3 de diciembre de 2009

ZOE, los zApAtos y su MUNDO GLOBAL

Foto: Marijo Grass


A mi sobrina ZOE le encantan los zapatos y las papelerías; especialmente los cuadernos para dibujar y los rotuladores de punta fina. En eso se parece a todas las mujeres de nuestra familia. A los 3 años ya intentaba mantener el equilibrio sobre las sandalias de Angie para taconear por el pasillo, lo que me obligó a comprarle en los chinos —a pesar de la objeción de su madre—, un kit de princesa que incluía: corona, varita mágica y unos mules destalonados con un pompón sobre la tira y su correspondiente taconcito.

El mismo año, por Navidad, los Reyes Magos de Sevilla— que es la ciudad donde residen sus padrinos—, le trajeron un traje típico con peineta y chal incluido; pero lo que a ella le fascinó fueron los zapatos de tacón para bailar haciendo ruido.



Foto: Marijo Grass


Mi hermana Angie trabaja promocionando músicos. Eso la mantiene colgada del teléfono durante toda la jornada; incluso cuando llega temprano a casa con intención de pasar un rato con la niña antes de acostarla. Lo curioso es que puedes adivinar si sus gestiones prosperan por los dibujos que hace en su agenda mientras habla: una colección de rostros dispares con expresiones eufóricas o demasiado dramáticas.

A ZOE le encanta sentarse en sus rodillas y colorear esas caras mientras su mamá continúa dibujando con el manos libres activado; les pinta ojos ahumados, labios estridentes y pelos alborotados de colores imposibles, que harían las delicias de cualquier estilista de “Juanis” en alguna peluquería del extrarradio.

Angie siempre ha disfrutado bosquejando retratos; supongo que se aficionó al acompañar a mi madre a su clase de los sábados. Una vez la expulsaron del colegio por hacer graffitis en el patio pero, ella sólo se concentra haciendo garabatos; imagino que ese pasatiempo la ayudó a superar la timidez y ahora su hija la imita todo el rato.



Foto: Marijo Grass


A mi hermana no le importa que la niña decore las paredes de su habitación porque pertenecen a su espacio privado; por esa razón también exige que respeten sus dominios pero, es difícil acatar sus deseos porque su hija es demasiado curiosa; desde que nació muestra una cierta inclinación por todo lo artístico y, el material de dibujo que acumula su madre en su improvisado despacho es una tentación demasiado grande para no echar un vistazo al tesoro cuando puede fisgonear un rato.

Su colección de gomas de borrar, “chorizadas” en la sección de papelería de un gran Centro Comercial mientras cursaba el bachillerato, se la birló ZOE el verano pasado, mientras ella viajaba por asuntos de trabajo. El otro día la convirtió en una obra de arte para su clase de Plástica. Por lo visto la señorita pidió que hicieran algo creativo con un objeto común; a la niña se le ocurrió poner las gomas en una cajita con tapa de vidrio, ordenadas por colores y tamaños como si fueran familias, con caritas pintadas cual emoticonos y un texto grabado en un Dymo que rezaba:

“Quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón”.

Cuando le tocó explicar en clase su “instalación”, declaró sin más:

—Bueno, el titulo es de mi abuela; las gomas las robó mi madre; y yo se las quité a ella. ¡Así no me podrá castigar más porque cuando hayan pasado los cien años ¡estaremos muertas!—. Esbozó una sonrisa y regresó a su pupitre. Esta vez la maestra no dijo ni MU. Creo que es lo que más le gustó a ZOE, ¡dejarla sin habla!



Foto: Marijo Grass


Supongo que fue su venganza particular por el trabajo literario. No estoy segura si una niña de seis años entiende lo que significa “venganza”, a pesar de que todas mis amigas con hijos se refieren en algún momento a la crueldad infantil pero, Angie me relató cuánto le había afectado la evaluación negativa de la tarea anterior.

—Cariño, ¿qué estás dibujando?
—Una historia para el cole.
—Y, ¿de qué va la historia?
—Puessss, la señorita nos ha dicho que tenemos que elegir dos cosas para inventarnos un cuento; y luego lo explicamos con dibujos.
— ¿Qué tipo de cosas?
—Bueno, ella ha dicho que podía ser una mesa y una silla o un armario y una percha, ¡no sé, cosas así!
—¿Y tú qué has pensado?
— Puesss, mira mami ¡qué chulo me está quedando! pero lo tengo que pintar, bueno, sólo por aquí, y el mar lo voy a hacer con este rotulador y, a lo mejor le pongo purpurina, que la tía Layla me ha comprado purpurina de muchos colores en el chino.
—Me parece que tu tía sufre adicción a los chinos.
—Mamiiii, que el chino de la tía Layla es muy guay y tiene muchas cosas, y muñecos y pinturas, y ahora han puesto bolas y lucecitas para el árbol de Navidaaad.
— Bueno, a ver, explícame qué pasa aquí, ¡qué sandalias tan bonitas! Se parecen a las que te compró la abuela este verano.



