21 de enero de 2010

CITAS HORRIBLES - I ( MEME )


“ Temer al amor es temer a la vida, y los que temen a la vida ya están medio muertos”


Bertrand Russell. Filósofo y Matemático del s.XX. Premio Nobel de Literatura 1950.



Foto: Marijo Grass


Yo no he temido jamás ni al amor ni a la vida pero, de esta guisa terminé en la fiesta de mi séptimo cumpleaños tras el primer desengaño amoroso de mi leyenda personal: hecha unos zorros. En aquél momento ni siquiera sabía lo que significaban esas palabras juntas: desengaño amoroso.


Mi hermana mayor intentó sacarme de la ignorancia sin demasiado éxito:


Es lo que pasa cuando llevas 2 años pidiendo a los Reyes una bicicleta nueva y crees que la abuela tiene razón con eso de: “A la tercera va la vencida”, y te encuentras una muñeca que no se parece nada a la que tú querías, la flauta barroca para la clase de música, un diccionario y dos puzzles de gatos.

A mí me gustan los gatos— respondo, manteniendo el mismo grado de confusión.


Lo malo de tener 4 hermanos es que el parque móvil ( patines, bicis etc.) se hereda, y los Reyes Magos ignoran lo que has redactado con tanto esmero después de pasar un mes reduciendo la lista por deseo expreso de tu progenitora, que es muy práctica, sobre todo si tiene varios hijos pero, yo no podía quejarme: siempre me traían cajas nuevas de rotuladores, acuarelas o lápices de colores porque, lo que más me gustaba era PINTAR.


Unos días antes de mi séptimo aniversario, mi madre, como cada año, preguntó:


¿Quieres que preparemos algo especial para tu fiesta?


Para ella, algo especial era: decidir el sabor de la tarta, adornar el patio de casa con guirnaldas recortadas sobre papel de celofán y preparar juegos que nos mantuvieran entretenidos toda la tarde, además de una bolsa de sobres sorpresa para regalar a mis invitados.


Quiero pintar; que pintemos todos, y las caras también, con el maquillaje de carnaval— respondí al instante.





Foto: Marijo Grass


Ese año, mi colegio, dirigido por monjas durante medio siglo, se hizo mixto, aportando tres niños a una clase en la que la figura masculina se había limitado al profesor de música: el padre Ramón, cincuentón y dicharachero; director del coro de la parroquia y venerado por las religiosas de la orden de Cluny, que competían por agasajarlo con sus bollos a la hora del almuerzo.


Al iniciar el curso instalaron dos porterías de fútbol en el patio y, el vestuario y los lavabos mermaron de repente. Sabía que semejante congregación de gallinitas en tan poco espacio iba a traer consecuencias pero, en aquél momento no imaginaba de qué tipo.


Jorge, Salva y Dani estrenaron rol de cobayas en segundo de primaria, y la casualidad hizo que a dos los sentaran juntos en un pupitre y el tercero ocupara el asiento contiguo al mío.

Durante el primer trimestre todas se sentían aliviadas porque no habían corrido la misma suerte pero, Dani se reveló como un niño encantador, tan amante de las artes plásticas como yo y más interesado en aprender a tocar un instrumento que en pegar patadas al balón o espiar a las chicas en los lavabos; no daba empujones, ni robaba bocadillos, ni gastaba bromas pesadas; además, jugaba con nosotras y nos regalaba cromos así que, enseguida se convirtió en el protagonista de nuestros sueños principescos, y yo en la más envidiada por tenerlo a mi vera cada día y compartir con él ejercicios y cuchicheo.





Foto: Marijo Grass


Nunca pertenecí al grupo de las chicas guapas y populares. Prefería quedarme en segundo plano y observar la escena evitando el protagonismo que otras reclamaban desesperadamente. Mis humildes logros se producían en la clase de plástica y, con la llegada de Dani empezamos a compartir nuestro éxito al formar el tándem perfecto para decorar la escuela en celebraciones y eventos. No sabía por qué pero, pasar la jornada al lado del niño nuevo de la clase me otorgaba una situación de privilegio. Me sentía poderosa. Los chicos se habían convertido en el foco de atención por la novedad, y la popularidad de Dani ganaba enteros a diario. Todas revoloteaban a su alrededor pero yo gozaba de su cercanía más tiempo.





Foto: Marijo Grass


Entonces llegó la primavera: periodo de revolución hormonal en las aulas por defecto, y con ella mi cumpleaños. Como podéis imaginar la primera persona que invité fue Dani y, si no fuera por la insistencia de mi madre no hubiera convocado a nadie más. Yo quería jugar a solas con él, pintar un dibujo muy grande a cuatro manos, pringarme de colores hasta la cejas pero… nada de eso sucedió.


El día amaneció lluvioso y las guirnaldas de papel, que habíamos colgado durante el fin de semana, se deshicieron formando una pasta multicolor esparcida por los límites del patio, pegándose a las plantas que mi abuela cuidaba con tanto esmero.


