16 de diciembre de 2010

LA SARTÉN POR EL MANGO


Foto: Marijo Grass


En Nueva York, la Navidad empieza, tras el Día de Acción de Gracias, con la famosa Shopping Week. Todo el extrarradio se desplaza a Manhattan a fundirse la tarjeta de crédito comprando regalos, contagiados por el virus del consumo que propaga el incesante bombardeo publicitario; aunque el acontecimiento oficial es el encendido del árbol en el Rockefeller Plaza, que congrega más de 200.000 personas y se retransmite por televisión; incluye las actuaciones de un buen número de artistas y, asistir al evento, se considera una tradición. La ciudad se viste brillante con luces de colores, se multiplica el número de turistas y los residentes se muestran alegres y de mejor humor.





Foto: Marijo Grass



El caos circulatorio del centro, sumado a las bajas temperaturas, me ha obligado estos días a aparcar la bici hasta el próximo año. Estoy sufriendo las aglomeraciones que se producen en el metro y no estoy acostumbrado. He avanzado bastante con el retrato de la abuela de Carol. Al final estoy pintando con acrílico, seca más rápido; así lo podré llevar al hotel antes de que se marche a Rapid City. Mauro ha pedido la furgoneta a Julio César para transportar el lienzo hasta el St. Regis; espero que el mayordomo que la atiende se ocupe del embalaje. Nuestro vecino cubano, que es actor— aunque hace tiempo que no consigue un papel que le permita aparcar su trabajo de camarero en un bar latino—, se ha apuntado a ver a Miss Dunn en Le Scandal el próximo sábado, para cobrarse el favor por prestarme la furgoneta y, si se tercia, añadir una nueva conquista a su colección de amantes.


Ahora mismo, mientras intento reproducir las joyas de mi modelo, lo tengo instalado en casa con Mauro, tomando una cerveza al tiempo que investigan en la red sobre Bonnie Dunn y su espectáculo.


— ¡Ño! ¡Esta jeva está de pinga, Marquito!— exclama Julio César girando el portátil para enseñarme una foto de Bonnie Dunn, luciendo sus encantos entre dos enormes abanicos de plumas.





Foto: Marijo Grass



— Ya puedes echarle los galgos y no chupar más de la cuenta. ¿Alguien más se apunta a la joda?— se burla Mauro, al observar mi expresión de garrulo, impresionado por una fiera con plumas y borlas en los pezones.

— ¡Estáis flipando! ¿Cómo se os ocurre?— exclamo, cogiendo de nuevo los pinceles y afinando la sonrisa de mi modelo como si fuera la Gioconda.

— A nosotros no, compadre. ¡Lo escribió bien clarito en la tarjetica!— apunta Julio César con sorna, recostándose en la silla y sosteniendo la tarjeta de Miss Dunn, que había dejado sobre el teclado.

— Reconozco que se conserva muy bien; y tiene su morbo…— continúo, con la mirada clavada sobre el cuadro, decidiendo si he conseguido un parecido razonable con mi clienta.

— Tu estado de single te da derecho a joda con amigos, relaciones esporádicas …— afirma Mauro—. O como dicen ellas, a convertirte en amigovio, que no te rompe las pelotas, jajaja.

— Una jeva, con esa mecánica, puede que sí— se descojona también el cubano.

— Me parece que habéis bebido más de la cuenta. ¡Joder, son las tres de la madrugada!





Foto: Marijo Grass



Mis colegas se levantan con parsimonia; entienden que estoy cansado y quiero cerrar la barraca. Julio César le da un último trago a su cerveza y se despide con una fuerte palmada en mi espalda. Mauro recoge las botellas vacías y las coloca en la repisa de la cocina. A continuación se queda observando el cuadro, aunque me da la sensación de que no enfoca demasiado.


— Tío, ¿estás bien? — pregunto, situándome frente a él, después de recoger los pinceles para lavarlos.

— Umm, no es de mala onda pero.... estoy enquilombado y…

— ¿Y?

— ¡Me salió para el culo!

— ¿Cómo?

— Esta tarde me crucé en la Quinta con una mina, con la que estuve viviendo hace mucho tiempo como pelotudo enamorado, y lo hice mal. Bueno, en realidad no lo hice!

— No jodas. ¿Qué es lo que no hiciste?

— Nada. No hice nada. La vi pasar como un fantasma. Llevaba una niña de la mano idéntica.

— ¡Vaya! ¡Qué casualidad! ¿Nos tomamos la última birra?

— ¡Dale!





Foto: Marijo Grass



Mauro me cuenta que conoció a Joana hace 15 años en Buenos Aires. Lo suyo fue un auténtico flechazo. Se cruzaron en la calle y, después de caminar unos pasos, cada uno por su lado, sintieron la necesidad de girarse para contemplar al otro y… allí se encontraron sus miradas. Ella se acercó y le preguntó si tenía algo que hacer. Él canceló otra cita y se fueron a tomar mate el resto de la tarde. Dos días después quedaron para cenar y se enrollaron. Al cabo de una semana, gracias a una foto antigua que encontró en su apartamento, se dieron cuenta que se conocían antes. Parece que, años atrás, compartieron el subte a diario, de Palermo a Callao, aunque ella se bajaba en Tribunales. La historia duró poco más de un año. Rompió Joana, cuya familia vivía en Montevideo; alegando que quería viajar y ver mundo una temporada. Mauro estaba acabando su doctorado y no quería abandonarlo después de tanto esfuerzo, así que su relación se disolvió de forma amistosa y ella desapareció para siempre.

Cinco años más tarde, mi amigo perdió a su hermano pequeño en un accidente de automóvil. Su mundo se derrumbó y, a pesar de su condición de psicoanalista, quedó bastante tocado. Emprendió un viaje a Europa, dispuesto a olvidar el mal trago tomándose un trimestre sabático. La última etapa de su periplo, al otro lado del charco, acabó en Estambul: la única ciudad entre dos continentes, situada entre el Cuerno de Oro y el Mar de Mármara. Un lugar de una belleza extraordinaria en el que presente y pasado se funden a vista de águila.





