18 de noviembre de 2010

DE PICNIC EN CENTRAL PARK



Foto: Marijo Grass



Ha sido una semana bastante agitada, pero he podido terminar todo el trabajo que tenía pendiente, incluida una portada para una revista de diseño que dirige un colega del barrio. Hoy he quedado con Lynn para hacer un picnic en Central Park, después de su clase de origami en el Museo de Historia Natural. Me encanta pasear por este oasis urbano: el pulmón de la ciudad.

Central Park tiene forma de rectángulo y se extiende a lo largo de 4 kilómetros; limita al norte con la calle 110, al sur con la 59, al este con la Quinta Avenida y al oeste con Central Park West. Alberga varios lagos, un zoo, un castillo victoriano e infinidad de áreas para practicar deportes.



Foto: Marijo Grass



Cada vez que vengo descubro rincones nuevos, al tiempo que me cruzo con un buen número de corredores, ciclistas, patinadores, paseantes, lectores, parejas de enamorados, grupos de amigos e infinidad de turistas del mundo entero. En verano suele estar muy concurrido porque celebran conciertos, festivales de teatro y actividades para niños. Ahora que el frío amenaza con la llegada inminente del invierno, los árboles pierden sus hojas, se empiezan a congelar los lagos y, al anochecer, solo te cruzas con paseadores de perros.




Foto: Marijo Grass



Me dirijo al American Museum of Natural History, en el lado oeste del parque.
He llegado temprano y me gustaría sorprender a Lynn con sus alumnos haciendo figuritas de papel. El Museo está organizado por continentes; en cada uno se muestran, en grandes vitrinas, escenas con animales disecados reproduciendo su hábitat natural. Algunos resultan bastante siniestros pero a los niños les encanta, especialmente los dinosaurios. Para mí es un lugar inspirador; sobre todo la sala en la que se encuentran los elefantes, con ese aspecto decadente y apolillado.




Foto: Marijo Grass



Lynn está en un aula-taller en esa planta, en la zona próxima a las oficinas. La he localizado, sentada al fondo, en compañía de otra profesora. El centro de la sala lo ocupa una gran mesa, cubierta de papeles de diferentes tamaños, colores y estampados, con motivos florales o geométricos. Hay un grupo de 10 niños haciendo animalitos de origami a su alrededor.
Me acerco a saludar; ella me recibe con una amplia sonrisa, me presenta a su compañera y, después de intercambiar unas frases, reclama mi atención. Entonces se pone a doblar un papelito, con la habilidad manual que mostró el día que nos conocimos y, de repente, aparece una figura, que deposita sobre mi mano a modo de obsequio. ¡Es el unicornio de Blade Runner!




Blade Runner. Ridley Scott. 1982


Recuerdo una noche, charlando por el skype; los dos estábamos viendo la película en un canal que programa clásicos. Empezamos nuestra disertación a través de la pantalla del ordenador. Ella se queda con la primera versión y el final romántico: dice que Deckard es humano. A mí me gusta el montaje posterior de Ridley Scott, en el que añade el sueño con el unicornio y apunta que es replicante pero él no lo sabe.

Me hace gracia que ahora me regale la figurita. Me encanta esa película; es una joya del cyberpunk y sobre ella se han escrito ríos de tinta. La vi por primera vez cuando nuestro profesor de filosofía nos llevó de excursión a la Filmoteca. Todavía hoy resulta moderna, y eso que tiene casi 30 años.

Quedan unos minutos para que finalice la clase; no se me ocurre cómo devolver a Lynn el detalle. Al final decido sentarme en la mesa con los niños y enseñarles a pintar expresiones a sus figuras de papel; mientras, ella observa sonriente y agradecida por mi iniciativa. Los enanos están encantados porque sus animalitos están cobrando vida.




Foto: Marijo Grass



Al salir del Museo nos vamos hacia el cruce de la 72 con Central Park West, donde se encuentra el edificio Dakota, para acceder al parque por el Strawberry Fields Memorial. El Dakota destaca entre los edificios colindantes por sus tejados puntiagudos y las balaustradas. Creo que es el más caro de la ciudad; con una comunidad de propietarios que actúan como la Gestapo, decidiendo quién entra, sale, compra, o vende. Dicen que, a Madonna y Tom Cruise, les dieron calabazas. Tiene a sus espaldas una leyenda terrorífica de sectas satánicas, veladas de espiritismo y rituales de magia negra. Además, es el escenario de “ La semilla del diablo” de Polansky; pero lo que atrae centenares de turistas y curiosos es el asesinato de John Lenon en la puerta, que era vecino del inmueble junto a Yoko Ono, quien todavía reside aquí. También ha sido hogar de Judy Garland, Leonard Berstein o Lauren Bacall, entre otras celebridades.




