13 de agosto de 2009

RegresAR al hogAR familiAR

Foto: Marijo Grass

Con tanto recorte presupuestario, algunos regresamos al hogar familiar en verano, esperando que las cosas cambien en breve y podamos hacer el viaje deseado por fin de año.

Pero lo de volver al nido— o al pueblo del que eres oriunda, aunque hace siglos que te has convertido en foránea a pesar de que tu familia lleva viviendo allí una eternidad—, trae consigo otra clase de reencuentros: unas veces entrañables, otras divertidos y algunos tan dramáticos y/o anecdóticos que es preferible ignorar lo sucedido…


Foto: Marijo Grass

El primer punto de conexión con el lugar viene de la mano de mi madre, que me hace un resumen completo de lo que ha acontecido desde mi última aparición, aunque la mitad de las veces suene ajeno o no interese nada porque me queda demasiado lejos.



— Pues fíjate, el pobre; no se podía morir en otro momento. Atragantarse con su pastel de cumpleaños y quedarse tieso delante de toda la familia no es un buen final para nadie, y menos para un chico que tenía media vida por delante…
— Mamá, no sé de quién me estás hablando…
— Claro que sí, cariño. ¡De Juanito!
— ¿Juanito?
— Sí , mujer. El primo de Estela…
— Mnn…
— Esteela, la mujer del ahijado del marido de Mari Carmen, la que iba contigo al colegio. Bueno, a lo mejor era con tu hermana, no sé. El asunto es que el pobre chico cumplía cuarenta y cinco y había venido toda su familia a celebrarlo; y va y se atraganta y le da un infarto; y encima pensaron que se había quedado grogui porque estaba borracho. ¡Qué pena! Y ¡qué vergüenza! , morirse así, de golpe, tan joven…
— Pues sí, ¡qué pena!— respondo, imitando su tono compungido sin tener la más remota idea de quién era Juanito, y Estela, y la tal Mari Carmen, porque en mi clase habían tres y en la de mi hermana unas cuantas más; pero ella sigue con su obligación de reciclarme en la actualidad local; como si fuera imprescindible para seguir las tertulias de terraza sin que se aprecie que no vivo aquí desde hace una eternidad.



Foto: Marijo Grass

— Y Maria Luisa ha tenido otra niña. A este paso acabará montando una guardería porque ¡¡ ya tiene cuatro!!
— Pero, ¿no me dijiste en Navidad que se había separado de nuevo?
— Pues claro, esta es de otro, que también se ha ido, pero ya se ha encargado ella de sacarle una pensión como Dios manda, que su madre la educó como lo hizo, y ella sabe mucho de dinero; por algo la han hecho directora de una sucursal de la caja de ahorros.
— ¡No fastidies!— exclamo jocosa, recordando a la tal Maria Luisa cuando teníamos siete u ocho años.
— Si fastidiar no creo que fastidie más que a los maridos que le duran lo que tarda en que la dejen preñada y sacarles los cuartos. Esta sí que sabe. Tendrías que ver el chalet que se ha hecho en Santa Pola, a dos pasos de la playa. ¡Y los cochazos!, que yo la veo llegar cada día con uno diferente. Y a su madre le regala unos viajes que pa qué te voy a contar, con hoteles de esos Resort de lujo que tienen Spa y te dejan más contenta que unas pascuas; porque allí no tienes que preparar comidas ni limpiar, sólo tumbarte a la bartola a que te mimen un poco, para regresar a casa con diez años menos.

Estoy pensando seriamente en ahorrar para llevar a mi madre a un Spa de luxe lo antes posible. Sé que no es un reproche, ni me pediría jamás nada semejante pero lo de pasar unos días sin tener la más mínima ocupación doméstica sería más eficaz que todos los regalos del mundo que pudiera hacerle por Navidad, dado que ella siempre esgrimió aquello de: “ Las vacaciones, si no estás en un hotel, ni son vacaciones ni nada”.



Foto: Marijo Grass

Y yo empiezo a pensar si, después de todo, la educación que dio a Maria Luisa su madre, ha hecho que su vida, repleta de lujo material, le parezca mejor opción que la que ensayó la mía, apostando por la formación y el trabajo; defendiendo el amor puro y libre de cualquier dependencia material.

La mamá de Maria Luisa lo tuvo siempre claro. Ella provenía de una humilde familia con una madre costurera y un padre que hacía las temporadas de la fruta, incluida la vendimia. El resto del año holgazaneaba por los bares mientras su mujer se quedaba cegata de coser más de doce horas al día.



Foto: Marijo Grass

Supongo que fue la que empezó a sembrar en su cabeza la idea de que un buen partido era mucho mejor que un enamorado por el que perder los cuatro puntos cardinales si no tenía oficio ni beneficio. Ella lo entendió a la perfección y se buscó un hombre de negocios a quien ofrecer su virtud a la segunda cita; y como eran otros tiempos y la familia no estaba dispuesta a aguantar habladurías, el tipo se casó con ella; y ella se ganó el estatus social que quería a cambio de aguantar a un hombre que nunca la amó pero le proporcionó una vida cómoda y placentera. Así que la madre de Maria Luisa creció con la idea de repetir la jugada y conseguir un galán rico y creso para su benjamina a costa de lo que fuera; y su fusil apuntó desde el principio a un niño de nuestra clase, heredero de una de las fortunas más cotizadas del pueblo.

