31 de marzo de 2011

NO SOY MALO, SOLO SOY GAY

Foto: Marijo Grass


La verdad es que he sentido un gran consuelo al regresar a casa y encontrar a Archi en la puerta, esperándome, sentado sobre su maleta. A pesar de estar viviendo en la otra punta del globo, ha tenido los cojones de subir a un avión para brindarme su apoyo y acompañar mi duelo. Debió verme muy mal cuando le conté lo sucedido por el Skype.


—¡Tío, qué fuerte… ! —exclamo, al tiempo que me abalanzo sobre él para robarle un abrazo—. Te habrá costado una fortuna… —susurro emocionado, sin levantar la cabeza de su hombro; recibiendo con su simple contacto el cariño que tanto he añorado en las últimas horas para evitar volverme loco.

—No digas chorradas, Mario. ¡Para eso estamos, joder! No te preocupes ahora por la pasta —. Y, ha continuado abrazándome en mitad de la calle, exactamente como necesitaba; y yo, por fin, he arrancado a llorar.


Minutos después hemos subido a mi apartamento. Ni siquiera ha querido echarse un rato para mitigar el jet lag. Después de una ducha y un café bien cargado me ha propuesto dar una vuelta cerca del mar. Hemos permanecido callados durante todo el trayecto, recuperando nuestro silencio: el que practicábamos de niños cuando se agolpaban las ideas y necesitábamos ordenarlas antes de empezar a hablar; entonces éramos capaces de expresar nuestro ánimo sin articular palabra. Me conforta comprobar que todo sigue igual.



Foto: Marijo Grass


—Y, ¿ahora qué? —declaro en voz alta, mientras Archi continua con la mirada fija en el horizonte, observando bandadas de gaviotas asediar un barco de pesca, que regresa al puerto tras faenar en aguas profundas—. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Sentirme culpable el resto de mi vida? ¿Dejar de ser yo mismo para que ella descanse en paz?

Archi se gira, negando con el gesto, censurando mi drama. A continuación, me quita el sombrero y se lo pone; saca un cigarrillo y lo enciende imitando a Bogart, preparándose para disparar una de esas frases que sientan cátedra.

“¡Si la cabeza dice una cosa y tu vida dice otra, la cabeza siempre pierde!” —exclama, ofreciéndome una brillante interpretación; y aspira con fuerza su cigarrillo, dejando salir una gran bocanada de humo.

Cayo Largo —apunto al instante—. John Huston. 1948—continúo, esbozando una tenue sonrisa al recordar nuestros viejos juegos cinéfilos.




Foto: Marijo Grass


—Ella siempre lo supo, Mario; solo fingía no verlo, y siguió así hasta el final. Su jodida educación católica le impidió asumirlo —afirma convencido, aplastando el cigarrillo bajo la suela de su bota.

—Lo sé… De todas formas no es normal que me regalara semejante despedida. ¿Qué es lo que pretendía? Nunca tuvo una relación decente; se los quitaba de encima con la excusa de que ninguno era como mi padre.

Cojo un guijarro y lo lanzo con fuerza al mar.

—No la juzgues mal. Estar solo endurece. Tu madre generó un cáncer a causa de la frustración y la soledad.

—Nunca quiso saber nada de mí, de mis sentimientos…

Empiezo a caminar por el malecón. Archi me sigue dos pasos atrás.

—No estaba preparada para aceptar el sentido de tu… “singularidad”—alega.

—Creo que solo vivió su vida a medias, y ni siquiera se dio cuenta.


Nos detenemos contemplando el mar. Instantes después nos sentamos en un banco de piedra, frente a la ensenada. Archi me rodea los hombros con su brazo, como si fuéramos una pareja que pasea su amor al salir del trabajo.




Foto: Marijo Grass


—¿Recuerdas aquella fiesta, cuando cumpliste 9 años? —pregunta, al tiempo que me regala una caricia en el pelo.

—Solo recuerdo haber robado unas cervezas. Ese día probamos el alcohol por primera vez. ¡Ah! Y tu declaración de amor a Sofía, a grito pelado, desde lo alto de un árbol.

—¡Qué guapa y qué intrépida, Sofía!

—¡Qué mal me sentó!

—¿La cerveza?

—Tu declaración.

—Pues, tu madre lo dijo ese día. La escuché hablar con tu tía Elisa, mientras me zampaba una bolsa de ganchitos, escondido bajo la mesa.

—¿Qué dijo?

“Creo que nunca veré un hijo de Mario”




Foto: Marijo Grass


Archi y yo crecimos juntos; éramos vecinos y compañeros de colegio; nuestros padres íntimos, antes de que sus respectivos divorcios rompieran ese vínculo. Siempre fuimos inseparables: los mejores amigos. Cuando apareció Sofía en nuestro refugio estival la acogimos como una más del equipo; después de aquél accidente, que malogró nuestros planes, la enviaron de regreso a su hogar antes de lo previsto. No volvimos a verla hasta que se presentó con su madre, seis meses más tarde, en mi fiesta de cumpleaños.