Trasladar el festejo al interior trajo consigo una serie de limitaciones: el espacio de juegos se limitaba al recibidor en el que descansaba un carrito auxiliar con los útiles de maquillaje frente a un espejo y, el salón, con un escaso trozo de suelo para disponer cartulinas y rotuladores; nada de pinturas murales para demostrar mis dotes artísticas al alimón con mi compañero, ni cuerdas para saltar, ni patines ni pelotas. Teníamos que conformarnos con un baúl de disfraces, la caja de Juegos Reunidos Geyper, los puzzles de gatos y la Nancy, con todos los vestidos que atesoraba desde los cuatro años con auténtica devoción.





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Por fin empezaron a llegar mis invitadas. Todas nos pintamos la cara y nos peleamos por los disfraces que tenían complementos como collares, coronas o alas de mariposa; también por las túnicas árabes que solíamos lucir en las fiestas de Moros y Cristianos.


Al cabo de un rato pedí a mi madre que llamara a casa de Dani por si había perdido mi dirección pero se limitó a pasarme el teléfono.


Hola, ¿no vas a venir a mi fiesta?

No sé, mi mamá no ha llegado. Estoy con mi abuela. ¿Tienes tarta de chocolate?

¡Claro!, y muchas pinturas. ¿Por qué no le dices a tu abuela que te traiga?

No sé, lo preguntaré. Adiós.


Y me colgó, dejándome traspuesta y tan confundida como al escuchar a mi hermana mayor hablando de su decepción con los regalos de Reyes.


Desde mi punto de vista, la fiesta empeoraba por momentos: algunos trozos de tarta esparcidos por el suelo adornaban la melena de la Nancy y sus vestidos; mi caja nueva de rotuladores ya no era nueva y, en el rincón del maquillaje no quedaba nada en condiciones para convertirnos en fieras y jugar a los animales de la selva.





Foto: Marijo Grass



Una hora más tarde, cuando ya había perdido la esperanza de pintar con mi amigo, se presentó con su abuela y una caja enorme de ceras Manley como obsequio. El recibimiento que le hicieron todas me relegó a un segundo plano, algo que en mi condición de reina de la fiesta no estaba dispuesta a permitir. Aun así conseguí que estrenara conmigo su regalo durante algunos minutos. Enseguida lo engatusaron con un álbum de cromos de Mazinger Z y después se dedicó a jugar con otras niñas o con mi hermano pequeño.

Para acabar de rematarlo, cuando empezaba a dudar de mi éxito, Lala me quitó la corona y se escondió debajo de la mesa.


Al cabo de un rato la descubrí zampándose un plato de patatas fritas CON ÉL. Estuvieron ahí mucho rato porque yo me encerré con el disgusto en mi habitación hasta que mi madre y sus teorías sobre la anfitriona perfecta me devolvieron a la fiesta donde pude comprobar que ellos seguían parloteando bajo la mesa.





Foto: Marijo Grass


Todo sonaba a traición. Tampoco entendía muy bien por qué estaba tan enfadada. A fin de cuentas era mi amigo, había venido a mi fiesta con un regalo estupendo y seguía siendo encantador pero, no podía retenerlo para mí sola compartiendo pupitre como en el colegio. Ese sentimiento de posesión era nuevo. Yo era la tercera de 4 hermanos y estaba acostumbrada a compartirlo todo pero, la irrupción de Dani en mi universo artístico y emocional había cambiado la percepción de mis anhelos. Era mi fiesta de cumpleaños, yo quería a Dani para mí sola y me fastidiaba compartirlo con el resto de mis amigas. Deseaba con toda mi alma que se marcharan todas y que él fuera el último en abandonar mi casa para pintar juntos, como había previsto, pero tampoco pude hacerlo.


Al final de la tarde quedamos Marieta, Vicenta, Dani y yo. Mi madre nos ofreció un trozo más de pastel antes de recoger la mesa. Marieta, que era la peor en la clase de plástica, se empeñó en maquillarme de nuevo dejándome como los dibujos del demonio que nos había enseñado el padre Ramón. Cuando me vi en el espejo mis ojos se inundaron de lágrimas; a esas alturas el cansancio me vencía y me picaba la cara. Y, lo peor llegó al regresar a la sala y descubrir a la cursi de Vicenta atiborrándose de tarta junto a Dani, y este limpiando los restos de chocolate de su barbilla como si de un novio se tratara.


Mi hermana mayor, con la que compartía habitación, entendió a la perfección mi desconsuelo y, a partir de ese momento empezó a instruirme en los asuntos con el sexo opuesto afirmando que todos los chicos eran idiotas y solo te hacían caso si pasabas de ellos. A pesar de la decepción no dejé de creer en el amor y jamás he temido a la vida, como decía Bertrand Russell, porque mi primer desengaño fortaleció mi carácter y , además, saqué la nota más alta en la clase de plástica.





Foto: Marijo Grass


Como soy incapaz de contar las 5 historias en una sola entrada he decidido apostar por las entregas, como en las antiguas fotonovelas.


Mil gracias a Simone y a Amparo por invitarme a participar en este MEME.



CONTINUARÁ