2 de diciembre de 2010

LAS CHICAS SON GUERRERAS. Primera parte.

Foto: Marijo Grass


Hace un frío polar. Atravieso en bicicleta el puente de Brooklyn observando las mujeres que caminan con brío en dirección opuesta. En mi cabeza suena un viejo tema de Juan Márquez, que escuché de niño hasta el hartazgo en el coche de mi madre, porque el radio casete se había estropeado y no podía sacar la cinta; tardó un año en arreglarlo, por lo menos. “Las chicas son guerreras” fue un hit de un grupo de rock español llamado COZ. Atesoraron otros éxitos como “Más sexy” o “Imagínate porqué”: el primer homenaje que se hizo a John Lennon tras su asesinato, pero de eso me enteré mucho más tarde, cuando mamá jubiló el Seat Ibiza y me quedé la funda del casete, olvidada en la guantera durante una década. Me gustaba la chica de la portada; parecía una villana estupenda, como las que aparecían en mis tebeos de superhéroes. Anoche, en mitad de la odisea en el St. Regis, recordé esa canción; ahora continúa pedaleando en mi cerebro.




EPIC/CBS

Me gusta observar los rostros de la gente, reconocer algunos con los que coincido en el trayecto a la misma hora. A veces, extiendo mi mano enguantada, soltando la manilla izquierda de la bici, y saludo como un indio, incluso a los que reproducen el gesto con la intención de parar un taxi; me da la sensación de formar parte de una comunidad, tan anónima como yo, que intenta sobrevivir en la gran urbe poblada de desconocidos, capaz de engullirte si no diriges con acierto tu destino.
No sé si todo lo que me sucede es bueno o malo; se produce tan rápido que no tengo tiempo de digerirlo, exceptuando los largos desplazamientos en bicicleta, en los que siempre ando distraído.




Foto: Marijo Grass


No he podido hablar con Lynn desde que nos despedimos ayer, de forma precipitada, en la puerta del Museo Metropolitano. La aparición de Carol con su abuela cambió los planes que teníamos en ese momento. Salíamos eufóricos, tras nuestra jornada de paseo por Central Park y la visita al MET, en la que incluimos una exposición sobre el Arte de los Samurai, con todo tipo de armas, armaduras, equipamientos para luchadores y sus caballos. En fin, todo muy bélico y excitante. Al encontrarnos en el exterior, en medio del gentío, escuché una voz que me llamaba por mi nombre. Intrigado, me di la vuelta quedándome perplejo frente a una bella rubia, muy emperifollada, que me hacía señas— sin soltar el brazo a una señora mayor cubierta de pieles —, y a quien no reconocí hasta que la tuve a mi lado.




Foto: Marijo Grass



— ¡Menuda casualidad!— exclama eufórica, mientras la mujer que la acompaña me observa sonriente con una lupa imaginaria.

— Umm… ¡Carol! ¿Qué tal?— respondo, al tiempo que observo a Lynn hacerme una seña de despedida, un tanto desilusionada, desapareciendo escaleras abajo con su discreción habitual.





Foto: Marijo Grass


— Abuela, este es Marco: un famoso pintor y dibujante español; el autor de esos bocetos maravillosos que te enseñé para el cartel de la competencia de cheerleaders.


Me pregunto por qué a las tías les gusta engordar mi currículum cuando me presentan a sus próximos. No sé si lo hacen por halagarme o para ponerse una medalla con la intención de que reluzcan sus amistades, aunque sean tan falsas como las cadenas de oro gigantes que llevan los raperos de mi barrio.


— ¡Uy, encantada! Qué chico tan alto. ¡Y artista! Yo adoro a Picasso. Picasso era español, ¿no? O francés. No recuerdo bien pero me encanta. Un placer… Europa es TAN fascinante…Con TANTOS idiomas y edificios históricos…


Esto si que es bueno. Me pregunto si una gran dama de Rapid City sabrá ubicar España en un mapa.


