30 de junio de 2011

LA HUIDA. Quinta parte. (Final)


Foto: Marijo Grass

“¿Acaso el misterio de Estambul consiste en la pobreza que se vive junto a la Historia insigne, en que continúe en secreto su vida de comunidad y barrio cerrada sobre sí misma a pesar de estar abierta a influencias externas, en que tras sus bellezas monumentales y naturales volcadas al exterior la vida cotidiana se base en unas relaciones frágiles y desvencijadas? Pero cualquier cosa que digamos sobre las características generales de una ciudad, sobre su alma o su esencia, acaba convirtiéndose de forma indirecta en una confesión sobre nuestra vida y, especialmente, sobre nuestro estado espiritual. La ciudad no tiene otro centro sino nosotros mismos”

Mi guía mordisquea, tímida, el simit que le he ofrecido. Yo observo a la gente que nos cruzamos en el camino, recordando, una vez más, las palabras de Pamuk.



Foto: Marijo Grass


Paseamos en busca de un restaurante para comer algo más consistente y especiado. Edyglü me confiesa que, cuando no va a la escuela ni ayuda a su familia, le gusta frecuentar lugares turísticos y escuchar otras lenguas. Dice que es la primera vez que se atreve a abordar a una desconocida; que después de seguirme durante un buen rato le he parecido buena gente; alguien en quien podía confiar.


—Yo no me quiero casar, ni ir a la Meca; prefiero estudiar, aprender idiomas, asistir a la Universidad; ser mujer independiente. Tú pareces mujer independiente.




Foto: Marijo Grass


Le regalo un gesto amable, acompañado de una sonrisa. Me enternece el entusiasmo propio de su juventud; ese periodo vital en el que somos capaces de ponernos el mundo por montera, sin límites, dispuestos a cumplir nuestros mejores deseos; a superar cualquier tipo de impedimento, a pesar de que el tiempo y la experiencia nos golpee en algún momento, dejándonos a merced del abismo, en el que permanecemos hasta recuperar la autoestima, o encontramos una buena razón para volver a luchar por nuestros sueños. No sé cómo expresar que solo tiene razón en parte, que tras haber trabajado duro por esa independencia he sucumbido a los deseos de otro por amor, y el desconsuelo me ha traído aquí. Entonces recuerdo la traición de Alejandro y sugiero que hable de comida, para borrar esa imagen de mi memoria y alegrar el estómago regalándole el placer de la degustación, con esas delicias turcas que no he probado todavía.



Foto: Marijo Grass


Me conduce por calles que no aparecen en las guías de viaje, plagadas de hombres que conversan o beben té a las puertas de un bar, hasta que llegamos a un pequeño restaurante regentado por un amigo de su familia. No veo un solo turista, lo que me hace pensar en comida autóctona de verdad.


Foto: Marijo Grass


La gastronomía de este país es una de las más ricas y variadas del mundo. Observo con placer la cantidad de verduras rellenas de arroz, que ellos llaman dolmas. Me siento incapaz de decidir por cual de ellas empezar.



Foto: Marijo Grass


—Hay más de 40 formas diferentes de cocinar la berenjena —explica Edyglü, al verme extasiada, contemplando los recipientes con los platos del día—. Mi madre las hace muy buenas.


En ese instante nos sirven unos meze, el equivalente a tapas o aperitivos, acompañados de ayran: bebida fría de yogur que acostumbran a tomar a cualquier hora del día. Los aromas de menta, eneldo y comino se acomodan en nuestra mesa en cuanto depositan la comida.


—¿Te gusta? —pregunta mi nueva amiga, complacida por mi curiosidad culinaria.
—¡Delicioso! —exclamo divertida. Ella ríe, ocultando su boca con la mano para no llamar la atención, y casi no prueba bocado. Después relata cómo disfruta acompañando a su abuela a comprar pescado en los diferentes mercados de la ciudad, como un ritual, en el que hay que encontrar cada especie en un lugar, porque el mar Negro, el de Mármara, el Egeo y el Mediterráneo, proporcionan numerosas variedades con las que elaborar sabrosas especialidades, con limón, aceite de oliva, pimienta aleppo y sal.



