21 de octubre de 2011

LA VERSIÓN DE MARIANA


Foto: Marijo Grass


Este fin de semana, a pesar del mal tiempo, he ido a visitar a mis padres. Desde que resido en España lo hago con mayor frecuencia que antes. Mamá ha aprovechado la ocasión para que la ayude a convertir mi antiguo dormitorio en su estudio, con un cómodo sofá-cama para invitados y una mesa de despacho. Mi hermana Elena ha dado su aprobación sugiriendo que empaque sus cosas y las tire a un contenedor. En eso no nos parecemos mucho; yo soy de las que guarda con cariño los recuerdos, en especial los detalles románticos. No me refiero a objetos que acumulan polvo en las estanterías. Trabajar en otros países me ha obligado a llevar lo imprescindible para mudarme ligera de equipaje, pero siempre he conservado los cuadernos Moleskine que utilizo como diarios, ilustrados con una buena cantidad de dibujos, fotografías, billetes de avión o entradas de espectáculos.


Foto: Marijo Grass


Mi primer Moleskine me lo regaló el abuelo por mi décimo aniversario; desde entonces he estrenado uno nuevo cada primero de año. El sábado por la tarde, al encontrar en una preciosa caja de cartón los de mi época adolescente, no pude resistir la tentación de tumbarme en la alfombra y echarles un vistazo, en especial al que escribí cuando contaba trece años. Ese verano me enamoré por primera vez; veinte años después me he vuelto a cruzar con ese chico, aunque no estoy segura de que me haya reconocido. Sebastián de la Torre: un ejecutivo de grandes cuentas guapísimo, a quien he impedido un fulminante despido sin finiquito, que es lo que proponía la entidad bancaria, ofreciéndole una oportunidad de empezar de cero, en una zona rural con grandes posibilidades de negocio.


Foto: Marijo Grass


Abrí el diario, esbozando una sonrisa nostálgica, y empecé a ojearlo:

“ Acabamos de llegar al apartamento. He aguantado a la plasta de Yoli y sus canciones ridículas todo el viaje. Yoli es una prima lejana de 7 años que va a pasar el mes de agosto con nosotros. Sus padres se están separando y me toca cargar con ella para que no piense en ese rollo. ¡Qué fastidio! No quiero hacer de canguro. Tenía otros planes para el verano. Mamá nos ha ordenado que saquemos la ropa de la bolsa y la colguemos en el armario, pero antes tengo que escribir porque me he puesto como un flan al verlo con su amigo Jonás cuando aparcábamos el coche; así se me pasa el canguelo. SEBAS, SEBAS, SEBAS. Me gusta un montón. Estaba muy guapo con el pelo largo. El año pasado, cuando me pegué un trompazo con la bici, me arregló el freno y me acompañó a la enfermería de la playa. Después llegó Jonás a buscarlo para ir al faro a hacer una competición de escupitajos; nunca más me ha hecho caso, pero yo sé que le gusto. Cada vez que nos cruzamos me mira igual que un pastel de chocolate. Una vez lo vi escribir en la arena mi nombre con un palo; bueno, no ponía más que una M, de Mariana; está claro. Me muero por coincidir con él y que me pida salir juntos, pero no sé qué hacer para conquistarlo. Conozco otras chicas que le van detrás y son más lanzadas que yo, así que lo tengo crudo.
Ya está mi madre en la puerta con cara de malas pulgas. Siempre se estresa cuando empezamos las vacaciones. Dice que trabaja como una burra mientras los demás se relajan. Voy a guardar la ropa o acabaré castigada. Sacar buenas notas y portarme bien no ha servido de nada”



Foto: Marijo Grass


Me pregunto si las cosas han sucedido tal y como las recordamos. Ni siquiera estoy segura si lo plasmado en el papel se ajusta a la experiencia real, aunque revele sentimientos distorsionados por la imaginación y el deseo. Aquél verano me encapriché de Sebastián. Me dediqué a hacerme la encontradiza con él para llamar su atención hasta que llegó mi oportunidad, el día que ganó un merecido tercer puesto en la carrera de karts. Yo había sido coronada reina de las fiestas gracias a mi tío, que formaba parte de la comisión organizadora y se ocupó de todo, incluyendo la elección de mi prima como dama de honor, que también gozaba del privilegio de subir en carroza vestida de princesa, pero me llevé un chasco tremendo al empezar a repartir ramos y besos a los ganadores, porque él se puso nervioso y casi tira las flores, aunque en la foto del diario local, la que salió con cara de imbécil fui yo.