Foto: Marijo Grass


Mauro aceptó la invitación de una amiga, que le ofreció cobijo en una vieja casa de madera, a orillas del Bósforo, en la que instalarse unas semanas, con la intención de distraer su duelo y decidir el rumbo que quería dar a su vida. Todos los días emprendía grandes paseos y contemplaba el crepúsculo desde el Puente de Galata. A continuación se perdía por las calles de Sultanhmed: la ciudad antigua; allí vio de nuevo a Joana, tomando té a la puerta de un bar mientras jugaba a las cartas con un tipo, bajo la atenta mirada de la dueña del bazar contiguo.





Foto: Marijo Grass



Se quedó paralizado unos minutos observándola, pero ella no levantó la mirada. Mauro continuó su paseo, un poco alterado por los recuerdos de amor loco que compartió con Joana. Después de deambular un rato decidió regresar a saludarla, pero ya no estaba. El resto de la noche estuvo lamentando no haberle dicho nada. Intentó convencerse que había tomado la mejor decisión pero, en el fondo, nunca lo tuvo claro. Siguió con su vida y, un tiempo después, se instaló en Nueva York. Hoy, 5 años más tarde, se ha vuelto a cruzar con ella; tampoco ha sido capaz de reaccionar a lo que interpreta como una señal del destino; y ahora se muestra arrepentido.


— No sé, tío. No soy la persona más adecuada para dar consejos sobre mujeres. Dejarse llevar por el instinto es lo único que nos queda; y si no le has dicho nada será porque no era el momento ni el lugar.


Ya sé que estoy farfullando gilipolleces. Me jode no poder ayudarlo como hace él conmigo. Mauro me sonríe, hace un gesto con la mano, como echando hacia atrás el mal rollo, y se va a dormir a su apartamento, dispuesto a sepultar a su antiguo amor en lo más profundo de sus recuerdos.





Foto: Marijo Grass



Su historia me ha quitado el sueño, así que me conecto para revisar mi correo y, después de confirmar a mi madre que regresaré a casa por Navidad, decido curiosear un poco en la página de Le Scandal.


Le Scandal Cabaret está en la calle 42 con la Novena Avenida, debajo del West Bank Café, en el Teatro Laurie Beechman. El West es un lugar clásico y confortable, decorado con sillas de madera y manteles de lino, en el que sirven comidas antes del espectáculo. Por lo visto, aquí trabajó de camarero Bruce Willis cuando intentaba abrirse camino en la escena y, entre los habituales que lo frecuentaban en otra época, había dramaturgos de la talla de Tennessee Williams o Arthur Miller. Ahora se deja ver a menudo Sean Penn, según publican ellos.

Bonnie Dunn produce el espectáculo de Burlesque desde hace 2 décadas. Todos los sábados programan dos actuaciones. También hay circo, magos, contorsionistas, trapecistas y acróbatas, lanzadores de cuchillos o malabares de fuego.




Foto: Marijo Grass



Encuentro la entrevista de la que habló Carol en el Vogue, que aparece bajo el título de “The Godmother of Burlesque”. En ella habla de su trayectoria y también aclara las diferencias con el vodevile, que define como un espectáculo familiar; puede incluir actores, cantantes, bailarinas, magos…Y el burlesque, además, sketch de comedia y strippers. ¡Vamos, una revista para adultos! Me pregunto si el número que supuestamente ensayaba conmigo en el St. Regis formará parte de la diversión, a cargo de alguna Madame entrada en carnes, que son las que siempre les toca interpretar la parte más cómica e interactuar con el público.

Al cabo de un rato me empieza a fallar la vista y me siento cansado. Apago el portátil y me voy a la cama pensando en el rato de diversión que nos espera el sábado.





Foto: Marijo Grass



Estoy eufórico. Esta mañana hemos llevado el retrato a la abuela de Carol y le ha encantado. Incluso me ha invitado a que la visite en su rancho de Rapid City. Me ha pedido el número de cuenta e inmediatamente ha ingresado la pasta; pero mi contentura no solo se debe a mi economía saneada; también he recibido un mensaje de Gaby; bueno, varios. ¿Por qué a algunas mujeres les encanta mantener una conversación por sms? ¿No resultaría más cómodo llamar y liquidar el asunto? Ellas dicen que eso lo hacemos nosotros para evitar compromisos pero no estoy de acuerdo; son ellas que tiran del hilo para manejarnos a su antojo. En fin, le he seguido el juego y me he enterado que lleva unas semanas en la ciudad, desde que regresó de México, sin parar de trabajar. Me ha propuesto quedar mañana para patinar; hoy tenía planes con una amiga. Lo que me ha sorprendido es la forma de expresarse en los mensajes, como si no hubiéramos dejado de vernos y ella hubiera contestado mis llamadas; y yo, creyendo como un capullo que, después de aquella noche en la que desperté en su cama con una resaca espectacular, había decidido no repetir la experiencia, ni siquiera como amigos; en aquél momento pensé que habíamos conectado. ¡Vete a saber! Las mujeres siempre tienen la sartén por el mango.





Foto: Marijo Grass



Al llegar a la entrada del West Bank Café nos hemos encontrado con un grupo de gente en la puerta, haciendo cola y fumando. Un tipo nos ha preguntado por la reserva y yo le he mostrado la famosa tarjeta que me dio Miss Dunn, como si fuera un salvoconducto. ¡Y lo era! Enseguida nos ha guiado hasta una especie de reservado en el que están cenando algunos de los artistas pero, de momento, sin rastro de la diva. El ambiente me recuerda al Rick´s Café de Casablanca; incluso hay un negro al fondo tocando el piano que se parece a Sam. Puede que el tipo que nos atiende se convierta en el George Clooney de la próxima década.


En la mesa contigua, la bella Ekaterina, que hace su número en el trapecio, remueve su ensalada con el tenedor como si buscara tesoros escondidos bajo la rúcula, mientras escucha una historieta que le cuenta Eric el Mago, sin demasiado interés. Un grupo de músicos está bebiendo Bourbon a tutiplén; sus platos continúan rebosantes de comida. Una tal Natasha, que traga sables, aparece a medio pintar y se sienta a comer un sándwich. Nosotros empezamos a degustar unos platillos que nos han recomendado, al tiempo que brindamos con un Cabernet Sauvignon de Napa Valley, obsequio de la casa.