Foto: Marijo Grass


Al finalizar nuestro festín, pregunto si conoce algún sitio en el que pueda ver los derviches danzantes. Ella asegura que en la estación de Sirkeci, donde también puedo visitar las reliquias del Orient Express.

Nos adentramos en un laberinto de calles comerciales del barrio antíguo. Me llama la atención un grupo de mujeres que ríen animosas, cubiertas con su niqab y cargadas de bolsas, tras salir de una tienda que exhibe en sus escaparates lencería muy sexi.



Foto: Marijo Grass



Edyglü me cuenta que su familia es humilde y bastante conservadora, aunque ya no se oponen a que ella estudie y ambicione una vida más occidental. Su hermana mayor lo hizo primero; ahora es técnico informático y vive en Alemania con su marido, que es judío, y sus hijos; supongo que eso le ha abierto el camino para ampliar las distancias, con la cultura y la religión que profesan los suyos.




Foto: Marijo Grass



Su padre, su abuelo y su bisabuelo, trabajan como limpiabotas desde los diez años. Azzad, su hermano pequeño, empezará después del verano, tras la ceremonia de circuncisión. Todos residen, junto a sus tías y primos, en Eyüp: un distrito situado en el nacimiento del cuerno de oro, habitado por musulmanes, donde se encuentra la famosa mezquita del mismo nombre; un lugar de peregrinación en el que suelen celebrar ese tipo de ritos.

Nos detenemos un momento frente a un comercio que vende los trajes, de príncipe o sultán, como el que llevará su hermano el día que se convierta en hombre, según la tradición del Islam.




Foto: Marijo Grass



Llegamos a la estación de Sirkeci, minutos antes de que empiece la ceremonia, en la sala contigua al Museo del Oriente Express, que finalizaba su recorrido aquí.

La Semâ es un viaje espiritual. El participante, dirigido por la verdad, ensalza el amor a través de su mente, rechazando deseos y tentaciones para alcanzar la perfección. De repente, el silencio inunda el espacio; aparecen los músicos y toman asiento. Leen unos fragmentos del Corán. Tras ellos, los derviches, con sus trajes cubiertos por una capa negra y sus altos sombreros de fieltro.




Foto: Marijo Grass


Efectúan tres vueltas a la sala con una lentitud inquietante, para esbozar los caminos que te llevan a Dios: el de la ciencia, la intuición y el amor. A continuación, se desprenden de sus capas y, resplandecientes, se acercan al líder; se inclinan, besan su mano y empiezan a girar, alzando su mano derecha al cielo para recibir la gracia y la izquierda hacia la tierra para traerla al mundo.




Foto: Marijo Grass


Es algo místico, espiritual. Me devuelve la serenidad, las ganas de volver a empezar.
Tras salir de allí nos dirigimos al muelle a tomar el transbordador. Es tarde. Ediyglü debe regresar a casa y yo me dispongo a descansar en el palacio que me ha legado Robert. Nos despedimos con un cálido abrazo y nos citamos al día siguiente, para dar un último paseo y conversar un rato más.




Foto: Marijo Grass


Una vez en el hotel, decido tomar algo fresco y enviar un correo a mi generoso anfitrión.

“ Lo primero que voy a hacer en cuanto llegue a casa es ver ese documental de Fatih Akin, aunque escuchando la banda sonora he tenido la oportunidad de hacer uno nuevo, contigo, aunque ya no estuvieras aquí y solo conserve tu sonrisa en mi recuerdo. Será como caminar juntos y prolongar nuestro delicioso paseo; mantener el ánimo que me ha hecho olvidar el motivo de mi viaje hasta el final de este... ¿sueño? Me empiezo a preguntar si eres real.

Mil gracias y un gran beso. Te contaré el resto de mi aventura “al final de la escapada”.

Nerea

PD: Espero que podamos compartir en el futuro un poco más de magia.



Foto: Marijo Grass


Me despierto de madrugada. Subo a la terraza a esperar el alba. Contemplo extasiada las luces violáceas que refleja el Bósforo cuando se encuentra con el Mar de Mármara. No he podido dormir casi nada. En mi cabeza se agitan infinidad de ideas y sensaciones nuevas. Espero un rayo que agarrar al vuelo para poner rumbo a otra realidad, aunque la que dejé atrás me exija cerrar viejas heridas. Quizás, la perspectiva de volver a casa, a enterrar mis fantasmas, me da cierta pereza.


