18 de noviembre de 2010

DE PICNIC EN CENTRAL PARK



Foto: Marijo Grass



Ha sido una semana bastante agitada, pero he podido terminar todo el trabajo que tenía pendiente, incluida una portada para una revista de diseño que dirige un colega del barrio. Hoy he quedado con Lynn para hacer un picnic en Central Park, después de su clase de origami en el Museo de Historia Natural. Me encanta pasear por este oasis urbano: el pulmón de la ciudad.

Central Park tiene forma de rectángulo y se extiende a lo largo de 4 kilómetros; limita al norte con la calle 110, al sur con la 59, al este con la Quinta Avenida y al oeste con Central Park West. Alberga varios lagos, un zoo, un castillo victoriano e infinidad de áreas para practicar deportes.



Foto: Marijo Grass



Cada vez que vengo descubro rincones nuevos, al tiempo que me cruzo con un buen número de corredores, ciclistas, patinadores, paseantes, lectores, parejas de enamorados, grupos de amigos e infinidad de turistas del mundo entero. En verano suele estar muy concurrido porque celebran conciertos, festivales de teatro y actividades para niños. Ahora que el frío amenaza con la llegada inminente del invierno, los árboles pierden sus hojas, se empiezan a congelar los lagos y, al anochecer, solo te cruzas con paseadores de perros.




Foto: Marijo Grass



Me dirijo al American Museum of Natural History, en el lado oeste del parque.
He llegado temprano y me gustaría sorprender a Lynn con sus alumnos haciendo figuritas de papel. El Museo está organizado por continentes; en cada uno se muestran, en grandes vitrinas, escenas con animales disecados reproduciendo su hábitat natural. Algunos resultan bastante siniestros pero a los niños les encanta, especialmente los dinosaurios. Para mí es un lugar inspirador; sobre todo la sala en la que se encuentran los elefantes, con ese aspecto decadente y apolillado.




Foto: Marijo Grass



Lynn está en un aula-taller en esa planta, en la zona próxima a las oficinas. La he localizado, sentada al fondo, en compañía de otra profesora. El centro de la sala lo ocupa una gran mesa, cubierta de papeles de diferentes tamaños, colores y estampados, con motivos florales o geométricos. Hay un grupo de 10 niños haciendo animalitos de origami a su alrededor.
Me acerco a saludar; ella me recibe con una amplia sonrisa, me presenta a su compañera y, después de intercambiar unas frases, reclama mi atención. Entonces se pone a doblar un papelito, con la habilidad manual que mostró el día que nos conocimos y, de repente, aparece una figura, que deposita sobre mi mano a modo de obsequio. ¡Es el unicornio de Blade Runner!




Blade Runner. Ridley Scott. 1982


Recuerdo una noche, charlando por el skype; los dos estábamos viendo la película en un canal que programa clásicos. Empezamos nuestra disertación a través de la pantalla del ordenador. Ella se queda con la primera versión y el final romántico: dice que Deckard es humano. A mí me gusta el montaje posterior de Ridley Scott, en el que añade el sueño con el unicornio y apunta que es replicante pero él no lo sabe.

Me hace gracia que ahora me regale la figurita. Me encanta esa película; es una joya del cyberpunk y sobre ella se han escrito ríos de tinta. La vi por primera vez cuando nuestro profesor de filosofía nos llevó de excursión a la Filmoteca. Todavía hoy resulta moderna, y eso que tiene casi 30 años.

Quedan unos minutos para que finalice la clase; no se me ocurre cómo devolver a Lynn el detalle. Al final decido sentarme en la mesa con los niños y enseñarles a pintar expresiones a sus figuras de papel; mientras, ella observa sonriente y agradecida por mi iniciativa. Los enanos están encantados porque sus animalitos están cobrando vida.