Foto: Marijo Grass



Atravesamos el Strawberry Fields Memorial: un precioso jardín dedicado a John Lennon, a quien le encantaba pasear por allí. El punto de encuentro habitual es un mosaico de estilo greco-romano en blanco y negro, con la palabra Imagine en el centro, alrededor del que se agolpan los turistas haciendo fotos y dejando velas, flores, púas de guitarra, partituras y cosas así. En la fecha que conmemora su nacimiento y muerte se reúne mucha gente para homenajearlo, cantando las canciones de los Beatles y dejando algún presente.




Foto: Marijo Grass



Continuamos el paseo retomando nuestra vieja discusión sobre Blade Runner. Los conductores de carruajes, que hacen el recorrido turístico, ofrecen mantitas a sus clientes. Un trompetista, con guantes deshilachados, dedica su recital a los pájaros bajo una arboleda; a nadie más parece interesar su melodía desafinada. Una pareja de señoras, enfundadas en lujosos abrigos de piel, emiten destellos de luz al caminar gracias a sus joyas de gran tamaño, que reflejan los rayos solares. Tres corredores jadeantes nos adelantan; poco más tarde los encontramos haciendo estiramientos apoyados en la baranda de un puente.




Foto: Marijo Grass



Nos hemos sentado en un banco a tomar el sol. A Lynn le ha dado un ataque de tos. Al abrir su bolso para sacar unos pañuelos, he observado un libro con aspecto de novela gráfica en su interior, lo que ha despertado mi curiosidad de inmediato.


—¿Qué llevas ahí?— pregunto intrigado.

— ¡Nada! Un libro para leer en el metro— responde, quitando importancia al asunto.

— ¿Me lo enseñas?— insisto.

— ¡Oh, no es interesante!— exclama.

— ¡Vamos! No te hagas la misteriosa. ¡Déjame ver!

— Está bien, pero no te rías— sacando de su bolso un ejemplar de “Lovenista”: un Shoujo manga de una dibujante llamada Kayono.




Lovenista by Yakono


— ¡No sabía que fueras Otaku!

— Soy otaku pero en sentido japonés. Obsesionada con origami. No friki de manga y anime, pero me gusta Shojo.

— ¡Manga romántico para chicas!— exclamo con cierta sorpresa ojeando la novela. No imaginaba a Lynn leyendo estas cosas.

Kayono introduce el erotismo en Shojo. Esta es la historia de Yun: una chica que tiene problemas con el sexo hasta que conoce a un chico guapo y canalla.

— No conozco esta dibujante.

— El manga es una fuente de inspiración para el artista de origami. En el dibujo hay una gran observación de la naturaleza; muchos símbolos de la estética japonesa, como mariposas y flores, alrededor de los personajes.



Black Bird by Kanoko Sakurakoji


— Muy decorativo. Me recuerda a Gustav Klimt. En la mayoría de sus cuadros trataba la sexualidad femenina y también esos adornos.

— De Klimt me gusta “The kiss”. Es sensual, como los artistas de la Escuela Rimpa japonesa. Utilizaban muchos temas de la naturaleza: aves, plantas y flores, con fondos dorados, como hace él.




The kiss. Gustav Klimt 1907-08


Entonces ha abierto su bolso de nuevo extrayendo un catálogo de papeles preciosos, con estampados que recuerdan las pinturas de Gustav Klimt.


— Quiero hacer algo así— afirma sonriente—. ¿Qué te parece?— pregunta, mostrándome también un extraño pincel—. Se llama fude, es de bambú y pelos de caballo; se utiliza para escribir y dibujar con tinta.

— No lo había visto nunca; me encantaría probarlo.


Caminamos por el parque hasta detenernos al norte del invernadero acuático, donde se encuentra una escultura enorme de Alicia en el país de las Maravillas, frecuentada por niños que disfrutan explorando sus rincones. Al situarnos al lado del conejo que sostiene el reloj, Lynn pregunta.




Foto: Marijo Grass



— ¿Te apetece comer algo? He traído Chazuque y unos sándwiches, por si no te gusta.

— ¿Chazu qué?

Ochazuque o Chazuque: es una comida popular en Japón; un bol de arroz con varios ingredientes encima. Se sirve con té y se convierte en sopa. Es habitual acompañar con umeboshi, nori, wasabi y alguna planta, como crisantemo.

— ¿Una sopa de arroz con té?

— Deliciosa.

— ¿Qué es umeboshi?

— Un tipo de ciruela japonesa, hidratada. Se hace encurtido con sal y hojas de shiso. De sabor ácido y salado. Muy buena para el resfriado. Tiene hierro, calcio y fósforo. ¿Quieres probar?

— ¡Por supuesto!


El bolso de Lynn es como la chistera de un mago. Está repleto de sorpresas. A simple vista no lo parece pero, ahora mismo, está sacando un termo, tazones, palillos, un recipiente con arroz y otros más pequeños con el resto de ingredientes. Además, ha extendido un pañuelo grande en la hierba sobre el que deposita los enseres para el picnic.