Foto: Marijo Grass


En aquella cala, testigo de múltiples hazañas, nos creíamos dueños de nuestro destino: un rincón mediterráneo, al abrigo de un frondoso bosque de pinos, donde pasábamos el verano, instalados en una antigua casa de pescadores, con portones de madera pintados de colores vivos; el escenario perfecto para nuestros juegos piratas, que estimulaban la sed de aventuras, e incitaron aquella vez a coger la barca hinchable, sin el permiso ni la vigilancia de un adulto.




Foto: Marijo Grass


Ese día de agosto amaneció brillante; el mar a nuestros pies se mecía sereno, perfecto para remar sin peligro; pero en esa zona se levanta la caprichosa tramontana sin previo aviso, y el azote inesperado del viento, sumado a nuestra inexperiencia como marineros, nos gastó una broma pesada: volcamos, perdimos los remos y el control de la barca sin poder evitarlo; lo que me obligó a demostrar mi pericia como nadador, que tanto había estimulado mi padre, para ayudar a mis amigos a llegar al acantilado, ya que fue imposible recuperar la barca. A punto estuvimos de ser arrastrados por la corriente y perecer ahogados.




Foto: Marijo Grass


No sé si fue el miedo, la descarga de adrenalina, o la excitación que nos produjo zozobrar en el imaginario buque pirata: el de los cómics que devorábamos a la hora de la siesta escondidos en la pinada pero, una vez a salvo sobre una roca, magullados y jadeantes, convencidos que aquél podía haber sido nuestro último baño, los tres experimentamos un impulso irrefrenable de abrazar al otro; como si se hubiera despertado un instinto animal que iba más allá de nuestra camaradería, o necesitáramos expresar una atracción desconocida; algo mucho más físico, que no entendíamos ni habíamos sentido antes; solo que ese arrebato no fue recíproco. Aquél día descubrí que deseaba a Archi, él a Sofía y ella a mí. El incidente se desvaneció minutos más tarde, al ser descubiertos por un vecino que acudió a auxiliarnos, y que no dudó recomendar a nuestras madres un buen castigo.



Foto: Marijo Grass


Aquella noche me fui a la cama acalorado, disfrutando de un curioso bienestar, aunque ya no teníamos a Sofía con nosotros, y nos habían prohibido el baño y las escapadas al bosque hasta el final de las vacaciones. Observar la pierna de Archi balancearse en la litera de arriba me complacía; escuchar su respiración tan cerca me proporcionaba seguridad, puede que un cierto alivio; ni siquiera me molestaba el zumbido de los mosquitos, y el canto de los grillos aportaba una banda sonora celestial. Yo no entendía el alcance de todo aquello pero, la turbación que invadía mi cuerpo, el corazón palpitando a la velocidad de la luz, la sensación de que podía volar agarrado al canto de mi sonrisa, confirmaron que me había enamorado de Archi, y que, sin lugar a dudas, era gay. Y, llegar a esa conclusión, me liberó de un extraño peso que hasta ese momento había acarreado en mi vida. De repente, me sentí cómodo, liberado, y feliz.



Foto: Marijo Grass


Creo que Archi intuyó mis preferencias sexuales antes que yo mismo y, al contrario que algunos conocidos, años después, nuestra amistad se fortaleció tras reconocer que el amor que sentíamos el uno por el otro era distinto, pese a la desazón que me invadió al principio, al no ser correspondido. Siempre hicimos de paño de lágrimas si no funcionaban nuestros ligues; él me proporcionó la fortaleza suficiente para enfrentarme a las calumnias, cuando se cruzaron en mi vida personas que navegaban en un mar de prejuicios. Una vez llegó a decirme que, era una lástima que no tuviera un buen par de tetas y el sexo afrutado, de ser así no hubiera dudado en casarse conmigo. Al principio me pareció un agravio, pero luego me dí cuenta que se trataba del halago más bonito que jamás me habían dicho.

Nunca he sido una locaza, amante de las citas rápidas en la sauna o en un cuarto oscuro; solo soy un tío a quien le gusta irse a la cama con otro tío. Eso era lo único que me diferenciaba de Archi.




Foto: Marijo Grass


Cuando salíamos de marcha juntos, siempre se reservaba algo chistoso para provocar la risa entre mis nuevos “amigos”; afirmaba que nuestros gustos eran producto de la educación caduca y machista que habían recibido nuestros padres, cuyo patrón familiar repitieron con sus hijos porque, de niños, nos hacían soñar con profesiones uniformadas y nos regalaban hombrecitos de juguete, como pilotos, policías o bomberos; y, por eso, de mayores, seguíamos deseando tenerlos, pero de carne y hueso.




Foto: Marijo Grass


—Bueno, ¿qué tal tu vida en las Antípodas?—le pregunto, intentando olvidar mi desazón por un instante.

—Las australianas tienen los pies demasiado grandes, como las tías que dibuja Robert Crumb. ¿Te acuerdas? No acabo de acostumbrarme. Diane utiliza el mismo número que yo— relata, soltando una risotada—. ¿Y Tú? ¿Cómo te va con William? ¿Habéis avanzado algo?

—Ya sabes: guapo, arquitecto, educado, inglés… Me dice sorry después de correrse encima.

