sonora de Chris Isaak, me quedó como asignatura pendiente para septiembre.








CONTINUARÁ