18 de noviembre de 2011

EL MAESTRO DE ESCUELA. Segunda parte


Foto: Marijo Grass


Ese mismo día, antes de regresar a la anhelada soledad de su apartamento, Don Leandro se dirigió al bar de Tomás. Llevaba consigo un regalo para la hija pequeña, Alicia, que cumplía siete años: una bonita edición ilustrada del célebre clásico de Lewis Carrol. La familia de Tomás regentaba el negocio desde hacía tres generaciones y todos los hombres se llamaban igual. Siempre fueron generosos con la madre del maestro, que enviudó muy joven en una época de mucho miedo y poco pan. Leandro, de niño, compartió tardes de recreo y unos cuantos platos de sopa caliente con el padre de Tomás. Como hombre de cuna humilde pero educado en valores, se sentía en deuda con ellos y aprovechaba la menor ocasión para corresponder su bondad.


Foto: Marijo Grass


—Llega usted tarde, profesor. Mi padre se ha marchado ya; es que la lluvia lo ha destemplado un poco. Le hemos guardado un trozo de tarta —pronuncia Tomás satisfecho, en cuanto aparece Leandro por la puerta del establecimiento.

—No se preocupe, que si como algo ahora, después no ceno —alega, esbozando una tímida sonrisa.

—Pues, se lo envuelvo y lo reserva para el postre, si le parece.

—Eh, papi, que es mi tarta y la he hecho yo. Bueno, he ayudado a mamá. Ahora soy su pinche —precisa Alicia dando pequeños saltitos, acercándose al maestro.

—Vaya, aquí tenemos a la homenajeada. Tengo algo para usted, señorita —Abriendo su maletín y extrayendo el libro.

—¡Qué chulo, Señor Leandro! —exclama la niña con desparpajo—. Pero, es de papel —añade con una mueca.


Foto: Marijo Grass


—Pues, claro. Éste tiene un papel muy especial, además de ilustraciones maravillosas. Yo diría que es mágico.

—¿De verdad? Le voy a enseñar el mío, ¡también es mágico! —La pequeña desaparece canturreando por una puerta de acceso privado y regresa al momento con una de esas tabletas digitales por las que suspiran sus alumnos—. Ahora verás que guay.

Con una pericia apabullante, empieza a deslizar los dedos sobre una pantalla del tamaño de un cuaderno, ejecutando con precisión movimientos que le permiten interactuar con los personajes en una versión animada de Alicia en el país de las maravillas. Don Leandro no sale de su asombro, al tiempo que se apodera de él una extraña sensación de vértigo.






—¿Qué le parece el invento? —pregunta Tomás al observar la expresión aturdida del maestro—. Todavía no soy capaz de manejarlo, pero mi hijo dice que hay que ponerse al día. A partir de ahora vamos a mostrar el menú en el aparato, con foto y todo, aunque lo que desean nuestros clientes es un plato de cuchara rico rico, como dice Arguiñano en la tele. ¿Sabe la barbaridad de libros que puede almacenar ese chisme? Debería usted comprar uno. Se ahorraría limpiar el polvo y un montón de espacio en su biblioteca.

—Lamentablemente, estas cosas no están hechas para viejos como yo, amantes de la tinta impresa y con la vista cansada. Solo me producen un desagradable mareo.

—Mira, tengo otro de Alicia en Nueva York; puedes hacer fuegos artificiales y quitar la corona a la Reina de Corazones —interrumpe emocionada la hija de Tomás. Abre otro archivo y empieza a manipular con destreza la superficie, haciendo malabarismos con el texto y los dibujos. Leandro extrae un pañuelo de tela de su bolsillo, limpia los cristales de sus gafas con cerco dorado y se da unos ligeros toques en el rostro, retirando pequeñas gotas de sudor que acusan su desconcierto.





Poco más tarde se despide de sus anfitriones y abandona el local con aspecto apergaminado. Camina bajo la lluvia unos minutos antes de abrir su paraguas, refrescando un sinfín de emociones encontradas que certifican el extraño mundo al que pertenece, en el que ha dejado de sentirse cómodo, útil, sabio. Recuerda con silenciosa nostalgia el entusiasmo que mostraba de niño cuando ahorraba unas pesetas haciendo recados, y acudía raudo como una centella al quiosco de la esquina a comprar el último número de Roberto Alcazar y Pedrín, El guerrero del antifaz o Jaimito. También su devoción por las novelas de Emilio Salgari, Daniel Defoe o Mark Twain, que leía embelesado acariciando sus páginas a la luz de una vela cuando su madre lo imaginaba dormido.