Foto: Marijo Grass


—¡¡Mamiii, es que SON las que me compró la abuela!!
—Y, ¿estas son mis botas súper calentitas de Dorotea?
—¡Has acertadooooo! Eres buena mami. Muy buena.
— Cuéntame tu historia, cariño.
— Pueees…
Había una vez, unas sandalias que se olvidó una niña en la playa cuando se acabó el verano; y estaban muy tristes porque no tenían amigas…
—Y, ¿qué les pasó a estas sandalias tan bonitas?
—Mnnnn, llegó el invierno y las pobrecitas todavía estaban ahí, pero sucias y un poco más viejas porque se habían mojado con la lluvia, y todo eso. ¡Y estaban muertas de frío! Mira, aquí he puesto hojas secas, para que parezca que hace frío.



Foto: Marijo Grass


— ¿No le has puesto mucha cola?
— Jopeta, mamiii, ¡que eso se secaaa!!
— Vale, vale. Continúa…
Entonces, un día se encuentran unas botas, ¡tus botas, mami!, que son muy guays. ¡Y entonces le dicen a las botas:

—¡Hola, ¿por qué sois tan altas?
Y las botas contestan—. Para que el frío y el agua no lleguen a los pies en invierno. ¿Y vosotras? ¿Por qué sois tan pequeñas y tenéis agujeros?
Y las sandalias responden—. Para que los pies no pasen calor en verano. ¿Podemos ser amigas?
Y las botas responden—. ¡No podemos ser amigas porque somos diferentes!
—Y, ¿eso qué importa?— continúan las sandalias.
—Pues, que nosotras salimos en invierno y cuando hace calor nos guardan en una caja.
— A nosotras nos guardan cuando hace frío pero nos han olvidado en esta playa.
— Da igual— le dicen las botas —.Como somos diferentes no podemos ser amigas.
— Y, ¿quién ha dicho que no podemos ser amigas? ¡Si somos zapatos!— insisten mis sandalias.
— Pues no lo sé, pero es así, aunque seamos zapatos no somos iguales— afirman las botas.
— Pues a mí me parece que si somos zapatos, aunque no seamos iguales, ¡podemos ser amigas!


Mami, aquí las sandalias se acercan a las botas, como si les dieran un abrazo. Y las botas, que también están solitas, dicen:
—¡Bueno!, supongo que juntas lo pasaremos mejor.



Foto: Marijo Grass


Y aquí las pongo cuando se van; y las botas, que ya no parecen antipáticas, preguntan a las sandalias:

— ¿Queréis que os llevemos en nuestro forro de borreguito? ¡Así estaréis más calentitas!
Y las sandalias dicen—.¡Vale!— Se meten dentro y se van. Y ya se han hecho amigas…

— Mami, ¿te gusta mi cuento?
—Me encanta, cariño. Los dibujos son preciosos. ¿Cómo se te ha ocurrido la historia?
—Pues, no sé. Por una cosa que dijo Fatoumata en el parque cuando jugábamos a saltar a la goma.



Foto: Marijo Grass


—¿Qué dijo Fatoumata?
—Es que nosotras… bueno: Masha Poliakova,Laia, Andrea, Lynn Gong y yo, lo hacíamos de otra manera; Fatoumata se enfadó porque saltaba y no pisaba la goma; dijo que NO podíamos ser amigas porque éramos diferentes y por eso no pisábamos igual la goma. Y yo le dije que SÍ que podíamos ser amigas aunque ella saltara de otra forma; que así seríamos seis y jugaríamos por parejas, y lo pasaríamos genial.



Foto: Marijo Grass


—¡Te ha quedado muy bonito, mi amor!

A Angie le gustó la reflexión intuitiva que proponía ZOE en el cuento desde su percepción de la realidad, y su manera de fomentar la integración en este mundo global pero, su profesora no supo ver más allá. Le dijo delante de toda la clase que estaba mal y que no había entendido el trabajo.

Ella no encajó muy bien el golpe y esa misma noche tiró sus dibujos a la basura antes de que llegara su madre y se acostó sin cenar. Por eso estoy convencida que el cuadrito con las gomas robadas le ha permitido recuperar su autoestima y reforzar su creatividad.



Foto: Marijo Grass