—¡No jodas!

—¡Me encanta! Ha conseguido que vaya a una clase de spining a primera hora de la mañana; y es muy bueno con nuestros viejos juegos cinéfilos.

—¿Por qué no lo llamas? Podíamos cenar los tres juntos. Todavía no te he dado mi aprobación, y sabes que yo siempre seré “la otra”, jajaja.

—¡Cabrón!—. Y de nuevo nos hemos desafiado peleándonos, hasta fundirnos en un intenso abrazo: maduro, sincero y, sobre todo, amigo.


Hace solo unas horas, pensaba que jamás superaría las últimas palabras de mi madre, antes de cerrar los ojos para siempre:“ ¿Por qué saliste malo? ¿Por qué tuviste que hacerme esto?”, ni la certeza de que tampoco, esta vez, escuchó mi respuesta: “No soy malo, mamá; solo soy gay”



Foto: Marijo Grass


Imaginaba que, por encima del bien y del mal, una madre quiere a sus hijos y desea su felicidad, aunque no comparta sus creencias, sus expectativas o su filosofía. Creo que ahora me siento capaz de asumir que ese fue el último error que cometió en su vida, y lo que debo hacer es honrar su memoria, seguir adelante y vivir la mía.



24 de marzo de 2011

SOY LA CARI

Foto: Marijo Grass



¡Ay, por Dior, qué noche! Creo que me he levantado un poco húmeda y todo; qué digo húmeda, ¡como recién salida de la sauna! A lo mejor estoy entrando en la fase Concha Velasco y es un asunto de pérdidas…, o de sofocos, que una está estupenda, pero me quedan dos telediarios y la edad no perdona, y a la que te descuidas se pasan los cuarenta y te llega la hora pero, esto, esto es diferente. ¡Qué sueños, Dior mío! ¡Si es que parecía TAN real! Me estoy empezando a sentir culpable y todo; casi me parece una infidelidad… ¿Me habrán escuchado las niñas? Juraría que he gemido como una gata en celo. Ni sé cuando han llegado. Menos mal que su fiesta era aquí al lado y no necesitaban que hiciera de chófer. Ellas saben que a cualquier hora me levanto, me pongo el abrigo y las voy a buscar; vamos, que me presento en la puerta de la discoteca con las pantuflas puestas; lo que haga falta, antes de que suban al coche de un descerebrado imberbe con dos copas de más.





Foto: Marijo Grass



Ahí están, durmiendo como ángeles. ¡Menos mal! Espero que no se hayan puesto hasta las trancas de lo que sea que beban. Tanto da lo que yo les diga ahora; todas hemos hecho burradas a su edad. Y mi husband… ¡Ay, mi husband!, ya debe estar en ruta, con un termo de café en la mano, haciendo kilómetros por media España y hablando de fútbol con sus compadres por la radio.




Foto: Marijo Grass



Y yo, encendida como un semáforo a las 6 de la mañana. ¡Dior mío, he tenido un sueño TAN excitante… ! Es que no me puedo apoltronar en el sofá a ver esas películas, que luego me quedo frita y pasa lo que pasa; y una no es de piedra, pero es que, en los últimos tiempos, mis fantasías parecen de verdad.

Yo adoro a mi husband; no estoy pensando en ponerle los cuernos, y con tanto viaje no tenemos mucha fiesta; bueno, cuando está aquí tampoco es que nos pasemos el día como conejos porque, entre sus achaques y los míos, y el cansancio del trabajo, pues eso, que hay menos sexo en nuestras vidas, pero el que tenemos es de calidad; que a mí me gusta mucho la lencería y a él verme bailar.




Foto: Marijo Grass



Lo que pasa es que llevamos casados un siglo y, hoy en día, resulta más raro que retirarse a un convento, y hay que meter un poco de chispa al asunto, porque misterio, lo que se dice misterio, pues, no es que haya mucho; por eso tenemos que echar mano de otros recursos y, aunque lo hagamos pensando en Brad Pitt y Megan Fox, todavía lo pasamos bien juntos. Además, cuando libramos los dos, saca la moto del garaje y nos hacemos una ruta con chupa de cuero y todo; entonces me imagino que tenemos otra vez veinte años, porque él ha sido motero de toda la vida, de los que van a convenciones, como si fuera uno de esos ángeles del infierno pero sin el rollo violento, que los colegas también son camioneros, y lo de hacer carretera y manta los pone muy machos y la mar de contentos; y yo me siento como en una película de Almodóvar, pero de las antiguas, que eran más de nuestra época, diciendo eso de: “En esta máquina no se monta otro chocho más que el mío”. A veces imagino que me lleva George Clooney, y así se me pasa el canguelo.