Con el estómago lleno y un poco entonados, bajamos a la sala en la que se ofrece el espectáculo. El tipo que nos ha hecho de anfitrión hasta el momento, aparece de nuevo para conducirnos a una mesa reservada, próxima al escenario, en la que un camarero está depositando una cubitera que contiene una botella de champagne. Estoy flipando con la atención desmesurada; sobre todo porque hemos venido sin avisar y parece que nuestro salvoconducto nos etiqueta como special guest de la jefa Dunn.





Foto: Marijo Grass



— ¡Asere, esto está buenísimo!— exclama Julio César, igual de fascinado con la atención exquisita, levantando la botella de champagne para comprobar la etiqueta.

— ¡Nada que ver con tu chispetrén!— le contesto entre risas.

— ¡Qué clase de comepinga tu eres!— replica, defendiendo la calidad del brebaje casero con el que nos suele obsequiar en su casa.


Mientras Julio César y yo nos puteamos con chistes malos, Mauro no pierde el tiempo y se dedica a abrir la botella y servirla. En ese momento se apagan las luces y un cañón ilumina el escenario dando inicio al espectáculo. El primer número corre a cargo de los músicos. A continuación, entra en escena CatNorma, con modelito de cuero, orejas de gato y cola; nos deleita con un baile picante que nos mantiene embobados por un buen rato.





Foto: Marijo Grass



— ¡Qué rica está la jeva esa!— exclama de nuevo Julio César, con los ojos fuera de las órbitas y con síntomas de estar un poco entonado—. Y dicen que en Cuba no hay carne. ¡Lo que no hay es lata pa envasarla!

— ¡Che, Julio! Solo pensás en levantarte minas— afirma Mauro socarrón, al tiempo que hace una seña al camarero para pedir otra botella.


El número siguiente corre a cargo de la increíble Marsha: la reina del hulahop, que termina en ropa interior haciendo girar sobre su abdomen media docena de aros. Me empiezo a marear y no creo que sea por el alcohol, o sí. A partir de ahora vigilaré mi copa. No quiero caerme redondo cuando aparezca Miss Dunn.

En cuanto la traigo a mi cabeza hace su entrada triunfal en el escenario, envuelta en plumas como un pavo real; parece una auténtica diva del cine clásico. Ella es el plato fuerte y la productora del espectáculo, así que su público entregado se deshace inmediatamente en efusivos aplausos.





Foto: Marijo Grass



La representación ha terminado. Una buena parte del público empieza a desalojar la sala. Otros permanecen sentados bebiendo como cosacos. Nosotros, entre risas y comentarios jocosos a cargo de Julio César, decidimos quedarnos. Al cabo de un rato, aparecen algunos de los artistas a saludar a sus conocidos, incluida la Sra. Dunn, que se acerca a nuestra mesa con evidente coquetería.


— Buenas noches, caballeros. ¡Espero que hayan disfrutado del espectáculo!— exclama, con voz turbadora y, a continuación, se presenta ella misma a mis colegas; requiere los servicios del camarero con la mirada y un gesto imperceptible, y este regresa al momento portando una botella de Veuve Clicquot.

— Este champagne es pura elegancia, audacia y pasión…— afirma, mientras el tipo llena nuestras copas. Aunque parece que está definiendo el champagne, me temo que lo que pretende es presentar sus credenciales. Esta mujer me pone nervioso; empiezo a sentirme igual de confundido que el otro día en el King Cole Bar.


En este momento, Julio Cesar intenta convencer a la increíble Marsha, la del hulahop, para mover la cintura con él bailando salsa cuando termine de trabajar. Mauro pretende que Eric el Mago le explique uno de sus trucos, y Bonnie Dunn atiende a una asistente por un asunto de vestuario, sentada de costado y acariciándome el pelo como si fuera su mascota o un muñeco de trapo.

Parece que el problema de vestuario no se resuelve; Miss Dunn pide a su asistente que vaya a buscar al backstage a la chica que confecciona las prendas del espectáculo. Bonnie se acerca todavía más y empieza a susurrarme de nuevo, pero esta vez incluye un intencionado roce de su lengua en mi lóbulo izquierdo.


— ¡Oh, Marco! Eres un chico TAN apetecible y enigmático…


Entonces aparece la modista acompañada de uno de los técnicos. Mientras resuelven sus asuntos empiezo a observar los grupos de gente que continúan aposentados en sus mesas bebiendo, hasta detenerme en una muy ruidosa en la que distingo voces en español. Uno de los hombres que la ocupa se levanta, y tras él aparece una chica, con un tío musculoso rodeando su espalda, que sonríe y me clava la mirada, dejándome al instante como una estatua.


Nueva York goza de una fascinante comunidad multiétnica de más de 10 millones de habitantes, casi 200 lenguas en uso y más de un 35% de residentes nacidos fuera de los EEUU. Si llamas al Ayuntamiento te pueden atender en 170 idiomas diferentes. De entre esos 10 millones, dos personas, con un hipotético interés amoroso, han coincidido en el mismo lugar, un día antes de su cita; y ninguno de los dos está solo.

Gaby, sin moverse del asiento y conteniendo la risa, empieza a saludarme con la mano como si fuera uno de esos gatos chinos de la suerte.





Foto: Marijo Grass



Creo que me voy a tomar otra copa. Me sirvo, brindo con ella a distancia respondiendo a su saludo, y me la bebo de un trago.


CONTINUARÁ


Os dejo con el auténtico Scandal! Enjoy the show!



10 de diciembre de 2010

LAS CHICAS SON GUERRERAS. Segunda parte.


Foto: Marijo Grass


Me he quedado hipnotizado. Intento tomar un sorbo de mi tercer Blody Mary, recuperar el aliento y marcar la distancia con la enigmática mujer que palpa las líneas de mi mano, como si quisiera extraer la energía para derramarla en su copa y acabar con ella de un solo trago. Continúa murmurando asuntos de adivinación quiromántica y no consigo descifrar el juego. Su mirada de hechicera me desconcierta. Me siento acorralado y fascinado al mismo tiempo. La iluminación del King Cole Bar se ha reducido a una colección de luces diminutas, que parpadean sobre mi cabeza como luciérnagas depredadoras, acechando mi equilibrio mental; deslizándose entre las flores que estampan su vestido negro. De repente suelta una carcajada, que se expande con eco por toda la estancia, y yo regreso a la realidad.