Foto: Marijo Grass



Al salir del Museo nos vamos hacia el cruce de la 72 con Central Park West, donde se encuentra el edificio Dakota, para acceder al parque por el Strawberry Fields Memorial. El Dakota destaca entre los edificios colindantes por sus tejados puntiagudos y las balaustradas. Creo que es el más caro de la ciudad; con una comunidad de propietarios que actúan como la Gestapo, decidiendo quién entra, sale, compra, o vende. Dicen que, a Madonna y Tom Cruise, les dieron calabazas. Tiene a sus espaldas una leyenda terrorífica de sectas satánicas, veladas de espiritismo y rituales de magia negra. Además, es el escenario de “ La semilla del diablo” de Polansky; pero lo que atrae centenares de turistas y curiosos es el asesinato de John Lenon en la puerta, que era vecino del inmueble junto a Yoko Ono, quien todavía reside aquí. También ha sido hogar de Judy Garland, Leonard Berstein o Lauren Bacall, entre otras celebridades.




Foto: Marijo Grass



Atravesamos el Strawberry Fields Memorial: un precioso jardín dedicado a John Lennon, a quien le encantaba pasear por allí. El punto de encuentro habitual es un mosaico de estilo greco-romano en blanco y negro, con la palabra Imagine en el centro, alrededor del que se agolpan los turistas haciendo fotos y dejando velas, flores, púas de guitarra, partituras y cosas así. En la fecha que conmemora su nacimiento y muerte se reúne mucha gente para homenajearlo, cantando las canciones de los Beatles y dejando algún presente.




Foto: Marijo Grass



Continuamos el paseo retomando nuestra vieja discusión sobre Blade Runner. Los conductores de carruajes, que hacen el recorrido turístico, ofrecen mantitas a sus clientes. Un trompetista, con guantes deshilachados, dedica su recital a los pájaros bajo una arboleda; a nadie más parece interesar su melodía desafinada. Una pareja de señoras, enfundadas en lujosos abrigos de piel, emiten destellos de luz al caminar gracias a sus joyas de gran tamaño, que reflejan los rayos solares. Tres corredores jadeantes nos adelantan; poco más tarde los encontramos haciendo estiramientos apoyados en la baranda de un puente.




Foto: Marijo Grass



Nos hemos sentado en un banco a tomar el sol. A Lynn le ha dado un ataque de tos. Al abrir su bolso para sacar unos pañuelos, he observado un libro con aspecto de novela gráfica en su interior, lo que ha despertado mi curiosidad de inmediato.


—¿Qué llevas ahí?— pregunto intrigado.

— ¡Nada! Un libro para leer en el metro— responde, quitando importancia al asunto.

— ¿Me lo enseñas?— insisto.

— ¡Oh, no es interesante!— exclama.

— ¡Vamos! No te hagas la misteriosa. ¡Déjame ver!

— Está bien, pero no te rías— sacando de su bolso un ejemplar de “Lovenista”: un Shoujo manga de una dibujante llamada Kayono.




Lovenista by Yakono


— ¡No sabía que fueras Otaku!

— Soy otaku pero en sentido japonés. Obsesionada con origami. No friki de manga y anime, pero me gusta Shojo.

— ¡Manga romántico para chicas!— exclamo con cierta sorpresa ojeando la novela. No imaginaba a Lynn leyendo estas cosas.

Kayono introduce el erotismo en Shojo. Esta es la historia de Yun: una chica que tiene problemas con el sexo hasta que conoce a un chico guapo y canalla.

— No conozco esta dibujante.

— El manga es una fuente de inspiración para el artista de origami. En el dibujo hay una gran observación de la naturaleza; muchos símbolos de la estética japonesa, como mariposas y flores, alrededor de los personajes.



Black Bird by Kanoko Sakurakoji


— Muy decorativo. Me recuerda a Gustav Klimt. En la mayoría de sus cuadros trataba la sexualidad femenina y también esos adornos.

— De Klimt me gusta “The kiss”. Es sensual, como los artistas de la Escuela Rimpa japonesa. Utilizaban muchos temas de la naturaleza: aves, plantas y flores, con fondos dorados, como hace él.