Foto: Marijo Grass


Días más tarde se celebraba el pasacalles. Esa mañana me levanté eufórica. Iba a estrenar un precioso vestido de tafetán rosa y maquillaje, como las mayores. Con suerte me vería más guapa que nunca, pero a mi hermana se le ocurrió confesar que estaba embarazada durante la comida, con 17 años, y lo estropeó todo. La abuela siempre afirmaba que Elena era muy ligera de cascos; yo pensaba en lo mucho que le gustaba jugar a doctores con sus novios. Mis padres se pusieron como energúmenos, a pesar de que ella se mostraba feliz con la noticia. Estuvieron a punto de hacer las maletas y dar por terminadas las vacaciones, pero mi tío alegó que regresar a la ciudad no solucionaba el problema y él quedaría fatal si desaparecía la reina de las fiestas. Finalmente subí a la carroza con mi prima, deseando que terminara el desfile para escaparme a la feria de atracciones y olvidarme de todo. En aquél momento no era muy consciente del marrón en el que se había metido mi hermana por voluntad propia. Imaginaba que a partir de ese momento mis padres me empezarían a controlar y no me dejarían salir con chicos.


Foto: Marijo Grass


Un par de horas después, mientras intentaba descargar mi malestar con una escopeta de balines, apareció él y ganó un peluche para mí. El gesto me sorprendió tanto que acepté su invitación para subir a la noria. Supongo que estaba muy nerviosa. Hacía una noche fantástica, una ligera brisa templaba el calor de agosto y un montón de luces multicolor giraban al mismo tiempo que nosotros, provocándome un mareo delicioso. Él también parecía alterado. Permanecimos callados unos minutos. Poco a poco sentí cómo deslizaba su brazo y apoyaba la mano sobre mi hombro, acercó su rostro al mío y me dio un beso en los labios. Me quedé paralizada unos instantes, sin saber cómo reaccionar. Dijo algo incomprensible y me aparté brusca, avergonzada. Había soñado tantas veces con ese beso… Mi primer beso, y lo había fastidiado. Ese es el beso con el que comparas el resto de besos de tu vida; no creo que fuera para tanto pero jamás lo he olvidado.


Foto: Marijo Grass


“ Me ha besado, me ha besado. ¿Será idiota? Me he roto el vestido al salir corriendo de la noria. Mi madre me va a matar. ¡Me ha besado! ¡Sebas me ha besado! Cuando se lo cuente a Elena va a alucinar. Mejor no se lo cuento; ella ya tiene bastante con su embarazo. ME HA BESADOOO!!!”



A partir de entonces me dediqué a frecuentar lugares en los que podía coincidir con él. Siempre me regalaba una sonrisa o me miraba con descaro cuando me veía con mi prima arriba y abajo. Pasaban los días y no sucedía nada; ninguno de los dos se atrevía a dar un paso, hasta que lo encontré repartiendo la prensa en mi edificio y me preguntó si quería ser su pareja en el baile. Lo interpreté como una declaración, imaginando que tendríamos ocasión de besarnos de nuevo en un escenario de cuento, y sería mágico.


Foto: Marijo Grass


Apareció puntual, vestido con un pantalón de lino y una camisa blanca. Nunca lo había visto tan arreglado. En realidad no lo había visto más que con bañador, camiseta y descalzo. Cuando atravesamos el jardín observé a toda mi familia controlando la escena desde la terraza. A mi madre no le hacía ninguna gracia, continuaba deprimida a causa de mi hermana. Si no llega a ser por el tío Alfredo, que intercedió por mí, me hubiera quedado en casa. De camino al faro, Sebas se mostró muy simpático, incluso dimos un romántico paseo por la playa; después me cogió de la mano para acceder al recinto. Me gustaban su sentido del humor y las historias que contaba, además de su nuevo aspecto: vestido, calzado y con expresión canalla.