Darling! ¡Despierta! Ja,ja,ja. Disculpa… Estaba probando un gag para un nuevo espectáculo. Lo siento, ja,ja,ja. Me llamo Bonnie. Bonnie Dum— extendiendo su mano y ofreciéndome un primer plano de sus uñas nacaradas—. ¡Encantada!— exclama, rejuveneciendo la expresión de su rostro.

— Ok, está bien. No pasa nada. Soy Marco. Marco…—. Y antes de terminar mi presentación escuchamos una voz histriónica acercándose a la barra.

¡Oh, my good! ¡Bonnie Dum! Te he visto en el teatro… ¡Me encanta tu trabajo!— exclama Carol, entrando en escena seguida de su abuela; haciendo gala de sus orígenes como criadora de caballos en la América profunda; totalmente fascinada por el encuentro casual con una supuesta celebridad.




Foto: Marijo Grass



La señora Robinson-Dunn le regala una sonrisa forzada; igual que si la hubiera descubierto una aprendiz de paparazzi en un momento de intimidad. La abuela de Carol, que asoma enjoyada tras ella, adopta una pose venerable y sonríe a la dama misteriosa con una ligera inclinación de cabeza. Es obvio que ignora la identidad del personaje, igual que yo, pero respalda la euforia de su nieta con educación.

Miss Dunn le devuelve el saludo, apura su copa y, a continuación, extrae de su pequeña cartera una tarjeta en la que escribe algo; entonces la deposita en mi mano, mirándome divertida y un tanto libidinosa; cerrando mi puño como si albergara un tesoro y debiera protegerlo el resto de la eternidad.


— Puedes venir a Le Scandal cuando quieras, chico alto y apuesto. Me has servido de inspiración. Y no olvides traer a tus amigos— propone en voz baja, alzándose a mi lado sobre sus tacones de vértigo. Se gira con gracia y hace un gesto al barman, pidiendo que apunte nuestras copas en su cuenta de gastos; me regala una caricia recorriendo el brazo y obsequia otra inclinación de cabeza a mis curiosas acompañantes, saliendo del bar con aires de diosa del séptimo arte; madura, pero diosa al fin y al cabo; como un maniquí engalanado de los que exhiben los escaparates de la 5ª Avenida; esos fantásticos decorados de Berdgorf Goodman en los que trabajaba Gaby cuando la conocí.





Foto: Marijo Grass



— ¡No puedo creer que fuera ella: Bonnie Dunn!— exclama Carol, manteniendo su entusiasmo. Yo me limito a sonreír levantando los hombros. Aprovecho para guardar en el bolsillo la tarjeta que me ha dado la célebre desconocida con cierta discreción. No me apetece compartirlo con Carol.

— Bueno, creo que ya hemos hecho esperar bastante a tu amigo. ¿Qué tal si subimos al Astor Court a cenar?— propone la abuela al fin.



El Astor Court es uno de los exquisitos restaurantes del St. Regis, decorado a base de espejos, lámparas de araña y comodísimos sillones tapizados en terciopelo color berenjena. Se define como lugar confortable y refinado, en el que hay que hacer acto de presencia con un look casual-elegante que, por supuesto, no llevo en este momento. Cada vez me parezco más a Godfrey-William Powell: el vagabundo del film de Gregory La Cava. Al echar un vistazo a la carta, observo que, a pesar de tanta sofisticación, no falta una ensalada Caesar y una hamburguesa de 70 dólares, con guarnición, supongo. Me decido por un entrante de gambas caramelizadas al estilo Thai; quizás porque la expresión de mi querida Lynn, despidiéndose a la puerta del MET, aparece en mi memoria con cierta añoranza; o porque la imagino cocinando una exquisitez como esta; compartiéndola conmigo mientras me ilustra con historias y costumbres de su cultura asiática.





Foto: Marijo Grass



Carol pide un tartare de atún y su abuela unos raviolis con ricotta y no sé qué más, aunque el nombre con el que aparecen en la carta resulta mucho más sugerente y literario.


— Bueno, queridos, bon appétit!— exclama la abuela mientras se pone unas gafas, que cuelgan de su cuello con una cadena dorada, para observar la colección de cubiertos, distribuidos alrededor del plato, y escoger el tenedor adecuado—. ¿No se dice así en tu tierra?

— Abuela, Marco es de España. Eso es francés.

— Seguro que no queda lejos. Él me entiende. ¿Verdad que sí, Marco?—. Y yo sonrío de nuevo complaciente—. No se preocupe, Julia. Nosotros decimos: ¡que aproveche!

— Uy, creo que debería aprender francés— afirma contundente—. Ahora, querida, deberías explicarnos a qué ha venido el alboroto con la señora del bar. ¿Acaso es actriz de televisión? Es que yo no veo mucho la televisión. Prefiero pintar y ocuparme del jardín.

— No me había dicho que pintara— expongo, intentando ganarme la cena con una conversación sobre arte.

— Solo soy una aficionada. Empecé a coger el gusto a los pinceles después de jubilarme pero, lo hago como una niña; es algo muy naif. Hasta me da vergüenza hablar de estas cosas delante de un profesional…

— En realidad, solo soy dibu…—. No puedo terminar la frase porque Carol interrumpe otra vez.

— Marco es un gran artista. ¡Su obra se cotiza muy bien en Europa! Seguro que podría hacerte ese retrato por el que llevas suspirando una década—. Si la escuchara en este momento Vicente, o alguno de mis colegas, se descojonarían en sus narices, o en la mía, supongo.



Aprovechando la presencia del camarero, que rellena nuestras copas, mientras la dama de Rapid City intercambia unas frases con él sobre la calidad del vino, intento acercarme a Carol para desmentir mi supuesto éxito, pero ella me increpa en voz baja con autoridad: “Tú déjame hablar”.

Una vez se ha marchado el camarero continúa:


— Abuela, ¿qué te parece si pedimos que nos sirvan el postre en tu suite? Marco podría hacer unos bocetos y, si te gustan, le encargas ese retrato para que presida el salón de tu casa en la cena de Navidad.

— ¡Una idea excelente! Un óleo a tamaño natural sería lo apropiado— exclama la mujer, señalándome con el tenedor que sostiene un ravioli; que devora con placer al finalizar la frase.



Estoy a punto de rechazar la oferta, alegando que no he pintado un cuadro al óleo desde que salí de la Facultad, pero el taconazo que me regala Carol bajo la mesa, impidiendo que abra la boca, me hace renunciar a la aclaración sobre mi supuesta cotización en el mercado del arte actual.