The kiss. Gustav Klimt 1907-08


Entonces ha abierto su bolso de nuevo extrayendo un catálogo de papeles preciosos, con estampados que recuerdan las pinturas de Gustav Klimt.


— Quiero hacer algo así— afirma sonriente—. ¿Qué te parece?— pregunta, mostrándome también un extraño pincel—. Se llama fude, es de bambú y pelos de caballo; se utiliza para escribir y dibujar con tinta.

— No lo había visto nunca; me encantaría probarlo.


Caminamos por el parque hasta detenernos al norte del invernadero acuático, donde se encuentra una escultura enorme de Alicia en el país de las Maravillas, frecuentada por niños que disfrutan explorando sus rincones. Al situarnos al lado del conejo que sostiene el reloj, Lynn pregunta.




Foto: Marijo Grass



— ¿Te apetece comer algo? He traído Chazuque y unos sándwiches, por si no te gusta.

— ¿Chazu qué?

Ochazuque o Chazuque: es una comida popular en Japón; un bol de arroz con varios ingredientes encima. Se sirve con té y se convierte en sopa. Es habitual acompañar con umeboshi, nori, wasabi y alguna planta, como crisantemo.

— ¿Una sopa de arroz con té?

— Deliciosa.

— ¿Qué es umeboshi?

— Un tipo de ciruela japonesa, hidratada. Se hace encurtido con sal y hojas de shiso. De sabor ácido y salado. Muy buena para el resfriado. Tiene hierro, calcio y fósforo. ¿Quieres probar?

— ¡Por supuesto!


El bolso de Lynn es como la chistera de un mago. Está repleto de sorpresas. A simple vista no lo parece pero, ahora mismo, está sacando un termo, tazones, palillos, un recipiente con arroz y otros más pequeños con el resto de ingredientes. Además, ha extendido un pañuelo grande en la hierba sobre el que deposita los enseres para el picnic.

Me siento un poco abrumado. Yo aquí, “de Rey” , esperando que mi Geisha me sirva la sopa. Intento ayudar pero ella es muy rápida organizando todo. Observo una ardilla frente a mí. Me ignora; continúa mordisqueando una bellota. Después se acerca como un perrito para ver si tenemos algo delicioso para obsequiarla.




Foto: Marijo Grass



En Central Park puedes encontrar ardillas, peces, conejos, tortugas, ranas y unas 42 especies de aves diferentes a lo largo del año. Alberga unos 250.000 árboles y matorrales, en especial olmos.


— ¿Es común hacer picnic en Japon?— pregunto, pasmado ante el maravilloso festín que ha montado en un minuto.

— Mucho. Hanami es una tradición: dar un paseo para ver flores y hacer picnic bajo los árboles; sobre todo en primavera. Me gusta Sakura: la flor del cerezo. Las empresas envían un empleado nuevo a guardar sitio bajo el árbol para el picnic.

— ¡Qué curioso! Hacer un picnic con el jefe y la gente del curro me parece muy raro.

— Todo el mundo hace Hanami. Los parques se llenan; es preciso reservar un lugar.


Mientras me instruye en las costumbres de su tierra, prepara el bol de arroz con las ciruelas y el resto de ingredientes del ochazuke; al final, añade el té verde que lleva en el termo. Me encanta observar cómo transforma en ritual cualquier acción en la que participa. Nunca he visto a nadie servir el té como ella; con una coreografía de gestos precisa, en la que anticipas los movimientos, pero te recreas en cada uno de ellos porque destilan tradición y belleza.


— Lynn, está buenísimo; deberías abrir tu propio restaurante— afirmo, señalándola con los palillos.

— Trabajo en un restaurante; prefiero arte de origami— responde complacida por el halago a sus dotes culinarias.