Foto: Marijo Grass


Una vez en la fiesta preguntó si quería tomar algo. Me quedé sentada frente a la pista de baile. El grupo interpretó cinco canciones y yo seguía esperando. Me levanté con intención de reunirme con él en la barra; había tanta gente bebiendo y brincando, empujándome mientras me abría paso, que casi me desmayo. Se había evaporado sin dejar rastro. Divisé alguno de sus amigos, incluído el pelma de Jonás, pero me dio vergüenza preguntar. Todos habían bebido e intentaban ligar con extranjeras para exhibir las fotos como trofeos al empezar el colegio. Regresé al lugar donde nos habíamos separado, recordando las palabras de mi madre cuando era niña y me daba instrucciones por si me perdía en el parque. Permanecí sentada, abrumada y cohibida hasta que se acabó el baile. La gente desalojaba el recinto para dirigirse al puente, a contemplar los fuegos artificiales.



Foto: Marijo Grass


Empecé a ponerme nerviosa y de un humor de perros. No quería encontrar a ningún familiar porque se me iba a caer el pelo. Había prometido que él me acompañaría a casa al terminar la verbena. Entonces lo vi, tirado en el suelo con sus amigos borrachos, metiendo mano a una tía de la edad de mi hermana que tenía unas tetas enormes. Sentí como me encendía de rabia. En un arranque furibundo me acerqué y le di una somanta de palos mientras intentaba contener lágrimas de odio.

Regreso a la lectura del diario y me invade una extraña nostalgia, al tiempo que mis labios esbozan una cálida sonrisa. Cuánto sufríamos las niñas a esa edad, a cualquier edad. Me temo que eso no ha cambiado.

“ Te odio, te odio. Idiota. Imbécil. Te vas a acordar de mí, Sebastián de la Torre. Te odio para siempre jamás.”



Foto: Marijo Grass


Hace un mes, cuando me encargaron sanear la entidad bancaria, me llevé una sorpresa al encontrar su nombre en la lista negra. No estaba segura de que fuera él; consulté la base de datos y al ver su foto casi me da un ataque de risa. ¡Dios, qué bien le han sentado los años! El tío está para comérselo, pero a la vista de los informes su situación era crítica y su futuro incierto. Decidí contar a Sabrina mi desengaño adolescente con el Señor de la Torre. Al terminar mi relato estalló en una sonora carcajada.

—¡Qué fuerte! Está claro que la venganza se sirve en plato frío. Ha llegado tu oportunidad de devolver la pelota y marcar el gol de la victoria —exclamó mi asistente.

—¡No fastidies! ¡Han pasado veinte años! Desde entonces atesoro una cantidad de hombres tóxicos en mi currículum sentimental, que merecen más que él una patada en el culo.

—Pues a mí no me afecta y estoy disfrutando como una loca. Es una señal. El destino lo ha puesto en tus manos. Tienes la oportunidad de vengarte del capullo que te dejó sin un bonito recuerdo de tu primer beso; además, aquí corre el rumor que se las ha tirado a todas. Tú eres una tía dura y eficiente. ¡Que se joda!


Foto: Marijo Grass


Me reí un buen rato con Sabrina criticando a los hombres, incluso nos tomamos un par de copas de champán para celebrar mi supuesta ¿victoria? Me parecía un comportamiento demasiado pueril: acabar con la carrera de un tío brillante porque a los trece años se comportó como un idiota con una niña que soñaba en rosa. Esa misma noche me dispuse a estudiar su expediente. Me dediqué a hacer un análisis desde el origen. Sus clientes habían dado siempre una rentabilidad por encima de la media, otorgando un beneficio a la entidad muy superior a otros de su misma categoría profesional. Hasta ese momento, Jonás había sido un Triple A, sus balances lo habían amparado durante mucho tiempo. Sebastián renovó su póliza millonaria y las líneas de descuento porque nunca habían tenido un incidente, al margen de que fuera su amigo, y se pilló los dedos. Su error fue un exceso de confianza, y el protocolo de actuación de la entidad lo ponía en la calle y sin indemnización. Reconozco que me dio pena. No me pareció justo, así que decidí enviarlo a un pueblo de la meseta donde se concentran terratenientes y ganaderos a los que asesorar en sus inversiones. Estoy convencida que superará el reto con éxito, así tendrá tiempo para pensar qué quiere hacer con su vida y dejar de comportarse como un adolescente. Seguro que dentro de un par de años me lo agradece. Debería hacerle una visita un día de estos, invitarlo a comer y aclarar el entuerto; incluso recordar viejos tiempos, si se tercia. De momento le voy a enviar un correo, a ver qué tal le sienta el aire del campo, rodeado de cerdos, jabalíes y todo eso.


Foto: Marijo Grass