Juan Bautista Puerto y Eduadrdo Vaño. Ed. Valenciana


Esa noche, después de una cena frugal a base de fruta y una infusión bien caliente, decidió irse a la cama con un libro de relatos de Mario Benedetti. “El porvenir de mi pasado tiene mucho a gozar, a sufrir, a corregir, a mejorar, a olvidar, a descifrar, y sobre todo a guardarlo en el alma como reducto de última confianza”. Y con estas palabras se dejó arropar por los brazos de Morfeo.



Foto: Marijo Grass


Don Leandro permaneció el resto de la semana bastante ocupado, dedicando mucho tiempo a los relatos para el concurso literario, además de sus exámenes de bachillerato. Se había molestado en releerlos hasta tres o cuatro veces cada uno, haciendo anotaciones que justificaran su elección ante el jurado. Todos los Institutos de la ciudad presentaban a su mejor candidato, tratando de conseguir una beca de estudios gracias al mecenazgo de un banco. Finalmente se decidió por el de Madelyne Márquez, alumna colombiana de último año, que llevaba por título “El sueño del Jaibaná”: una crónica costumbrista que narraba el viaje de una mujer a través del río Atrato, durante el que cayó enferma a su paso por una comunidad indígena, donde una especie de chamán con poderes mágicos espirituales, al que llamaban Jaibaná, le ayudó a sanar su vida.



Foto: Marijo Grass


No podía considerarse heredera de García Márquez, aunque llevara su apellido, pero estaba bien escrito, incluso lograba emocionar un poco. Desde luego, distaba mucho del de Edward Kagasha, el protegido ugandés de Doña Elvira, pero es que ese chico escapaba a todo pronóstico; él tenía lo que cualquier narrador busca desesperadamente: una voz y una mirada única. Sabía dosificar las palabras de forma intuitiva, mostraba una habilidad sin precedentes para arrastrarte con ellas y hacer que el texto cobrara vida propia, con una verdad que se podía respirar en la mente del lector. Edward Kagasha se presentaba como un auténtico alquimista de las palabras.



Foto: Marijo Grass


El viernes, al terminar sus clases, se dirigió al centro de recursos, dotado de biblioteca, sala de estudio y un apartado rincón con equipos informáticos y material multimedia. La propuesta de Doña Elvira seguía rondando su cabeza. Como la previsión del tiempo anunciaba más lluvia durante el fin de semana, decidió llevarse a casa la película que le había recomendado. Mientras la bibliotecaria introducía los datos en su ficha de préstamo, se le ocurrió indagar un poco.

—María, ¿tiene usted información sobre lo que retiran los estudiantes? —preguntó señalando el ordenador, tras el que asomaba una mujer de mediana edad, complexión diminuta, nariz de bulbo y gafas con cristales gruesos, encargada de atender las peticiones de profesores y alumnos.

—Claro que sí, Don Leandro, pero me temo que no son buenas noticias. Los chicos no suelen llevarse ningún autor clásico, a menos que usted les obligue. Solo preguntan por sagas juveniles de éxito. Ya sabe, Harry Potter, Crepúsculo, novelas de Federico Moccia y novela gráfica. El cómic tiene bastantes adeptos.



Foto: Marijo Grass


—¿Sería tan amable de enseñarme la ficha de un alumno llamado Edward Kagasha?

—¡Hombre, Edward! —exclama la bibliotecaria jubilosa, haciendo un ligero aspaviento—. Suele venir a estudiar y se lleva montones de libros. Creo que juega en el equipo de fútbol del Instituto. Dicen que es muy bueno. Ahora lo tiene usted en la mesa del fondo, si precisa hablar con él. Lleva unos cascos enormes sobre un gorro de lana verde.

Don Leandro se gira con parsimonia, como para no delatar sus intenciones, y descubre a Edward escribiendo en un cuaderno al tiempo que efectúa suaves movimientos de cabeza, siguiendo el ritmo de la música que suena en sus oídos.

—Mire, si hace usted el favor de pasar tras el mostrador puede ver su ficha. Además de novelas o ensayos en inglés, ahora solicita traducciones al español de los mismos libros. Hoy me ha pedido unos cuentos de Raymond Carver. También una película cuyo guión está basado en ellos: Short Cuts.