Continuamos nuestro paseo; necesitamos conservar el calor que nos ha proporcionado la sopa. Las hojas crujen a nuestro paso; el personal que se ocupa de la conservación del parque trabaja sin descanso para limpiarlo. Al notar que está helada, la agarro por el hombro y seguimos caminando. Ella se acomoda con cierto nerviosismo sujetándome por la cintura; sonríe para sus adentros, manifestando timidez pero complacida por el gesto.




Foto: Marijo Grass



— ¿Sabes? En el manga los personajes evolucionan a través de sus experiencias. Algunos mueren, incluso. En la cultura japonesa lo importante es el camino; todo es transitorio y bello. No existe ese apego a las cosas tan grande como aquí— afirma con vehemencia.

— ¿Y a las personas?— pregunto sonriente, girándome hacia ella sin soltarla y flexionando las piernas para colocarme a su altura.

— A las personas sí— responde con voz temblorosa y una risa medio contenida. He conseguido turbarla, y me encanta. Un día me explicó lo torpes que eran los japoneses para expresar sus sentimientos. No suelen dar muestras de cariño en público. La gente es muy tradicional y suele vivir en casa de sus padres hasta que se casa.


Entonces me da el arrebato latino, inclino su cabeza sobre mi hombro con delicadeza, y la beso en el cuello con pasión, imitando el cuadro de Gustav Klimt que le gusta.


— Eres genial, Lynn. Siempre aprendo un montón de cosas contigo.


Ella se ríe, me da un empujón cariñoso, como si me castigara por la travesura, se adelanta unos pasos y continuamos paseando. Decidimos acercarnos al Museo de Arte Metropolitano, el MET, que queda justo al otro lado del parque, en la Quinta Avenida con la calle 82, casi a la misma altura que el de Historia Natural. Quiere enseñarme sus obras favoritas de la gran colección de Arte Asiático, en especial grabados y caligrafía. Yo le voy a mostrar Velázquez; puede que algún Sorolla. Se adelanta para conseguir unos pases gratuitos que le dan con su carnet. Entre tanto me quedo en el exterior, observando cómo salen los grupos escolares que visitan el Museo a diario.




Foto: Marijo Grass



Veo a Lynn subiendo la escalinata que da acceso a la puerta principal y me fijo en su forma de moverse. No me había dado cuenta que fuera tan sensual. Me gustaría que me explicara cómo es el sexo en Japón. Yo lo imagino silencioso y fetichista pero, a pesar de que Lynn está bastante occidentalizada, no sé si me hablaría de estas cosas. Quizás contemplando los grabados eróticos antiguos pueda preguntar sin que parezca una invitación. Su compañía me produce un efecto sanador. Es adorable, detallista y buena amiga, como Mauro. Me da la sensación, después de ver su afición a las novelitas románticas japonesas, que le atraen los canallas. Voy a aprovechar la visita a los grabados antiguos para averiguarlo. Al fin y al cabo, ha sido ella la que ha sacado el asunto del erotismo enseñándome los mangas de Kayono. Puede que nos inspire a ambos; incluso que decidamos continuar la velada haciendo prácticas con su pincel de bambú, al finalizar su turno en el Restaurante. Me pregunto si me dejará que la dibuje.




Foto: Marijo Grass


CONTINUARÁ

11 de noviembre de 2010

A VOLAR


Foto: Marijo Grass


El mundo continúa girando sin descanso, y más en un lugar en el que todo sucede tan rápido. Me siento ligero; empezando un capítulo nuevo; listo para disfrutar de la aventura inagotable que me brinda la ciudad.

Hace dos semanas que regresaron a España. Marga me ha enviado un sms afirmando que le hubiera gustado quedarse un par de días para divertirnos en la Gran Manzana. ¡UFF! Seguro que Mauro exclamaría: ¡Atorranta!
De Pati he recibido un correo muy cariñoso. Dice que estuvo con mi madre antes de viajar a Londres; que la invitó a comer sus famosas lentejas, pero eso ya lo sabía. Esa misma noche me llamó para ponerme al corriente.