— No te preocupes que la abuela es MUY generosa; hace mucho que decidió guardar 2.500 dólares para invertir en su retrato— aclara con aire de triunfo y mirada de gata en celo.



Al escuchar la cifra casi me atraganto. Mi rostro se enciende por el shock, pero reacciono a tiempo, cogiendo la copa y achacando mi turbación al picante de las gambas. ¡JODERRR! No puedo creer que me estén ofreciendo 2.500 dólares por un retrato. ¡Vivan las viejas millonarias de Rapid City! Intento calcular cuántas viñetas debería dibujar para ganar lo mismo y acepto de inmediato, a pesar de estar convencido que tendré que hacer algo más a cambio. Me siento un puto dibujante en venta, con todas las letras y en el sentido más literal de la expresión pero, por esa cantidad, le enseño a hacer una paella, a bailar sevillanas; incluso le regalo una escultura para su dormitorio y me pongo corbata.





Foto: Marijo Grass



Mientras me recupero de la impresión— ¡Joderr, 2.500 dólares!—, Carol empieza a contar chismes sobre la misteriosa Sra. Dunn. Dice que, en el último número de Vogue, se referían a ella como “La madrina del Burlesque”. Carol escuchó su nombre por primera vez en un programa de Oprah Winfrey, cuando una mujer preguntó a un autor invitado— al presentar un libro autobiográfico sobre la relación que tuvo con su progenitora—, si el romance que había protagonizado con Bunnie Dunn tenía algo de conflicto edípico, ya que la Dunn era digna sucesora de su madre, una tal Gypsy Rose Lee: una de las pioneras en el arte del burlesque en los años 30 y 40 americanos; una artista que atesoraba anécdotas como la perla que soltó a un policía, en una de las redadas habituales en el Minsky´s:

“Yo no estaba desnuda. Me cubría completamente un foco azul”





Gypsy Rose Lee


El libro se titulaba My G-String Mother; y el autor, es decir, el tipo que mantuvo alguna clase de relación con la mujer que me ha invitado a beber Blody Mary hace un rato, era nada menos que Erik Lee Preminger, fruto de un breve affaire que tuvo su madre, la célebre Gypsy Rose Lee, con el prestigioso director de cine Otto Preminger, mientras estaba casada con otro. Por lo visto, esta señora, además de ser una estrella del burlesque, cantante y bailarina, trabajó en 12 películas y escribió dos novelas de misterio y su autobiografía: Gypsy, de la que se hizo una película interpretada por Natalie Wood. También se adaptó a la pantalla su libro The G-String Murders, bajo el título “Lady of burlesque”, con Barbara Stanwyck como Dixie Daisy en el papel protagonista.








Recuerdo que, de adolescente, coleccionaba ilustraciones de Betty Page y, la única celebridad que me suena en ese tipo de espectáculo es Dita Von Teese; si exceptuamos a algunas actrices del cine clásico como Jane Mansfield o Mae West.


Al terminar el festín, después de varios platos y una botella de vino francés, hemos subido a la suite que ocupa la abuela. Al cabo de un minuto se ha presentado el mayordomo, sí, el mayordomo, acompañado del servicio de habitaciones, portando un carrito atiborrado de postres. La abuela me ha sugerido que le pida al tipo lo que necesite para los bocetos, y el hombre ha tomado nota con esmero, prometiendo regresar lo antes posible. Menos mal que las delicias de chocolate, que me acabo de zampar, han mitigado los efectos del alcohol en mi organismo, o me sería imposible hacer algo con un lápiz y papel.


Después de retocarse el maquillaje por enésima vez, la abuela ha tomado asiento en un cómodo sillón que la mantiene erguida; luciendo todas sus joyas; dispuesta a posar para mí como “La Dama veneciana”: un retrato de Isabel de Portugal, atribuido a Tiziano, que acaban de tasar en 70 millones de euros, según informaba la prensa el otro día. Yo me conformo con 2.500 dólares por pintar a Julia de Rapid City, así que me pongo manos a la obra.





La Dama veneciana. Tiziano


Carol observa tras de mí todo el proceso, lo que me incomoda bastante pero, no puedo pedir que aleje su cabeza de mi hombro: gracias a ella voy a ganar una pasta, así que, mejor si no le llevo la contraria y aguanto su aliento en mi cogote.
Al cabo de un rato, la abuela empieza a perder la postura por el cansancio. Decido hacer un par de fotos con el móvil para tenerlas de referencia y le muestro el resultado.


— ¡Qué bocetos tan bonitos! Si parezco más joven, y más moderna, no sé. Me gusta mucho, cariño. ¡Estás contratado!— exclama, levantándose de la silla con intención de retirarse; regalándome una palmadita en el hombro para sellar nuestro acuerdo—. Me voy a descansar. Podéis quedaros un rato charlando, si queréis; yo caeré redonda en la cama en menos que canta un gallo.


Acordamos que pasaré a verla de nuevo con el lienzo, antes de que regrese a Rapid City , para retocar el dibujo y empezar a pintarlo.

En cuanto desaparece por la puerta ocurre lo inevitable: Carol se abalanza sobre mí como una tigresa, poniéndose a horcajadas sobre mis piernas, y después de acercar sus ojos a los míos, pero sin rozarme, exclama:


— Supongo que merezco algo yo también.

Soy consciente de la gilipollez que voy a soltar, pero lo hago:

— ¿A qué te refieres?

— Me gustaría que me hicieras un dibujo.

— ¿Ahora?

— En cuanto me cambie de ropa.

— La verdad es que estoy un poco cansado…

— ¿Cómo?

— Eh, nada, estupendo. ¡Vamos allá!


Desaparece unos minutos tras la puerta del baño; yo respiro con intensidad unas cuantas veces y empiezo a pensar en el polvo de 2.500 dólares que me espera al cabo de un rato. La verdad es que Carol es simpática y está bastante buena, pero no me siento demasiado atraído por ella, hasta que entra de nuevo en escena convertida en Carol Danvers, más conocida como: Ms. Marvel; y cambio de opinión en cuanto la veo lucir el mismo body negro atravesado por un rayo, con los hombros al descubierto, guantes hasta el antebrazo y unas botas espectaculares que cubren la mitad de sus muslos, incluido el foulard rojo que lleva anudado a la cintura. Siempre he pensado que su disfraz es uno de los mejores del Universo Marvel. Además, todas mis heroínas de cómic favoritas: Enma Frost, Elektra o Hulka, están buenas pero, el culo de Ms. Marvel, sin duda, es el mejor.