Foto: Marijo Grass



No tengo una sola amiga que le haya durado tanto el matrimonio. La mayoría va por el tercero y acumula pensiones de todos los maridos, una por cada hijo; ahora se pasan las noches coleccionando canallas en esas páginas de encuentros, porque ya se han cansado de follar con “los EROS”: carniceros, fontaneros, charcuteros, peluqueros…y todo lo demás. Yo no he probado esas cosas, me refiero a apuntarme a Meetic o así; tampoco me he tirado a ningún ERO; y no es que no sienta curiosidad, ¡para qué nos vamos a engañar! Pero reconozco que, cuando quedo con ellas y me cuentan sus noches de locura y desenfreno, acabo con agujetas en la barriga, porque los chascos que se llevan al comprobar que el maromo no se parece nada al de la foto, y sus chistes no tienen ni puñetera gracia, pues eso, que nos da para una sesión de risoterapia, que no engorda y mejora la autoestima; no como el chocolate, que sí mejora la autoestima pero te pone como una vaca.




Foto: Marijo Grass



De todas mis amigas, Mari Fe, que hace honor a su nombre, se lleva la palma. Ella sigue y los persigue, intentando encontrar diversión donde sea; no dejará que crezcan telarañas en sus bajos hasta que se vaya al otro barrio. Este año lleva 101 citas, como los Dálmatas; dice que a ella no se le atascan las tuberías ni muerta, así que después de chatear un rato y hablar por teléfono ya lo tiene claro, y a los dos minutos de verse le suelta al fulano: “Ya tardas en enseñar tu mercancía”. ¡La muy bruta!

Mari Fe no está para perder el tiempo con preliminares; le parece un asunto de adolescentes, que todavía creen en el príncipe azul y no saben lo que les espera en la vida; por eso va al grano y ahorra minutos para otras citas. Eugenia, en cambio, siempre está agregando gente al messenger; intenta averiguar cual de sus amigas haría migas con los tipos que conoce y con los que no va a quedar ni en broma; como una trotaconventos pero por internet, porque ella, a pesar de llevar puesta una cornamenta como de búfalo africano, todavía sigue preguntando a su Paco: “Cariño, ¿existe alguna posibilidad de salvar lo nuestro?”. Y Bea, Bea necesita desahogarse porque si no revienta; con la pandilla de cafres que tiene que aguantar en sus clases de matemáticas ya tiene bastante, por eso no quiere hijos ni relación estable.




Foto: Marijo Grass



Yo soy mucho más romántica; siempre he sido fiel a mi husband desde que dejamos el Instituto, que allí los dos tuvimos nuestros líos, como lo mío con Joaquín Campos, que fue el de mi primera vez, por eso lo recuerdo con cariño, aunque no fuera una experiencia bonita sino una especie de trámite, para dejar abierto el camino a los que llegaran después, porque todas mis amigas lo habían hecho y yo no iba a ser la estrecha que no se jalaba un rosco. Después me enamoré de mi husband y hasta el día de hoy. Y hemos tenido nuestras crisis, como todo hijo de vecino; que me pone de los nervios cuando pasa más de dos semanas sin salir de viaje y lo tengo en el sofá dando la brasa: que si Cari esto, Cari lo otro y lo de más allá; pero Cari solo hay una, y yo no me llamo Cari sino Esperanza. Cuando me satura me voy a dar una vuelta al mercadillo y me compro algún capricho, pero a él le digo que me han cambiado el turno en el hospital, o que tengo que consolar a alguna de mis amigas porque no tiene un husband tan enrollado como él, y con eso se queda contento y me deja en paz.




Foto: Marijo Grass



Menos mal que después de parir a mi Yoli, que es la pequeña, me puse otra vez con los estudios; aprendí a usar el ordenador y conseguí sacarme el diploma de Auxiliar de Clínica. Ahora me gano la vida haciendo camas y repartiendo pastillas; y eso es mejor que currar de reponedora en el súper; todo el día ordenando paquetes de detergente y botellas de aceite de oliva; por lo menos conozco personas diferentes cada día y puedo charlar. Y estar rodeada de gente, necesitada de salud y cariño, me hace pensar que mi vida no está tan mal. De todas formas estoy haciendo méritos, a ver si me cambian a Pediatría, que yo me manejo bien con los niños, en esa planta huele a Nenuco y los médicos residentes están como un queso; y ya puestos, también sirven para mis fantasías.




Foto: Marijo Grass



Cuando él se marcha de viaje y me quedo sola en casa, me dedico a leer novelas románticas o escribo mis neuras en un blog. Antes quedaba más con las chicas, para despellejar a nuestros maridos o hablar de trapos y de hijos. Ahora que casi todas se han vuelto singles, y se dedican a coleccionar citas horribles con hombres que acosan en el Facebook o en Meetic, me he tenido que buscar otra diversión. Lo mejor es que no se lo he dicho a nadie, excepto a Bea: la profe, que es la que me ayudó con lo del blog; y nuestro pacto de silencio, sellado con chocolate y magdalenas, no lo rompe ni Dios; así podemos explayarnos a gusto, porque esto es como los diarios que escribíamos de pequeñas, solo que lo puede leer todo quisque y dar su opinión. Y hemos hecho nuevas amigas, a las que queremos como si fueran de toda la vida, aunque no nos hayamos visto nunca o tengan la edad de nuestras madres o nuestras hijas; y a mí, visitar a la gente en su casa virtual, con la mascarilla exfoliante en la cara, mientras se calienta el horno o se cuecen las verduras, me hace todo más llevadero. Y si no, me pongo una película con alguno de los actores que me gustan, buenorros y canallas; y después pasa lo que pasa, que sale George a lo Gary Grant en mis sueños y me arrima la cebolleta, o me pone mirando a Cuenca; y yo me despierto como recién salida de la sauna y más contenta que unas pascuas.