— Marco podría acompañarnos al teatro, así no es necesario que tires la entrada— propone Carol a su abuela—. ¿Te apetece venir al Radio City con nosotras?— me pregunta entusiasmada, con la certeza de que no la voy a defraudar declinando la invitación.





Foto: Marijo Grass


El Radio City Music Hall es una de las salas de espectáculos más grandes, confortables y glamurosas de Nueva York; casi me atrevería a decir que de EEUU. No en vano la apodan The Showplace of the Nation. Durante todo el año se presentan conciertos y cualquier tipo de eventos a los que acuden celebridades de proyección planetaria. El edificio, de 1932, es una joya del Art Deco americano, diseñada por un arquitecto llamado Edward Durrell Stone, con interiorismo de Donald Deskey, plagado de cristal, aluminio y una ornamentación geométrica fastuosa. Tiene un aforo enorme y no hay nada que obstaculice la visibilidad desde cualquier asiento. Desde 1933 celebra su clásico espectáculo de Navidad durante noviembre y diciembre, al que acude toda la sociedad neoyorkina con sus vástagos, además de cientos de turistas que aterrizan por esas fechas en la ciudad.


— Bueno, en fin, no sé…— respondo titubeante, sin hacer frente a su acoso para no resultar un tipo maleducado; algo que molestaría a mi madre más que si fuera alcohólico.

— ¡Claro que sí! Muy buena idea, cariño. Es que mi marido no ha viajado conmigo y nos sobra una entrada…— continúa la señora.

— ¡Vamos a ver a las Rockettes! Te encantará. Estoy segura— afirma contundente Carol, como si acabara de ganar un peluche en la feria jugando a tiro al plato.




www.rockettes.com


A continuación, dan por sentado que me voy con ellas al teatro, me agarran cada una por un brazo y empezamos a caminar hacia la Sexta Avenida. Durante el trayecto, Carol me explica que The Rockettes son las estrellas del Radio City Christmas Spectacular; una compañía de bailarinas, fundada por Russell Market, a imagen y semejanza de las famosas Ziegfeld Follies.





The Rockettes. 1937. Bettmann/Corbis Archive


Asegura que son como un tesoro nacional. Más de 3.000 mujeres han bailado en ese coro, y son miles las que se presentan cada año a las audiciones. También hacen apariciones estelares en los premios Tony, en la Super Bowl y en infinidad de eventos o anuncios publicitarios.


— Si quieres presentarte al casting debes tener talento, of course, además de una altura y peso determinado, para formar esas líneas de chicas en las coreografías…Y, ¡yo doy la talla!— exclama jubilosa.

— ¡Vaya! ¡Seguro que lo consigues!— afirmo complaciente.

— Uy, todavía me queda mucho por aprender. Me he matriculado en The School of American Ballet; es la escuela donde se formó Linda Haberman, la actual coreógrafa.

— ¡Ah!

— Sabes, ser una Rockette es formar parte de la historia y, ¡eso es lo que quiero yo!









Al finalizar el espectáculo, en el que reconozco haber disfrutado como un niño, viendo todas esas chicas levantando muslo sin descanso, la abuela ha sugerido invitarnos a cenar en su hotel. Me han arrastrado de nuevo, como si fuera su mascota, sin dejarme abrir boca más que para regalarles mi sonrisa de gilipollas agradecido por su desmedida generosidad. Supongo que debería buscar una excusa convincente, para largarme a recoger a Lynn de nuevo y probar su exótico pincel de bambú, pero estas mujeres— que se han criado entre tipos duros y caballos—, están acostumbradas a salirse con la suya; su presión de guerreras, unida a mi curiosidad insaciable, me puede, así que me dejo agasajar e imagino la opípara cena que me espera.