Foto: Marijo Grass


El viejo profesor escudriñó con atención la pantalla. La lista de volúmenes era interminable. No seguía ningún orden lógico, más bien parecía elegir sus lecturas de forma arbitraria, por instinto. En las últimas semanas había retirado ejemplares de Capote, Balzac y Ciorán; después Flaubert, Rimbaud y Jack Kerouac. Estaba claro que escogía bien sus lecturas pero sin criterio alguno. Don Leandro solicitó a la bibliotecaria que le imprimiera el listado. Mientras el aparato empezaba a liberar una hoja tras otra, se dirigió hacia el lugar en que se encontraba el muchacho, al lado de un expositor de revistas que quedaba a su lado. Cogió un ejemplar que anunciaba un reportaje sobre el Museo de escritores de Dublín y se dispuso a echar un vistazo, mientras observaba al chico de reojo. Le sorprendió una frase que decoraba la carpeta que tenía sobre la mesa; la reconoció de inmediato. Sin lugar a dudas pertenecía a “Cuatro cuartetos”, de T.S. Elliot: “Aquí estoy, pues, en medio del camino, intentando aprender a utilizar las palabras”. En el instante en que el profesor, circunspecto, reparaba en el texto del poeta y dramaturgo norteamericano, Edward levantó la vista y sus miradas se cruzaron. Don Leandro, desprevenido, no acertó a articular palabra. Durante unos segundos se observaron con curiosidad el uno al otro, pero el chico regresó a su quehacer de inmediato, concentrándose en el cuaderno en el que garabateaba unos versos, sin prestar más atención al viejo. El maestro resolvió que Elvira no lo había puesto en antecedentes, esperando que aceptara su descabellada propuesta. Puede que todo se redujera al capricho de su colega y Edward no tuviera interés en recibir sus consejos.



Foto: Marijo Grass


CONTINUARÁ

36 comentarios:

juanjo dijo...

Hay que decir que lo de ese chico no es normal...su calidad de lecturas esta muyyyyyyyyy por encima de la media de las personas de su edad y de edades mas altas...ijala ridos leyeran asi
Un beso

Nina Maguid dijo...

Me gusta cuando te metes en mi mundo y me llevas al tuyo.
Alicia me habita desde hace muchas décadas, hace unos días me salió en torrente al ver Phoebe in Wonderland, y ahora la nombras tú.
También en estos días he visto Finding Forrester, tal vez no sea una obra maestra pero confirma mi opinión de que los adolescentes nos enriquecen. Yo he aprendido más de mis alumnos que ellos de mí, ellos y mis hijos son el mejor libro que he leído.
Y sospecho que don Leandro también acabará aprendiendo. Espero con muchas ganas la continuación.
Un abrazo, cielo.

Jo dijo...

me encanta tanta referencia... hoy mi estado de animo deslavado o alicaido necesitaba reductos como estos donde puedo hallar nuevos caminos de lectura.
eso es lo que logras mi sherezada de historias...

a veces supongo ue nadie esta por encima de las lecturas uno logra apilarse cuando se interesa por el mundo y los qu elo habitan y de ahi surge la magia...

recuerdo a un profesor con cariño...
igual que uno que otro que a nadie hacia caso y era un alumno aparentemente insignificante y era especial
por la manera en que tenia para concebir su mundo

a veces no deberia ser uno tan prejuicioso en acercarnos mas
adultos y jovenes....

Sandra dijo...

Las apariencias engañan, eso esta claro. Y don Leandro esta un poco empecinado en no creer que ese chico es un genio.

A ver cuando se baja del burro, o eso, o da sun giro a la historia y nos descolocas ;)

besos.

Nieves Martín dijo...

Me encanta Alicia, de echo fue el primer libro que me regalo mi madre, ese y viaje al centro de tierra les tengo un cariño especial.

A veces el mejor libro es vivir, aprender y saber escuchar a quien te rodea.

Besitos :)

pseudosocióloga dijo...

Cualquier niño escogería el libro digital y eso que Alicia es un cuento que no me gusta naaaaada.
Bonitas fotos.

Jo Grass dijo...

JUANJO: estoy segura que disfrutarías muchísimo con un alumno así: una piedra precios por pulir, como decía Elvira...

NINA MAGUID: coincido en que la peli no es una obra maestra pero la conclusión es la que sacas. Yo también he aprendido muchísimo de todos los alumnos que he tenido en mi vida, seguro que más que ellos de mí. Ojalá que Leandro aproveche la oportunidad!
Besitos

Jo Grass dijo...