Foto: Marijo Grass


Dedicado a LA QUELI y a AMPARO, que acaban de sellar una bonita amistad en directo, con flechazo y banda sonora de petardos falleros; por obra y gracia de sus blogs.

17 de marzo de 2011

¡SÍ, BUANA!

Foto: Marijo Grass


Hoy ha venido Carmelita a buscarme; quería que fuéramos juntas al parque de la Fuensanta; la concejala daba una charla por el Día Internacional de la Mujer y después invitaban a un piscolabis. Menos mal que se ha presentado en casa porque, de no ser así, Antonio me hubiera puesto alguna pega para salir: ¿Adónde vas con esa facha?” o “¿Acaso eres una mujer trabajadora? ” Pero, claro, delante de Carmelita no se le ocurriría hacerme un feo, y más sabiendo la clase de cotilla que es, así que, muy a su pesar, nos ha dado la bendición; eso sí, la puntilla que no falte: “ Manuela, no tardes mucho que tenemos que trasplantar los geranios”; como si los geranios no pudieran esperar esa operación; ¡si todavía no ha llegado la primavera…! Tanto da; hoy son las macetas y mañana tocará limpiar la jaula al canario, aunque no tengamos canario. La cuestión es pasar 24 horas a su lado, atendiéndolo, sin descanso ni diversión; y eso…, eso no es amor, es egoísmo y subordinación.




Foto: Marijo Grass


Al llegar al parque, Carmelita ha empezado a pasar lista. A mí no me gusta esa costumbre suya de no dejar títere con cabeza, porque no se le escapa una: que si fulana está más fondona de lo habitual, si a mengana no le queda bien el tinte, si la nieta de zutana se ha liado con su jefe… En fin, si no fuera porque nos conocemos desde niñas y Antonio no le replica nada por el qué dirán, y es la única manera que yo me de un garbeo con otras personas que no sean mi marido… ,bueno, pues, no seríamos amigas, porque a mí esas cosas no me van.





Foto: Marijo Grass



—Pero, ¿tú la has visto?

—¿A quién?

—A quién va a ser, ¡a Eugenia!

—¿Eugenia?

—Si, mujer, la de Pascual, el de la relojería.

—¿El que le dio un infarto en la misa del gallo? ¿Esa Eugenia?

—Esa misma. Es medio prima mía, lejana, pero medio prima.

—Pues, no. La verdad es que no la había visto desde el entierro. Parecía muy afectada...

—¡Uy, y tanto! Casi le deja el negocio al párroco que dio la misa ese día…; de lo agradecida que estaba.




Foto: Marijo Grass



—¿Agradecida?

—Sí, agradecida al Santísimo, por llevárselo de una vez y en un día tan especial. Yo creo que si Pascual no llega a estirar la pata, antes de empezar el año nuevo, le habría puesto cianuro en la sopa, o ella hubiera terminado en manos de un loquero.

— Ay, Carmelita, qué bruta eres. ¿Cómo se te ocurren esas cosas?

—Porque la pobre no aguantaba más. Cincuenta y cinco años es mucho aguante, y ese hombre la tenía amargada, en un sin vivir… Y, ¡vete a saber si también le ponía la mano encima!

—Yo tenía entendido que Pascual era un buen hombre. Y ella…

—Ella está más feliz que una perdiz. ¡Si parece que se haya operado y todo! Se ha quitado 20 años de encima, por lo menos. Ahora hace Pilates; se ha gastado una fortuna en ropa que podrían llevar sus nietas; también se ha matriculado en un curso de pintura, y dice que quiere volver a conducir; pero yo no creo que a los 76 le renueven el carné, por la vista y todo eso… Aunque a Pepita, la mujer de Leandro, si que se lo han dado, y esa si que es un peligro circulando.

—Pues, sí. Ahora que me fijo, se la ve más joven… o más feliz.




Foto: Marijo Grass


Me pregunto si todas las mujeres de mi generación rejuvenecemos al enviudar; porque a nosotras el divorcio nos llegó tarde, con los hijos por criar y los prejuicios y la cobardía abanderando nuestra cotidianidad. Observar a Eugenia, tan moderna y con esa energía, cuando hace solo dos meses que falleció su marido, me produce un cierto desasosiego. No sé qué me pasa; no puedo creer que sienta envidia…, o quizás un poco sí, aunque me iría de cabeza al infierno si tuviera el valor de reconocer semejante barbaridad. Y puede que Eugenia aguantara carros y carretas, y unos cuantos guantazos también, pero yo jamás he vivido una experiencia como esa, porque mi marido me quiere a rabiar.