Foto: Marijo Grass


Nos dirigimos al St. Regis, en la Quinta con la 55; otro de los hoteles legendarios y súper lujosos de Manhattan. Me pregunto si me dejarán entrar con esta pinta, o estaré viviendo un remake de la película de Gregory La Cava “Al servicio de las damas”: otra brillante sátira de la high society, realizada en la época de la Gran Depresión Americana, en la que dos hermanas alocadas y caprichosas, deben cazar un vagabundo y llevarlo a su fiesta de ricachones para ganar un juego. Carol interpreta el papel de Carole Lombard y yo hago de Godfrey- William Powell: el vagabundo, a quien convierte en su mayordomo. Una divertidísima screwball comedy, de las que descubrí y disfruté con Patricia en nuestra época dorada.




Universal Pictures


Al atravesar el distinguido lobby del hotel, me envían a tomar una copa al King Cole Bar, mientras ellas se dirigen a la suite en la que se aloja la abuela, a retocarse el maquillaje y cambiar su modelito para la cena. Ahora sí que empiezo a sentirme atrapado en una de esas películas antiguas, y la expresión “boludo desubicado”, que tanto le gusta utilizar a Mauro, se pasea por mis neuronas a cada rato.

Nada más tomar asiento en la barra, mientras admiro un precioso mural de Maxfield Parrish que tengo frente a mí, aparece un gentil camarero, de los que parecen incorporados al exquisito interiorismo, ofreciéndome un Bloody Mary, que acepto con una inclinación de cabeza y sin rechistar. Siempre me apabullan estos lugares tan suntuosos, porque me hacen sentir de otra galaxia, como recién salido de las cavernas, o de mi pueblo, que viene a ser lo mismo.





www.kingcolebar.com


El tipo que me prepara el cóctel advierte mi incomodidad y empieza a contarme batallitas del hotel; supongo que por aburrimiento; ahora no tiene mucha clientela porque los snobs de Manhattan, que frecuentan este sitio para tomar el aperitivo, se han trasladado al Adour: el restaurante de Alain Ducasse que está en otra planta.

Dice que el Blody Mary se llamaba antiguamente Red Snapper, y el que lo inventó, un tal Fernard Petiot, ocupaba su lugar en 1934. Frente a tamaña revelación, no sé si debo hacer una reverencia por encontrarme en tan digno escenario, hablando con el sucesor del barman que inventó el Blody Mary. Este es el tipo de chisme histórico que haría las delicias de Marga. Estoy seguro que, además del Waldorf Astoria , tenía este hotel en su lista de posibles alojamientos cuando vino a rodar el videoclip.





Foto: Marijo Grass


Intento entretener mi espera leyendo curiosidades sobre el establecimiento, en un libro que encuentro sobre la barra. Parece ser que el St. Regis se inauguró en 1904. En aquél momento el New York Times lo calificó de “palaciego”. Los líderes de esa clase adinerada de la época eran Los Astor; formaban parte de un grupo de gente exclusiva, entre los que también se encontraban los Carnegie, Vanderbilt o Rockefeller. El Coronel John Jacob Astor hizo su debut en los negocios construyendo este hotel; quería ofrecer a la aristocracia un lugar esplendoroso en el que sentirse especiales y refinados; algo así como su CLUB pero, el pobre Coronel, que se había divorciado de Lady Astor, largándose a Europa con una nueva esposa de 19 años, la palmó en el Titanic en su viaje de regreso, así que no pudo disfrutar demasiado tiempo de su éxito.

Este lugar siempre ha atraído a gente glamurosa y creativa. Aquí vivió Marlene Dietrich y también Dalí con Gala. Lo frecuentaba Marilyn Monroe y Joe di Magio, Hitchcok o Bing Crosby; hoy lo hace la bella Scarlett, Demi Moore o Pierce Brosnan, por ejemplo. También ha servido de escenario a innumerables películas como “Taxi Driver”, “Hannah y sus hermanas” o “Días de Radio” .

Estoy sentado en el mismo sitio que Goldie Hawn en “El club de las primeras esposas”, cuando se lamenta frente al barman, ahogando su desdicha en el alcohol, porque va a hacer de la madre de Monique, en vez de Monique, en su próxima película.