JO: un buen profesor y una guía de lecturas son un tesoro en la vida.
Por cierto, no puedo leerte y me gustaría, blogger dice que necesito invitación. ¿A quién hay que sobornar para conseguirla?, jajaja
Besos

SANDRA: lo de que las apariencias engañan es un clásico real en la vida y continúa ocurriendo a diario. A ver si este Leandro aprende la lección...o no.
Besitos

Jo Grass dijo...

MUERTE ROJA: a mí también me encanta Alicia, y estas versiones para el Ipad me parecen estupendas!

PSEUDOSOCIOLOGA: no solo los niños. Creo que estos cuentos animados son un aliciente para muchos, aunque no sean nativos digitales como los niños de hoy!

Juan Rodríguez Millán dijo...

No sé si voy a ser capaz de explicar lo mucho que me ha fascinado la escena final de esta parte. Ese cruce de miradas... Me he imaginado tres o cuatro formas de rodar ese párrafo... ¡y me gustan todas! Cuantas cosas hay en esas poquitas líneas, Jo, mi más sincera enhorabuena. Me ha gustado todo el relato (¡qué novedad!), las referencias a Alicia, el bonito retrato de las nuevs tecnologías y los mayores, el entusiasmo de la chiquilla.. Todo, de verdad. Pero el último párrafo me ha dejado impresionado.

Cantares dijo...

Con Alicia no me llevo bien, no se que me ha quedado de pequeña, me hace sentir mal :) ............ de Verne me gusta todo. Tuve en mis manos libros electronicos, muy cómodos para alguien que viaja pero a mi dame bibliotecas repletas de libros de papel, los amo.
Borges decía algo de como nos afecta positivamente estar rodeados de libros.. pero ahora no recuerdo
Besosssssssssssssssssssss

Lola dijo...

Pobre Don Leandro con el iPad!
Espero más el viernes y a ver si el profesor selecciona al chico sabio. Un beso Lola

Chechu Rebota dijo...

A mi me pasa un poco como al profesor, algunos de los aparatos que sacan ahora me desconciertan y ver esa Alice in New York me ha dejado simplemente sin aliento. Me quedo esperando la continuación para ver como se sigue la evolución del protagonista.

Montse dijo...

A los viejos profesores , les cuesta asilimar que la juventud nos puede enseñar muchas cosas. sigue con el relato.... besitos.

Marisa dijo...

No me preocupa tanto esa "antigüedad" en métodos que preservan el aroma cálido de las hojas de un libro en detrimento de esos aparatos tecnológicos que, en realidad, serán todo lo atractivos que se quiera pero que de encanto tienen poco, sino esa antigüedad que puede cegar el abrir puntos de mira y cerrar prejuicios. Esto último sí me preocupa, aunque no es una generalidad en el ámbito docente; al contrario, desde este ángulo nos preocupamos en acabar con discriminaciones de cualquier tipo, en educar en valores y en el respeto por las diferencias.

Tu historia está muy bien narrada, Jo y te felicito por ello, sabes que disfruto mucho leyendo tu excelente narrativa.

Besos.

Ricardo Miñana dijo...

Es un placer pasar a leer tus excelentes entradas,
feliz fin de semana.
un abrazo.

raindrop dijo...

El muchacho promete aun más de lo aparente y al viejo profesor no le va a quedar más remedio que dar ese salto al que tan poco decidido se le ve, si es que quiere ser honesto consigo mismo.

Qué buen relato :)


besos

ayxagirona dijo...

Feia dies que no em pasava per casa teva, retorno gaudint d'una extraordinària història. Es difícil confiar en el jovent i més avui en dia, però s'ha de tindre confiança amb ells, perqué són el futur, confio en que el mestre s'adoni i el recolzi. Petons guapa des de la Costa Brava.

Anna Soler dijo...

Hola!!! te acuerdas de mi.
Soy anna del blog princesa.
Te dejo la direccion de mi nuevo blog y espero verte por allí
¡Saludos!
http://romanceanna.blogspot.com/

Jo Grass dijo...

JUAN RODRIGUEZ NILLÁN: supongo que la escena tiene más fuerza visual que literaria; tú la has imaginado como yo, pero no estoy segura que al leerla funcione como pretendía. En fin, continúo aprendiendo!

CANTARES: de niña me gustaba el sombrerero loco, y la versión edulcorada de Disney. Reconozco que el texto de Carroll en aquél tiempo me deprimía un poco.

Jo Grass dijo...