— Antoñito, guapo, ¿has visto a Maria Luisa? Hazme el favor de ir a buscarla que tengo aquí su merienda y otra para ti, si quieres—. Esta es la madre de Maria Luisa incordiando en el parque a nuestro compañero de primaria para que empiece a grabar el nombre de su hija en el cerebro.
— Antoñito, ricura, ¿ tú podrías acompañar a la fuente a Maria Luisa? Es que no quiero que se pierda y la pobre no va a ir sola—. Continúa el ataque otro día de parque.
— Oye, Antoñito, ¿ puedes venir a ayudar a Maria Luisa con los deberes? Es que ha estado enferma y no entiende bien las matemáticas. Dile a tu mamá que no se preocupe que yo te llevo a casa cenado y todo—. Y el niño, educado en una férrea disciplina ( como corresponde a un heredero), que predica no llevar la contraria a los mayores, se va con Maria Luisa dejando el partido de fútbol con los otros niños para mejor ocasión.


Foto: Marijo Grass

Y tanto fue el taladro mental que sufrió ese niño, que acabó casado con Maria Luisa nada más cumplir los 18. Solo que a él la que le gustaba era Eugenia, que vivía en el pueblo de al lado y su madre era panadera. Con ella tuvo un hijo ilegítimo casi simultáneamente al que le hizo a Maria Luisa; y , a esta, siempre le gustó el macarra local, doce años mayor que ella, que tenía una Harley y se la tiraba bajo los arbustos en algún lugar de la periferia. Supongo que el no estar de moda las pruebas de ADN impidió que la primogénita de Maria Luisa conociera a su verdadero padre, aunque estas cosas son vox populi, excepto para los interesados. Ahora la niña es adolescente y se ha liado, precisamente, con el hijo de su supuesto padre, provocando amagos de infarto a la abuela porque a su madre, que colecciona hijos y tarjetas de crédito, le importa su primogénita tanto como las amantes de su primer marido: el Antoñito de marras, quien ha dilapidado la fortuna familiar en Ibiza y por eso se deshizo Maria Luisa de él a tiempo, de fijar una pensión para vivir como una reina aunque no sea como en los cuentos.

En fin, que lo mas probable es que me encuentre a Maria Luisa comprando en el mercado y pueda observar su colección de joyas mientras se queda el mejor pescado; antes o después alguien me pegará una sonora palmada en la espalda, acompañada de algún bufido de júbilo, por haberme reconocido de inmediato, aunque hayan pasado por lo menos quince años.

— Joderrr, tía, qué fuerte. ¡Estás igual!—. Y aparece un tipo que te trata como un amigo del alma y que tú escudriñas a la velocidad del rayo, a ver si descubres una pista que te recuerde su identidad. Pero nada, por mucho que intentas refrescar la memoria no consigues siquiera ubicarlo en el contexto adecuado. A ver: no iba a mi clase, no lo conozco del parque, no estudiamos juntos en el conservatorio, no fue un ligue adolescente, ¡piiiiiip!, socorro,
¿acaso fue un ligue adolescente? Su voz te resulta lejanamente familiar, pero eso es todo.

El tipo empieza a esbozar una mueca de asombro o desagrado, no sé bien cómo encajarlo, hasta que Maria Luisa termina su compra y su saludo me ilumina el cerebro de golpe y porrazo.

— Hernán, ¡qué sorpresa! Me dijo tu mujer que os habíais separado. Bueno, tu ex mujer!—. La lagarta de Maria Luisa ha conseguido que mi expresión se parezca a un dibujo animado: Hernán, joderrr, si que ha cambiado. Era guapísimo, atlético y seductor. Me enamoré de él a los trece años pero nunca me hizo caso, excepto para pedirme que hiciera de intermediaria para recuperar la relación con alguna amiga mía a la que había decepcionado, largándose con otra en mitad de su fiesta de cumpleaños.
— Oye, estás estupenda —. Dirigiéndose a mí e ignorando la presencia de nuestra amiga común—¿Te gustaría venir conmigo a la verbena? Es que hay que ir con pareja y si me acompañas voy a triunfar entre los colegas apareciendo del brazo de una tía tan buena.

Han tenido que pasar 20 años para dejar de ser invisible y convertirme frente a sus ojos en una tía buena…Lo malo es que a él le ha ocurrido lo contrario: luce un barrigón cervecero que parece embarazado; su lacia melena principesca, de la que alardeaba en su más tierna infancia, ha dejado paso a una calvicie de monje benedictino con greñas que pretenden ocultar el occipital. Su rostro parece encogido y ni siquiera la expresión embaucadora de sus años mozos hace acto de presencia ni por un instante. Sólo me faltaba esa clase de invitación para saldar un desengaño adolescente y borrar su recuerdo de mi vida para siempre.

Por supuesto no debo dejarme algún que otro momento de diversión, compartiendo un aperitivo con dos buenas colegas que también parecen mejoradas con sus vidas a cuestas pero dispuestas a no perderse nada. Es el momento perfecto para observar lo que mata la falta de expectativas y la vida sedentaria.

Mis queridas amigas : aquellas de las que fui inseparable cual fieles mosqueteras, compañeras de aventuras y multitud de confidencias, me enseñan una foto de nuestra clase de octavo de EGB la pasada primavera, realizada con motivo de una comida organizada por el colegio que celebraba un aniversario cualquiera.
Me quedo estupefacta al contemplar a la mayoría de ellas: se parecen más a sus madres y es obvio que el tiempo ha dejado su huella. Muchas llevan vidas placenteras, pero su rostro no muestra felicidad alguna aunque se encuentren en una fiesta.

Podría continuar recreando un montón de curiosidades sin descanso porque, regresar al hogar familiar en pleno verano se convierte en un sugerente mosaico de emociones y me regala un completo anecdotario.



Foto: Marijo Grass