21 de octubre de 2010

V de VILLANA...y de VENGANZA


Foto: Marijo Grass


Esta mañana, cuando atravesaba el Queensboro Bridge— más conocido como el Puente de la calle 59—, para llegar a Long Island City, no dejaba de ver, bajo la enorme mole de hierro, imágenes que formaban en mi retina la letra V. Lo que no imaginaba es que esa “V” acabaría teniendo dos acepciones tras mi visita a los Silvercup Studios 24 horas después, porque la V de Villana escondía otra más sutil: Venganza.


En cuanto he descubierto a Gaby en aquél lugar, clavándome una mirada felina y desprovista de afecto, en el momento en que Marga me tenía inmovilizado y no cesaba de besuquearme el cuello, me he sentido al borde del infarto; solo faltaba Patricia para completar la traca final. ¡Joder, estoy en Queens! Ya sé que Peter Parker vivía aquí al lado con sus tíos pero, ¡esto es como un jodido pueblo! ¿Por qué tengo que encontrarlas a todas en un ring? Bueno, en un set de rodaje, pero para el caso es lo mismo. ¿Se habrán aliado? o ¿se va a producir una batalla de gatas y yo soy el solomillo que van a devorar, después de carbonizarlo en la parrilla, salpimentado de resentimiento? Tengo que recuperar a Gaby y sacarla de aquí, como Peter Parker a Mary Jane; evitar que el pasado me joda el futuro: Patricia Wonder Woman contra Marga Jane Grey.









Vicente siempre dice que no hay nada más peligroso que un tigre de bengala y una mujer despechada pero, ¡si aquí el despechado soy yo!, si exceptuamos a Pati, pero eso queda ya muy lejos. La verdad es que NO entiendo nada.


Marga ha tenido que soltarme porque la reclamaban para apagar unos cuantos incendios, que es el curro habitual de un director de producción cuando se presenta en el rodaje. Antes de salir disparada me ha vuelto a besar, y con una expresión maquiavélica— aunque ella pretendiera resultar seductora—, me ha invitado a quedarme: en media hora hacen un descanso y los músicos quieren acercarse a Sunnyside a comer. Mientras, he aprovechado para asomar la cabeza en el plató con la esperanza de ver a Gaby, secuestrarla unos minutos y aclarar lo nuestro. No entiendo por qué desapareció sin más, después de aquella noche de alcohol y sexo, pero tengo el presentimiento que el Ken buzo que vive con ella tuvo algo que ver.

Al atravesar el decorado he visto a Patricia, a quien los años le sientan de maravilla; me he quedado inmóvil observándola, mientras ella se acercaba despacio, tan segura como la guerrera con la que aprendí a dar y recibir placer en mi adolescencia. Me ha echado el pelo hacia atrás, como hacía entonces, y sonriéndome con cariño me ha regalado un cálido abrazo.


— Marco, mi amor, ¡qué pequeño es el mundo!
— Joder, Pati. Ahora sí que pareces Wonder Woman. ¡Estás espectacular!
— Tú, en cambio, tienes un aspecto lamentable, aunque continúas igual de alto. ¿Tan mal te trata Nueva York?
— ¿Sabías que estaba aquí?
— Por supuesto. Tu madre y la mía se siguen viendo, y se ponen al día con los logros de “sus niños”, jajaja.
— ¡Ostia! No tenía ni idea. Te perdí la pista cuando te fuiste a Mozambique a rodar aquél documental. Luego me fui a vivir con Marga y…en fin. Ya sabes. ¿Cómo fue aquello, por cierto?
— Muy bien. Una experiencia increíble, ¡en todos los sentidos! Me cambió la vida…
— Me alegro mucho, de verdad.
— Tengo previsto producir una segunda parte. Si estoy haciendo anuncios y videos musicales es por dinero; necesito tiempo para presentarme a un pitching en Londres. ¡Ya veremos! Conseguir financiación y distribución para un proyecto como ese no es fácil…
— ¡Seguro que lo conseguirás!
— ¡Eso espero!
— Por cierto, no puedo creer que estés trabajando con Marga. Está claro que la vida nos sorprende a todos.
— ¡La contraté yo!
— ¿En serio? ¿También has contratado a Gaby?
— ¿Gaby?
— La chica mexicana que hablaba contigo hace un momento.
— No sabía que fuera mexicana. Es la ayudante del diseñador de producción del equipo americano. He traído solo a los músicos, al realizador y a Marga, además del responsable de comunicación de la discográfica. ¿La conoces?
— Mnnn, sí; pero he perdido su teléfono y ahora no la veo por aquí. ¿Te importaría dármelo?
— Oh, my good! Esto es mucho mejor de lo que esperaba, jajaja
— ¿Me estoy perdiendo algo?
— No, la que se lo estaba perdiendo era yo, jajaja. Tendrías que ver tu cara ahora mismo.
— ¿Qué le pasa a mi cara?