"The firts wives club". Hugh Wilson. *Paramount Pictures .1996


Lástima que no vaya a entrar por la puerta Anne Hataway, a buscar el manuscrito de Harry Potter para las niñas de su horrible jefa porque, a pesar de que compartimos el mismo decorado, esto no es “El diablo viste de Prada”. Ahora sí tengo claro que Marga soñara con alojarse aquí. Estaría encantada de pasearse por todos sus rincones con sus tacones de marca.





"The devil wears Prada". David Frankel. 20th Century Fox.2006


Minutos más tarde, cansado de leer curiosidades sobre el lugar y un tanto impaciente, porque Carol y su abuela se están retrasando demasiado, observo a la señora, de aspecto respetable, que se sienta en el taburete contiguo. También le sirven un cóctel sin pedirlo, pero esta vez me da la sensación de que se trata de algo rutinario, que repite cada día, a la misma hora, como quien toma su medicina para la tensión emocional. No sé por qué se ha sentado a mi lado; el resto de la barra está vacío; quizás la cercanía de otro ser humano le resulta reconfortante, aunque se trate de un tío, que podría ser su hijo, cuyo aspecto no pega nada con el resto del mobiliario.

La mujer apura el cóctel en un par de tragos y, al instante, regresa el barman, a quien hace un gesto señalando su copa y la mía. Yo me limito a contemplar el mural y no digo ni “mu”. Continuo comportándome como un cateto fascinado por las luces cegadoras de la gran ciudad. Intento que el camarero no rellene mi copa, poniendo la mano sobre el borde y regalando una sonrisa a la dama, pero ella insiste, todavía sin mediar palabra. Poco a poco va acercando su taburete al mío con cierta discreción. Empiezo a sentirme un tanto incómodo; tengo su perfume tan cerca que está impregnando mi ropa. No conozco los códigos de comunicación que utiliza esta gente. Mi madre y mi abuela me enseñaron que había que ser cortés y dar siempre las gracias, pero soy incapaz de discernir si se trata de la amabilidad de una millonaria aburrida o algo que puede derivar en flirteo, incluso en acoso y, la verdad, NO me va el rollo de “El Graduado”.





"The graduate". Mike Nichols.MGM.1967



Dustin Hoffman me parece un tío demasiado afectado en esa película; no me atraen las señoras Robinson, aunque ahora estén más de moda que nunca, con Madonna y todas las divas de Hollywood, que han superado los 40 o 50 años, ligando con adolescentes, aunque debo reconocer que, a Halle Berry, después de interpretar a Tormenta en los X-Men, no le rechazaría una copa.


Soy dibujante de cómics, me gustan los superhéroes; me paso la vida rodeado de gente bastante freak. Ahora mismo estoy como un pulpo en un garaje. ¿Dónde se ha metido Carol? ¡Ni que se estuvieran arreglando para asistir a los Óscar! Mi señora Robinson particular quiere brindar conmigo. Me fijo en el pedrusco que cuelga de su cuello. Estoy seguro que tiene una docena. Solo con ese podría abrir veinte pozos de agua en África, como hace la Stone vendiendo joyas solidarias. Me está cogiendo la mano, girando todo mi brazo, acariciándolo con delicadeza hasta descubrir la palma; desliza su dedo índice por ella; entonces se acerca un poco más y empieza a susurrarme cosas al oído. El tiempo se detiene, sus joyas me ciegan; me estoy quedando aturdido. Tengo hambre. ¿Por qué tardan tanto en venir a rescatarme? Menudo superhéroe de pacotilla. No entiendo lo que dice esta mujer; creo que algo sobre la búsqueda de la verdad; su perfume de 300 dólares me está mareando. Estoy a punto de sacar el disfraz de Spiderman de mi curro, en el Toy´s UR us, y salir volando por la ventana.





Foto: Marijo Grass


CONTINUARÁ