“Las calles de Beyoglü, sus rincones oscuros, el deseo de huir, y el sentimiento de culpabilidad parpadeaban en mi mente como luces de neón. Tal y como podía percibir en los momentos de rabia y sentimentalismo excesivo, esas calles de la ciudad que tanto amaba, medio oscuras, medio atractivas, sucias y malignas, hacía mucho que habían ocupado el lugar de ese segundo mundo al que antes podía escapar. Supe que esa noche no estallaría una discusión entre mi madre y yo, que poco después cruzaría la puerta, huiría a las calles, que me darían consuelo, y que después de caminar largo rato regresaría a casa a medianoche y me sentaría a mi mesa para intentar extraer algo del ambiente y de la química de aquellas calles.
—No voy a ser pintor —dije—. Seré escritor.”


Foto: Marijo Grass


Concluyo el libro de Pamuk saboreando un delicioso café; recordando mis impresiones de la ciudad; contrastándolas con las suyas; con la certeza de hallarme en el camino. Ahora sé que debo recuperar mi trabajo documental, porque es lo que siempre me ha hecho sentir viva; abrir una puerta a la realidad, traspasar los límites y plasmarla en imágenes.




Foto: Marijo Grass


Me reúno con Edyglü en un lugar próximo a la Universidad. Trae consigo un recipiente que contiene unas berenjenas que ha preparado ella misma, además de un surtido de dulces caseros. Le regalo algunas piezas de ropa que he comprado antes de llegar a nuestra cita. Voy a conocer al hombre más viejo de su familia: Burak. Lleva 80 años ejerciendo de limpiabotas, en los alrededores del Gran Bazar.




Foto: Marijo Grass


Me enternece su mirada profunda, su expresión de bondad, y los surcos que enmarcan el rostro, alineando las vicisitudes de una vida entera, al abrigo de las inclemencias del tiempo, en un rincón cualquiera de la ciudad; ofreciendo su destreza manual, para dar lustre al calzado de todos los que requirieron sus servicios. Siempre testigo de su aventura sobre el asfalto, durante tantos años...
Necesito saber más. Aquí hay una historia: la que quiero contar. En él veo la esencia de las palabras de Pamuk, los contrastes entre dos mundos, dos culturas; el Hüzün.




Foto: Marijo Grass


“La amargura de los estambulíes ciega cualquier creatividad con respecto a los valores y a las formas sociales y sirve de apoyo a la moral de conformarse con poco, parecerse a los demás y ser modestos. La amargura, que hace honor al espíritu de solidaridad necesario para vivir en tiempos de carencia y pobreza, provoca que se interpreten al revés de la vida y la ciudad. Al mostrar la derrota y la pobreza no como resultados sino como honrosas condiciones previas anteriores al nacimiento, resulta una actitud prestigiosa, pero también falaz. Así se viven como un honor y no como un fracaso la pobreza, invencible, aceptada como destino y enquistada en la vida de Estambul como una enfermedad incurable, la confusión y el dominio del blanco y negro.”




Foto: Marijo Grass


—Burak significa rayo —traduce Edyglü —observando, orgullosa, a su bisabuelo—. En la tradición islámica, Burak era caballo alado. Llevó a Mahoma por su ascensión al cielo.


Tomamos un té; Burak nos acompaña saboreando un narguile de manzana, en un lugar próximo en el que los gatos, auténticos símbolos de la ciudad, ocupan un lugar preferente. Intercambiamos sonrisas y algunas confidencias. Prometo regresar y me despido de ellos.


Foto: Marijo Grass


Subo a un taksi y me dirijo al aeropuerto, ilusionada, recapitulando cada detalle de este último encuentro; convencida que volveré a irrumpir en sus vidas, para convertirlos en protagonistas de su propia historia.

Durante el trayecto, doy un último vistazo a las aguas del Bósforo y enciendo, por primera vez, mi teléfono. Envío un mensaje a Robert:

"Abandono Estambul. Aquí termina mi huida. Espero que las hadas madrinas nos reúnan de nuevo, aunque no tengamos como fondo sonoro la llamada del Muecín cinco veces al día."



Foto: Marijo Grass