— Hoy ha venido a casa Amelia con Pati. ¡Está guapísima! Me ha contado que os visteis en Nueva York…— explica, con ese tono suyo de estar pidiendo a gritos que incluya los detalles.

— Pues, sí, mamá. Está muy guapa… Lo pasamos muy bien— respondo, zanjando el asunto.

— Patricia vale mucho. No sé qué se le ha perdido en África, con tantos bichos…y el calor infernal. ¡Vamos! Que es muy solidaria y todo eso pero, creo que una chica tan lista podría hacer películas más entretenidas…

— ¿Te ha enseñado el documental?— pregunto, creyendo que el tema se desvía en otra dirección.

— Hijo, he llorado como una magdalena, porque esas mujeres sufren muchísimo y no tienen nada de nada. Yo no puedo ver esas cosas, siempre me deprimo; después tu padre se enfada porque no me apetece jugar al póker, ni acompañarlo a la huerta a ayudar a tu abuelo a recoger las verduras…


Foto: Marijo Grass


— ¿Desde cuándo juegas al póker?

— Cosas de papá. Lo leyó en un libro de autoayuda; dice que tenemos que compartir aficiones, por eso me ha enseñado a jugar al póker; pero le gané la primera vez y ahora me da la tabarra con la revancha. Yo prefiero la brisca, y jugar con mis amigas, que tu padre se pone muy pesado cuando pierde. Pero, bueno, lo que pasa es que el video de Patricia me ha dado una congoja…

— Mamá, es un trabajo de denuncia social; y tú eres de lágrima fácil: siempre lloras con el anuncio de la lotería de Navidad.

— Cariño, yo solo quiero saber si os habéis reconciliado. Ella estaría mejor contigo, trabajando en Nueva York. ¡Con la de películas que se hacen en Nueva York! No creo que le faltara trabajo— exclama, con ganas de retomar el asunto de su interés.

— ¡No estábamos peleados!— afirmo fastidiado, porque no me gusta hablar con mi madre de mujeres.

— Ay, hijo; mira que, cuando quieres, no hay manera que sueltes prenda. Me refiero a si la cosa pinta bien; si crees que podrías ennoviarte otra vez con ella. Tú sabes que la quiero como a una hija y, ¡tengo ganas de tener nietos!

— Joder, mamá, ¡estás flipando!— exclamo, empezando a cabrearme sin poder evitarlo.

— Bueno, no te enfades, mi amor. Yo solo deseo que seas feliz y te hagas famoso con los dibujos; y me lleves a Hollywood cuando te hagan la película.


¡Arggg! Tengo que colgar el teléfono. Menos mal que ha llamado Flash y me he librado del discurso de alcahueta sin que se enoje.



Mi agente dice que todavía no tiene noticias de Marvel, pero me ha conseguido un trabajo de ilustrador. He estado haciendo unos carteles para promocionar una competición de cheerleaders que se celebra en la ciudad. Hoy he visitado un centro de entrenamiento para tomar apuntes. Me alucinan estas chicas elásticas haciendo pirámides y acrobacias. La verdad es que lo he pasado fenomenal; todas estaban buenísimas y eran muy simpáticas, sobre todo Carol, que hace de voladora y me ha servido de modelo. Me ha pedido que le regalara los bocetos a lápiz a cambio de una cena; y he aceptado, por supuesto.

Al salir del gimnasio hemos ido al famoso Stage Deli, en el 834 de la Séptima, al lado de Broadway; un lugar con 70 años de historia donde se pueden degustar auténticas delicatessen americanas, y en el que es fácil cruzarse con alguna celebridad, además de la gente que trabaja en los espectáculos. Tienen una carta de sándwiches especiales con los ingredientes preferidos de sus famosos clientes, como Clint Eastwood, Mel Brooks o Tim Robbins.
Carol ha pedido una hamburguesa gigante y un batido energético; yo, un corned beef on rye, que es carne de vaca curada y cortada a láminas, que se sirve en pan de centeno acompañada de mostaza y pepinillos. En algunos Delis, menos sofisticados, le han puesto el nombre de Obama a este sándwich porque, cuando estuvo en Jerry´s Famous Deli de Miami,
afirmó que era su favorito.