Entonces saca su blackberry y un rotulador, y sujetando mi brazo desde la muñeca con firmeza, escribe el teléfono como hacía de niña: con unos números enormes que llaman demasiado la atención.


— Ven a cenar al Nobu esta noche, o a tomar una copa en Cielo más tarde; así podremos charlar un rato— concluye al tiempo que sonríe y me guiña un ojo.


Entonces ha regresado a su papel de productora eficaz contestando llamadas y atendiendo a la gente. Yo he intentado localizar a Gaby pero ha desaparecido y tiene el teléfono desconectado; tendré que esperar que el destino la ponga frente a mí de nuevo. ¡Esto es el mundo del revés! Ya va siendo hora de que empiece a enderezarlo.





Foto: Marijo Grass


Patricia y yo crecimos juntos; nos hicimos muy amigos a pesar de que me llevaba un par de años. A Vicente no le gustaba porque era demasiado lista y persuasiva, y supongo que le robaba cierto protagonismo; le sobraban unos kilos y no era de las chicas populares por las que todos se peleaban en el patio, pero yo me divertía con ella porque podíamos ver tres películas seguidas o inventar historias fantásticas para pasar el rato. Aceptaba mis rarezas, y no le importaba que fuera más joven y mucho más alto, o que en el cole me llamaran el Friki de los tebeos. A mí también me daba igual que la tildaran de gorda empollona, porque su sentido del humor y sus ocurrencias eran formidables.

Pati leía muchas novelas de aventuras; era capaz de memorizar fragmentos de Tom Sawyer o Huckleberry Finn e interpretar todos los papeles para mí. Yo admiraba su elocuencia y aprendía un montón de cosas con ella.




Ilustración: Meritxell Ribas


Nuestras madres se turnaban para llevarnos al colegio y la piscina del barrio; con frecuencia pasábamos días y noches juntos porque así ahorraban en canguros, hasta que crecimos mientras ellas seguían pensando que nos tratábamos como hermanos. Los primeros toqueteos se produjeron en casa, en el momento en que las hormonas empezaron a revolucionar nuestros cuerpos y se mostraron dispuestas a descubrir la pasión y el deseo, cuando se suponía que hacíamos los deberes o estábamos dibujando.




Foto: Marijo Grass


Sus padres se mudaron a la ciudad cuando empezó el instituto. Tardé un par de años en coincidir con ella en la Universidad, aunque nos veíamos en las fiestas familiares o cuando la vida nos regalaba algún que otro desengaño con la intención de consolarnos, pero durante un tiempo no nos hicimos mucho caso. Para entonces su aspecto había cambiado por completo: su figura era esbelta y atlética; su pelo, más oscuro, resaltaba sobre su piel blanca y unos preciosos ojos azules como los de una gata, que antes escondía bajo unas gafas de pasta. En cuanto empecé a cruzármela en la facultad, la bauticé como Wonder Woman, porque era igual que la amazona más bella de mis tebeos; tan sabia como Atenea, más veloz que Hermés y con la fortaleza de Hércules. En fin, no tardamos ni un trimestre en enrollarnos, pero esta vez de verdad; y durante un par de años fuimos pareja y colegas del alma. Después se marchó a París a ampliar su formación en el ámbito audiovisual. No es que cortáramos la relación pero la dejamos abierta para que cada uno siguiera su vida y tuviera sus experiencias.




Foto: Marijo Grass


En el tiempo en que no estuvimos juntos empecé a tomarme en serio el dibujo y a coleccionar relaciones pasajeras. Las mujeres me molestaban, siempre tan posesivas y celosas de mi tiempo, que yo prefería dedicar a mis tebeos o a las juergas con Vicente, pero siempre añoré a Patricia; con ella todo resultaba excitante y placentero. A su regreso recuperamos nuestra historia como si no hubiera pasado nada; todo volvía a ser perfecto pero, durante una de sus ausencias por trabajo, en una fiesta de locura y desenfreno, conocí a Marga, y me lié con ella; entonces Pati , al verme encoñado con otra a su regreso, decidió desaparecer del mapa y se largó a Mozambique a hacer una serie documental sobre mujeres.




Foto: Marijo Grass


A Patricia, igual que a Wonder Woman, no le gustaba la guerra, y en aquél momento tampoco quiso utilizar su lazo mágico ni la superfuerza para recuperar lo nuestro e intentar que volviera con ella.








“La bruja y la guerrera” es una aventura épica dibujada por Phil Jiménez, en la que la bruja Circe lanza un hechizo sobre la ciudad de Nueva York para que todos los hombres se conviertan en cachorritos indefensos, armando un ejército de supervillanas para cazarlos. Wonder Woman se alía con Oráculo y ambas convocan a las heroínas de DC ( la competencia de Marvel) con las que se enfrentan a las villanas de Circe en la batalla de féminas más feroz que ha parido el mundo del cómic. Cuando las he visto a las dos juntas, hace un rato, he imaginado que Marga y Patricia podrían hacer de Circe y Wonder Woman respectivamente, pero lo que yo deseo ahora mismo es que Gaby encienda de una puñetera vez el teléfono.







