5 de mayo de 2011

ORGULLO DE MACHO

Foto: Marijo Grass


El día que la abuela Felisa, con 93 años y un par de ovarios, se largó a una Residencia porque estaba hasta el moño de su marido, y una vez instalada empezó una batalla legal para quedarse el nicho más alto, de los dos que habían comprado en el cementerio: “Porque ése tiene vistas al mar y el otro no”, casi le da un patatús a la familia. Yo, en cambio, me puse de su parte enseguida. Lo que no imaginaba entonces es que viviría una experiencia semejante por un Ken. Ya sé que suena a broma pero así están las cosas: toda la trifulca es por KEN.




Foto: Marijo Grass


Cuando Mauricio y yo nos mudamos, lo encontré en una caja camuflado entre sus trastos; él pensaba tirarlo pero, al verme tan emocionada, me lo regaló porque era un recuerdo romántico. Más tarde lo coloqué en una vitrina, junto a las Barbies que había conservado desde niña, para que se divirtieran con él. Ahora lo reclama, porque el parásito de su amigo le ha dicho que vale una pasta y puede venderlo en e-Bay. Pues, ya lo dijo Santa Rita: “Lo que se da no se quita”; los obsequios de amor son para toda la vida.


Foto: Marijo Grass


Recuerdo que algunas lo hacían en el Instituto; después de cortar con el novio devolvían los regalos, pero yo no. Solo hay que consultar el diccionario: “Un regalo es algo que se da a alguien sin esperar nada a cambio, como muestra de afecto y agradecimiento”. A Germán, con el que salí en secundaria y del que estaba enamoradísima, le regalé la cámara de fotos que me compraron por Reyes ese año; jamás se me pasó por la cabeza recuperarla, a pesar del disgusto que le dí a mi madre. Y ahora, a los 33, tengo que pelear con mi EX por un muñeco de plástico.






Foto: Marijo Grass


Mi abogada dice que no pierda el tiempo con chorradas; vendemos el piso, nos repartimos la pasta y se acaba la historia. Pero él no, él necesita montar el pollo y que hagamos el ridículo los dos. ¿Estará buscando un titular para alcanzar la fama en los medios? Debería presentarse al casting de Supervivientes y aprovechar su talento, que Mauri es como Mac Gyver, capaz de levantar un centro comercial, con una navaja suiza y un rollo de cinta adhesiva, en una isla desierta. Lo de rentabilizarlo es otra historia, porque haciendo de boy scout es un as, pero lo que se dice genio, para los negocios, no tiene un pelo.




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Casi hubiera preferido que, el motivo de nuestra ruptura, fuera un asunto de cuernos; al menos me podría lamentar como la mayoría y echar la culpa a alguna pelandusca, de las que hacen mamadas en la oficina después de comer; aunque yo también satisfacía ese tipo de deseos, como cuando me pidió que le hiciera una mientras contemplaba a su equipo, dando patadas al balón, en una final de la Champions League. Esa fantasía le ponía a cien: sexo y fútbol a la vez. ¿Por qué no puede complacerme dejando en paz al muñeco? Lo nuestro es un problema de celos laborales; no hay terceros a la vista a quien cargar el muerto. Pues, ¡no pienso ceder ni un ápice!, como mi abuela, que si estuviera en este mundo se pondría de mi parte, pero hace un año se mudó al nicho con vistas al mar y no voy a molestarla con semejante tontería. Además, Barbie ha dejado al surfista australiano y, gracias a Twitter y Facebook, se ha reconciliado con Ken Carson por San Valentín, así que, por ese amor, aunque sea de plástico, seguirá en mi poder.








Ya sé que todos piensan lo mismo:

—Martina, ¿estás mal de la cabeza? ¡Dale al Ken de marras y continúa con tu vida!


Parece que me falta un tornillo pero, no es verdad; solo estoy cabreada, desencantada y triste. Ninguno de los dos éramos así; no entiendo por qué hemos llegado a esta situación. Lo único que quiero es conservar los recuerdos de nuestra historia de amor; o quemarlos, pero eso lo decidiré yo.



Foto: Marijo Grass


Laura dice que pocos hombres soportan una mujer brillante a su lado; que todavía faltan unas cuantas generaciones para aceptarnos como iguales. Luis la ha dejado por otra, 15 años mayor y con menos luces que un cayuco, que se comporta con él como si fuera su madre; así que está al borde de la depresión y con la autoestima hecha añicos.