Foto: Marijo Grass


El problema es que es un hombre solitario; nunca le ha gustado que haga planes con otras personas que no sean él; y a mí me gusta conversar con gente de cualquier edad, incluidos los amigos de mi nieto, que yo les ayudé a todos con las matemáticas, y ellos me contaban sus hazañas o me enseñaban a manejar el ordenador cuando venían a casa a merendar, pero ahora que se han ido a la ciudad, a empezar una carrera, me he vuelto a quedar sola con él, repartiéndonos los crucigramas que trae la prensa dominical. Eso nos entretiene un rato, pero yo me aburro como un pez en la pecera, hasta que consigo sacarlo de casa a dar una vuelta. Supongo que no debería quejarme; a fin de cuentas: “¿Para qué llorar por la leche vertida si ya no se puede recoger?




Foto: Marijo Grass


Mi Antonio ha sido un hombre de bien; honrado y afectuoso; nunca me ha faltado nada a su lado; ni ha tenido líos de faldas o vicio alguno, pero siempre ha sido TAN dependiente y TAN celoso…; y yo con el “Sí Buana”, agachando la cabeza para no contrariarle. Debí revelarme entonces. Yo venía del mundo del trabajo, tenía estudios, y la posibilidad de conseguir un nuevo empleo después de la boda, cuando me trasladé a su pueblo; pero ahí entró el cura en escena, rogando que cediera mi título de Maestra a una soltera que no lo tenía para dirigir el colegio, una idea que rechacé de inmediato; pero Antonio y su madre se mostraron escandalizados: “¿Cómo se te ocurre que vas a trabajar?” Y esa vez fue mi suegra la que añadió la puntilla: “ La gente pensará que tu marido es un perdedor, así que, ¡NI HABLAR!”. Una vez más, bajé la cabeza y exclamé: ¡Sí Buana!




Foto: Marijo Grass


Dos años después me llamó una inspectora, amenazándome:

—Pero, ¿cómo se le ocurre? ¡Por esto la puedo inhabilitar de por vida! ¡Y perdería su título!

—Mnn, yo…, el cura…mi marido… Lo siento… Yo no quería.

Ese fue un episodio de tantos. Mi Antonio es un tipo refinado, siempre ha querido que me siguiera cultivando, pero se ocupó de que sucediera en los límites de mi casa o de mi familia más próxima, así que mi vida social fue mermando hasta resumirse en: un fin de semana para visitar a mi madre por Pascua y alguna tarde robada, para acudir a algún evento con Carmelita o tomar un chocolate con mis primas, antes que regresara de la oficina.




Foto: Marijo Grass



El matrimonio me ha dejado sin trabajo hasta la jubilación, y mi vida ha consistido en criar a los niños y atender sus deseos; los míos dejaron de existir hasta que falleció mi suegra: la causante de casi todas mis desdichas, porque para él, que era hijo único, su madre siempre fue la primera.




Foto: Marijo Grass


En aquél momento pensé que las cosas iban a cambiar, que tendríamos nuestra intimidad y empezaríamos a divertirnos un poco, pero nada de eso sucedió. Él se aficionó a la fotografía: otro hobby solitario; y no es que me pareciera mal porque le gustaba hacer retratos de la familia, y a mí me sacaba muy guapa, pero entonces empezó a pasar las noches encerrado, en un cuarto oscuro que había improvisado en el lavabo de cortesía que teníamos frente a la cocina. Yo me aficioné a la repostería, para que tuviera un rico tentempié esperándole, cuando salía de aquél laboratorio a respirar algo más sano que esos apestosos productos químicos.





Foto: Marijo Grass


Todos los domingos me llevaba los niños al parque, y él se quedaba en casa montando sus álbumes de fotos. El parque se convirtió en mi desahogo, aunque no creo que pudiera llamarse diversión. Y siempre ponía peros, o me hacía cambiar de vestido; decía que no necesitaba ir a diario, y mucho menos tan arreglada, que para eso teníamos una casa con jardín, para que pudieran jugar los niños.




Foto: Marijo Grass


Yo, de joven, tenía buen cuerpo y unos ojos bonitos; me gustaba pintarme los labios de rojo y llevar algo ceñido. Empecé a arreglarme en el zaguán, igual que mi hija de adolescente, aunque solo fuera a comprar la leche y el pan. Necesitaba verme guapa; que me echaran un piropo en la calle y me sintiera…, no sé, más mujer, porque a esas alturas ya había aceptado que mi marido era un tipo muy celoso y bastante aburrido; algo que no supe detectar en las cartas que nos enviábamos durante nuestro noviazgo. Nos conocimos durante unas vacaciones en su pueblo, donde también residían mis primas, y nuestra relación, hasta que nos casamos, fue epistolar. Es cierto que compartimos el placer de la lectura, porque ambos somos muy curiosos y amantes del romanticismo y la fantasía, lo que nos ha proporcionado temas para conversar; pero yo soy muy sociable, y siempre he añorado mi trabajo en la ciudad; él, en cambio, es un ermitaño al que nunca le ha gustado relacionarse con extraños ni salir a bailar.