Por suerte, hemos conseguido un rincón agradable al lado de la ventana. Una vez acomodados en la mesa, ha empezado a hablar de su vida.

Carol tiene cinco hermanos y es la única hija de una acaudalada familia de Rapid City que se dedica a la cría de caballos. Son propietarios de una hípica en la que ofrecen paseos a los turistas y también forman parte de la organización de un famoso Rodeo profesional: el Black Hills Shock Show Rodeo, que se celebra desde hace más de tres décadas.



Foto: Marijo Grass


Rapid City es una ciudad relativamente grande de South Dakota, conocida como “Star of the West”; un lugar de peregrinación obligado para los Yankees porque en sus alrededores se encuentra el famoso Monte Rushmore: esa montaña esculpida con bustos de los presidentes: Washington, Jefferson, Roosevelt y Lincoln, que aparece en Mars Attacks cuando los marcianos de Tim Burton esculpen su cara y se los cepillan desde un ovni; también me suena de Superman II, y de una película de Hitchcock con Cary Grant y Eva Marie Saint.

Parece que Carol no compartía la pasión ecuestre de su familia y decidió largarse al terminar la High School. Gracias al dinero que le dio su abuela, logró venir a Nueva York en busca de formación en una academia profesional. Su sueño es convertirse en bailarina y aquí se encuentran las mejores compañías del mundo. Me cuenta que Paula Abdul empezó como cheerleader en las “Lakers Girls” de los Ángeles; tres meses más tarde ya era coreógrafa, y poco después abandonaba la Universidad para lanzar su carrera musical. Ahora sigue en el candelero porque es jurado del famoso concurso American Idol y protagonista de algunos escándalos que hacen las delicias de la prensa sensacionalista; también continúa bailando y sacando discos. Creo que, de mayor, quiere ser como ella.




Foto: Marijo Grass


Carol formaba parte del equipo de cheerleaders de su instituto en Rapid City, así que no le costó nada superar el casting para las “Knicks City Dancers”, porque es buena voladora, tiene un cuerpazo increíble y una cara de ángel muy expresiva.
Me explica un montón de curiosidades sobre su tierra y yo la escucho con interés; dice que los Montes Negros, donde se encuentra el Rushmore, pertenecieron a las tribus Sioux, pero en 1874 se encontró oro en la zona y los echaron de allí. Un siglo más tarde, la Corte Suprema decidió indemnizar a los indígenas con una cifra millonaria, pero lo que ellos querían era recuperar las tierras robadas a sus antepasados.

Mientras relata su historia, observo cómo da pequeños sorbos a su batido y mira la hamburguesa de reojo pero sin tocarla, como si fuera su guardiana y debiera mantener un aspecto inmaculado. La interrumpo para preguntar si no le gusta y quiere que le pida otra cosa, incluso le ofrezco mi corned beef; ella se ríe y afirma que le encanta, pero no se puede permitir semejante cantidad de calorías; con mirar su hamburguesa tiene suficiente para superar la nostalgia que le provoca estar lejos de casa y controlar su estricta dieta de bailarina y voladora en el equipo de cheerleaders. Enseguida cambia de tema preguntando por qué no juego a básquet, mientras se ahueca el pelo con evidente coquetería.

Muchos creen que un tío con mi altura no se puede dedicar a otra cosa. Cuando revelo que soy dibujante de cómics me colocan la etiqueta de freak o me miran con lástima, incredulidad, incluso con desprecio; como si fuera poseedor de algo valioso y lo estuviera desperdiciando; en mi caso, perdiendo el tiempo con los tebeos. Las chicas como Carol quieren que les haga un retrato. Le respondo que, a pesar de la insistencia de mis profesores, nunca pasó por mi cabeza dedicarme al deporte profesional.