Ms. Marvel. Stan lee. Marvel Cómics 1968


— ¡Carol! Estás IM-PRE-SIO-NAN-TE! — exclamo con las pupilas dilatadas.


Y ella se gira con tremenda coquetería, después de contemplarse en un gran espejo. Me pregunto si me va a sorprender con su fuerza, velocidad, disparo de energía fotónica o resistencia superhumana. Me temo que, el que no va a resistir la tentación, soy yo.


Ms. Marvel es un personaje creado por Stan Lee, Roy Thomas y Gene Colan; apareció por primera vez en 1968, empezando su carrera en las Fuerzas Aéreas de los EEUU, hasta llegar a ser la Jefa de seguridad de Cabo Cañaveral, donde se relacionó con el Capitán Marvel y acabó expuesta a la explosión de un arma kree que le proporcionó sus poderes. Más tarde apareció en Los Vengadores y X-Men; con estos se convirtió en binaria, con una fuerza mucho mayor y la capacidad para volar por encima de la velocidad de la luz. Siempre me gustó este personaje y, ahora mismo, lo tengo de carne y hueso posando para mí.





Ms. Marvel. Marvel Cómics Group


Entre dibujos, risas y una nueva botella de vino, estamos empezando a caldear el ambiente. Yo no doy pie con bola; me da la sensación de que hago garabatos porque empiezo a notar los efectos del alcohol en las manos. Carol decide inspirarse en el espectáculo de burlesque, que vio con Bonnie Dunn de protagonista, y empieza a bailar desnudándose. Hace rato que he decidido dejarme llevar por la cheerleader de Rapid City. Ella se acerca moviendo la cintura como si ejecutara la danza del vientre; sacando sus guantes larguísimos con delicadeza, lentamente. A continuación, se deshace del foulard que anudaba su cintura y rodea mi cuello con él, acercando mis labios hasta sentir su aliento. No soy de piedra; me está poniendo a cien y no creo que pueda evitar el próximo paso pero, en este preciso momento, llaman a la puerta, interrumpiendo la escena como en un vodevil de otra época. La abuela Julia está indispuesta y acaba de solicitar al mayordomo un médico de guardia. La verdad es que no hemos hecho nada, pero nuestro aspecto revela lo contrario; nos deja a ambos con expresión culpable; igual que si nos hubieran pillado retozando mientras la pobre mujer agoniza al otro lado de la puerta.


Es de día cuando abandono el hotel, tras dejar a Julia con su nieta en mejor estado. En el fondo me alegra el incidente. Ahora que estoy más sobrio creo que no debía enrollarme con Carol.





Foto: Marijo Grass


Tengo el tiempo justo para regresar a casa, pegarme una ducha y salir de nuevo pedaleando hacia Times Square, directo al trabajo. En todo el trayecto no ceso de escuchar en mi cabeza aquél viejo tema de Coz que le gustaba a mi madre: Las chicas son guerreras. Lo que no imaginaba entonces era cuánto, ni cuántas veces, tendría que lidiar con ellas.



CONTINUARÁ

2 de diciembre de 2010

LAS CHICAS SON GUERRERAS. Primera parte.

Foto: Marijo Grass


Hace un frío polar. Atravieso en bicicleta el puente de Brooklyn observando las mujeres que caminan con brío en dirección opuesta. En mi cabeza suena un viejo tema de Juan Márquez, que escuché de niño hasta el hartazgo en el coche de mi madre, porque el radio casete se había estropeado y no podía sacar la cinta; tardó un año en arreglarlo, por lo menos. “Las chicas son guerreras” fue un hit de un grupo de rock español llamado COZ. Atesoraron otros éxitos como “Más sexy” o “Imagínate porqué”: el primer homenaje que se hizo a John Lennon tras su asesinato, pero de eso me enteré mucho más tarde, cuando mamá jubiló el Seat Ibiza y me quedé la funda del casete, olvidada en la guantera durante una década. Me gustaba la chica de la portada; parecía una villana estupenda, como las que aparecían en mis tebeos de superhéroes. Anoche, en mitad de la odisea en el St. Regis, recordé esa canción; ahora continúa pedaleando en mi cerebro.




EPIC/CBS

Me gusta observar los rostros de la gente, reconocer algunos con los que coincido en el trayecto a la misma hora. A veces, extiendo mi mano enguantada, soltando la manilla izquierda de la bici, y saludo como un indio, incluso a los que reproducen el gesto con la intención de parar un taxi; me da la sensación de formar parte de una comunidad, tan anónima como yo, que intenta sobrevivir en la gran urbe poblada de desconocidos, capaz de engullirte si no diriges con acierto tu destino.
No sé si todo lo que me sucede es bueno o malo; se produce tan rápido que no tengo tiempo de digerirlo, exceptuando los largos desplazamientos en bicicleta, en los que siempre ando distraído.




Foto: Marijo Grass


No he podido hablar con Lynn desde que nos despedimos ayer, de forma precipitada, en la puerta del Museo Metropolitano. La aparición de Carol con su abuela cambió los planes que teníamos en ese momento. Salíamos eufóricos, tras nuestra jornada de paseo por Central Park y la visita al MET, en la que incluimos una exposición sobre el Arte de los Samurai, con todo tipo de armas, armaduras, equipamientos para luchadores y sus caballos. En fin, todo muy bélico y excitante. Al encontrarnos en el exterior, en medio del gentío, escuché una voz que me llamaba por mi nombre. Intrigado, me di la vuelta quedándome perplejo frente a una bella rubia, muy emperifollada, que me hacía señas— sin soltar el brazo a una señora mayor cubierta de pieles —, y a quien no reconocí hasta que la tuve a mi lado.




Foto: Marijo Grass



— ¡Menuda casualidad!— exclama eufórica, mientras la mujer que la acompaña me observa sonriente con una lupa imaginaria.

— Umm… ¡Carol! ¿Qué tal?— respondo, al tiempo que observo a Lynn hacerme una seña de despedida, un tanto desilusionada, desapareciendo escaleras abajo con su discreción habitual.