Foto: Marijo Grass



Esta mañana, al ver a Eugenia tan alegre y liberada, no he podido rechazar una imagen que sobrevolaba mi cabeza, la de intercambiar mi vida por la de ella; y del sofoco y la excitación que me ha dado casi me pongo mala. Yo quiero a Antonio, y él, por mí, siente auténtica devoción, pero estoy segura que es demasiada, porque incluso ahora, de jubilado, quiere tenerme todo el día a su lado, y eso es casi una obsesión, muy malo para la salud mental; y cuando me agobio me pongo a preparar comida que acabaré tirando, o regalando a mis primas, porque mis hijos están lejos, y ahora mi nieto también; y lo cierto es que estoy deseando que regrese por vacaciones y me siga explicando lo de Internet, para tener una nueva distracción que me haga olvidar un rato el “Sí Buana”.




Ilustración: Marijo Grass

3 de marzo de 2011

MEJORES AMIGAS

Querido diario,

Esta semana ha sido muy GUAY, porque estamos celebrando el carnaval, y también NO, porque Maddy ya NO es mi mejor amiga; dice que la suya es Fatumata. Y no mencanta el carnaval porque ya no tengo mejor amiga.



Foto: Marijo Grass


Mi mamá ha estado trabajando muchos días con los músicos, pero ha vuelto de viaje para venir a la fiesta del cole, y ahora estamos tumbadas en su cama esperando al señor de la moto que trae la pizza, y vemos las fotos que ha hecho con su Aifon, y salen ELLAS, muy amigas.


—Mami, ¿tú crees que se puede estar contenta y enfadada a la vez?

—¡Uy, pues claro!, igual que puedes llorar de risa, o reír por no llorar, o llorar simplemente porque lo necesitas.

—No entiendo.

—Cariño, el estado de ánimo puede cambiar por muchos motivos y, a veces, se queda a mitad de camino. Es el teatro del mundo; la vida te enseña a reír y llorar; los sentimientos van de un lado a otro, y te confunden cuando las cosas no resultan como esperabas. Algunas veces te hacen sentir bien y otras no, pero eso significa que estás viva.

—No sabía que el mundo fuera un teatro.

—Bueno, dentro de unos años lo entenderás. Todos tenemos un personaje y nos ponemos un disfraz…

—¿Y si no te gusta el personaje que te ha tocado, o el disfraz, lo puedes cambiar?

—¡Pues, claro! Eres dueña de tu vida. El personaje lo creas tú, y puedes cambiarlo siempre que quieras.

—Pues, en el cole no te dejan.

—A ver, mi amor ¿qué ocurre?, ¿por qué estás contenta y enfadada?

—Mira, mami, yo estaba muy contenta, porque empezamos la semana haciendo un taller de máscaras para el carnaval; y la señorita Belinda, que es la seño guay, dijo que las mías de animales habían quedado muy chulas, y las colgó en la clase y todo…

—Es verdad, cielo. Tus máscaras son muy bonitas, con toda esa purpurina que brilla…





Foto: Marijo Grass



—Entonces, Lluis, que se sienta entre yo y Maddy, bueno, entre Maddy y yo, y le gusta fastidiar, empezó a llenarse las manos de pintura y tiró el bote encima de la máscara de Maddy, que estaba al lado de la mía pero no le pasó nada. Y se acabó el taller de plástica y ella se quedó sin máscara, y ya no tenía tiempo de hacer otra y, como le gusta Lluis, que siempre está detrás de ella, en vez de enfadarse con él, bajó al patio y ya no quería jugar conmigo; y se fue con Fatumata, porque no tenía una máscara chula colgada en la clase y yo sí.





Foto: Marijo Grass



—Bueno, cariño, entiendo que Maddy se enfadara por quedarse sin máscara, pero que lo hiciera contigo no. Lo que pasa es que siempre hacemos tonterías cuando se cruza alguien que nos gusta. Seguro que Lluis quería llamar su atención y ella descargó su enfado contigo.

—Pero, si yo no hice nada…

—Lo sé pero, en ese momento, los sentimientos de Maddy estaban confundidos. Ya verás como todo se arregla y volvéis a ser amigas.

—Yo estaba contenta porque la seño había elegido mi máscara, pero no estaba contenta porque Maddy prefería jugar con Fatumata.

—¿Y todavía le dura el enfado?

—No, pero a mí si.

—Vaya, y ¿por qué?

—Pues, ayer, la seño nos explicó todo lo del carnaval, y dijo que estuviéramos muy atentas porque después iba a preguntar…

—Y ¿qué es lo que explicó?

—¡Jopeta, mami, pues, la historia del Carnaval!

—Cuéntamela, anda…

—¡Ay, mamiii…!

—¡Venga, porfi, que yo no la sé!

—¿Ah no? Pues, vale. Yo te la explico. Mira, la seño dijo que, el carnaval, es una fiesta muy antigua, que primero fue pagana y después cristiana; y que unos señores estudiosos, dicen que, muchos años antes de Jesucristo, los campesinos se juntaban y hacían una hoguera, y se pintaban los cuerpos o se disfrazaban; y bailaban para celebrar la cosecha y que no vinieran espíritus malos a estropearla. Después, bueno, muchos años después, en Egipto lo hacían también, y hemos buscado en el mapa dónde está Egipto. Y luego los griegos y la gente del reino romano también hacía las fiestas del vino, para su rey…

—Sería el Imperio Romano, y no era un rey sino un Dios, el Dios Baco…

—¡Jopeta, mami, sí que te lo sabes!