Siempre me he preguntado por qué algunas chicas, cuando sufren un desengaño, la toman con las amantes, no con el tipo que jodió la relación; y en el caso de que ellas hagan de verdugo, nunca renuncian a sus EX porque tienen derechos adquiridos, por si se les ocurre hacer con ellos un remake.


Nunca me gustó demasiado observar a Marga trabajando. Ya sé que es muy buena y todo eso pero, no entiendo por qué tiene que seducir a todo aquél que se cruza en su camino. Ahora van a hacer un descanso para comer y los músicos quieren acercarse a Sunnyside, a visitar unos garitos en los que actuaban los Ramones en los 70, quienes, junto a grandes figuras clásicas del Jazz, como Louis Amstrong y Ella Fitzgerald, o raperos de la talla de Percy Chapman o 50 Cent, también fueron ciudadanos ilustres de Queens.


Sunnyside es un barrio situado entre Long Island City, Astoria, Woodside y Maspeth; uno de esos lugares donde existe la globalización mucho antes de que se acuñara el término y empezáramos a usarlo en Europa. Entre sus residentes se encuentran latinoamericanos, judíos, japoneses, coreanos, chinos, tibetanos, albaneses, turcos, rumanos, bengalís, hindúes y no sé qué más. Originalmente fue una colonia de granjeros, que quedó incorporada a Long Island City cuando se terminó de construir el Queensboro Bridge. No había venido por aquí antes pero me suenan algunos exteriores gracias a las escenas que se han rodado para Spiderman.




Foto: Marijo Grass



No sé que estoy haciendo aquí. Marga se ha empeñado en que les acompañara porque le parece una ocasión estupenda para conectar con los músicos; dice que me podría conseguir algún trabajo gráfico para ellos, pero mi cabeza continúa en los Silvercup dando vueltas por los platós en busca de Gaby. Incluso me hubiera resultado más reconfortante comer con Patricia. No he podido evitar una cierta nostalgia al recibir su abrazo, y la verdad es que está más guapa e interesante que nunca. Creo que con ella no me importaría recordar viejos tiempos, ahora que estoy convencido de poder enterrar a Marga para siempre o, eso espero. No me gusta sentirme vulnerable frente a las mujeres que he amado, por eso necesito aire fresco, y Gaby me gusta lo suficiente para empezar algo nuevo; supongo que no va a ser fácil, o puede que me rechace definitivamente después de este último encuentro.


Al salir del restaurante, en Sunnyside, he empezado a verlo todo negro; a Marga le ha faltado tiempo para preguntar con insistencia por el teléfono que llevaba tatuado en el brazo; supongo que ha despertado su curiosidad. Ella sabe que Patricia y yo teníamos esa costumbre e intentó ponerle fin cuando nos enrollamos. Me pregunto si Pati lo ha hecho con la intención de que Marga lo viera pero, no creo que haya sido tan importante en la vida de ninguna de ellas.




Foto: Marijo Grass


He decidido acudir al Cielo; con ese nombre no es posible que se tuerzan las cosas y acabe en el polo opuesto. Cielo es uno de los sitios de moda en el Meetpacking District, con infinidad de premios al BEST CLUB en su currículum. Presume de tener clientela selecta, organizar eventos de primera línea, Dj´s famosos que pinchan house o techno y el mejor sonido de Manhattan. La decoración tiene una aire retro pero con clase; lo que Marga acuñaría como ultra-chic de los 70. Estoy seguro que la idea de clausurar la estancia neoyorkina en este club ha sido de ella, pero yo me siento un poco marciano en este ambiente tan pijo. Me gustan más los cutre-bares de Brooklynn que frecuento con Mauro. He venido con la esperanza de ver a Gaby, y hablar un rato con Patricia, pero solo he encontrado a Marga, vestida como una tigresa y un poco borracha, bailando con el realizador del video y tonteando con él todo el rato.


Creo que me largo. He intentado despedirme de ella pero está contoneándose en la pista de baile y no se ha percatado de mi presencia. Al salir he intentado localizar a Gaby de nuevo pero no responde al teléfono, así que esta vez le he dejado un mensaje. Cuando estaba entrando en el metro he recibido una llamada de Pati invitándome a tomar un té en el Waldorf para charlar un rato. A ella tampoco le van mucho estos lugares tan sofisticados, en los que triunfan los estilismos de marca, y con el precio de un par de copas puedes alimentar a unas cuantas familias en África. No tengo intención de emborracharme de nuevo; en este momento me parece mejor plan recuperar a la que fue durante mucho tiempo mi chica: mi amiga de la infancia.




Foto: Marijo Grass


CONTINUARÁ