LOLA: no toda la gente de tu generación es tan intrépida como tú, mi queridídima Lola!

NOCIVO: supongo que a la mayoría de nosotros, que no somos nativos digitales, nos ocurre de una manera u otra, aunque hayamos incorporado la tecnología en nuestras vidas!

Jo Grass dijo...

MONTSE: seguramente los de la vieja guardia, que se sienten un poco frustrados hoy en día, pero es importante saber apreciar ese intercambio tan enriquecedor, y en estos tiempos más todavía1

MARISA: espero que no se trate de prejuicios raciales sino de empatizar con una generación que disfruta de otras muchas cosas, que dispone de otras herramientas... Siempre se teme lo que no se conoce!
Beso enorme

Jo Grass dijo...

RICARDO MIÑANA: me alegra que los disfrutes, Ricardo. Gracias por tus palabras.

RAINDROP: espero que así sea!
Besos

Jo Grass dijo...

AYXA:jo si confío en el jovent i espero que el mestre també.
petons des de BCN

ANNA SOLER: hola guapa, me alegra que estés de vuelta por la blogosfera.
Besos

eL aRTe De SeNTiR dijo...

Guau! Ya sabes que me encanta tu literatura, pero esto no se como expresarlo...diría en su máxima expresión que esta historia es brillante. Y no se si es que me siento muy identificado o es que me has metido de lleno en este universo.
Un besazo

The Cool Hatter dijo...

Cuánto me alegra que la historia continúe!! Si te digo la verdad, me está gustando tanto que a cada renglón me sorprendo ralentizando mi lectura para que no termine.
No soy muy fan de Alicia ni de los libros que no están en papel pero soy super fan de D. Leandro y los grandes maestros de escuela, profesores de vocación. Encontrará la verdad de Edward, sea cual sea.
Besos guapa!

Lola Mariné dijo...

Me ha impresionado la niña con el ebook. He caido en la cuenta de que para nuestros nietos un libro de papel puede llegar a ser un artefacto prehistórico. ¡Uff!¡que horror!
Besos

Anónimo dijo...

Me repito, no deberíamos prejuzgar a nadie solamente por su apariencia... Todo el mundo es una pequeña caja de sorpresas :)
Besotes!!!

Jo Grass dijo...

EL ARTE DE SENTIR.qué alegría encontrarte de nuevo por mi cocina!! me encanta que puedas sumergirte y pasar un buen rato!
Besitos

THE COOL HATTER: qué ilusión me hace tu comentario (ralentizar para que no se acabe, jajaja me encanta) Ojalá Leandro nos sorprenda!
besos, bella

Jo Grass dijo...

LOLA MARINÉ: eso es precisamente lo que presiente y disgusta a Leandro!


IPODGIRL: seguro que Edward y el maestro acaban por sorprenderse mutuamente, pero ¿who knows?

A-B-C dijo...

Me ha emocionado la frase de T.S. Elliot que has seleccionado.

A mi con los libros también me cuesta en formato, como a Leandro, y mira que lo intento pero me canso. Sin embargo, mi marido, una decada mayor, se maneja en estos formatos que es un primor.

Veremos cómo sigue esta interesante historia.

Saludos otra vez,

A-B-C dijo...

... quería decir que me cuesta el formato electrónico. ¡Ay, las prisas!

Jo Grass dijo...

A-B-C: yo creo que nosotras nos acabaremos acostumbrando a leer textos largos en una pantalla. Lo veo más dificil en un personaje cono Leandro. A mí también me gusta mucho ese texto de Eliot!!

Anónimo dijo...

Qué emocionante, encontrar a Eliot en esta parte! Y tantos viejos conocidos que asoman la cabeza gracias a este encuentro entre nuestros dos protagonistas (sí, sí, nuestros, ya me los he apropiado)
Claro que con esta parte te hacías de rogar... voy corriendo a leer la tercera!
Besos.

Jo Grass dijo...

TRACY MOUR: me alegra que te gusten "esos viejos conocidos que asoman la cabeza". Siempre resulta reconfortante encontrar un espacio para echar la vista atrás y recuperar a los clásicos!

Sonix dijo...

Me ha encantado la selección de lecturas del chico, y bueno, sobre aparatos modernos y ereaders, son geniales... cada vez somos más los que nos pasamos "al otro lado". ;D Aunque hoy por hoy soy incapaz de renunciar a mi biblioteca en papel.
A ver si me pongo al día y leo pronto la tercera parte, me está gustando mucho!
Un beso!