Foto: Marijo Grass


— Abuela, este es Marco: un famoso pintor y dibujante español; el autor de esos bocetos maravillosos que te enseñé para el cartel de la competencia de cheerleaders.


Me pregunto por qué a las tías les gusta engordar mi currículum cuando me presentan a sus próximos. No sé si lo hacen por halagarme o para ponerse una medalla con la intención de que reluzcan sus amistades, aunque sean tan falsas como las cadenas de oro gigantes que llevan los raperos de mi barrio.


— ¡Uy, encantada! Qué chico tan alto. ¡Y artista! Yo adoro a Picasso. Picasso era español, ¿no? O francés. No recuerdo bien pero me encanta. Un placer… Europa es TAN fascinante…Con TANTOS idiomas y edificios históricos…


Esto si que es bueno. Me pregunto si una gran dama de Rapid City sabrá ubicar España en un mapa.


— Marco podría acompañarnos al teatro, así no es necesario que tires la entrada— propone Carol a su abuela—. ¿Te apetece venir al Radio City con nosotras?— me pregunta entusiasmada, con la certeza de que no la voy a defraudar declinando la invitación.





Foto: Marijo Grass


El Radio City Music Hall es una de las salas de espectáculos más grandes, confortables y glamurosas de Nueva York; casi me atrevería a decir que de EEUU. No en vano la apodan The Showplace of the Nation. Durante todo el año se presentan conciertos y cualquier tipo de eventos a los que acuden celebridades de proyección planetaria. El edificio, de 1932, es una joya del Art Deco americano, diseñada por un arquitecto llamado Edward Durrell Stone, con interiorismo de Donald Deskey, plagado de cristal, aluminio y una ornamentación geométrica fastuosa. Tiene un aforo enorme y no hay nada que obstaculice la visibilidad desde cualquier asiento. Desde 1933 celebra su clásico espectáculo de Navidad durante noviembre y diciembre, al que acude toda la sociedad neoyorkina con sus vástagos, además de cientos de turistas que aterrizan por esas fechas en la ciudad.


— Bueno, en fin, no sé…— respondo titubeante, sin hacer frente a su acoso para no resultar un tipo maleducado; algo que molestaría a mi madre más que si fuera alcohólico.

— ¡Claro que sí! Muy buena idea, cariño. Es que mi marido no ha viajado conmigo y nos sobra una entrada…— continúa la señora.

— ¡Vamos a ver a las Rockettes! Te encantará. Estoy segura— afirma contundente Carol, como si acabara de ganar un peluche en la feria jugando a tiro al plato.




www.rockettes.com


A continuación, dan por sentado que me voy con ellas al teatro, me agarran cada una por un brazo y empezamos a caminar hacia la Sexta Avenida. Durante el trayecto, Carol me explica que The Rockettes son las estrellas del Radio City Christmas Spectacular; una compañía de bailarinas, fundada por Russell Market, a imagen y semejanza de las famosas Ziegfeld Follies.





The Rockettes. 1937. Bettmann/Corbis Archive


Asegura que son como un tesoro nacional. Más de 3.000 mujeres han bailado en ese coro, y son miles las que se presentan cada año a las audiciones. También hacen apariciones estelares en los premios Tony, en la Super Bowl y en infinidad de eventos o anuncios publicitarios.


— Si quieres presentarte al casting debes tener talento, of course, además de una altura y peso determinado, para formar esas líneas de chicas en las coreografías…Y, ¡yo doy la talla!— exclama jubilosa.

— ¡Vaya! ¡Seguro que lo consigues!— afirmo complaciente.

— Uy, todavía me queda mucho por aprender. Me he matriculado en The School of American Ballet; es la escuela donde se formó Linda Haberman, la actual coreógrafa.

— ¡Ah!

— Sabes, ser una Rockette es formar parte de la historia y, ¡eso es lo que quiero yo!









Al finalizar el espectáculo, en el que reconozco haber disfrutado como un niño, viendo todas esas chicas levantando muslo sin descanso, la abuela ha sugerido invitarnos a cenar en su hotel. Me han arrastrado de nuevo, como si fuera su mascota, sin dejarme abrir boca más que para regalarles mi sonrisa de gilipollas agradecido por su desmedida generosidad. Supongo que debería buscar una excusa convincente, para largarme a recoger a Lynn de nuevo y probar su exótico pincel de bambú, pero estas mujeres— que se han criado entre tipos duros y caballos—, están acostumbradas a salirse con la suya; su presión de guerreras, unida a mi curiosidad insaciable, me puede, así que me dejo agasajar e imagino la opípara cena que me espera.





Foto: Marijo Grass


Nos dirigimos al St. Regis, en la Quinta con la 55; otro de los hoteles legendarios y súper lujosos de Manhattan. Me pregunto si me dejarán entrar con esta pinta, o estaré viviendo un remake de la película de Gregory La Cava “Al servicio de las damas”: otra brillante sátira de la high society, realizada en la época de la Gran Depresión Americana, en la que dos hermanas alocadas y caprichosas, deben cazar un vagabundo y llevarlo a su fiesta de ricachones para ganar un juego. Carol interpreta el papel de Carole Lombard y yo hago de Godfrey- William Powell: el vagabundo, a quien convierte en su mayordomo. Una divertidísima screwball comedy, de las que descubrí y disfruté con Patricia en nuestra época dorada.




Universal Pictures


Al atravesar el distinguido lobby del hotel, me envían a tomar una copa al King Cole Bar, mientras ellas se dirigen a la suite en la que se aloja la abuela, a retocarse el maquillaje y cambiar su modelito para la cena. Ahora sí que empiezo a sentirme atrapado en una de esas películas antiguas, y la expresión “boludo desubicado”, que tanto le gusta utilizar a Mauro, se pasea por mis neuronas a cada rato.

Nada más tomar asiento en la barra, mientras admiro un precioso mural de Maxfield Parrish que tengo frente a mí, aparece un gentil camarero, de los que parecen incorporados al exquisito interiorismo, ofreciéndome un Bloody Mary, que acepto con una inclinación de cabeza y sin rechistar. Siempre me apabullan estos lugares tan suntuosos, porque me hacen sentir de otra galaxia, como recién salido de las cavernas, o de mi pueblo, que viene a ser lo mismo.





www.kingcolebar.com


El tipo que me prepara el cóctel advierte mi incomodidad y empieza a contarme batallitas del hotel; supongo que por aburrimiento; ahora no tiene mucha clientela porque los snobs de Manhattan, que frecuentan este sitio para tomar el aperitivo, se han trasladado al Adour: el restaurante de Alain Ducasse que está en otra planta.

