17 de marzo de 2011

¡SÍ, BUANA!

Foto: Marijo Grass


Hoy ha venido Carmelita a buscarme; quería que fuéramos juntas al parque de la Fuensanta; la concejala daba una charla por el Día Internacional de la Mujer y después invitaban a un piscolabis. Menos mal que se ha presentado en casa porque, de no ser así, Antonio me hubiera puesto alguna pega para salir: ¿Adónde vas con esa facha?” o “¿Acaso eres una mujer trabajadora? ” Pero, claro, delante de Carmelita no se le ocurriría hacerme un feo, y más sabiendo la clase de cotilla que es, así que, muy a su pesar, nos ha dado la bendición; eso sí, la puntilla que no falte: “ Manuela, no tardes mucho que tenemos que trasplantar los geranios”; como si los geranios no pudieran esperar esa operación; ¡si todavía no ha llegado la primavera…! Tanto da; hoy son las macetas y mañana tocará limpiar la jaula al canario, aunque no tengamos canario. La cuestión es pasar 24 horas a su lado, atendiéndolo, sin descanso ni diversión; y eso…, eso no es amor, es egoísmo y subordinación.




Foto: Marijo Grass


Al llegar al parque, Carmelita ha empezado a pasar lista. A mí no me gusta esa costumbre suya de no dejar títere con cabeza, porque no se le escapa una: que si fulana está más fondona de lo habitual, si a mengana no le queda bien el tinte, si la nieta de zutana se ha liado con su jefe… En fin, si no fuera porque nos conocemos desde niñas y Antonio no le replica nada por el qué dirán, y es la única manera que yo me de un garbeo con otras personas que no sean mi marido… ,bueno, pues, no seríamos amigas, porque a mí esas cosas no me van.





Foto: Marijo Grass



—Pero, ¿tú la has visto?

—¿A quién?

—A quién va a ser, ¡a Eugenia!

—¿Eugenia?

—Si, mujer, la de Pascual, el de la relojería.

—¿El que le dio un infarto en la misa del gallo? ¿Esa Eugenia?

—Esa misma. Es medio prima mía, lejana, pero medio prima.

—Pues, no. La verdad es que no la había visto desde el entierro. Parecía muy afectada...

—¡Uy, y tanto! Casi le deja el negocio al párroco que dio la misa ese día…; de lo agradecida que estaba.




Foto: Marijo Grass



—¿Agradecida?

—Sí, agradecida al Santísimo, por llevárselo de una vez y en un día tan especial. Yo creo que si Pascual no llega a estirar la pata, antes de empezar el año nuevo, le habría puesto cianuro en la sopa, o ella hubiera terminado en manos de un loquero.

— Ay, Carmelita, qué bruta eres. ¿Cómo se te ocurren esas cosas?

—Porque la pobre no aguantaba más. Cincuenta y cinco años es mucho aguante, y ese hombre la tenía amargada, en un sin vivir… Y, ¡vete a saber si también le ponía la mano encima!

—Yo tenía entendido que Pascual era un buen hombre. Y ella…

—Ella está más feliz que una perdiz. ¡Si parece que se haya operado y todo! Se ha quitado 20 años de encima, por lo menos. Ahora hace Pilates; se ha gastado una fortuna en ropa que podrían llevar sus nietas; también se ha matriculado en un curso de pintura, y dice que quiere volver a conducir; pero yo no creo que a los 76 le renueven el carné, por la vista y todo eso… Aunque a Pepita, la mujer de Leandro, si que se lo han dado, y esa si que es un peligro circulando.

—Pues, sí. Ahora que me fijo, se la ve más joven… o más feliz.




Foto: Marijo Grass


Me pregunto si todas las mujeres de mi generación rejuvenecemos al enviudar; porque a nosotras el divorcio nos llegó tarde, con los hijos por criar y los prejuicios y la cobardía abanderando nuestra cotidianidad. Observar a Eugenia, tan moderna y con esa energía, cuando hace solo dos meses que falleció su marido, me produce un cierto desasosiego. No sé qué me pasa; no puedo creer que sienta envidia…, o quizás un poco sí, aunque me iría de cabeza al infierno si tuviera el valor de reconocer semejante barbaridad. Y puede que Eugenia aguantara carros y carretas, y unos cuantos guantazos también, pero yo jamás he vivido una experiencia como esa, porque mi marido me quiere a rabiar.




Foto: Marijo Grass


El problema es que es un hombre solitario; nunca le ha gustado que haga planes con otras personas que no sean él; y a mí me gusta conversar con gente de cualquier edad, incluidos los amigos de mi nieto, que yo les ayudé a todos con las matemáticas, y ellos me contaban sus hazañas o me enseñaban a manejar el ordenador cuando venían a casa a merendar, pero ahora que se han ido a la ciudad, a empezar una carrera, me he vuelto a quedar sola con él, repartiéndonos los crucigramas que trae la prensa dominical. Eso nos entretiene un rato, pero yo me aburro como un pez en la pecera, hasta que consigo sacarlo de casa a dar una vuelta. Supongo que no debería quejarme; a fin de cuentas: “¿Para qué llorar por la leche vertida si ya no se puede recoger?