—Conozco la historia de Roma pero no la del carnaval. Venga, no te enfades y cuéntame, que lo estás haciendo muy bien.

—Valeee, pues, la seño dice que, en esas fiestas, la gente iba disfrazada y llevaba máscaras; y así se mezclaban y nadie sabía quién era rico o pobre; y también los buenos y los malos. Y todo el mundo era libre y podía decir lo que quería.

—Así no había distinción de clases.

—Nosotras hemos hecho la rúa con todas las clases juntas, los pequeños y los mayores.




Foto: Marijo Grass


—Me refería a las clases sociales. En esa época había esclavos, y supongo que era el único momento en que todos podían disfrutar juntos, en la misma fiesta, gracias a las máscaras y los disfraces.

—Pues eso, y entonces los cristianos llevaron la fiesta a América. Y también hemos señalado en el mapa donde está Europa y América. Y ahora se celebra el carnaval en muchos países del mundo que son cristianos. Y son muy famosos en Brasil, Colombia y en Venecia, que hacen unas máscaras muy bonitas. Y aquí hacen una fiesta muy grande en Canarias, o en Cádiz, y en muchos pueblos de Cataluña como Vilanova i la Geltrú. Y salen carrozas y desfiles; y la gente se disfraza de una cosa que no es; y muchos chicos se disfrazan de chicas y al revés; y cantan y bailan, y todo eso, porque después viene la Cuaresma y no se come carne.

—¡Has aprendido muchas cosas!

—Sí, pero cuando votamos para ver de qué nos disfrazábamos en la rúa, ganaron las princesas y los piratas; y yo quería ponerme mi traje de china, o que ganaran los animales.

—¡A mí me parece que estabais muy guapas de princesas, y también los piratas!




Foto: Marijo Grass



— Pero yo había votado por el disfraz de animales; y cuando la seño me preguntó lo de señalar en el mapa Europa y América, solo me acordaba donde estaba África, porque había visto en la biblioteca el libro de los animales salvajes, que tenía el mapa de África; y Maddy no me dijo nada. Menos mal que Clara me lo chivó; y ahora estoy pensando si Clara es mi mejor amiga.

—Bueno, yo creo que se pueden tener varias mejores amigas; es más divertido porque cada una aporta cosas nuevas. Y ¿te has enfadado con Maddy porque no te ayudó con lo del mapa?

—¡Qué va! Ella tampoco se acordaba. Ha sido esta tarde, antes de la rúa, que hemos ido al baño, y ella ha salido primero, y Lluis me ha dejado encerrada y se ha ido con ella; y hasta que ha llegado Clara, que estaba en el grupo de los piratas y me ha rescatado, no he podido salir; y me he perdido el concurso de disfraces, pero ha ganado el de las princesas y yo no estaba; por eso NO he subido al escenario y NO me han dado la piruleta de premio. Y luego, ha venido Maddy comiéndose la piruleta y me ha preguntado si éramos amigas, y yo he dicho que no, porque si fuera amiga no me habría dejado encerrada; y yo le había dicho que le regalaba una de mis máscaras y no la quería. Y ahora no tengo mejor amiga, porque Clara es guay, pero siempre va con Mónica, porque les gusta el fútbol y jugar a la pelota, y no quieren hacer el baile de las divinas, ni jugar a las witch y tener poderes, que es muy divertido.




Foto: Marijo Grass



—Bueno, mi amor, yo creo que es más divertido tener varias mejores amigas; y un día invitar a Clara y Mónica a jugar a las witch, y otro compartir con ellas la pelota. Yo no hago las mismas cosas con todas mis mejores amigas, porque tenemos gustos diferentes, y hacemos planes que unas veces nos gustan más a unas que a otras pero, nos queremos, nos ayudamos, y nos encanta pasar un rato juntas y hacernos felices, porque las mejores amigas son tu familia de corazón. ¿Verdad que hemos hablado muchas veces de los hermanos de corazón?

—Sí, mami, yo tengo a Max y a Virgi y a Maddy…

—¿Lo ves? Tú quieres a Maddy también, aunque ahora estés un poco enfadada con ella porque ha preferido estar al lado de Fatumata en la rúa, o se ha ido un rato con Lluis. ¿Por qué no la llamas? Podrías invitarla mañana a merendar, y a Fatumata y las demás también; y después os llevo al parque, que hay una fiesta y os podéis disfrazar otra vez.

—¿Puedo elegir otro disfraz?

—¡Pues, claro. Y ellas también!




Foto: Marijo Grass



Querido diario,

Esta tarde, mi mamá ha llevado a todas mis mejores amigas a la fiesta del parque, y cada una ha elegido un disfraz. Había un concierto de unos músicos de Brasil, y mamá los conocía y nos han dejado subir al escenario, y también nos han enseñado una danza que parece que estés luchando y haces muchas volteretas, y es muy guay; y ahora será nuestro baile de las witch. ¡Ah! Y nos hemos encontrado a Lluis con otros niños del cole que también querían hacer lo de la lucha, y la danza de Brasil se llama Capoeira, o algo así.