Me siento un poco abrumado. Yo aquí, “de Rey” , esperando que mi Geisha me sirva la sopa. Intento ayudar pero ella es muy rápida organizando todo. Observo una ardilla frente a mí. Me ignora; continúa mordisqueando una bellota. Después se acerca como un perrito para ver si tenemos algo delicioso para obsequiarla.




Foto: Marijo Grass



En Central Park puedes encontrar ardillas, peces, conejos, tortugas, ranas y unas 42 especies de aves diferentes a lo largo del año. Alberga unos 250.000 árboles y matorrales, en especial olmos.


— ¿Es común hacer picnic en Japon?— pregunto, pasmado ante el maravilloso festín que ha montado en un minuto.

— Mucho. Hanami es una tradición: dar un paseo para ver flores y hacer picnic bajo los árboles; sobre todo en primavera. Me gusta Sakura: la flor del cerezo. Las empresas envían un empleado nuevo a guardar sitio bajo el árbol para el picnic.

— ¡Qué curioso! Hacer un picnic con el jefe y la gente del curro me parece muy raro.

— Todo el mundo hace Hanami. Los parques se llenan; es preciso reservar un lugar.


Mientras me instruye en las costumbres de su tierra, prepara el bol de arroz con las ciruelas y el resto de ingredientes del ochazuke; al final, añade el té verde que lleva en el termo. Me encanta observar cómo transforma en ritual cualquier acción en la que participa. Nunca he visto a nadie servir el té como ella; con una coreografía de gestos precisa, en la que anticipas los movimientos, pero te recreas en cada uno de ellos porque destilan tradición y belleza.


— Lynn, está buenísimo; deberías abrir tu propio restaurante— afirmo, señalándola con los palillos.

— Trabajo en un restaurante; prefiero arte de origami— responde complacida por el halago a sus dotes culinarias.


Continuamos nuestro paseo; necesitamos conservar el calor que nos ha proporcionado la sopa. Las hojas crujen a nuestro paso; el personal que se ocupa de la conservación del parque trabaja sin descanso para limpiarlo. Al notar que está helada, la agarro por el hombro y seguimos caminando. Ella se acomoda con cierto nerviosismo sujetándome por la cintura; sonríe para sus adentros, manifestando timidez pero complacida por el gesto.




Foto: Marijo Grass



— ¿Sabes? En el manga los personajes evolucionan a través de sus experiencias. Algunos mueren, incluso. En la cultura japonesa lo importante es el camino; todo es transitorio y bello. No existe ese apego a las cosas tan grande como aquí— afirma con vehemencia.

— ¿Y a las personas?— pregunto sonriente, girándome hacia ella sin soltarla y flexionando las piernas para colocarme a su altura.

— A las personas sí— responde con voz temblorosa y una risa medio contenida. He conseguido turbarla, y me encanta. Un día me explicó lo torpes que eran los japoneses para expresar sus sentimientos. No suelen dar muestras de cariño en público. La gente es muy tradicional y suele vivir en casa de sus padres hasta que se casa.


Entonces me da el arrebato latino, inclino su cabeza sobre mi hombro con delicadeza, y la beso en el cuello con pasión, imitando el cuadro de Gustav Klimt que le gusta.


— Eres genial, Lynn. Siempre aprendo un montón de cosas contigo.


Ella se ríe, me da un empujón cariñoso, como si me castigara por la travesura, se adelanta unos pasos y continuamos paseando. Decidimos acercarnos al Museo de Arte Metropolitano, el MET, que queda justo al otro lado del parque, en la Quinta Avenida con la calle 82, casi a la misma altura que el de Historia Natural. Quiere enseñarme sus obras favoritas de la gran colección de Arte Asiático, en especial grabados y caligrafía. Yo le voy a mostrar Velázquez; puede que algún Sorolla. Se adelanta para conseguir unos pases gratuitos que le dan con su carnet. Entre tanto me quedo en el exterior, observando cómo salen los grupos escolares que visitan el Museo a diario.




Foto: Marijo Grass



Veo a Lynn subiendo la escalinata que da acceso a la puerta principal y me fijo en su forma de moverse. No me había dado cuenta que fuera tan sensual. Me gustaría que me explicara cómo es el sexo en Japón. Yo lo imagino silencioso y fetichista pero, a pesar de que Lynn está bastante occidentalizada, no sé si me hablaría de estas cosas. Quizás contemplando los grabados eróticos antiguos pueda preguntar sin que parezca una invitación. Su compañía me produce un efecto sanador. Es adorable, detallista y buena amiga, como Mauro. Me da la sensación, después de ver su afición a las novelitas románticas japonesas, que le atraen los canallas. Voy a aprovechar la visita a los grabados antiguos para averiguarlo. Al fin y al cabo, ha sido ella la que ha sacado el asunto del erotismo enseñándome los mangas de Kayono. Puede que nos inspire a ambos; incluso que decidamos continuar la velada haciendo prácticas con su pincel de bambú, al finalizar su turno en el Restaurante. Me pregunto si me dejará que la dibuje.




Foto: Marijo Grass


CONTINUARÁ