Foto: Marijo Grass


Ha resultado una cena curiosa y simpática, aderezada con anécdotas de la América profunda; muy diferente a la experiencia en la Gran Manzana. Al despedirnos, me besa por sorpresa y me regala entradas para un partido de los Knicks, en el que podré ver el número completo con todas las chicas. Creía que la americanas eran menos lanzadas con todo ese asunto de las citas; parece que haya que cumplir una especie de reglamento cada vez que sales con alguien, pero debe ser que Carol viene del campo, no se rige por las convenciones de las neoyorkinas; ha crecido en las tierras robadas a los indígenas y algo salvaje le ha quedado. En fin, a nadie le amarga un dulce.


Le he sugerido a Mauro que me acompañe y ha accedido encantado. Dice que asistir a un encuentro de la NBA, en el Madison Square Garden, es imprescindible. En la cancha juegan los Knicks, las Liberty o los Rangers. También se puede ver boxeo y grandes eventos.




Foto: Marijo Grass


Esta es la cuarta ubicación del Madison Square Garden, en el cruce entre la 33 y la Séptima Avenida. Las dos primeras estaban en Madison Square, de ahí el nombre. Lo curioso es que la segunda tenía una torre a semejanza de la Giralda de Sevilla, pero la demolieron en 1925; solo quedan algunas imágenes conservadas en La Sociedad Histórica de Nueva York.






Creía que las cheerleaders eran el plato fuerte de la animación pero aquí TODO es espectáculo: desde niños prodigio que asaltan la pista en un tiempo muerto, con sus magníficas voces, bailando hip hop o tocando un instrumento, a la pequeña cantera del equipo exhibiendo su destreza con el balón. En las gradas aplauden los seguidores de los knicks, además de los centenares de turistas que incluyen esta cita en su agenda, igual que hacen con la estatua de la Libertad o el Empire State.





Foto: Marijo Grass


Al público le encanta aparecer en las pantallas electrónicas, declarando su amor, felicitando un cumpleaños o celebrando la visita de un grupo escolar.




Foto: Marijo Grass


Ha ganado el equipo local, lo que ha desatado la euforia colectiva. Las cheerleaders estaban cojonudas; nosotros hemos cumplido con el ritual de litrona y sobredosis de colesterol, gracias al tamaño descomunal de la cerveza y los perritos calientes. Al finalizar el partido, hemos ido con Carol y algunas chicas a un bar cercano. El cabrón de Mauro no ha perdido el tiempo porque lo he visto intercambiando números de teléfono. Si fuera Vicente habría desaparecido con alguna esa misma noche.





Foto: Marijo Grass


Por la mañana intento localizar a Gaby, pero su móvil continúa apagado o fuera de cobertura. Un rato más tarde, al revisar el correo, me entero por Patricia que se fue a México al finalizar el rodaje, pero ignora el motivo y el tiempo que va a permanecer allí, así que le dejo un nuevo mensaje, con la esperanza de que llame a su regreso y podamos vernos. Me incomoda no tener clara esta historia. Es como si estuviéramos jugando al despiste; por mucho que intento recordar lo veo todo turbio y me jode. Confieso a Pati mi desazón respondiendo su mail. Ella es más sutil que mi madre para sacarme esa clase de información y me vendría bien su punto de vista. “ Nada mejor que ignorar a un tío para sacar su instinto de cazador”, me contesta al instante. “¿Quieres decir que lo hace a propósito?”, pregunto. “Si le gustas aparecerá en tu vida de nuevo”, se despide, añadiendo un par de corazones y cerrando el chat.

Todavía dando vueltas al asunto, mientras doy grandes sorbos a un café extra largo que he comprado en la calle, me asomo a la ventana y observo un avión que vuela muy bajo. Por un instante imagino que Gaby regresa en él y me llama un par de horas más tarde. Necesito hablar con ella para averiguar si todavía podemos ser amigos, o lo que sea.





Foto: Marijo Grass


CONTINUARÁ