Foto: Marijo Grass


Mi Antonio ha sido un hombre de bien; honrado y afectuoso; nunca me ha faltado nada a su lado; ni ha tenido líos de faldas o vicio alguno, pero siempre ha sido TAN dependiente y TAN celoso…; y yo con el “Sí Buana”, agachando la cabeza para no contrariarle. Debí revelarme entonces. Yo venía del mundo del trabajo, tenía estudios, y la posibilidad de conseguir un nuevo empleo después de la boda, cuando me trasladé a su pueblo; pero ahí entró el cura en escena, rogando que cediera mi título de Maestra a una soltera que no lo tenía para dirigir el colegio, una idea que rechacé de inmediato; pero Antonio y su madre se mostraron escandalizados: “¿Cómo se te ocurre que vas a trabajar?” Y esa vez fue mi suegra la que añadió la puntilla: “ La gente pensará que tu marido es un perdedor, así que, ¡NI HABLAR!”. Una vez más, bajé la cabeza y exclamé: ¡Sí Buana!




Foto: Marijo Grass


Dos años después me llamó una inspectora, amenazándome:

—Pero, ¿cómo se le ocurre? ¡Por esto la puedo inhabilitar de por vida! ¡Y perdería su título!

—Mnn, yo…, el cura…mi marido… Lo siento… Yo no quería.

Ese fue un episodio de tantos. Mi Antonio es un tipo refinado, siempre ha querido que me siguiera cultivando, pero se ocupó de que sucediera en los límites de mi casa o de mi familia más próxima, así que mi vida social fue mermando hasta resumirse en: un fin de semana para visitar a mi madre por Pascua y alguna tarde robada, para acudir a algún evento con Carmelita o tomar un chocolate con mis primas, antes que regresara de la oficina.




Foto: Marijo Grass



El matrimonio me ha dejado sin trabajo hasta la jubilación, y mi vida ha consistido en criar a los niños y atender sus deseos; los míos dejaron de existir hasta que falleció mi suegra: la causante de casi todas mis desdichas, porque para él, que era hijo único, su madre siempre fue la primera.




Foto: Marijo Grass


En aquél momento pensé que las cosas iban a cambiar, que tendríamos nuestra intimidad y empezaríamos a divertirnos un poco, pero nada de eso sucedió. Él se aficionó a la fotografía: otro hobby solitario; y no es que me pareciera mal porque le gustaba hacer retratos de la familia, y a mí me sacaba muy guapa, pero entonces empezó a pasar las noches encerrado, en un cuarto oscuro que había improvisado en el lavabo de cortesía que teníamos frente a la cocina. Yo me aficioné a la repostería, para que tuviera un rico tentempié esperándole, cuando salía de aquél laboratorio a respirar algo más sano que esos apestosos productos químicos.





Foto: Marijo Grass


Todos los domingos me llevaba los niños al parque, y él se quedaba en casa montando sus álbumes de fotos. El parque se convirtió en mi desahogo, aunque no creo que pudiera llamarse diversión. Y siempre ponía peros, o me hacía cambiar de vestido; decía que no necesitaba ir a diario, y mucho menos tan arreglada, que para eso teníamos una casa con jardín, para que pudieran jugar los niños.




Foto: Marijo Grass


Yo, de joven, tenía buen cuerpo y unos ojos bonitos; me gustaba pintarme los labios de rojo y llevar algo ceñido. Empecé a arreglarme en el zaguán, igual que mi hija de adolescente, aunque solo fuera a comprar la leche y el pan. Necesitaba verme guapa; que me echaran un piropo en la calle y me sintiera…, no sé, más mujer, porque a esas alturas ya había aceptado que mi marido era un tipo muy celoso y bastante aburrido; algo que no supe detectar en las cartas que nos enviábamos durante nuestro noviazgo. Nos conocimos durante unas vacaciones en su pueblo, donde también residían mis primas, y nuestra relación, hasta que nos casamos, fue epistolar. Es cierto que compartimos el placer de la lectura, porque ambos somos muy curiosos y amantes del romanticismo y la fantasía, lo que nos ha proporcionado temas para conversar; pero yo soy muy sociable, y siempre he añorado mi trabajo en la ciudad; él, en cambio, es un ermitaño al que nunca le ha gustado relacionarse con extraños ni salir a bailar.




Foto: Marijo Grass



Esta mañana, al ver a Eugenia tan alegre y liberada, no he podido rechazar una imagen que sobrevolaba mi cabeza, la de intercambiar mi vida por la de ella; y del sofoco y la excitación que me ha dado casi me pongo mala. Yo quiero a Antonio, y él, por mí, siente auténtica devoción, pero estoy segura que es demasiada, porque incluso ahora, de jubilado, quiere tenerme todo el día a su lado, y eso es casi una obsesión, muy malo para la salud mental; y cuando me agobio me pongo a preparar comida que acabaré tirando, o regalando a mis primas, porque mis hijos están lejos, y ahora mi nieto también; y lo cierto es que estoy deseando que regrese por vacaciones y me siga explicando lo de Internet, para tener una nueva distracción que me haga olvidar un rato el “Sí Buana”.




Ilustración: Marijo Grass