Dice que el Blody Mary se llamaba antiguamente Red Snapper, y el que lo inventó, un tal Fernard Petiot, ocupaba su lugar en 1934. Frente a tamaña revelación, no sé si debo hacer una reverencia por encontrarme en tan digno escenario, hablando con el sucesor del barman que inventó el Blody Mary. Este es el tipo de chisme histórico que haría las delicias de Marga. Estoy seguro que, además del Waldorf Astoria , tenía este hotel en su lista de posibles alojamientos cuando vino a rodar el videoclip.





Foto: Marijo Grass


Intento entretener mi espera leyendo curiosidades sobre el establecimiento, en un libro que encuentro sobre la barra. Parece ser que el St. Regis se inauguró en 1904. En aquél momento el New York Times lo calificó de “palaciego”. Los líderes de esa clase adinerada de la época eran Los Astor; formaban parte de un grupo de gente exclusiva, entre los que también se encontraban los Carnegie, Vanderbilt o Rockefeller. El Coronel John Jacob Astor hizo su debut en los negocios construyendo este hotel; quería ofrecer a la aristocracia un lugar esplendoroso en el que sentirse especiales y refinados; algo así como su CLUB pero, el pobre Coronel, que se había divorciado de Lady Astor, largándose a Europa con una nueva esposa de 19 años, la palmó en el Titanic en su viaje de regreso, así que no pudo disfrutar demasiado tiempo de su éxito.

Este lugar siempre ha atraído a gente glamurosa y creativa. Aquí vivió Marlene Dietrich y también Dalí con Gala. Lo frecuentaba Marilyn Monroe y Joe di Magio, Hitchcok o Bing Crosby; hoy lo hace la bella Scarlett, Demi Moore o Pierce Brosnan, por ejemplo. También ha servido de escenario a innumerables películas como “Taxi Driver”, “Hannah y sus hermanas” o “Días de Radio” .

Estoy sentado en el mismo sitio que Goldie Hawn en “El club de las primeras esposas”, cuando se lamenta frente al barman, ahogando su desdicha en el alcohol, porque va a hacer de la madre de Monique, en vez de Monique, en su próxima película.





"The firts wives club". Hugh Wilson. *Paramount Pictures .1996


Lástima que no vaya a entrar por la puerta Anne Hataway, a buscar el manuscrito de Harry Potter para las niñas de su horrible jefa porque, a pesar de que compartimos el mismo decorado, esto no es “El diablo viste de Prada”. Ahora sí tengo claro que Marga soñara con alojarse aquí. Estaría encantada de pasearse por todos sus rincones con sus tacones de marca.





"The devil wears Prada". David Frankel. 20th Century Fox.2006


Minutos más tarde, cansado de leer curiosidades sobre el lugar y un tanto impaciente, porque Carol y su abuela se están retrasando demasiado, observo a la señora, de aspecto respetable, que se sienta en el taburete contiguo. También le sirven un cóctel sin pedirlo, pero esta vez me da la sensación de que se trata de algo rutinario, que repite cada día, a la misma hora, como quien toma su medicina para la tensión emocional. No sé por qué se ha sentado a mi lado; el resto de la barra está vacío; quizás la cercanía de otro ser humano le resulta reconfortante, aunque se trate de un tío, que podría ser su hijo, cuyo aspecto no pega nada con el resto del mobiliario.

La mujer apura el cóctel en un par de tragos y, al instante, regresa el barman, a quien hace un gesto señalando su copa y la mía. Yo me limito a contemplar el mural y no digo ni “mu”. Continuo comportándome como un cateto fascinado por las luces cegadoras de la gran ciudad. Intento que el camarero no rellene mi copa, poniendo la mano sobre el borde y regalando una sonrisa a la dama, pero ella insiste, todavía sin mediar palabra. Poco a poco va acercando su taburete al mío con cierta discreción. Empiezo a sentirme un tanto incómodo; tengo su perfume tan cerca que está impregnando mi ropa. No conozco los códigos de comunicación que utiliza esta gente. Mi madre y mi abuela me enseñaron que había que ser cortés y dar siempre las gracias, pero soy incapaz de discernir si se trata de la amabilidad de una millonaria aburrida o algo que puede derivar en flirteo, incluso en acoso y, la verdad, NO me va el rollo de “El Graduado”.





"The graduate". Mike Nichols.MGM.1967



Dustin Hoffman me parece un tío demasiado afectado en esa película; no me atraen las señoras Robinson, aunque ahora estén más de moda que nunca, con Madonna y todas las divas de Hollywood, que han superado los 40 o 50 años, ligando con adolescentes, aunque debo reconocer que, a Halle Berry, después de interpretar a Tormenta en los X-Men, no le rechazaría una copa.


Soy dibujante de cómics, me gustan los superhéroes; me paso la vida rodeado de gente bastante freak. Ahora mismo estoy como un pulpo en un garaje. ¿Dónde se ha metido Carol? ¡Ni que se estuvieran arreglando para asistir a los Óscar! Mi señora Robinson particular quiere brindar conmigo. Me fijo en el pedrusco que cuelga de su cuello. Estoy seguro que tiene una docena. Solo con ese podría abrir veinte pozos de agua en África, como hace la Stone vendiendo joyas solidarias. Me está cogiendo la mano, girando todo mi brazo, acariciándolo con delicadeza hasta descubrir la palma; desliza su dedo índice por ella; entonces se acerca un poco más y empieza a susurrarme cosas al oído. El tiempo se detiene, sus joyas me ciegan; me estoy quedando aturdido. Tengo hambre. ¿Por qué tardan tanto en venir a rescatarme? Menudo superhéroe de pacotilla. No entiendo lo que dice esta mujer; creo que algo sobre la búsqueda de la verdad; su perfume de 300 dólares me está mareando. Estoy a punto de sacar el disfraz de Spiderman de mi curro, en el Toy´s UR us, y salir volando por la ventana.





Foto: Marijo Grass


CONTINUARÁ