Foto: Marijo Grass


Nosotros presumíamos de pareja moderna y evolucionada; deseábamos conservar la independencia por encima de todo. Cada uno se buscó las lentejas y, por fortuna, me ha ido bien, pero a él no, y eso le ha cambiado el carácter y ha arruinado nuestra relación; y lo de la pareja evolucionada se ha evaporado como si nunca hubiera existido el amor. Ahora tengo que aceptar una separación que no deseo, además de enfadarme por un juguete antiguo que, de no ser por mí, estaría en la basura, aunque él piense que es digo de un Museo.




Foto: Marijo Grass


Mauricio y yo nos conocimos cursando la primaria; entonces me dedicaba a improvisar modelitos para las muñecas y soñaba con los protagonistas de mis cuentos; los chavales de carne y hueso no tenían interés todavía; pero él, con seis años, iba de perdonavidas y afirmaba en el patio que era su chica, por eso nos llamaban en clase “Los M&M´S”. Nuestras madres, que coincidían a la puerta del colegio, se hicieron amigas; incluso salíamos juntos los fines de semana. Cuando venía a casa jugábamos con mis Barbies y sus Madelman, pero todos tenían cara de brutos y yo insistía en que trajera a Ken: uno de los primeros que salieron al mercado, que compró su abuela en Estados Unidos y, al no tener hermanas, heredó él.
Nuestros caminos se separaron al mudarse con su familia a Bilbao un par de años más tarde, y nuestros padres perdieron el contacto poco después.



Foto: Marijo Grass


Cuando nos reencontramos en Barcelona, en una fiesta de antiguos alumnos, y empezamos a salir, pensé que se trataba de una señal; el destino lo había reservado para mí. Sucedió igual que en esas películas que me hacen llorar siempre, con la escena ralentizada, y ÉL abriéndose paso en la pista de baile, entre una multitud de gente ataviada con sus mejores galas, hasta que descubre a la chica, deslumbrante, brillando ante sus ojos mientras las demás desaparecen por arte de magia.


La primera vez que nos enrollamos me dio tal ataque de risa que por poco no consumamos el polvo; recordé un viaje que hicimos con nuestros padres, y una foto suya que apareció en un libro que había prestado a Laura unos meses antes.




Foto: Marijo Grass


—¿Quién es este niño tan mono? —preguntó interesada.
—¡Mi novio de la infancia! —respondí sarcástica.


La cuestión es que, en aquella fiesta, se produjo el flechazo. Por aquel entonces, había terminado una licenciatura en Nutrición y estaba montando mi negocio de catering con Laura, que es una cocinera estupenda, ofreciendo menús bajos en calorías a empresas e instituciones. Mauricio se había convertido en Interiorista, pero se encaprichó de un viejo bar con solera, regentado por tres generaciones de la misma familia, y lo transformó en un local de copas, con el vago de Pepe como DJ. Yo insistía en que los clientes de toda la vida: jubilados, currantes y estudiantes ociosos, querían carajillos o cervecita con boquerones; que debía conservar el espíritu del negocio aunque lo modernizara; pero él, tozudo como una mula, se empeñó en cambiarlo todo y lo hundió para siempre.



Foto: Marijo Grass


Nunca tuve intención de competir con él. He sido una mujer emprendedora y me ha ido bien. Nos hemos separado porque no ha sido capaz de asumir el fracaso en los negocios. Y como somos pareja de hecho, solo se le ha ocurrido reclamar su muñeco. Parece que hayamos vuelto al colegio. Puede que el destino errara en sus predicciones, o no quede mucho de los M&M´S de entonces. Y los hombres que se incomodan o acomplejan, si ganas más que ellos, son una mala elección para una chica en estos tiempos.




Foto: Marijo Grass


Hace una semana que comparto piso con Laura. No dejo de pensar en nuestras antiguas escapadas al Sur de Francia, disfrutando de catas de vino en fabulosos chateaux rodeados de viñedos; o en nuestra infancia, jugando durante horas y riendo. Me duele que no haya funcionado lo nuestro, porque todavía le quiero; por eso me he quedado a Ken como recuerdo, pero ya no creo que Mauricio sea mi media naranja.




Foto: Marijo Grass


Me gustaría ayudarlo con el negocio, si es capaz de dejar a un lado su orgullo de macho. Quizás, dentro de un tiempo, cambie de opinión y, aunque no reanudemos la relación, podemos ser amigos de nuevo.